Matthysse sí: Matthysse, quién sabe

Hace bastante tiempo sabemos que el trelewense es uno de los mejores welter junior del planeta, uno de los boxeadores más taquilleros y uno de los más respetados en los Estados Unidos, pero lo que está por verse es si será capaz de alcanzar las altas cumbres a las que aspira y que palabras más, palabras menos, dan por descontadas sus entrenadores y su mentor, Oscar de la Hoya.

25 ABR 2015 - 14:00 | Actualizado

Intentar trazar un análisis que además de honesto sea serio y, de forma eventual, certero, implicará llevar al máximo posible la complejidad de lo analizado y resistir dos tentaciones igual de tóxicas: ver como un todo homogéneo y virtuoso al Matthysse más convincente y exagerar las limitaciones, las deudas, las brumas, del Matthysse menos convincente.

Esa distancia metodológica que sería plausible en cualquier caso, se vuelve indispensable en el específico caso del chubutense: aludimos a alguien que se siente en condiciones de vencer a Manny Pacquiao y/o a Floyd Mayweather, en buen romance, dos de los mejores boxeadores del siglo en curso, si no los mejores, a secas.

Lo dijo, el propio Lucas, lo dijo De la Hoya, lo dicen sus fans: amén de reconquistar el título del mundo welter junior llegó al punto de cocción que desoye cualquier barrera: coronar también entre los welters, subir con grandes chances de prosperar ante Pac Man o Money y, por añadidura, meterse de lleno en las compulsas que otorgan el sitial del mejor libra por libra y las menciones honoríficas a quienes merodean esa condición.

Pues bien: a propósito alto, alta exigencia.

Frente a Ruslan Provodnikov (un adversario igual de peligroso que propicio para el lucimiento ajeno), el chubutense radicado en Junín supo consumar seis rounds que entran con holgura en lo mejor de una trayectoria profesional iniciada en el ya lejano 2004: absoluto control del centro del ring, frialdad, cintura, variedad de golpes, intensidad y, por qué no, imagen general de verdadero crack.

Pero hete aquí que la pelea duraba 12 asaltos y del séptimo en adelante su declinación pasó de castaño oscuro: primero se expresó en la pérdida de la iniciativa real, luego en la cantidad y calidad de sus envíos, después en movilidad de piernas y resto aeróbico y por último en imagen, porte, prestancia.

Este cóctel acrecentó los méritos del estoico y rocoso Provodnikov y dejó a Matthysse acaso no al borde de la derrota pero sí, como mínimo, servido en bandeja para los interrogantes ineludibles.

Por saber: ¿su declinación deberá ser atribuida al natural desgaste que conlleva dominar al robot ruso? ¿Su lesión en la mano derecha impidió que buscara forzar la lucha en pos de una definición categórica y a la vez lo persuadió de que lo más prudente era administrar la amplia ventaja obtenida?

En el caso de que las respuestas fueran afirmativas deberían disponer de la gracia del valor del atenuante, pero aún así no cancelarían un par de costados cuestionables, o sugestivos: ¿no es preocupante que alguien que pretende vérselas con Pacquiao y Mayweather tenga gasolina para la mitad de lo requerido por un combate de la más severa exigencia?

¿No es todavía más preocupante la constancia de que en la mayoría de sus compromisos más importantes cuando la pelea se alargó demasiado Matthysse se fue desinflando?

Salvo con dos peleadores de nivel dudoso, versus Asoje Olusegun y John John Molina Junior (con quien, dicho sea de paso, estuvo al borde del precipicio), fue de más a menos con Zab Judah (noviembre de 2010, en New Jersey), Devon Alexander (junio de 2011, en Missouri), Danny García (septiembre de 2013 en Las Vegas) y Provodnikov (abril de 2015, en NuevaYork).

Tuvo suerte diversa, es cierto, a veces perjudicado por los veredictos de los jueces, también es cierto, pero siempre en esa delicada zona de la falta del cinco para el peso que separa al muy buen boxeador del gran boxeador.

Mathysse es un muy buen boxeador, y de lo más calificado del boxeo argentino de este tiempo, pero sea por la razón que fuere (limitaciones de su rincón, o de su preparación, o de su vigor físico, o de su fuego sagrado, tal vez un poco de todo), el traje de gran boxeador todavía no le calza a medida.

En él estará, ya que según pronostica se avecina los pleitos más trascendentes de una carrera de por sí admirable, desmentir las hipótesis aquí expuestas y poner su nombre en las páginas más luminosas de la historia del boxeo nacional.

Fuente: Walter Vargas - Télam.

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25 ABR 2015 - 14:00

Intentar trazar un análisis que además de honesto sea serio y, de forma eventual, certero, implicará llevar al máximo posible la complejidad de lo analizado y resistir dos tentaciones igual de tóxicas: ver como un todo homogéneo y virtuoso al Matthysse más convincente y exagerar las limitaciones, las deudas, las brumas, del Matthysse menos convincente.

Esa distancia metodológica que sería plausible en cualquier caso, se vuelve indispensable en el específico caso del chubutense: aludimos a alguien que se siente en condiciones de vencer a Manny Pacquiao y/o a Floyd Mayweather, en buen romance, dos de los mejores boxeadores del siglo en curso, si no los mejores, a secas.

Lo dijo, el propio Lucas, lo dijo De la Hoya, lo dicen sus fans: amén de reconquistar el título del mundo welter junior llegó al punto de cocción que desoye cualquier barrera: coronar también entre los welters, subir con grandes chances de prosperar ante Pac Man o Money y, por añadidura, meterse de lleno en las compulsas que otorgan el sitial del mejor libra por libra y las menciones honoríficas a quienes merodean esa condición.

Pues bien: a propósito alto, alta exigencia.

Frente a Ruslan Provodnikov (un adversario igual de peligroso que propicio para el lucimiento ajeno), el chubutense radicado en Junín supo consumar seis rounds que entran con holgura en lo mejor de una trayectoria profesional iniciada en el ya lejano 2004: absoluto control del centro del ring, frialdad, cintura, variedad de golpes, intensidad y, por qué no, imagen general de verdadero crack.

Pero hete aquí que la pelea duraba 12 asaltos y del séptimo en adelante su declinación pasó de castaño oscuro: primero se expresó en la pérdida de la iniciativa real, luego en la cantidad y calidad de sus envíos, después en movilidad de piernas y resto aeróbico y por último en imagen, porte, prestancia.

Este cóctel acrecentó los méritos del estoico y rocoso Provodnikov y dejó a Matthysse acaso no al borde de la derrota pero sí, como mínimo, servido en bandeja para los interrogantes ineludibles.

Por saber: ¿su declinación deberá ser atribuida al natural desgaste que conlleva dominar al robot ruso? ¿Su lesión en la mano derecha impidió que buscara forzar la lucha en pos de una definición categórica y a la vez lo persuadió de que lo más prudente era administrar la amplia ventaja obtenida?

En el caso de que las respuestas fueran afirmativas deberían disponer de la gracia del valor del atenuante, pero aún así no cancelarían un par de costados cuestionables, o sugestivos: ¿no es preocupante que alguien que pretende vérselas con Pacquiao y Mayweather tenga gasolina para la mitad de lo requerido por un combate de la más severa exigencia?

¿No es todavía más preocupante la constancia de que en la mayoría de sus compromisos más importantes cuando la pelea se alargó demasiado Matthysse se fue desinflando?

Salvo con dos peleadores de nivel dudoso, versus Asoje Olusegun y John John Molina Junior (con quien, dicho sea de paso, estuvo al borde del precipicio), fue de más a menos con Zab Judah (noviembre de 2010, en New Jersey), Devon Alexander (junio de 2011, en Missouri), Danny García (septiembre de 2013 en Las Vegas) y Provodnikov (abril de 2015, en NuevaYork).

Tuvo suerte diversa, es cierto, a veces perjudicado por los veredictos de los jueces, también es cierto, pero siempre en esa delicada zona de la falta del cinco para el peso que separa al muy buen boxeador del gran boxeador.

Mathysse es un muy buen boxeador, y de lo más calificado del boxeo argentino de este tiempo, pero sea por la razón que fuere (limitaciones de su rincón, o de su preparación, o de su vigor físico, o de su fuego sagrado, tal vez un poco de todo), el traje de gran boxeador todavía no le calza a medida.

En él estará, ya que según pronostica se avecina los pleitos más trascendentes de una carrera de por sí admirable, desmentir las hipótesis aquí expuestas y poner su nombre en las páginas más luminosas de la historia del boxeo nacional.

Fuente: Walter Vargas - Télam.


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