Narcos presos por la denuncia de una mamá que vio a su hijo comprar droga

Desesperada, la mujer dejó una nota anónima en la Policía. Cuatro personas de Puerto Madryn fueron condenadas.

21 DIC 2014 - 21:23 | Actualizado

Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez

Tempranito, a las 7.15 del 25 de agosto de 2010, el cabo Nicolás Almeira, al iniciar su servicio ordinario, vio en la puerta de su Comisaría una nota de puño y letra. Leyó. “Soy una madre de 4 hijos que vive en el fondo de Madryn allá por la España bien atrás, el pibe del Renul 12 blanco es narco y transa ese hijo de mil putas y la piba la flaca están matando a todos los pibes del San Miguel. Covanis porque no se ponen las pila y le dan a huesos dos. El pibe y la flaca puta esa están en Ejército de los Andes y la España loco miren el rancho tiene perros y tiene la puerta blanca y está el ranul blanco ahí ciempre, el loco se llama Altamirano y la piba la Yesica. Che métanle pila loco!!!”.

A las 7.30 del otro día, la cabo Viviana Lorenzo también abrió la puerta de su oficina y observó una hoja de cuaderno doblada. “Hola me llamo María y quiero denunciar a unas personas que venden droga y en el barrio Presidente Perón en la última calle que corta a la calle España. Ai vive David Altamirano y hay un auto Renault 12 y su patente es WVN 403, la casa tiene una puerta de chapa que la usan de portón. Yo me enteré porque mi hijo compra droga no lo puedo sacar de ai y un día lo seguí y vi cuando estaba comprando droga y por eso sé que venden droga en ese lugar y quiero que estos hijos de puta queden presos porque le cagan la vida a la gente”.

Los datos parecían firmes y el juez federal de Rawson, Hugo Sastre, ordenó una investigación previa que verificó las calles y la existencia del Renault 12 en una humilde casa del barrio Presidente Perón, en Ejército de los Andes entre España y Gales.

Hubo vigilancias, filmaciones y fotos durante dos semanas, a 150 metros del lugar, dos horas por día. La Policía verificó reiterados “pasamanos” de droga en la vereda de la casa: intercambios de “porros” por plata chica, rejas de por medio, a cargo de un grupo identificado como David y Jennifer Altamirano, Jessica Machao y Mirta Coria.

La casa se allanó el 8 de septiembre de 2010, en plena actividad de compra-venta de marihuana. Participó “Girford”, perro antinarcóticos. El grupo se resistió y hasta intentó trabar la puerta.

Se halló marihuana fraccionada, papeles para armar cigarrillos, “porros”, recortes con restos de cannabis, un cuaderno con la etiqueta “Compra-Venta” y anotaciones de sumas de dinero, pastillas y mucha plata repartida en la casa con billetes de baja denominación y monedas, propios del microtráfico.

Según el informe que la Policía elevó al juez, Altamirano no tenía trabajo fijo ni ingreso económico para sustentar una familia. Tampoco Machao ni Coria. Salían y entraban permanentemente de la casa, con “movimientos atípicos”, no de una familia normal. “Estarían comercializando algún tipo de estupefacientes, ya que se registraron constantes visitas de distintas personas, por un tiempo extremadamente breve, con pequeños intercambios”.

Los jueces Enrique Guanziroli, Pedro De Diego y Nora Cabrera de Monella escribieron que se detectaron “movimientos impropios de un hogar promedio argentino y patagónico”. Hicieron referencia a “la numerosa y variada cantidad de concurrentes al lugar, por escasos segundos o minutos, sin finalidad conocida o aparente, el intercambio reiterado de objetos pequeños, que cabían en el puño de una mano, de dimensiones compatibles con dosis de droga ilícita y manipulaciones de dinero”.

La secuencia era así: “Llegada de sujetos, salida de alguien de la casa para recibir ´algo´, reingreso al domicilio para buscar otro objeto que luego se entrega al recién llegado, casi nulo diálogo y rauda partida de cada uno a sus orígenes”. Ni más ni menos que “un despliegue clandestino de actividad destinada a traficar y lucrar con estupefacientes”.

“Estas conductas delictivas en un paraje aislado y el hallazgo del tóxico en este ámbito patagónico, de mayoría de comunidades más bien pequeñas y esparcidas en vastos espacios, no es menor y tiene una capacidad altamente vulnerante, infectando numerosos sectores de la juventud local y otros estamentos ciudadanos, incluso por la comunicabilidad que tales aconteceres muestran a los habitantes”. Para el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, la pobreza tampoco justificaba vender droga para sobrevivir.

La sentencia advirtió sobre “la deletérea influencia de la creciente difusión actual de la toxicomanía en el mundo, calamidad comparable a guerras que asolan a la humanidad o a las pestes que en tiempos pretéritos la diezmaban”.

En esta línea remarcó “las consecuencias tremendas de esta plaga, tanto en la práctica aniquilación de los individuos, como a su gravitación en la moral y economía de los pueblos, traducida en ociosidad, delincuencia común y subversiva, incapacidad de realizaciones que requieran una fuerte voluntad de superación y destrucción de la familia, institución básica de nuestra civilización”.

Daniel Altamirano y Jessica Machao fueron condenados por comercio de droga a cuatro años de prisión y dos mil pesos de multa cada una. Como ella tiene un nene de casi 5 años, su pena será domiciliaria.

Mirta Coria penará cuatro años de prisión y pagará mil pesos de multa. Y Jennifer Altamirano, por tentativa de comercio, fue sentenciada a dos años de prisión en suspenso. Deberá someterse al cuidado de un patronato, pagará una multa de 500 pesos y cumplirá 200 horas de trabajo no remunerado a favor de una entidad de promoción social.

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21 DIC 2014 - 21:23

Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez

Tempranito, a las 7.15 del 25 de agosto de 2010, el cabo Nicolás Almeira, al iniciar su servicio ordinario, vio en la puerta de su Comisaría una nota de puño y letra. Leyó. “Soy una madre de 4 hijos que vive en el fondo de Madryn allá por la España bien atrás, el pibe del Renul 12 blanco es narco y transa ese hijo de mil putas y la piba la flaca están matando a todos los pibes del San Miguel. Covanis porque no se ponen las pila y le dan a huesos dos. El pibe y la flaca puta esa están en Ejército de los Andes y la España loco miren el rancho tiene perros y tiene la puerta blanca y está el ranul blanco ahí ciempre, el loco se llama Altamirano y la piba la Yesica. Che métanle pila loco!!!”.

A las 7.30 del otro día, la cabo Viviana Lorenzo también abrió la puerta de su oficina y observó una hoja de cuaderno doblada. “Hola me llamo María y quiero denunciar a unas personas que venden droga y en el barrio Presidente Perón en la última calle que corta a la calle España. Ai vive David Altamirano y hay un auto Renault 12 y su patente es WVN 403, la casa tiene una puerta de chapa que la usan de portón. Yo me enteré porque mi hijo compra droga no lo puedo sacar de ai y un día lo seguí y vi cuando estaba comprando droga y por eso sé que venden droga en ese lugar y quiero que estos hijos de puta queden presos porque le cagan la vida a la gente”.

Los datos parecían firmes y el juez federal de Rawson, Hugo Sastre, ordenó una investigación previa que verificó las calles y la existencia del Renault 12 en una humilde casa del barrio Presidente Perón, en Ejército de los Andes entre España y Gales.

Hubo vigilancias, filmaciones y fotos durante dos semanas, a 150 metros del lugar, dos horas por día. La Policía verificó reiterados “pasamanos” de droga en la vereda de la casa: intercambios de “porros” por plata chica, rejas de por medio, a cargo de un grupo identificado como David y Jennifer Altamirano, Jessica Machao y Mirta Coria.

La casa se allanó el 8 de septiembre de 2010, en plena actividad de compra-venta de marihuana. Participó “Girford”, perro antinarcóticos. El grupo se resistió y hasta intentó trabar la puerta.

Se halló marihuana fraccionada, papeles para armar cigarrillos, “porros”, recortes con restos de cannabis, un cuaderno con la etiqueta “Compra-Venta” y anotaciones de sumas de dinero, pastillas y mucha plata repartida en la casa con billetes de baja denominación y monedas, propios del microtráfico.

Según el informe que la Policía elevó al juez, Altamirano no tenía trabajo fijo ni ingreso económico para sustentar una familia. Tampoco Machao ni Coria. Salían y entraban permanentemente de la casa, con “movimientos atípicos”, no de una familia normal. “Estarían comercializando algún tipo de estupefacientes, ya que se registraron constantes visitas de distintas personas, por un tiempo extremadamente breve, con pequeños intercambios”.

Los jueces Enrique Guanziroli, Pedro De Diego y Nora Cabrera de Monella escribieron que se detectaron “movimientos impropios de un hogar promedio argentino y patagónico”. Hicieron referencia a “la numerosa y variada cantidad de concurrentes al lugar, por escasos segundos o minutos, sin finalidad conocida o aparente, el intercambio reiterado de objetos pequeños, que cabían en el puño de una mano, de dimensiones compatibles con dosis de droga ilícita y manipulaciones de dinero”.

La secuencia era así: “Llegada de sujetos, salida de alguien de la casa para recibir ´algo´, reingreso al domicilio para buscar otro objeto que luego se entrega al recién llegado, casi nulo diálogo y rauda partida de cada uno a sus orígenes”. Ni más ni menos que “un despliegue clandestino de actividad destinada a traficar y lucrar con estupefacientes”.

“Estas conductas delictivas en un paraje aislado y el hallazgo del tóxico en este ámbito patagónico, de mayoría de comunidades más bien pequeñas y esparcidas en vastos espacios, no es menor y tiene una capacidad altamente vulnerante, infectando numerosos sectores de la juventud local y otros estamentos ciudadanos, incluso por la comunicabilidad que tales aconteceres muestran a los habitantes”. Para el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, la pobreza tampoco justificaba vender droga para sobrevivir.

La sentencia advirtió sobre “la deletérea influencia de la creciente difusión actual de la toxicomanía en el mundo, calamidad comparable a guerras que asolan a la humanidad o a las pestes que en tiempos pretéritos la diezmaban”.

En esta línea remarcó “las consecuencias tremendas de esta plaga, tanto en la práctica aniquilación de los individuos, como a su gravitación en la moral y economía de los pueblos, traducida en ociosidad, delincuencia común y subversiva, incapacidad de realizaciones que requieran una fuerte voluntad de superación y destrucción de la familia, institución básica de nuestra civilización”.

Daniel Altamirano y Jessica Machao fueron condenados por comercio de droga a cuatro años de prisión y dos mil pesos de multa cada una. Como ella tiene un nene de casi 5 años, su pena será domiciliaria.

Mirta Coria penará cuatro años de prisión y pagará mil pesos de multa. Y Jennifer Altamirano, por tentativa de comercio, fue sentenciada a dos años de prisión en suspenso. Deberá someterse al cuidado de un patronato, pagará una multa de 500 pesos y cumplirá 200 horas de trabajo no remunerado a favor de una entidad de promoción social.


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