¿Enamorarse en tiempos postmodernos?

Columna de opinión, por Daniela Patricia Almirón (*).

04 MAY 2015 - 14:41 | Actualizado

He sido, soy y seré una romántica empedernida. De las que creen que el príncipe azul existe. ¡Sí! Tomando una brocha grande, sumergiéndola en un gran tarro de pintura azul, y pintando a nuestro amado, prolijamente, de color azul.

Creo en el amor, a lo John Lennon, como fuerza motivadora e impulsora del ser humano, y como salvador de nuestras miserias.

Creo en ese estado etéreo, mágico, y limitado en el tiempo que es el enamoramiento.

Quizás muchos compartan esto de que el amor, se siente en la barriga y no en la mente. ¿O en el corazón? Cuando le incorporamos el razonamiento, bueno, dudo, ¿sigue siendo amor?

Personalmente me veo sorprendida acerca de algunos estudios de los últimos tiempos en relación al parecido entre el cerebro y el estómago. Los estudios muestran que tanto el sistema nervioso central en el cerebro, como el sistema nervioso entérico, el del estómago, están compuestos por neuronas. Llaman al intestino ¡el segundo cerebro!

Pensé entonces esto de, con lo que alimentamos la panza, es lo que somos. Con lo que alimentamos el cerebro, ese de la cabeza, ¡es lo que somos!

Helen Fisher, Doctora en Antropología, cuenta con una interesante y vasta investigación acerca del cerebro enamorado. Sus análisis y conclusiones son realmente sorprendentes.

Pareciera que la ciencia puede estar más cercana a conocer por qué nos enamoramos, y dónde ocurre el enamoramiento en nuestro cuerpo. El tema de por qué nos enamoramos de una persona determinada, y no de otra, es más complejo de develar en sus causas. Como le llama esta investigadora, cuando ese alguien comienza a tener “un significado especial”.

Por qué en una reunión, en una fiesta, en el bus, en el subte, ante tantas miradas, cuerpos, y expresiones, dirigimos nuestra atención hacia una persona en particular, y no a las otras. Si pueden ser igualmente tan “atractivas” como aquella, de dónde viene o cómo ocurre esa inclinación.

Me encanta una expresión de esta investigadora, que dice acerca de cuando estamos enamorados que “alguien está acampado en su cerebro”. Y es así.

Se instala. Armó la carpa, estiró las cuerdas, marcó el espacio, las amarró a un árbol, y generó como dicen en los campings de Chile “su sitio”. Y ni decirles si lleva su mejor equipito de camping, se quedará ahí por los siglos de los siglos, mientras uno lo permita. O nuestros cerebros lo admitan.

Infinito es lo escrito, musicalizado, interpretado, filmado, pintado, esculpido, acerca y en pos del amor.

La película francesa “Ella se va”, protagonizada por la siempre bella y expresiva Catherine Deneueve, me activa estas ideas.

Mujer adulta y bella, dueña de un pequeño restaurant, en un pueblito típico de la campiña, vive con su madre y atada a un amor. Su madre, nada menos, le develará que ese amor suyo ya no la elige, que vuela hacia otros brazos. Dolida, angustiada, y en busca de cigarrillos, suelta su delantal, toma su auto y se va. Conduce y conduce por esos caminitos que unen un pueblito con otro. Hay una escena, preciosa, donde un lugareño, bien mayor, de otro pueblo, con el fin de saciar su ansiedad fumadora, le arma un cigarro. Ahí, sentados ambos a la mesa de su casa.

Sus manos y sus dedos son grandes, gordos, robustos. Difícilmente uno se explica cómo arma el cigarro, a la vez tomándolo con tanta delicadeza y concentración. Ella lo mira, pacientemente, y cada tanto le dice “parece que ya está”, y él pacientemente le responde “no aún”. Hasta que termina de armarlo, y fuman juntos. En el camino tendrá una que otra aventura. A veces hay que salir, mirar hacia los costados, enterarse que el mundo “era más ancho que sus caderas”, cantaría Sabina. Y ver qué pasa. El encontrarse con alguien que ya se conocía, pero desde un lugar distinto, pasado el tiempo, y con otras construcciones, le permite a este personaje animarse. Su energía direccionada hacia ese hombre, y la de él hacia ella, transitando el camino de la seducción y el enamoramiento.

Estamos inmersos en una hipercomunicación electrónica. El mundo en un click. Más allá de ello enamorarse, ser signado como “alguien especial”, que alguien comience a tener ese “significado especial”, sigue y seguirá siendo parte de las necesidades humanas, vitales. Los seres humanos gratamente convivimos con el desafío de continuar explorando nuevas y más saludables formas de relacionarnos y construir en pareja. Y… los poetas seguirán, ensayando las mejores y más profundas formas de expresar el amor.

“Podrá secarse en un instante el mar, podrá quebrarse el eje de la tierra como un débil cristal, todo sucederá. Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón, pero jamás en mí, podrá apagarse la llama de tu amor”, Gustavo Adolfo Becker.#

Daniela Patricia Almirón es abogada-Mediadora (*)

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04 MAY 2015 - 14:41

He sido, soy y seré una romántica empedernida. De las que creen que el príncipe azul existe. ¡Sí! Tomando una brocha grande, sumergiéndola en un gran tarro de pintura azul, y pintando a nuestro amado, prolijamente, de color azul.

Creo en el amor, a lo John Lennon, como fuerza motivadora e impulsora del ser humano, y como salvador de nuestras miserias.

Creo en ese estado etéreo, mágico, y limitado en el tiempo que es el enamoramiento.

Quizás muchos compartan esto de que el amor, se siente en la barriga y no en la mente. ¿O en el corazón? Cuando le incorporamos el razonamiento, bueno, dudo, ¿sigue siendo amor?

Personalmente me veo sorprendida acerca de algunos estudios de los últimos tiempos en relación al parecido entre el cerebro y el estómago. Los estudios muestran que tanto el sistema nervioso central en el cerebro, como el sistema nervioso entérico, el del estómago, están compuestos por neuronas. Llaman al intestino ¡el segundo cerebro!

Pensé entonces esto de, con lo que alimentamos la panza, es lo que somos. Con lo que alimentamos el cerebro, ese de la cabeza, ¡es lo que somos!

Helen Fisher, Doctora en Antropología, cuenta con una interesante y vasta investigación acerca del cerebro enamorado. Sus análisis y conclusiones son realmente sorprendentes.

Pareciera que la ciencia puede estar más cercana a conocer por qué nos enamoramos, y dónde ocurre el enamoramiento en nuestro cuerpo. El tema de por qué nos enamoramos de una persona determinada, y no de otra, es más complejo de develar en sus causas. Como le llama esta investigadora, cuando ese alguien comienza a tener “un significado especial”.

Por qué en una reunión, en una fiesta, en el bus, en el subte, ante tantas miradas, cuerpos, y expresiones, dirigimos nuestra atención hacia una persona en particular, y no a las otras. Si pueden ser igualmente tan “atractivas” como aquella, de dónde viene o cómo ocurre esa inclinación.

Me encanta una expresión de esta investigadora, que dice acerca de cuando estamos enamorados que “alguien está acampado en su cerebro”. Y es así.

Se instala. Armó la carpa, estiró las cuerdas, marcó el espacio, las amarró a un árbol, y generó como dicen en los campings de Chile “su sitio”. Y ni decirles si lleva su mejor equipito de camping, se quedará ahí por los siglos de los siglos, mientras uno lo permita. O nuestros cerebros lo admitan.

Infinito es lo escrito, musicalizado, interpretado, filmado, pintado, esculpido, acerca y en pos del amor.

La película francesa “Ella se va”, protagonizada por la siempre bella y expresiva Catherine Deneueve, me activa estas ideas.

Mujer adulta y bella, dueña de un pequeño restaurant, en un pueblito típico de la campiña, vive con su madre y atada a un amor. Su madre, nada menos, le develará que ese amor suyo ya no la elige, que vuela hacia otros brazos. Dolida, angustiada, y en busca de cigarrillos, suelta su delantal, toma su auto y se va. Conduce y conduce por esos caminitos que unen un pueblito con otro. Hay una escena, preciosa, donde un lugareño, bien mayor, de otro pueblo, con el fin de saciar su ansiedad fumadora, le arma un cigarro. Ahí, sentados ambos a la mesa de su casa.

Sus manos y sus dedos son grandes, gordos, robustos. Difícilmente uno se explica cómo arma el cigarro, a la vez tomándolo con tanta delicadeza y concentración. Ella lo mira, pacientemente, y cada tanto le dice “parece que ya está”, y él pacientemente le responde “no aún”. Hasta que termina de armarlo, y fuman juntos. En el camino tendrá una que otra aventura. A veces hay que salir, mirar hacia los costados, enterarse que el mundo “era más ancho que sus caderas”, cantaría Sabina. Y ver qué pasa. El encontrarse con alguien que ya se conocía, pero desde un lugar distinto, pasado el tiempo, y con otras construcciones, le permite a este personaje animarse. Su energía direccionada hacia ese hombre, y la de él hacia ella, transitando el camino de la seducción y el enamoramiento.

Estamos inmersos en una hipercomunicación electrónica. El mundo en un click. Más allá de ello enamorarse, ser signado como “alguien especial”, que alguien comience a tener ese “significado especial”, sigue y seguirá siendo parte de las necesidades humanas, vitales. Los seres humanos gratamente convivimos con el desafío de continuar explorando nuevas y más saludables formas de relacionarnos y construir en pareja. Y… los poetas seguirán, ensayando las mejores y más profundas formas de expresar el amor.

“Podrá secarse en un instante el mar, podrá quebrarse el eje de la tierra como un débil cristal, todo sucederá. Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón, pero jamás en mí, podrá apagarse la llama de tu amor”, Gustavo Adolfo Becker.#

Daniela Patricia Almirón es abogada-Mediadora (*)


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