Se fue Mariano van Gelderen, el “Rey de las ballenas”

Tenía 70 años y vivía hace más de 30 en Puerto Pirámides. Fue pionero en la realización de avistajes y un luchador incansable por todo lo relacionado al medio ambiente.

Pionero. Mariano Van Gelderen fue un precursor en los avistajes de ballenas, que hoy se conocen en el mundo.
29 DIC 2015 - 22:00 | Actualizado

Por Estebán Gallo

Fue un personaje de película. El actor principal de una leyenda repleta de conquistas, que enriquecieron la historia de un lugar que él mismo se encargó de edificar con la impronta de su trabajo y sus descubrimientos.

Fue un enamorado de la Patagonia desde el primer día que pisó este suelo y este mar, a los que cuidó celosamente hasta el último suspiro de su vida.

Fue un verdadero visionario, de esos que aparecen de vez en cuando para darle verdadero sentido a la palabra visionario.

Apasionado, vehemente, histriónico, polémico, pasó por este mundo sin puntos grises, escribiendo cada episodio de la vida, con el sello de su espíritu salvaje.

Mariano Van Gelderen, descendiente de holandeses e italianos, nació en Bahía Blanca, pero se radicó a los 9 años en San Isidro, en el norte del Gran Buenos Aires. Allí se acercó al CASI, club de rugby que le abrió sus puertas desde las inferiores hasta su debut en primera división.

A principios de la década del 70 e impulsado por un emprendimiento familiar, se subió a un camión yerbatero y emigró a la Patagonia. Cuando llegó a Puerto Pirámides, la aldea contaba con menos de un centenar de habitantes y todo estaba por hacer.

Fue como un amor a primera vista. Quedó embelesado con la geografía de los médanos, la mansedumbre del lugar, la hospitalidad de la gente, la paz que le transmitía la inmensidad del mar, la soledad que ilumina la mente, porque como “El Gordo” decía: “estar solo, te obliga a pensar, a imaginar cosas, a encontrar tu destino”. Y Mariano lo encontró mientras se sumergía en el Golfo y descubría el fascinante mundo de las ballenas.

Un día se puso en contacto con un grupo de franceses que llegaron para organizar la visita de Jacques Yves Cousteau a la Península. Mariano se encargó de la logística con extraordinaria pericia y ese acercamiento le abrió las puertas para conocer a Cousteau en persona.

Con el tiempo se fue convirtiendo en un experto de la naturaleza. Fue el que comenzó a organizar actividades de pesca y avistaje de lobos marinos, desafiando el frío del mar con el calor de su alma indomable. Cuando las ballenas empezaron a asentarse con sus crías, empezó a llevar de a dos o tres turistas en un bote pequeño. Fue también el primero en individualizar a los cetáceos y ponerles nombres, a interpretar los movimientos y los sonidos del animal.

No necesitó de un guía que le marcara el camino, porque él estaba destinado a ser el maestro. Tenía el don de interpretar los designios de la naturaleza sin ningún libro en la mano, pero con la sabiduría que otorgan las largas horas de estudio y contemplación. Era un intuitivo pero también un estudioso. Las técnicas de avistaje que fueron desarrollando con Jorge Schmid, Tito Botazzi, “Rafa” Benegas y “Peke” Sosa, se convirtieron en modelo de las prácticas que hoy se replican en el mundo entero.

Fue un rebelde con causa y un provocador nato. Sus declaraciones siempre despertaron polémica. Dijo en una entrevista que “los pingüinos de la Península fueron impuestos, vinieron camiones con tierra, huevos y pingüinos, y los tiraron en las pingüineras”. En la última entrevista concedida a Jornada fustigó con dureza a la empresa Aluar por los graves daños causados a la naturaleza. Van Gelderen “no se achicaba nunca” y frente a enemigos de gran poder “se plantaba” como un quijote. “El Gordo” sabía que algunas batallas estaban perdidas, pero prefirió vivir con la dignidad del hombre que es capaz de gritar sus verdades a los cuatro vientos.

El físico voluminoso, la barba blanca y legendaria, la potente sonoridad de su voz, la presencia de su mítica figura en el mar, será una imagen perenne que trascenderá a las generaciones presentes y futuras.

Sus restos serán inhumados hoy en el cementerio de Puerto Pirámides. El Rey de las Ballenas descansa en el pueblo que fue “su lugar en el mundo”. En el sitio mágico donde escribió las páginas de su maravillosa historia.

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Pionero. Mariano Van Gelderen fue un precursor en los avistajes de ballenas, que hoy se conocen en el mundo.
29 DIC 2015 - 22:00

Por Estebán Gallo

Fue un personaje de película. El actor principal de una leyenda repleta de conquistas, que enriquecieron la historia de un lugar que él mismo se encargó de edificar con la impronta de su trabajo y sus descubrimientos.

Fue un enamorado de la Patagonia desde el primer día que pisó este suelo y este mar, a los que cuidó celosamente hasta el último suspiro de su vida.

Fue un verdadero visionario, de esos que aparecen de vez en cuando para darle verdadero sentido a la palabra visionario.

Apasionado, vehemente, histriónico, polémico, pasó por este mundo sin puntos grises, escribiendo cada episodio de la vida, con el sello de su espíritu salvaje.

Mariano Van Gelderen, descendiente de holandeses e italianos, nació en Bahía Blanca, pero se radicó a los 9 años en San Isidro, en el norte del Gran Buenos Aires. Allí se acercó al CASI, club de rugby que le abrió sus puertas desde las inferiores hasta su debut en primera división.

A principios de la década del 70 e impulsado por un emprendimiento familiar, se subió a un camión yerbatero y emigró a la Patagonia. Cuando llegó a Puerto Pirámides, la aldea contaba con menos de un centenar de habitantes y todo estaba por hacer.

Fue como un amor a primera vista. Quedó embelesado con la geografía de los médanos, la mansedumbre del lugar, la hospitalidad de la gente, la paz que le transmitía la inmensidad del mar, la soledad que ilumina la mente, porque como “El Gordo” decía: “estar solo, te obliga a pensar, a imaginar cosas, a encontrar tu destino”. Y Mariano lo encontró mientras se sumergía en el Golfo y descubría el fascinante mundo de las ballenas.

Un día se puso en contacto con un grupo de franceses que llegaron para organizar la visita de Jacques Yves Cousteau a la Península. Mariano se encargó de la logística con extraordinaria pericia y ese acercamiento le abrió las puertas para conocer a Cousteau en persona.

Con el tiempo se fue convirtiendo en un experto de la naturaleza. Fue el que comenzó a organizar actividades de pesca y avistaje de lobos marinos, desafiando el frío del mar con el calor de su alma indomable. Cuando las ballenas empezaron a asentarse con sus crías, empezó a llevar de a dos o tres turistas en un bote pequeño. Fue también el primero en individualizar a los cetáceos y ponerles nombres, a interpretar los movimientos y los sonidos del animal.

No necesitó de un guía que le marcara el camino, porque él estaba destinado a ser el maestro. Tenía el don de interpretar los designios de la naturaleza sin ningún libro en la mano, pero con la sabiduría que otorgan las largas horas de estudio y contemplación. Era un intuitivo pero también un estudioso. Las técnicas de avistaje que fueron desarrollando con Jorge Schmid, Tito Botazzi, “Rafa” Benegas y “Peke” Sosa, se convirtieron en modelo de las prácticas que hoy se replican en el mundo entero.

Fue un rebelde con causa y un provocador nato. Sus declaraciones siempre despertaron polémica. Dijo en una entrevista que “los pingüinos de la Península fueron impuestos, vinieron camiones con tierra, huevos y pingüinos, y los tiraron en las pingüineras”. En la última entrevista concedida a Jornada fustigó con dureza a la empresa Aluar por los graves daños causados a la naturaleza. Van Gelderen “no se achicaba nunca” y frente a enemigos de gran poder “se plantaba” como un quijote. “El Gordo” sabía que algunas batallas estaban perdidas, pero prefirió vivir con la dignidad del hombre que es capaz de gritar sus verdades a los cuatro vientos.

El físico voluminoso, la barba blanca y legendaria, la potente sonoridad de su voz, la presencia de su mítica figura en el mar, será una imagen perenne que trascenderá a las generaciones presentes y futuras.

Sus restos serán inhumados hoy en el cementerio de Puerto Pirámides. El Rey de las Ballenas descansa en el pueblo que fue “su lugar en el mundo”. En el sitio mágico donde escribió las páginas de su maravillosa historia.


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