Bruno Gelber vuelve al Teatro Colón

El pianista argentino Bruno Gelber, considerado uno de los mejores intérpretes de su instrumento en el mundo, se presentará en el Teatro Colón el próximo jueves junto a la Filarmónica de Buenos Aires, en el inicio del ciclo de abonos del máximo coliseo argentino.

11 MAR 2016 - 14:32 | Actualizado

Con una vida consagrada a la música, al estudio constante y a la interpretación del piano, no hay recuerdo de Gelber que no esté emparentado con las partituras, las largas jornadas de preparación, así como su niñez en una casona de Belgrano repleta de niños que iban a estudiar con su madre -profesora de piano- o con su padre violista, concertista del Teatro Colón.

"Mis padres se juraron hacerme todos los gustos, menos orientarme a la música, pero desde los dos años me quedaba junto a mi madre, Ana Tosi, oyéndola tocar; mi padre formaba parte de la orquesta del teatro Colón. Ellos estaban espantados ante mi condición con música -dijo con una gran sonrisa-, pero mi madre rápidamente notó el oí­do que yo poseí­a. Así­ que a los tres años y medio comenzó a enseñarme formalmente, yo viví­a en el piano", relató Gelber en charla con Télam en el primero de muchos recuerdos que irá desgranando sobre su vida en una extensa tarde.

De hecho, tanta era la dedicación de ese niño -contó Gelber en tercera persona-, que aplacar esa pasión fue imposible.

"Mi padre -dijo el músico que ofreció más de 5000 conciertos en salas de todo el mundo- no querí­a que fuera músico pero me llevaba con él y estaba mucho tiempo en el teatro, para probar mi oí­do junto a los diferentes instrumentistas, yo poseí­a oí­do absoluto, iba a todos los conciertos de cámara y de ópera".

El primer concierto de Gelber fue a los cinco años y así lo evocó: "mi madre decide que tocara en un festival que organizaba una colega de ella. Ese concierto fue crucial para mí, fue el único concierto que di sin tener nervios, estaba feliz, seguro de mí. Así­, mi madre decide que comenzara a estudiar con el profesor Vincenzo Scaramuzza -gran compositor italo-argentino , pianista, pedagogo y uno de los fundadores de la docencia de piano en la Argentina- y sin pelos en la lengua le dijo 'si usted no toma en serio a este niño es una idiota', era un docente difí­cil".

En ese momento, desde Europa su padre le hace traer un piano, pero la vida puso a prueba al niño Gelber o cuando a los siete años sufre poliomielitis, dejándolo inmovilizado por un año.

"Recuerdo haber jugado con mi perro, me acosté a la noche y ahí­ me caí­, y le dije a mi madre que no podí­a tenerme en pie -la poliomielitis se desató como epidemia en el paí­s a mediados del siglo XX-. Yo sentí­ que era algo grave, mi madre en un salón contiguo hablaba con el doctor, volvió hacia mi cuarto, y mi primera pregunta fue: '¿Puedo tocar el piano?', eso seguro respondió, '¿y caminar?', no estoy segura, sentenció entre sollozos".

Gelber continuó estudiando, y recordó: "mis padres acondicionaron un piano, quitando los pedales, arrimaban mi cama para que pudiera tocar. Mi estado era muy comprometido, padecí­a muchos dolores, y mi única felicidad era tocar el piano. A los tres meses de padecer la enfermedad seguí­ con las clases del maestro Scaramuzza, mi padre me tomaba en brazos y me llevaba, todos los miércoles hacia el centro donde tení­a su casa. Un año después comencé a caminar un poco", comentó el artista.

No hubo llantos ni gritos, Gelber asumió y afrontó este nuevo desafí­o que la vida le presentaba. Luego de esto dio un concierto en la radio, pero su sueño era volver a tocar en público y acompañado por una orquesta.

"Mi padre -narró- organizó mi debut con una orquesta del Teatro Colón y dirigido por el maestro Scaramuzza, fue un momento extraordinario tuve un gran afecto del público, y di autógrafos, tuve que repetirlo".

A los quince años tocó con el director Lorin Varencove Maazel, "fue todo un honor para mí­", dijo. Y le llegó una gran oportunidad, fue becado a Francia, donde estudió con Marguerite Long.

"Fue un tiempo difí­cil, de mucha soledad, pero una fuerza mayor me llevaba a continuar. Todo lo hací­a con mucho placer. Jamás se me ocurrió pensar en dejar o titubear sobre mi profesión, siempre tuve la certeza de cuál era mi misión en la vida", dijo con énfasis.

Hablando de preferencias, Gelber nombró a Beethoven y Brahms y sobre su recorrido por las más importantes salas líricas del mundo asegura: "Para mí es un orgullo tocar en cualquier lugar del mundo, me he codeado con personas de todos los estratos sociales, el mayor placer es poder compartir la música con todas las personas", concluyó.

11 MAR 2016 - 14:32

Con una vida consagrada a la música, al estudio constante y a la interpretación del piano, no hay recuerdo de Gelber que no esté emparentado con las partituras, las largas jornadas de preparación, así como su niñez en una casona de Belgrano repleta de niños que iban a estudiar con su madre -profesora de piano- o con su padre violista, concertista del Teatro Colón.

"Mis padres se juraron hacerme todos los gustos, menos orientarme a la música, pero desde los dos años me quedaba junto a mi madre, Ana Tosi, oyéndola tocar; mi padre formaba parte de la orquesta del teatro Colón. Ellos estaban espantados ante mi condición con música -dijo con una gran sonrisa-, pero mi madre rápidamente notó el oí­do que yo poseí­a. Así­ que a los tres años y medio comenzó a enseñarme formalmente, yo viví­a en el piano", relató Gelber en charla con Télam en el primero de muchos recuerdos que irá desgranando sobre su vida en una extensa tarde.

De hecho, tanta era la dedicación de ese niño -contó Gelber en tercera persona-, que aplacar esa pasión fue imposible.

"Mi padre -dijo el músico que ofreció más de 5000 conciertos en salas de todo el mundo- no querí­a que fuera músico pero me llevaba con él y estaba mucho tiempo en el teatro, para probar mi oí­do junto a los diferentes instrumentistas, yo poseí­a oí­do absoluto, iba a todos los conciertos de cámara y de ópera".

El primer concierto de Gelber fue a los cinco años y así lo evocó: "mi madre decide que tocara en un festival que organizaba una colega de ella. Ese concierto fue crucial para mí, fue el único concierto que di sin tener nervios, estaba feliz, seguro de mí. Así­, mi madre decide que comenzara a estudiar con el profesor Vincenzo Scaramuzza -gran compositor italo-argentino , pianista, pedagogo y uno de los fundadores de la docencia de piano en la Argentina- y sin pelos en la lengua le dijo 'si usted no toma en serio a este niño es una idiota', era un docente difí­cil".

En ese momento, desde Europa su padre le hace traer un piano, pero la vida puso a prueba al niño Gelber o cuando a los siete años sufre poliomielitis, dejándolo inmovilizado por un año.

"Recuerdo haber jugado con mi perro, me acosté a la noche y ahí­ me caí­, y le dije a mi madre que no podí­a tenerme en pie -la poliomielitis se desató como epidemia en el paí­s a mediados del siglo XX-. Yo sentí­ que era algo grave, mi madre en un salón contiguo hablaba con el doctor, volvió hacia mi cuarto, y mi primera pregunta fue: '¿Puedo tocar el piano?', eso seguro respondió, '¿y caminar?', no estoy segura, sentenció entre sollozos".

Gelber continuó estudiando, y recordó: "mis padres acondicionaron un piano, quitando los pedales, arrimaban mi cama para que pudiera tocar. Mi estado era muy comprometido, padecí­a muchos dolores, y mi única felicidad era tocar el piano. A los tres meses de padecer la enfermedad seguí­ con las clases del maestro Scaramuzza, mi padre me tomaba en brazos y me llevaba, todos los miércoles hacia el centro donde tení­a su casa. Un año después comencé a caminar un poco", comentó el artista.

No hubo llantos ni gritos, Gelber asumió y afrontó este nuevo desafí­o que la vida le presentaba. Luego de esto dio un concierto en la radio, pero su sueño era volver a tocar en público y acompañado por una orquesta.

"Mi padre -narró- organizó mi debut con una orquesta del Teatro Colón y dirigido por el maestro Scaramuzza, fue un momento extraordinario tuve un gran afecto del público, y di autógrafos, tuve que repetirlo".

A los quince años tocó con el director Lorin Varencove Maazel, "fue todo un honor para mí­", dijo. Y le llegó una gran oportunidad, fue becado a Francia, donde estudió con Marguerite Long.

"Fue un tiempo difí­cil, de mucha soledad, pero una fuerza mayor me llevaba a continuar. Todo lo hací­a con mucho placer. Jamás se me ocurrió pensar en dejar o titubear sobre mi profesión, siempre tuve la certeza de cuál era mi misión en la vida", dijo con énfasis.

Hablando de preferencias, Gelber nombró a Beethoven y Brahms y sobre su recorrido por las más importantes salas líricas del mundo asegura: "Para mí es un orgullo tocar en cualquier lugar del mundo, me he codeado con personas de todos los estratos sociales, el mayor placer es poder compartir la música con todas las personas", concluyó.


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