El fantasma de Sarmiento: ser o no ser, gaucho

Columna de opinión.

23 JUL 2014 - 21:44 | Actualizado

Por Marcelo Eckhardt

Ahora que las aguas de la pasión futbolera y patriotera de a poco se aquietan, cuando se guardan los gorros, las banderas, las bufandas, las camisetas con los colores de Argentina, queda el gusto amargo al pensar cuándo ocurrirá que todo el país se aúne, festeje por algún otro motivo que no sea solamente el fútbol. Ese día, lamentablemente, parece lejano, si tenemos en cuenta la fatal división entre argentinos, tema tratado con profusión en nuestra literatura, desde El matadero de Echeverría y en el Facundo de Sarmiento. Sería saludable también que ese libro clave para la cultura nacional (cada encuesta, año tras año, lo coloca en el podio), nos resulte anacrónico y sólo nos fascinen sus deslumbrantes logros ficcionales, narrativos.

Pero el fantasma de Sarmiento sobrevuela una y otra vez sobre la escena rioplatense. El Mundial de fútbol no fue la excepción y dos hechos tal vez laterales convocaron las musas ideológicas del Facundo: los títulos catastróficos sobre el festejo del equipo alemán en Berlín y el enojo de Beatriz Sarlo por un museo cerrado durante la final entre Argentina y Alemania. Ambos hechos están emparentados por su puntualidad, por ser menores; sin embargo, por la amplificación mediática obtuvieron una repercusión impensable. El baile torpe de los jugadores alemanes agachándose y erguiéndose mientras cantaban una tosca burla: “los gauchos caminan así / y los alemanes caminan así”, fue tomado como una ofensa a los valores argentinos, intolerable y racista. Lo que realmente molestó (¿a quiénes?) es tal vez que nos identifiquen como gauchos. Pero si no somos gauchos, y aquí aparece Sarmiento, ¿qué somos? No somos gauchos, está bien, ¿cómo deben identificarnos entonces los demás? A mí, particularmente, no me desagrada en absoluto que identifiquen a los argentinos con los gauchos. Los gauchos de Güemes y los miles que pelearon por la independencia de Argentina junto a San Martín y a Belgrano acreditan dicha filiación.

Por otro lado, Sarlo manifestó su ira porque un museo estuvo cerrado a la hora del partido entre Argentina y Alemania; y algo que es puntual, lateral, otra vez se amplificó en forma desmedida y tomó importancia pública, política. No se puede medir por un hecho puntual, un problema general: que un museo cierre por la final entre Argentina y Alemania no implica que la cultura de este país esté en fatal decadencia. Seguramente el museo reabrió sus puertas y todo funcione con absoluta normalidad. Sarmiento, o su fantasma, nos educó en este tipo de procedimientos: algo coyuntural adquiere características apocalípticas. En el Facundo, establece un cuestionario de la civilización para medir el grado de progreso de una ciudad; entonces pregunta, por ejemplo, “¿Cuántos ciudadanos notables hay?”: el problema es establecer qué se entiende por notable.

Sarlo tiene el derecho de ser notable por sus capacidades intelectuales y críticas; accede fácilmente a los principales sitios mediáticos y su enojo pronto cobró notoriedad. Millones de argentinos no pueden manifestarse así y tal vez se hagan notar viviendo la argentinidad durante un mes a puro fútbol. Todos somos notables, sin dudas. El fantasma de Sarmiento se encarna cuando debemos construir un enemigo, una jerarquía, una disyuntiva excluyente y clasificar e identificarnos a partir del denuesto del otro.

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23 JUL 2014 - 21:44

Por Marcelo Eckhardt

Ahora que las aguas de la pasión futbolera y patriotera de a poco se aquietan, cuando se guardan los gorros, las banderas, las bufandas, las camisetas con los colores de Argentina, queda el gusto amargo al pensar cuándo ocurrirá que todo el país se aúne, festeje por algún otro motivo que no sea solamente el fútbol. Ese día, lamentablemente, parece lejano, si tenemos en cuenta la fatal división entre argentinos, tema tratado con profusión en nuestra literatura, desde El matadero de Echeverría y en el Facundo de Sarmiento. Sería saludable también que ese libro clave para la cultura nacional (cada encuesta, año tras año, lo coloca en el podio), nos resulte anacrónico y sólo nos fascinen sus deslumbrantes logros ficcionales, narrativos.

Pero el fantasma de Sarmiento sobrevuela una y otra vez sobre la escena rioplatense. El Mundial de fútbol no fue la excepción y dos hechos tal vez laterales convocaron las musas ideológicas del Facundo: los títulos catastróficos sobre el festejo del equipo alemán en Berlín y el enojo de Beatriz Sarlo por un museo cerrado durante la final entre Argentina y Alemania. Ambos hechos están emparentados por su puntualidad, por ser menores; sin embargo, por la amplificación mediática obtuvieron una repercusión impensable. El baile torpe de los jugadores alemanes agachándose y erguiéndose mientras cantaban una tosca burla: “los gauchos caminan así / y los alemanes caminan así”, fue tomado como una ofensa a los valores argentinos, intolerable y racista. Lo que realmente molestó (¿a quiénes?) es tal vez que nos identifiquen como gauchos. Pero si no somos gauchos, y aquí aparece Sarmiento, ¿qué somos? No somos gauchos, está bien, ¿cómo deben identificarnos entonces los demás? A mí, particularmente, no me desagrada en absoluto que identifiquen a los argentinos con los gauchos. Los gauchos de Güemes y los miles que pelearon por la independencia de Argentina junto a San Martín y a Belgrano acreditan dicha filiación.

Por otro lado, Sarlo manifestó su ira porque un museo estuvo cerrado a la hora del partido entre Argentina y Alemania; y algo que es puntual, lateral, otra vez se amplificó en forma desmedida y tomó importancia pública, política. No se puede medir por un hecho puntual, un problema general: que un museo cierre por la final entre Argentina y Alemania no implica que la cultura de este país esté en fatal decadencia. Seguramente el museo reabrió sus puertas y todo funcione con absoluta normalidad. Sarmiento, o su fantasma, nos educó en este tipo de procedimientos: algo coyuntural adquiere características apocalípticas. En el Facundo, establece un cuestionario de la civilización para medir el grado de progreso de una ciudad; entonces pregunta, por ejemplo, “¿Cuántos ciudadanos notables hay?”: el problema es establecer qué se entiende por notable.

Sarlo tiene el derecho de ser notable por sus capacidades intelectuales y críticas; accede fácilmente a los principales sitios mediáticos y su enojo pronto cobró notoriedad. Millones de argentinos no pueden manifestarse así y tal vez se hagan notar viviendo la argentinidad durante un mes a puro fútbol. Todos somos notables, sin dudas. El fantasma de Sarmiento se encarna cuando debemos construir un enemigo, una jerarquía, una disyuntiva excluyente y clasificar e identificarnos a partir del denuesto del otro.


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