“Hay quienes niegan lo que escuchan, les provoca enojo y matan al mensajero”

Entrevista exclusiva con Andrea Vallés, psicóloga en Terapia Intensiva de Trelew.

08 DIC 2014 - 21:29 | Actualizado

Por Lorena Leeming / Twitter: @loreleeming

Andrea Vallés es psicóloga. Su tarea es trabajar con las “malas noticias” en salud. Acompaña a familiares y pacientes en el área de Terapia Intensiva del Hospital de Trelew. “Con las malas noticias hay que ser claros. No decir: se va a ir de viaje o a dar una vuelta”. Dice que no hay posibilidad de que el “duelo” no duela. Viene de la palabra dolor. Al paciente que se le informa su enfermedad hay que respetarlo en el caso de que no quiera pelearla. “En un punto, el cuerpo y la vida, es del otro”. Sintetiza su trabajo con los pacientes críticos con una frase: “Yo lo puedo cuidar, vos lo podés querer”.

En una entrevista con Jornada, Andrea Vallés se refirió a lo mejor y lo peor de su tarea diaria de estar con personas en el límite entre la vida y la muerte. Cómo lidiar en lo personal con el sufrimiento, el impacto de saberse enfermo y la reacción del grupo familiar ante la nueva realidad de una persona. La negación y el optimismo. La esperanza y la desazón.

La Terapia Intensiva del hospital es la única en el sur del país que cuenta con este servicio de contención. La prestigiosa profesional califica la “mala noticia” como una información que el otro no puede o no quiere escuchar y que a veces el que la da no puede o no quiere darla. Explica que cuando uno se comunica, siempre transmite unidades de información. Desde cómo está el tiempo hasta que un familiar que en terapia mejoró o empeoró. Cuando el otro responde, es cuando enriquece esa comunicación.

Vallés admite que a veces, por el solo hecho de que “el otro habló”, cree que entendió lo que se dijo. “Supuso lo que yo en realidad quise decir. Hay que despejar eso. No siempre lo que se dice es claro. No siempre escucha el mensaje. Por imposibilidad o porque es algo que trata de negar. Lo que hay que hacer con las malas noticias es ser claro. No usar eufemismos: se va a ir de viaje, se va a dar una vuelta, cosas que dan pie a supuestos. Hay que eliminarlos. Usar el lenguaje que el otro maneje. Hay quienes usan lenguaje complejo para evitar la angustia del otro, porque uno no se banca la angustia del otro”, reveló.

Se refirió a la negación o imposibilidad de una persona en asumir lo que se le está diciendo. “Lo que va a hacer es no escuchar lo que escuchó. La mente trata de no decodificar bien el mensaje. Por ejemplo: yo escuché que mi familiar o yo tengo equis enfermedad, pero me pareció que el tono del médico era esperanzador. Uno trata de agarrarse de lo que puede. No hay que hacer gestos con la boca, o decir: “y…”. “Y” no significa nada. O provoca pánico o el otro dice: “como dijo “y..” no debe ser tan terrible”. ¿Se va a morir?: “y..”. Significa tal vez, que no sabe. O se quiso decir “obvio”. Pero no dijo obvio. Y el otro interpreta a su criterio”, ejemplificó.

-¿Cómo hay que dar la mala noticia?

-Siempre en su contexto. Más allá de esa mala noticia, si tiene algún tratamiento, alguna posibilidad, también hay que decirlo. No se trata de ennegrecer el panorama. Hay que contar todo. Hay gente que hace hincapié en el diagnóstico con muchas posibilidades de sobrevida y hay gente que por personalidad, es positiva y se defienden en esto de no poder escuchar y agarrarse en que sí tiene tratamiento, que va a andar todo bien.

-¿Qué otro recurso usan?

-Obvian todo lo otro que uno habló. Está bien, son las formas de encarar. Es muy difícil para el personal de salud estar en el momento de la crisis de angustia de la mala noticia. Cuando produce mucha angustia, si perdura, se agrava o mejora, la familia también se va adaptando. Tiene un proceso. Es más terrible dar todo junto: “mirá tenía tal enfermedad y falleció”. En otras situaciones tienen otros tiempos. Se acomodan. No se adaptan. Yo acompaño a las familias en diagnósticos o despedidas.

-¿Hay equilibrio entre reacción y expectativa?

-Uno no puede mantener el equilibrio de algo que el otro no quiere escuchar. La expectativa es no escuchar lo que se dice en una mala noticia. La expectativa es una buena noticia. Un comunicador tiene que dar la mala noticia lo más concreto. No significa ser cruel. Entender que hay un timing (tiempo que precisa el otro para absorber las palabras que yo le estoy diciendo), respetarlo. Es normal que la persona se angustie o tenga reacciones de angustia disfrazadas.

-¿Cuál es la actitud más frecuente?

-A veces, ante una mala noticia, lo que uno ve como común es enojo. Dice malas palabras, golpea la pared, insulta al mensajero, a la persona que da la mala noticia. Nos pasa a todos. Lo que hay que entender que las manifestaciones no son personales con uno. Son con la mala noticia o la enfermedad. Pero como es tan abstracto, los seres humanos concretizamos la fuente de enojo. Se mata al mensajero. El mensaje probablemente cause angustia. A veces hay un nivel de anestesia emocional llamativo, pero tiene que ver con la necesidad de la mente de tomarse un tiempo para poder absorber algo que le causa un trauma.

-¿Se puede mantener distancia emocional?

-Eso no se estudia en la universidad. Es qué nos pasa a nosotros que también somos seres humanos cuando vemos a otros sufrir. Nos enseñan el cuadro. Lo que es, qué hay que hacer, cuándo no se puede hacer nada o cuándo sólo hay que acompañar, pero nunca nos enseñan qué hacer con nosotros mismos antes o durante el proceso.

-¿La mala noticia se acompaña con un “plan de acción”?

-Sí. Totalmente. Es importante hacer empatía con el otro o los otros. Una capacidad de comprensión profunda de lo que al otro le puede estar pasando. Poniéndome yo en situación mentalmente un rato para ver qué pasa del otro lado. Un rato. Después volver. Si no terminamos igual de angustiados. Hacer un acompañamiento del dolor. Duelo viene del latín “dolor”. Entonces, no hay posibilidad de que no duela. Duele de diferentes maneras pero no puede no doler. En terapia, hacemos un acompañamiento diario al proceso de enfermedad familiar o del mismo paciente lúcido en la terapia. Contestamos preguntas. No dejamos nada a la suposición.

-¿Cómo se maneja la angustia?

-Tiene que ver con nuestro manejo de las malas noticias y nuestra propia angustia a la muerte. Esto hay que trabajarlo mucho antes. No en el momento de enfrentar al paciente. Importa mucho el trabajo en equipo. Charlar lo que pasa, reconocer los límites. Hay gente que prefiere que la abrace, otra que quiere quedarse sola. Otros, al lado con contacto físico pero leve. No forzar situaciones.

-Es frecuente que la familia oculte la enfermedad al paciente. ¿Qué opina usted?

-Sí. Se da con frecuencia. Yo creo que en ese momento, hay que hablar con la familia para explicarle lo importante que es que la persona sepa lo que le está pasando a ella misma. También hay situaciones donde hay familias que hacen esto con personas muy terminales o muy ancianas, donde no altera el producto. Cuando el paciente está lucido, se habla con él. Tiene el derecho a saberlo. La expectativa del familiar es que el paciente la pelee. Y él no la quiere pelear. Y se enoja porque no la quiere pelear. “No sos vos, es él”. Hay una distancia que se tiene que tener. Uno tiene que ofrecer todo lo que tiene. Pero en un punto el cuerpo y la vida, es del otro. Es muy difícil decidir si no sabe sobre qué.

-¿Puede citar algún caso?

-Sí. Hay pacientes que intuyen y que saben que tienen alguna enfermedad aunque no sepan cuál. Aunque la familia no diga nada, uno ve que el paciente empieza a preparar su partida. Hasta en lo legal. Y nadie le dijo nada. Pero uno presiente. Uno inconscientemente tiene un registro del cuerpo y muchas veces escucha que el cuerpo está andando mal.

-¿El dolor más profundo se relaciona a enfermedad o muerte de un hijo?

-Si. Es lo peor. La peor porque uno en ese momento, hasta físicamente tiene que contener un dolor que tiene un nivel de desgarro. Literalmente. Es la sensación de corazón roto. La situación de desgarro emocional se pone en carne viva de una manera que si bien uno lo ve en otros casos, con un hijo es absolutamente distinto porque es más visceral. Uno puede sufrir muchísimo porque perdió una pareja. Pero un hijo es irrepetible. Una mamá lo tuvo en la panza. No se puede comparar a nada. O una pareja que lo programó, o lo que sea.

-¿Cuándo usted siente satisfacción en su trabajo?

-Es por el simple hecho de acompañar. Me doy cuenta que al no estar dentro del núcleo familiar, el aporte que yo pueda hacer de contención no es el mismo que el de una mamá con su hijo, hermanos, esposos, porque están involucrados emocionalmente. Hay bastante reconocimiento de los pacientes que salen. En “malas noticias” todos manejan el procedimiento. En comparación a otros servicios, la gente reconoce mucho. Al ser la terapia un lugar cerrado dentro del hospital, también genera otro tipo de vínculo más relajado y de más tiempo. Los pacientes están mucho tiempo y se produce una relación de empatía. El siente que también se lucha. La familia sabe que estamos cuidando la persona que ellos quieren. “Yo lo puedo cuidar, vos lo podés querer”. De eso se trata el trabajo.

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08 DIC 2014 - 21:29

Por Lorena Leeming / Twitter: @loreleeming

Andrea Vallés es psicóloga. Su tarea es trabajar con las “malas noticias” en salud. Acompaña a familiares y pacientes en el área de Terapia Intensiva del Hospital de Trelew. “Con las malas noticias hay que ser claros. No decir: se va a ir de viaje o a dar una vuelta”. Dice que no hay posibilidad de que el “duelo” no duela. Viene de la palabra dolor. Al paciente que se le informa su enfermedad hay que respetarlo en el caso de que no quiera pelearla. “En un punto, el cuerpo y la vida, es del otro”. Sintetiza su trabajo con los pacientes críticos con una frase: “Yo lo puedo cuidar, vos lo podés querer”.

En una entrevista con Jornada, Andrea Vallés se refirió a lo mejor y lo peor de su tarea diaria de estar con personas en el límite entre la vida y la muerte. Cómo lidiar en lo personal con el sufrimiento, el impacto de saberse enfermo y la reacción del grupo familiar ante la nueva realidad de una persona. La negación y el optimismo. La esperanza y la desazón.

La Terapia Intensiva del hospital es la única en el sur del país que cuenta con este servicio de contención. La prestigiosa profesional califica la “mala noticia” como una información que el otro no puede o no quiere escuchar y que a veces el que la da no puede o no quiere darla. Explica que cuando uno se comunica, siempre transmite unidades de información. Desde cómo está el tiempo hasta que un familiar que en terapia mejoró o empeoró. Cuando el otro responde, es cuando enriquece esa comunicación.

Vallés admite que a veces, por el solo hecho de que “el otro habló”, cree que entendió lo que se dijo. “Supuso lo que yo en realidad quise decir. Hay que despejar eso. No siempre lo que se dice es claro. No siempre escucha el mensaje. Por imposibilidad o porque es algo que trata de negar. Lo que hay que hacer con las malas noticias es ser claro. No usar eufemismos: se va a ir de viaje, se va a dar una vuelta, cosas que dan pie a supuestos. Hay que eliminarlos. Usar el lenguaje que el otro maneje. Hay quienes usan lenguaje complejo para evitar la angustia del otro, porque uno no se banca la angustia del otro”, reveló.

Se refirió a la negación o imposibilidad de una persona en asumir lo que se le está diciendo. “Lo que va a hacer es no escuchar lo que escuchó. La mente trata de no decodificar bien el mensaje. Por ejemplo: yo escuché que mi familiar o yo tengo equis enfermedad, pero me pareció que el tono del médico era esperanzador. Uno trata de agarrarse de lo que puede. No hay que hacer gestos con la boca, o decir: “y…”. “Y” no significa nada. O provoca pánico o el otro dice: “como dijo “y..” no debe ser tan terrible”. ¿Se va a morir?: “y..”. Significa tal vez, que no sabe. O se quiso decir “obvio”. Pero no dijo obvio. Y el otro interpreta a su criterio”, ejemplificó.

-¿Cómo hay que dar la mala noticia?

-Siempre en su contexto. Más allá de esa mala noticia, si tiene algún tratamiento, alguna posibilidad, también hay que decirlo. No se trata de ennegrecer el panorama. Hay que contar todo. Hay gente que hace hincapié en el diagnóstico con muchas posibilidades de sobrevida y hay gente que por personalidad, es positiva y se defienden en esto de no poder escuchar y agarrarse en que sí tiene tratamiento, que va a andar todo bien.

-¿Qué otro recurso usan?

-Obvian todo lo otro que uno habló. Está bien, son las formas de encarar. Es muy difícil para el personal de salud estar en el momento de la crisis de angustia de la mala noticia. Cuando produce mucha angustia, si perdura, se agrava o mejora, la familia también se va adaptando. Tiene un proceso. Es más terrible dar todo junto: “mirá tenía tal enfermedad y falleció”. En otras situaciones tienen otros tiempos. Se acomodan. No se adaptan. Yo acompaño a las familias en diagnósticos o despedidas.

-¿Hay equilibrio entre reacción y expectativa?

-Uno no puede mantener el equilibrio de algo que el otro no quiere escuchar. La expectativa es no escuchar lo que se dice en una mala noticia. La expectativa es una buena noticia. Un comunicador tiene que dar la mala noticia lo más concreto. No significa ser cruel. Entender que hay un timing (tiempo que precisa el otro para absorber las palabras que yo le estoy diciendo), respetarlo. Es normal que la persona se angustie o tenga reacciones de angustia disfrazadas.

-¿Cuál es la actitud más frecuente?

-A veces, ante una mala noticia, lo que uno ve como común es enojo. Dice malas palabras, golpea la pared, insulta al mensajero, a la persona que da la mala noticia. Nos pasa a todos. Lo que hay que entender que las manifestaciones no son personales con uno. Son con la mala noticia o la enfermedad. Pero como es tan abstracto, los seres humanos concretizamos la fuente de enojo. Se mata al mensajero. El mensaje probablemente cause angustia. A veces hay un nivel de anestesia emocional llamativo, pero tiene que ver con la necesidad de la mente de tomarse un tiempo para poder absorber algo que le causa un trauma.

-¿Se puede mantener distancia emocional?

-Eso no se estudia en la universidad. Es qué nos pasa a nosotros que también somos seres humanos cuando vemos a otros sufrir. Nos enseñan el cuadro. Lo que es, qué hay que hacer, cuándo no se puede hacer nada o cuándo sólo hay que acompañar, pero nunca nos enseñan qué hacer con nosotros mismos antes o durante el proceso.

-¿La mala noticia se acompaña con un “plan de acción”?

-Sí. Totalmente. Es importante hacer empatía con el otro o los otros. Una capacidad de comprensión profunda de lo que al otro le puede estar pasando. Poniéndome yo en situación mentalmente un rato para ver qué pasa del otro lado. Un rato. Después volver. Si no terminamos igual de angustiados. Hacer un acompañamiento del dolor. Duelo viene del latín “dolor”. Entonces, no hay posibilidad de que no duela. Duele de diferentes maneras pero no puede no doler. En terapia, hacemos un acompañamiento diario al proceso de enfermedad familiar o del mismo paciente lúcido en la terapia. Contestamos preguntas. No dejamos nada a la suposición.

-¿Cómo se maneja la angustia?

-Tiene que ver con nuestro manejo de las malas noticias y nuestra propia angustia a la muerte. Esto hay que trabajarlo mucho antes. No en el momento de enfrentar al paciente. Importa mucho el trabajo en equipo. Charlar lo que pasa, reconocer los límites. Hay gente que prefiere que la abrace, otra que quiere quedarse sola. Otros, al lado con contacto físico pero leve. No forzar situaciones.

-Es frecuente que la familia oculte la enfermedad al paciente. ¿Qué opina usted?

-Sí. Se da con frecuencia. Yo creo que en ese momento, hay que hablar con la familia para explicarle lo importante que es que la persona sepa lo que le está pasando a ella misma. También hay situaciones donde hay familias que hacen esto con personas muy terminales o muy ancianas, donde no altera el producto. Cuando el paciente está lucido, se habla con él. Tiene el derecho a saberlo. La expectativa del familiar es que el paciente la pelee. Y él no la quiere pelear. Y se enoja porque no la quiere pelear. “No sos vos, es él”. Hay una distancia que se tiene que tener. Uno tiene que ofrecer todo lo que tiene. Pero en un punto el cuerpo y la vida, es del otro. Es muy difícil decidir si no sabe sobre qué.

-¿Puede citar algún caso?

-Sí. Hay pacientes que intuyen y que saben que tienen alguna enfermedad aunque no sepan cuál. Aunque la familia no diga nada, uno ve que el paciente empieza a preparar su partida. Hasta en lo legal. Y nadie le dijo nada. Pero uno presiente. Uno inconscientemente tiene un registro del cuerpo y muchas veces escucha que el cuerpo está andando mal.

-¿El dolor más profundo se relaciona a enfermedad o muerte de un hijo?

-Si. Es lo peor. La peor porque uno en ese momento, hasta físicamente tiene que contener un dolor que tiene un nivel de desgarro. Literalmente. Es la sensación de corazón roto. La situación de desgarro emocional se pone en carne viva de una manera que si bien uno lo ve en otros casos, con un hijo es absolutamente distinto porque es más visceral. Uno puede sufrir muchísimo porque perdió una pareja. Pero un hijo es irrepetible. Una mamá lo tuvo en la panza. No se puede comparar a nada. O una pareja que lo programó, o lo que sea.

-¿Cuándo usted siente satisfacción en su trabajo?

-Es por el simple hecho de acompañar. Me doy cuenta que al no estar dentro del núcleo familiar, el aporte que yo pueda hacer de contención no es el mismo que el de una mamá con su hijo, hermanos, esposos, porque están involucrados emocionalmente. Hay bastante reconocimiento de los pacientes que salen. En “malas noticias” todos manejan el procedimiento. En comparación a otros servicios, la gente reconoce mucho. Al ser la terapia un lugar cerrado dentro del hospital, también genera otro tipo de vínculo más relajado y de más tiempo. Los pacientes están mucho tiempo y se produce una relación de empatía. El siente que también se lucha. La familia sabe que estamos cuidando la persona que ellos quieren. “Yo lo puedo cuidar, vos lo podés querer”. De eso se trata el trabajo.


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