Insólito: condenados por vender droga frente a un centro de rehabilitación

Son dos hermanos que comerciaban marihuana y cocaína todo el día a metros de un Centro de Día para adictos, de una escuela y de un puesto sanitario. Cumplirán seis años de prisión. Una tercera hermana y su pareja, también castigados.

Trío. Desde la izquierda, De Diego, Monella y Guanziroli, los jueces que analizaron el curioso caso de los hermanos comodorenses.
28 JUL 2015 - 22:31 | Actualizado

Tres hermanos fueron condenados en una causa por narcotráfico en Comodoro Rivadavia. Lo curioso es que dos de ellos, Martín Javier e Ítalo Bartolomé Piccinini, vendían droga justo frente a un Centro de Día de Zona Norte, lugar de tratamiento para adictos, y a una cuadra de la Escuela 707 “Ciudad del Yapeyú”. Fueron sentenciados a seis años de prisión y pagarán una multa de 3.000 pesos.

El Tribunal Oral Federal de la ciudad petrolera les impuso además un tratamiento curativo, si es que se comprueba a su ingreso al penal que aún son adictos a las drogas. Martín es albañil y su hermano, marinero. Les dicen “Pichi” y “Bartolo”.

Sonia Pilar es la tercera. Es cocinera y por tenencia simple fue condenada a dos años de prisión en suspenso, multa de 225 pesos y 200 horas de trabajos no remunerados a favor del Estado o de una institución pública. Su pareja, Diego Almonacid, recibió el mismo castigo.

El caso se inició en abril de 2013 por una denuncia anónima sobre venta de marihuana y cocaína en Base Matienzo Casa 52, del barrio Don Bosco Km. 8, vivienda de los varones. Los seguimientos verificaron que no tenían trabajo pero había sospechosos movimientos a toda hora, típicos de la venta al menudeo. Llegaban personas a comprar, en visitas de menos de un minuto, a pie, en bicicleta, en auto o en moto. “Pichi” y “Bartolo” los recibían. Se vieron “pasamanos” de entregas y pagos.

Sonia visitaba a sus hermanos junto con su pareja en una camioneta Chevrolet Luv verde, casi siempre de 19 a 21, el horario de más movimiento. Incluso se vio a adolescentes de 15 años buscar estupefacientes.

La Policía advirtió que la casa no era un comercio y era inexplicable la concurrencia permanente de personas que tampoco eran familiares. “Bartolo” estaba siempre parado sobre el acceso vehicular, en alerta, observando, “con la intención cierta de detectar alguna acción inusual o ante la posibilidad de ser investigados a sabiendas de la actividad ilícita que realizarían”.

Su grupo de amigos se quedaba horas en el patio, tomando alcohol. “Llama la atención ya que no se los observó realizar ningún tipo de tareas laborales de donde pudieran recibir alguna remuneración para solventar sus gastos”.

La casa se ubica frente al Centro de Día “donde precisamente velan por la rehabilitación de enfermos adictos a las drogas” y a una cuadra de la Escuela 707 “de gran concurrencia de adolescentes”.

Muy cerca está el Centro de Salud del barrio. “Es común y fluido el paso por el lugar de niños y transeúntes ocasionales que concurren a esas instituciones”. También hay allí una cancha de fútbol barrial y la plaza Leopoldo Morales.

Una madrugada de mayo de 2013 hubo allanamientos que secuestraron droga, balanzas, elementos de corte, trozos de nylon, picadores, ralladores, celulares con mensajes de texto comprometedores, y cuadernos con anotaciones. Con la marihuana hallada podían prepararse 1.355 porros y con la cocaína, 786 dosis de 50 miligramos. Era droga repartida en 50 envoltorios en toda la casa.

Ante los jueces Nora Cabrera de Monella, Pedro de Diego y Enrique Guanziroli, Martín relató que desde sus 14 años era consumidor. Pero que no vendía sino que tomaba con sus amigos, y que los estupefacientes secuestrados eran para consumo personal.

Operativo

La noche del operativo estaba bajo el efecto del alcohol. La droga la fraccionaba para racionar su consumo. Se vio mucha gente en su casa porque “iban muchos amigos, conocidos del barrio, que iban a verlo”. Eran visitas de pocos minutos “porque pasaban a consumir algo”. Cuando allanaron “había cobrado una plata y fue a comprar droga a tres lugares diferentes, tres drogas diferentes de cannabis”.

La presencia de gente era constante: “Iban todos los días, de día, algunos, y de noche los más allegados como primos y amigos”. A veces se quedaba fuera de su casa toda la noche hasta las 9. En el patio tomaba toda la noche y al día siguiente se iba a trabajar. “Estaba consumido por el alcohol”, dijo.

Su hermano Ítalo compraba “piedras” de marihuana de 10, 20 y 25 gramos. Las tenía fraccionadas en una caja, escondidas debajo de su cama. Aseguró que la balanza secuestrada no era de precisión sino para pesar pescado. Y que no vendía estupefacientes sino empanadas, mariscos y langostinos que sacaba del barco.

“Compraba para abastecer su vicio y hace 20 años que fuma marihuana. Es navegante, no podía rendir el psicofísico y se tenía que aguantar sus vicios”. Las visitas eran sólo amigos con cerveza. “Muy consumidos por el alcohol”, los describió.

Nunca intentó recuperarse: “Quiso entrar un día al centro de rehabilitación pero no lo dejaron entrar. Cuando navegaba sacaba pescado del barco, lo pesaba, fraccionaba y vendía. “Fileteaban afuera, en la vereda, para que no quede olor, siempre sobre el hormigón”.

Pero los investigadores nunca vieron que en esa casa se limpiara y vendiera pescado como para atraer tanta clientela. Tampoco hubo un testigo que avalara esta coartada.

La hermana Sonia declaró que junto con Diego, su pareja, fuman marihuana. Y que no vendían ni almacenaban.

“A su casa siempre va mucha gente porque trabaja con el pescado, es peluquera y hace costura pero nada relacionado con la droga. La cocaína no es suya”. Si hay material, fuman hasta 30 veces en el día. Su pareja, sus hermanos o amigos le proveían droga. “Pero tampoco se la regalaban: siempre todo se paga”.

Enterate de las noticias de POLITICA a través de nuestro newsletter

Anotate para recibir las noticias más importantes de esta sección.

Te podés dar de baja en cualquier momento con un solo clic.
Trío. Desde la izquierda, De Diego, Monella y Guanziroli, los jueces que analizaron el curioso caso de los hermanos comodorenses.
28 JUL 2015 - 22:31

Tres hermanos fueron condenados en una causa por narcotráfico en Comodoro Rivadavia. Lo curioso es que dos de ellos, Martín Javier e Ítalo Bartolomé Piccinini, vendían droga justo frente a un Centro de Día de Zona Norte, lugar de tratamiento para adictos, y a una cuadra de la Escuela 707 “Ciudad del Yapeyú”. Fueron sentenciados a seis años de prisión y pagarán una multa de 3.000 pesos.

El Tribunal Oral Federal de la ciudad petrolera les impuso además un tratamiento curativo, si es que se comprueba a su ingreso al penal que aún son adictos a las drogas. Martín es albañil y su hermano, marinero. Les dicen “Pichi” y “Bartolo”.

Sonia Pilar es la tercera. Es cocinera y por tenencia simple fue condenada a dos años de prisión en suspenso, multa de 225 pesos y 200 horas de trabajos no remunerados a favor del Estado o de una institución pública. Su pareja, Diego Almonacid, recibió el mismo castigo.

El caso se inició en abril de 2013 por una denuncia anónima sobre venta de marihuana y cocaína en Base Matienzo Casa 52, del barrio Don Bosco Km. 8, vivienda de los varones. Los seguimientos verificaron que no tenían trabajo pero había sospechosos movimientos a toda hora, típicos de la venta al menudeo. Llegaban personas a comprar, en visitas de menos de un minuto, a pie, en bicicleta, en auto o en moto. “Pichi” y “Bartolo” los recibían. Se vieron “pasamanos” de entregas y pagos.

Sonia visitaba a sus hermanos junto con su pareja en una camioneta Chevrolet Luv verde, casi siempre de 19 a 21, el horario de más movimiento. Incluso se vio a adolescentes de 15 años buscar estupefacientes.

La Policía advirtió que la casa no era un comercio y era inexplicable la concurrencia permanente de personas que tampoco eran familiares. “Bartolo” estaba siempre parado sobre el acceso vehicular, en alerta, observando, “con la intención cierta de detectar alguna acción inusual o ante la posibilidad de ser investigados a sabiendas de la actividad ilícita que realizarían”.

Su grupo de amigos se quedaba horas en el patio, tomando alcohol. “Llama la atención ya que no se los observó realizar ningún tipo de tareas laborales de donde pudieran recibir alguna remuneración para solventar sus gastos”.

La casa se ubica frente al Centro de Día “donde precisamente velan por la rehabilitación de enfermos adictos a las drogas” y a una cuadra de la Escuela 707 “de gran concurrencia de adolescentes”.

Muy cerca está el Centro de Salud del barrio. “Es común y fluido el paso por el lugar de niños y transeúntes ocasionales que concurren a esas instituciones”. También hay allí una cancha de fútbol barrial y la plaza Leopoldo Morales.

Una madrugada de mayo de 2013 hubo allanamientos que secuestraron droga, balanzas, elementos de corte, trozos de nylon, picadores, ralladores, celulares con mensajes de texto comprometedores, y cuadernos con anotaciones. Con la marihuana hallada podían prepararse 1.355 porros y con la cocaína, 786 dosis de 50 miligramos. Era droga repartida en 50 envoltorios en toda la casa.

Ante los jueces Nora Cabrera de Monella, Pedro de Diego y Enrique Guanziroli, Martín relató que desde sus 14 años era consumidor. Pero que no vendía sino que tomaba con sus amigos, y que los estupefacientes secuestrados eran para consumo personal.

Operativo

La noche del operativo estaba bajo el efecto del alcohol. La droga la fraccionaba para racionar su consumo. Se vio mucha gente en su casa porque “iban muchos amigos, conocidos del barrio, que iban a verlo”. Eran visitas de pocos minutos “porque pasaban a consumir algo”. Cuando allanaron “había cobrado una plata y fue a comprar droga a tres lugares diferentes, tres drogas diferentes de cannabis”.

La presencia de gente era constante: “Iban todos los días, de día, algunos, y de noche los más allegados como primos y amigos”. A veces se quedaba fuera de su casa toda la noche hasta las 9. En el patio tomaba toda la noche y al día siguiente se iba a trabajar. “Estaba consumido por el alcohol”, dijo.

Su hermano Ítalo compraba “piedras” de marihuana de 10, 20 y 25 gramos. Las tenía fraccionadas en una caja, escondidas debajo de su cama. Aseguró que la balanza secuestrada no era de precisión sino para pesar pescado. Y que no vendía estupefacientes sino empanadas, mariscos y langostinos que sacaba del barco.

“Compraba para abastecer su vicio y hace 20 años que fuma marihuana. Es navegante, no podía rendir el psicofísico y se tenía que aguantar sus vicios”. Las visitas eran sólo amigos con cerveza. “Muy consumidos por el alcohol”, los describió.

Nunca intentó recuperarse: “Quiso entrar un día al centro de rehabilitación pero no lo dejaron entrar. Cuando navegaba sacaba pescado del barco, lo pesaba, fraccionaba y vendía. “Fileteaban afuera, en la vereda, para que no quede olor, siempre sobre el hormigón”.

Pero los investigadores nunca vieron que en esa casa se limpiara y vendiera pescado como para atraer tanta clientela. Tampoco hubo un testigo que avalara esta coartada.

La hermana Sonia declaró que junto con Diego, su pareja, fuman marihuana. Y que no vendían ni almacenaban.

“A su casa siempre va mucha gente porque trabaja con el pescado, es peluquera y hace costura pero nada relacionado con la droga. La cocaína no es suya”. Si hay material, fuman hasta 30 veces en el día. Su pareja, sus hermanos o amigos le proveían droga. “Pero tampoco se la regalaban: siempre todo se paga”.


NOTICIAS RELACIONADAS