El macabro oficio de fotografiar a los parientes “post mortem”

Del SigloXIX y hasta mediados del Siglo XX, las familias adineradas y las de clase media, acostumbraban a retratar en una foto a sus seres amados luego de su fallecimiento. Lo que hoy sería morboso, en esos tiempos, era la única forma de recordar al hijo, a la madre o al padre que ya no estaban.

30 OCT 2010 - 20:56 | Actualizado

¿Que es una fotografía?, un instante en el tiempo, el momento justo, el recuerdo atrapado, un segundo congelado. Todo esto se podría decir que significa una foto, esa cosa mágica que nos permite atesorar los momentos más gratos de nuestras vidas. Pero en el pasado, una foto, no solo reflejaba buenos momentos, y en los .albores de la profesión, también se las usaba con otra finalidad, una más tétrica: fotografiar a los seres queridos fallecidos, así nacía la “fotografía post mortem”.
Por macabro que parezca el tema, fue una costumbre real. A finales del siglo XIX y mediados del XX los fallecidos eran retratados como personas vivas, en pose, durmiendo, abrazados, mirando a la cámara o vestidos con sus mejores trajes, para que sus parientes pudieran recordarlos como en vida. No se trataba de algo macabro en esa época, como se podría pensar hoy, sino un hábito que acompañó a la comercialización de la fotografía que remplazaba el dibujo o el cuadro para lograr el recuerdo.
Tan pronto como el daguerrotipo (primer procedimiento fotográfico) se popularizó comenzaron a aparecer las primeras tomas post mortem.
Por repelente y extraño que nos pueda parecer hoy en día, los índices de mortalidad en aquellas épocas eran muy elevados, sobre todo en niños. Tan solo el 60% de ellos llegaba a una edad adulta. El fotografiarlos como si durmieran, era la única manera que quedaba de mantener un recuerdo para sus padres y hermanos. Por ser este un gasto elevado, no todas las familias podían fotografiar a sus hijos en vida, con lo cual reservaban estas fotos para los momentos trágicos, para cuando ya no estén.
Tras la muerte, la familia del fallecido se enfrentaba cara a cara con la desaparición del mismo y sólo el registro de su imagen a través de un proceso fotoquímico les permitía conservar un último recuerdo material de su aspecto. Por si esto fuera poco, los cuerpos exánimes resultaban el blanco perfecto para los daguerrotipistas (fotógrafos de esa época), limitados por los largos tiempos de exposición requeridos para impresionar sus placas fotosensibles. Muy escasas al principio, el número de imágenes post mortem fue creciendo exponencialmente a medida que la adquisición de una fotografía se convertía en algo más o menos “común”. En 1860 prácticamente todos los miembros de la sociedad podían permitirse el pago de un retrato, lo que popularizó en gran medida la difusión de los mismos. Sin embargo, el proceso seguía reservándose para eventos especiales, y además, fotografiar a los muertos siempre fue especialmente gravoso para las familias que encargaban la tarea. En muchos casos se justificaba el precio argumentando que el fotógrafo debía desplazarse hasta el lugar donde el fallecido estaba depositado, sin embargo, la razón real distaba un tanto de esa excusa. Lo que sucedió fue simple, hubo un momento en que la fotografía post mortem se popularizó muchísimo en ciertas zonas del planeta y prácticamente era un requisito social “obligatorio” su realización, lo que encareció los precios enormente, ya que la familia se veía forzada a realizar el pago sí o sí, sobre todo teniendo en cuenta el breve plazo de tiempo disponible para realizar la toma antes de sepultar cuerpo. Tal fue la difusión del fenómeno en Europa y Norteamérica que muchos fotógrafos se especializaron en gran medida y no eran extrañas las exposiciones reservadas exclusivamente a este tipo de tomas.
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso” del fallecido, pero también fue muy común disponer los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del difunto utilizando una cucharilla de café y re situar correctamente el ojo en la cuenca. De hecho, se solía dar completa libertad a la persona encargada de tomar la imagen para vestir y disponer el cuerpo como considerara apropiado. Muchos de los fotógrafos de aquel entonces se convirtieron en auténticos expertos del maquillaje, llegando a obtenerse resultados muy espectaculares en algunos casos y bastante patéticos en otros. En general, las fotografías podían tomarse de arriba hacia abajo o al revés, pero era muy común disponer la máquina a la altura del rostro del fallecido. Esa toma enfatizaba su rostro en gran medida y en muchos casos llevaba a una confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando se observa el retrato. Posteriormente, se incluyeron algunos otros adornos, como las flores. En general no se utilizaron los símbolos comunes reservados tradicionalmente a la muerte dentro de las obras pictóricas, aunque también hubo excepciones a esto último.
Los finales de la fotografía post mortem (entendida ésta como un recurso familiar para no olvidar a los fallecidos) llegaron a mediados del siglo XX, con la popularización de las cámaras fotográficas modernas, que permitieron fotografiar a la gente en vida realizando actividades normales. Son fotos con menos trabajo artístico, pero posiblemente más agradables para la gente. Sin embargo, la fotografía post mortem no murió del todo, aún en ciertas ocasiones se realiza, cuando el personaje fallecido resulta muy importante o famoso, o se recuerda la celebración funeraria en sí misma.
A diferencia de aquellos años, hoy la imagen de nuestro ser querido ya fallecido, quedó plasmada en vida, en momentos alegres, en un viaje o en familia. Visto de esa forma, también se podría decir, que aun que no lo queramos, tendremos el recuerdo de esa muerte retratada en el álbum familiar.#
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba
a los mismos una imagen de naturalidad
al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso”.

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30 OCT 2010 - 20:56

¿Que es una fotografía?, un instante en el tiempo, el momento justo, el recuerdo atrapado, un segundo congelado. Todo esto se podría decir que significa una foto, esa cosa mágica que nos permite atesorar los momentos más gratos de nuestras vidas. Pero en el pasado, una foto, no solo reflejaba buenos momentos, y en los .albores de la profesión, también se las usaba con otra finalidad, una más tétrica: fotografiar a los seres queridos fallecidos, así nacía la “fotografía post mortem”.
Por macabro que parezca el tema, fue una costumbre real. A finales del siglo XIX y mediados del XX los fallecidos eran retratados como personas vivas, en pose, durmiendo, abrazados, mirando a la cámara o vestidos con sus mejores trajes, para que sus parientes pudieran recordarlos como en vida. No se trataba de algo macabro en esa época, como se podría pensar hoy, sino un hábito que acompañó a la comercialización de la fotografía que remplazaba el dibujo o el cuadro para lograr el recuerdo.
Tan pronto como el daguerrotipo (primer procedimiento fotográfico) se popularizó comenzaron a aparecer las primeras tomas post mortem.
Por repelente y extraño que nos pueda parecer hoy en día, los índices de mortalidad en aquellas épocas eran muy elevados, sobre todo en niños. Tan solo el 60% de ellos llegaba a una edad adulta. El fotografiarlos como si durmieran, era la única manera que quedaba de mantener un recuerdo para sus padres y hermanos. Por ser este un gasto elevado, no todas las familias podían fotografiar a sus hijos en vida, con lo cual reservaban estas fotos para los momentos trágicos, para cuando ya no estén.
Tras la muerte, la familia del fallecido se enfrentaba cara a cara con la desaparición del mismo y sólo el registro de su imagen a través de un proceso fotoquímico les permitía conservar un último recuerdo material de su aspecto. Por si esto fuera poco, los cuerpos exánimes resultaban el blanco perfecto para los daguerrotipistas (fotógrafos de esa época), limitados por los largos tiempos de exposición requeridos para impresionar sus placas fotosensibles. Muy escasas al principio, el número de imágenes post mortem fue creciendo exponencialmente a medida que la adquisición de una fotografía se convertía en algo más o menos “común”. En 1860 prácticamente todos los miembros de la sociedad podían permitirse el pago de un retrato, lo que popularizó en gran medida la difusión de los mismos. Sin embargo, el proceso seguía reservándose para eventos especiales, y además, fotografiar a los muertos siempre fue especialmente gravoso para las familias que encargaban la tarea. En muchos casos se justificaba el precio argumentando que el fotógrafo debía desplazarse hasta el lugar donde el fallecido estaba depositado, sin embargo, la razón real distaba un tanto de esa excusa. Lo que sucedió fue simple, hubo un momento en que la fotografía post mortem se popularizó muchísimo en ciertas zonas del planeta y prácticamente era un requisito social “obligatorio” su realización, lo que encareció los precios enormente, ya que la familia se veía forzada a realizar el pago sí o sí, sobre todo teniendo en cuenta el breve plazo de tiempo disponible para realizar la toma antes de sepultar cuerpo. Tal fue la difusión del fenómeno en Europa y Norteamérica que muchos fotógrafos se especializaron en gran medida y no eran extrañas las exposiciones reservadas exclusivamente a este tipo de tomas.
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso” del fallecido, pero también fue muy común disponer los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del difunto utilizando una cucharilla de café y re situar correctamente el ojo en la cuenca. De hecho, se solía dar completa libertad a la persona encargada de tomar la imagen para vestir y disponer el cuerpo como considerara apropiado. Muchos de los fotógrafos de aquel entonces se convirtieron en auténticos expertos del maquillaje, llegando a obtenerse resultados muy espectaculares en algunos casos y bastante patéticos en otros. En general, las fotografías podían tomarse de arriba hacia abajo o al revés, pero era muy común disponer la máquina a la altura del rostro del fallecido. Esa toma enfatizaba su rostro en gran medida y en muchos casos llevaba a una confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando se observa el retrato. Posteriormente, se incluyeron algunos otros adornos, como las flores. En general no se utilizaron los símbolos comunes reservados tradicionalmente a la muerte dentro de las obras pictóricas, aunque también hubo excepciones a esto último.
Los finales de la fotografía post mortem (entendida ésta como un recurso familiar para no olvidar a los fallecidos) llegaron a mediados del siglo XX, con la popularización de las cámaras fotográficas modernas, que permitieron fotografiar a la gente en vida realizando actividades normales. Son fotos con menos trabajo artístico, pero posiblemente más agradables para la gente. Sin embargo, la fotografía post mortem no murió del todo, aún en ciertas ocasiones se realiza, cuando el personaje fallecido resulta muy importante o famoso, o se recuerda la celebración funeraria en sí misma.
A diferencia de aquellos años, hoy la imagen de nuestro ser querido ya fallecido, quedó plasmada en vida, en momentos alegres, en un viaje o en familia. Visto de esa forma, también se podría decir, que aun que no lo queramos, tendremos el recuerdo de esa muerte retratada en el álbum familiar.#
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba
a los mismos una imagen de naturalidad
al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso”.


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