Peter Kürten, el vampiro que aterrorizó a todo un pueblo en Alemania

Durante el día, era un vecino ejemplar, un hombre trabajador y un buen esposo. Por las noches, era un monstruo que violaba, asesinaba y bebía la sangre de sus víctimas. Dijo al jurado: “Necesito de la sangre como un bebedor necesita del alcohol”. Fue decapitado en julio de 1931.

14 MAY 2011 - 22:41 | Actualizado

En la Europa del este, en la zona de los Balcanes, la creencia en los vampiros está tan arraigada hoy en día como lo estuvo en el medioevo, donde se cazaba al monstruo y se lo mataba con una estaca y luego se lo decapitaba. En esos parajes, los campesinos aún cuelgan ristras de ajo tras las ventanas, colocan crucifijos en las habitaciones y no le abren la puerta a nadie que llame después de la caída del sol.

Hoy en los albores del Siglo XXI, esas creencias nos parecen irrisorias y hasta primitivas. Pero en esta sociedad moderna también existen los vampiros, no como los que muestra el cine de terror. Los de aquí, sin embargo, se mezclan entre nosotros, comparten nuestra vida diaria y por qué no, viven en nuestro vecindario y al igual que sus primos legendarios, por las noches salen en busca de sangre.

El alemán Peter Kürten, era ese vecino bueno, hombre callado y trabajador. Devoto esposo y persona de bajo perfil, pero esa era la fachada que escondía al monstruo que habitaba en él. Nadie sabía que Kurten sufría de un grave trastorno mental y obsesivo, ese desorden se llama hematofilia (placer por la sangre). Y fue esa condición lo que lo impulsaba por las noches a dejar su lado apacible y transformarse en el “vampiro de Dusseldorf”.

Nace un monstruo

Peter Kürten, el temible “vampiro de Düsseldorf” está considerado como uno de los más sanguinarios asesinos en serie de todos los tiempos por los expertos criminólogos y psicólogos que han seguido su caso de cerca.

Nació en 1883 en Colonia (Alemania) en una familia tan pobre como numerosa (era el tercero de trece hermanos), y todos habitaban bajo pésimas condiciones en un espacio muy reducido y un ambiente familiar deplorable. Su padre, desocupado, era alcohólico y de muy mal carácter, y le pegaba frecuentemente a su mujer e hijos.

Cuando sólo contaba con ocho años, Peter hace una primera tentativa de fuga de su casa y se escapa harto de los malos tratos...

Cuando su familia se traslada a Düsseldorf en 1884, se fuga de nuevo y comienza a vivir como un vagabundo, de pequeños robos, dando muestras a tan temprana edad de instintos criminales: disfruta ahorcando ardillas y maltratando a los perros callejeros que se cruzaban en su camino, así como a otros animales solo para ver correr su sangre, cometiendo además actos zoofílicos (relaciones sexuales con animales) con ovejas a las que degollaba una vez alcanzado el orgasmo.

Se cuenta que en una ocasión trató incluso de violar a una de sus hermanas más jóvenes.

La primera condena la cumplió en 1897 por robo, y otros actos de delincuencia que lo obligan a pasar cerca de veinte años en la cárcel.

En 1913 da rienda suelta a su más oculta fantasía y comete su primer crimen sexual: viola y degüella salvajemente a Christine Kelin, una niña de 13 años. Años más tarde, cuando él mismo contaba con cuarenta años, su vida parece dar un giro impensado y contrae matrimonio con una mujer de buena familia.

Peter Kürten cambia de aspecto vistiendo con mucha elegancia y sencillez, se peinaba con brillantina, usaba anteojos, lucía un recortado bigote, e incluso usaba maquillaje facial. Como la mayoría de los sádicos sexuales, Kürten parece llevar una vida normal como cualquier buen esposo. Trabajaba como conductor de camiones, y su mujer jamás sospechó que tras un hombre tan educado y atento como su marido podría esconderse el autor de crímenes tan sangrientos.

Horror en Düsseldorf

Entre 1925 y 1930 se suceden en la pequeña localidad alemana una serie de crímenes que estremecen y sensibilizan a toda la población, similar a la que sufrieron en Londres en tiempos de otro conocido asesino: el famoso Jack “El Destripador”.

A pesar de que la policía alemana contaba con métodos muy por encima de los que disponía su par inglesa, la Scotland Yard en 1888, tardaron varios años en tener alguna pista del misterioso criminal a quien terminaron apodando “El Vampiro de Düsseldorf”.

Kürten había adquirido la costumbre de beber la sangre de sus víctimas y de matar animales cuando tenía sed. A veces se divertía incendiando las casas abandonadas, esperando ver arder algún linyera que durmiese en su interior.

De hecho, a su tercera víctima, una niña de nueve años llamada Rose Ohliger, la roció con combustible y la prendió fuego para complacerse viéndola arder en una terrible agonía.

La policía alemana, viendo por momentos su autoridad y reputación comprometidas, llevó a cabo continuas redadas y controles rutinarios a la busca y captura del feroz asesino. Incluso algunos grupos de delincuentes y bandas callejeras de esa época se unieron a la “caza” del vampiro con tanto interés por detener la ola de crímenes como las mismas fuerzas de seguridad. Hasta la fecha, se le imputaban nada menos que ocho terribles asesinatos que incluyeron, violación, sadismo, vampirismo y catorce asaltos sexuales.

Afortunadamente para todos en Düsseldorf, Kurten cometió un grave error en 1930 que le costaría su detención. Tras un ataque criminal fallido contra María Butlier, la mujer logró escapar y proporcionar una detallada descripción de Kürten.

Al mismo tiempo, éste se asusta al leer los diarios y ver su retrato dibujado en las portadas, por lo que confiesa la totalidad de los crímenes a su esposa mientras charlaban, quitándole importancia a los hechos como si se tratase de simples travesuras de un niño. Su esposa, en un principio se desmaya de la impresión, pero finalmente, asustada y asqueada, denuncia a su marido ante la policía.

Durante el juicio, Peter Kurten se dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas en las que se disculpaba de una manera muy peculiar, alegando que él necesitaba beber sangre lo mismo que otras personas necesitan beber el alcohol.

Finalmente tras una hora y media de deliberación, el jurado pronunció su veredicto de culpabilidad para Peter Kürten, quien fue sentenciado a nueve penas de muerte. (Según las leyes de la época, era posible condenar a más de una pena de muerte).

Hasta último minuto se creyó que iba a apelar el veredicto para tratar de librarse de ser decapitado, pero el asesino no apeló y guardó una terrorífica calma hasta el día de su ejecución. Tan sólo manifestó un deseo, y era que cuando lo decapitase el verdugo, poder escuchar durante unos minutos cómo corría su propia sangre.

El 2 de julio de 1931, a las seis de la mañana, en el patio de la prisión de Klügelpüts (Colonia), se cumplía su deseo, el “vampiro” fue muerto, no con una estaca, pero sí decapitado.#

14 MAY 2011 - 22:41

En la Europa del este, en la zona de los Balcanes, la creencia en los vampiros está tan arraigada hoy en día como lo estuvo en el medioevo, donde se cazaba al monstruo y se lo mataba con una estaca y luego se lo decapitaba. En esos parajes, los campesinos aún cuelgan ristras de ajo tras las ventanas, colocan crucifijos en las habitaciones y no le abren la puerta a nadie que llame después de la caída del sol.

Hoy en los albores del Siglo XXI, esas creencias nos parecen irrisorias y hasta primitivas. Pero en esta sociedad moderna también existen los vampiros, no como los que muestra el cine de terror. Los de aquí, sin embargo, se mezclan entre nosotros, comparten nuestra vida diaria y por qué no, viven en nuestro vecindario y al igual que sus primos legendarios, por las noches salen en busca de sangre.

El alemán Peter Kürten, era ese vecino bueno, hombre callado y trabajador. Devoto esposo y persona de bajo perfil, pero esa era la fachada que escondía al monstruo que habitaba en él. Nadie sabía que Kurten sufría de un grave trastorno mental y obsesivo, ese desorden se llama hematofilia (placer por la sangre). Y fue esa condición lo que lo impulsaba por las noches a dejar su lado apacible y transformarse en el “vampiro de Dusseldorf”.

Nace un monstruo

Peter Kürten, el temible “vampiro de Düsseldorf” está considerado como uno de los más sanguinarios asesinos en serie de todos los tiempos por los expertos criminólogos y psicólogos que han seguido su caso de cerca.

Nació en 1883 en Colonia (Alemania) en una familia tan pobre como numerosa (era el tercero de trece hermanos), y todos habitaban bajo pésimas condiciones en un espacio muy reducido y un ambiente familiar deplorable. Su padre, desocupado, era alcohólico y de muy mal carácter, y le pegaba frecuentemente a su mujer e hijos.

Cuando sólo contaba con ocho años, Peter hace una primera tentativa de fuga de su casa y se escapa harto de los malos tratos...

Cuando su familia se traslada a Düsseldorf en 1884, se fuga de nuevo y comienza a vivir como un vagabundo, de pequeños robos, dando muestras a tan temprana edad de instintos criminales: disfruta ahorcando ardillas y maltratando a los perros callejeros que se cruzaban en su camino, así como a otros animales solo para ver correr su sangre, cometiendo además actos zoofílicos (relaciones sexuales con animales) con ovejas a las que degollaba una vez alcanzado el orgasmo.

Se cuenta que en una ocasión trató incluso de violar a una de sus hermanas más jóvenes.

La primera condena la cumplió en 1897 por robo, y otros actos de delincuencia que lo obligan a pasar cerca de veinte años en la cárcel.

En 1913 da rienda suelta a su más oculta fantasía y comete su primer crimen sexual: viola y degüella salvajemente a Christine Kelin, una niña de 13 años. Años más tarde, cuando él mismo contaba con cuarenta años, su vida parece dar un giro impensado y contrae matrimonio con una mujer de buena familia.

Peter Kürten cambia de aspecto vistiendo con mucha elegancia y sencillez, se peinaba con brillantina, usaba anteojos, lucía un recortado bigote, e incluso usaba maquillaje facial. Como la mayoría de los sádicos sexuales, Kürten parece llevar una vida normal como cualquier buen esposo. Trabajaba como conductor de camiones, y su mujer jamás sospechó que tras un hombre tan educado y atento como su marido podría esconderse el autor de crímenes tan sangrientos.

Horror en Düsseldorf

Entre 1925 y 1930 se suceden en la pequeña localidad alemana una serie de crímenes que estremecen y sensibilizan a toda la población, similar a la que sufrieron en Londres en tiempos de otro conocido asesino: el famoso Jack “El Destripador”.

A pesar de que la policía alemana contaba con métodos muy por encima de los que disponía su par inglesa, la Scotland Yard en 1888, tardaron varios años en tener alguna pista del misterioso criminal a quien terminaron apodando “El Vampiro de Düsseldorf”.

Kürten había adquirido la costumbre de beber la sangre de sus víctimas y de matar animales cuando tenía sed. A veces se divertía incendiando las casas abandonadas, esperando ver arder algún linyera que durmiese en su interior.

De hecho, a su tercera víctima, una niña de nueve años llamada Rose Ohliger, la roció con combustible y la prendió fuego para complacerse viéndola arder en una terrible agonía.

La policía alemana, viendo por momentos su autoridad y reputación comprometidas, llevó a cabo continuas redadas y controles rutinarios a la busca y captura del feroz asesino. Incluso algunos grupos de delincuentes y bandas callejeras de esa época se unieron a la “caza” del vampiro con tanto interés por detener la ola de crímenes como las mismas fuerzas de seguridad. Hasta la fecha, se le imputaban nada menos que ocho terribles asesinatos que incluyeron, violación, sadismo, vampirismo y catorce asaltos sexuales.

Afortunadamente para todos en Düsseldorf, Kurten cometió un grave error en 1930 que le costaría su detención. Tras un ataque criminal fallido contra María Butlier, la mujer logró escapar y proporcionar una detallada descripción de Kürten.

Al mismo tiempo, éste se asusta al leer los diarios y ver su retrato dibujado en las portadas, por lo que confiesa la totalidad de los crímenes a su esposa mientras charlaban, quitándole importancia a los hechos como si se tratase de simples travesuras de un niño. Su esposa, en un principio se desmaya de la impresión, pero finalmente, asustada y asqueada, denuncia a su marido ante la policía.

Durante el juicio, Peter Kurten se dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas en las que se disculpaba de una manera muy peculiar, alegando que él necesitaba beber sangre lo mismo que otras personas necesitan beber el alcohol.

Finalmente tras una hora y media de deliberación, el jurado pronunció su veredicto de culpabilidad para Peter Kürten, quien fue sentenciado a nueve penas de muerte. (Según las leyes de la época, era posible condenar a más de una pena de muerte).

Hasta último minuto se creyó que iba a apelar el veredicto para tratar de librarse de ser decapitado, pero el asesino no apeló y guardó una terrorífica calma hasta el día de su ejecución. Tan sólo manifestó un deseo, y era que cuando lo decapitase el verdugo, poder escuchar durante unos minutos cómo corría su propia sangre.

El 2 de julio de 1931, a las seis de la mañana, en el patio de la prisión de Klügelpüts (Colonia), se cumplía su deseo, el “vampiro” fue muerto, no con una estaca, pero sí decapitado.#


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