La filosofía es una pregunta cargada de futuro, por Marcelo Eckhardt

08 ENE 2015 - 22:21 | Actualizado

Y no se inmute amigo, la vida es dura / con la filosofía poco se goza / eche veinte centavos en la ranura / si quiere ver la vida color de rosa”, canta el Tata Cedrón, poniéndole música a los poemas de González Tuñón. El libro de Darío Sztajnszrajber “¿Para qué sirve la filosofía?” también entiende que la vida es dura pero disiente con que la filosofía sea solo disgusto; en realidad, la filosofía es algo muy intenso, una experiencia límite que permite al filósofo y a quienes quieran filosofar (preguntarse exhaustivamente por el por qué de todo) vivir a pleno y sentir placeres y vacíos desconocidos. Sztajnszrajber propone un viaje, una aventura increíble por los arrabales de la filosofía; anuda relato y reflexión de un modo realmente novedoso pero que él mismo remite a los diálogos socráticos, a los filósofos cínicos o a los sofistas que debatían públicamente todos los temas y aspectos de la vida ateniense. Lo sorprendente es que en esta Argentina actual, la filosofía sea un tema que atraiga a miles de jóvenes lectores y entusiasme a muchos a adentrarse en los recorridos apasionantes de la historia de la filosofía occidental y sus recovecos metodológicos.

Sztajnszrajber propone un viaje por la filosofía occidental, desde los presocráticos hasta Derrida y la deconstrucción; y su propuesta es asombrosa porque su escritura es una puesta en escena, una suma donde el relato del filósofo deriva por los márgenes de la gran ciudad mientras intenta relatar, explicar los problemas básicos de la filosofía. Literalmente se sube a un colectivo, rumbo a ningún lugar y allí empieza la aventura compartida con los lectores. Toma un colectivo (medio de transporte) y también lo colectivo para poder dialogar, razonar, preguntarse y explicar conceptos y situaciones.

Al revés de la imagen del filósofo encerrado entre paredes de libros sin conexión con el mundo cotidiano, Sztanszrajber entiende que el roce con la gente y la calle es fundamental para filosofar, para analizar y progresar en su relato reflexivo. El resultado es increíble: logra mantener en vilo a miles de lectores que pasan las páginas como si fuera un alegre y vital recorrido mientras el autor desglosa y explica “como si fuera fácil” conceptos tales como los del Ser, la verdad, la deconstrucción, la hermenéutica, el logos, la muerte, la metafísica, y la historia de la filosofía occidental.

El libro se abre con una andanada de preguntas, muchas, en un mismo párrafo como para noquear cualquier intento pasatista; el lector queda avisado: si se sube a este colectivo de filosofía, tendrá que adentrarse hasta los límites más abstractos y más concretos de la experiencia. Deberá animarse a parecer un tonto como Tales de Mileto (que se caía en los pozos por no mirar dónde caminaba), un loco como Nietzsche, un prisionero que se salva pero que vuelve a salvar a los demás, un atolondrado y abstraído pero también alguien junto a la gente, ni menos ni más, uno más, allí, en medio de la escena caótica. La postura filosófica de Darío Sztajnszrajber es muy clara: hay que salir de la casa, andar, viajar, perderse, estar entre la gente, dialogar, jugar, aventurarse, bailar, para poder reflexionar y desde lo cotidiano, poner en duda todas las certezas y todas las obviedades del mundo incuestionable.

Este libro invita al lector, como sus ciclos televisivos al televidente o sus presentaciones teatrales y musicales al espectador a dejar de ser un lector, un televidente, un espectador y arenga para la acción, para que sean protagonistas de la reflexión, esa, la que desubica, desacomoda, duda, revierte, suspende certezas y cuestiona el utilitarismo y la enajenación. Sztajnszrajber entiende que la filosofía es una manera abierta de pensar, sin clausuras ni resoluciones, y que no excluye la asociación y la imaginación.

“Solo la marcha puede generar el encuentro de lo nuevo”, escribe y avanza en el relato del flaneur que recorre los pliegues y los repliegues del margen, de los límites racionales y urbanos; el extrañamiento de un mundo (ver todo como si se lo viera como por primera vez) es el combustible para la búsqueda azarosa de ese saber lábil, entre la pretensión de absoluto y la conciencia de los límites.

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08 ENE 2015 - 22:21

Y no se inmute amigo, la vida es dura / con la filosofía poco se goza / eche veinte centavos en la ranura / si quiere ver la vida color de rosa”, canta el Tata Cedrón, poniéndole música a los poemas de González Tuñón. El libro de Darío Sztajnszrajber “¿Para qué sirve la filosofía?” también entiende que la vida es dura pero disiente con que la filosofía sea solo disgusto; en realidad, la filosofía es algo muy intenso, una experiencia límite que permite al filósofo y a quienes quieran filosofar (preguntarse exhaustivamente por el por qué de todo) vivir a pleno y sentir placeres y vacíos desconocidos. Sztajnszrajber propone un viaje, una aventura increíble por los arrabales de la filosofía; anuda relato y reflexión de un modo realmente novedoso pero que él mismo remite a los diálogos socráticos, a los filósofos cínicos o a los sofistas que debatían públicamente todos los temas y aspectos de la vida ateniense. Lo sorprendente es que en esta Argentina actual, la filosofía sea un tema que atraiga a miles de jóvenes lectores y entusiasme a muchos a adentrarse en los recorridos apasionantes de la historia de la filosofía occidental y sus recovecos metodológicos.

Sztajnszrajber propone un viaje por la filosofía occidental, desde los presocráticos hasta Derrida y la deconstrucción; y su propuesta es asombrosa porque su escritura es una puesta en escena, una suma donde el relato del filósofo deriva por los márgenes de la gran ciudad mientras intenta relatar, explicar los problemas básicos de la filosofía. Literalmente se sube a un colectivo, rumbo a ningún lugar y allí empieza la aventura compartida con los lectores. Toma un colectivo (medio de transporte) y también lo colectivo para poder dialogar, razonar, preguntarse y explicar conceptos y situaciones.

Al revés de la imagen del filósofo encerrado entre paredes de libros sin conexión con el mundo cotidiano, Sztanszrajber entiende que el roce con la gente y la calle es fundamental para filosofar, para analizar y progresar en su relato reflexivo. El resultado es increíble: logra mantener en vilo a miles de lectores que pasan las páginas como si fuera un alegre y vital recorrido mientras el autor desglosa y explica “como si fuera fácil” conceptos tales como los del Ser, la verdad, la deconstrucción, la hermenéutica, el logos, la muerte, la metafísica, y la historia de la filosofía occidental.

El libro se abre con una andanada de preguntas, muchas, en un mismo párrafo como para noquear cualquier intento pasatista; el lector queda avisado: si se sube a este colectivo de filosofía, tendrá que adentrarse hasta los límites más abstractos y más concretos de la experiencia. Deberá animarse a parecer un tonto como Tales de Mileto (que se caía en los pozos por no mirar dónde caminaba), un loco como Nietzsche, un prisionero que se salva pero que vuelve a salvar a los demás, un atolondrado y abstraído pero también alguien junto a la gente, ni menos ni más, uno más, allí, en medio de la escena caótica. La postura filosófica de Darío Sztajnszrajber es muy clara: hay que salir de la casa, andar, viajar, perderse, estar entre la gente, dialogar, jugar, aventurarse, bailar, para poder reflexionar y desde lo cotidiano, poner en duda todas las certezas y todas las obviedades del mundo incuestionable.

Este libro invita al lector, como sus ciclos televisivos al televidente o sus presentaciones teatrales y musicales al espectador a dejar de ser un lector, un televidente, un espectador y arenga para la acción, para que sean protagonistas de la reflexión, esa, la que desubica, desacomoda, duda, revierte, suspende certezas y cuestiona el utilitarismo y la enajenación. Sztajnszrajber entiende que la filosofía es una manera abierta de pensar, sin clausuras ni resoluciones, y que no excluye la asociación y la imaginación.

“Solo la marcha puede generar el encuentro de lo nuevo”, escribe y avanza en el relato del flaneur que recorre los pliegues y los repliegues del margen, de los límites racionales y urbanos; el extrañamiento de un mundo (ver todo como si se lo viera como por primera vez) es el combustible para la búsqueda azarosa de ese saber lábil, entre la pretensión de absoluto y la conciencia de los límites.


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