Como la ruta de la seda

Historias Mínimas.

02 ABR 2016 - 21:22 | Actualizado

Por Sergio Pravaz

Tal vez ella en otra vida fue una niña que participaba de la existencia trashumante de su padre por la árida ruta de la meseta patagónica durante el siglo XIX. Su apellido es libanés y siempre hubo libaneses dando vueltas por estas comarcas extendidas, de modo que esta imagen bien pudo haber acontecido.

Un carromato de dos caballos, sartenes, ollas y cucharones que ponen su música sobre un lateral del pescante; del otro, cueros, herramientas, pieles, sogas, telas y diversos tónicos para la calvicie o el dolor de muelas como principalísimo capital para recorrer con obstinación un destino de errancia marcado desde siempre.

El telón de fondo de ese recorrido son huellas infinitas, el silencio, la inmensidad y la incesante vida que allí transcurre, experiencia que obliga a desarrollar un tipo de percepción tan aguda que la capacidad de lectura sobre esa realidad se vuelve un don extraordinario.

Aprenda a mirar le dijo el padre de María Kodama cuando ésta le preguntó qué es la belleza. Cuando Yosaburo Kodama le mostró una imagen de la Victoria de Samotracia, le señaló, al preguntar la niña porqué esa escultura griega no tenía cabeza: “¿Quién le dijo a usted que la belleza está en una cabeza?. Tiene que aprender a mirar. Fíjese en los pliegues de la túnica; esos pliegues están agitados por la brisa del mar. Detener en el movimiento de la túnica la brisa del mar para la eternidad, eso es la belleza”.

Julia Chacktoura tiene su propia ruta de la seda pero su mercadería exclusiva son libros. Se extiende de un confín a otro en toda la región patagónica, caminos laterales, principales, vecinales y un corazón entrenado para devorar kilómetros que ella recorre porque continúa estudiando las señales de esas vidas que ocurren en sitios más allá de los mapas.

Desde hace largos años, entre sus múltiples ocupaciones se encuentra una que se destaca por su belleza y permanencia; la de circular por cada una de las tantas ferias de libros que hay en Chubut, y también fuera de esos límites, a fin de promover, difundir, acercar, exhibir, dar la buena nueva, compartir ideas, dialogar y vender textos de los autores chubutenses; los que ella edita -porque la edición de libros se encuentra entre otra de sus nobles tareas- o los que carga en sus alforjas con generosidad -de otras editoriales- para que acompañen sus ya míticos recorridos.

Chacktoura se frota las manos loca de contenta cuando se entera que hay un nuevo libro chubutense dando vueltas por ahí porque dice que eso derrota a la ignorancia y también le propina un buen golpe a la estupidez. Le brillan los ojos cuando eso sucede, un aroma a lavanda le recorre el cuerpo, se le instala en la punta de la nariz, la hacer estornudar y la deja lista para la fajina laboral; en una sola sentada pueden transcurrir muchos pares de horas porque es de las que creen en la liturgia del trabajo tal cual se lo atribuyen a Picasso cuando señaló aquello de ‘si llega la inspiración, que me encuentre trabajando’.

El ámbito de sus incumbencias literarias son la narrativa y la poesía; transita con igual solvencia la literatura infantil, los relatos cortos, la novela, la investigación histórica, las reseñas, los prólogos, la crónica y la lírica. Es asesora literaria, correctora y editora, además de una gran escritora, editada tanto en Argentina como en muchos países del mundo. Se formó en Buenos Aires con los mejores exponentes del universo de las letras, a la manera de los viejos talleres del medioevo, asistiendo con paciencia para ver, escuchar y aprender de los maestros, hasta que ella misma alcanzó ese rango distintivo.

El corpus de su obra se compone de quince libros editados y muchos de ellos son magníficos, pero Relatos de la Patagonia profunda será el que perpetúe su nombre. Además de poseer una prosa extraordinaria, la historia que narra ese libro, y sobre todo la que no narra, es estremecedora.

Si alguien asiste a una feria de libro perdida en el último rincón de la región o en la ciudad grande, seguro que ella ya está con su mesa de novedades, reediciones, destacados, primeras ediciones, buenas traducciones, con los noveles o ediciones agotadas, y por cierto mimetizada con el entorno porque Julia Chacktoura vibra con muchas cosas provenientes del planeta literario, pero si hay algo que le prende el olfato, los tendones y le pone fosforescente el espíritu, es la trashumancia, ese eterno circular por los caminos para que el libro chubutense salga del depósito, abandone el sótano, salte de la caja de cartón y haga su camino el mayor tiempo posible para que el arte vaya al encuentro de su anverso, ese lector que siempre espera.

Solo por eso, y no por todas las otras luces que la distinguen, me gustaría ser el Rick Blaine de Casablanca para usar sombrero y saludarla a lo Bogart cuando ella pase por mi lado.

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02 ABR 2016 - 21:22

Por Sergio Pravaz

Tal vez ella en otra vida fue una niña que participaba de la existencia trashumante de su padre por la árida ruta de la meseta patagónica durante el siglo XIX. Su apellido es libanés y siempre hubo libaneses dando vueltas por estas comarcas extendidas, de modo que esta imagen bien pudo haber acontecido.

Un carromato de dos caballos, sartenes, ollas y cucharones que ponen su música sobre un lateral del pescante; del otro, cueros, herramientas, pieles, sogas, telas y diversos tónicos para la calvicie o el dolor de muelas como principalísimo capital para recorrer con obstinación un destino de errancia marcado desde siempre.

El telón de fondo de ese recorrido son huellas infinitas, el silencio, la inmensidad y la incesante vida que allí transcurre, experiencia que obliga a desarrollar un tipo de percepción tan aguda que la capacidad de lectura sobre esa realidad se vuelve un don extraordinario.

Aprenda a mirar le dijo el padre de María Kodama cuando ésta le preguntó qué es la belleza. Cuando Yosaburo Kodama le mostró una imagen de la Victoria de Samotracia, le señaló, al preguntar la niña porqué esa escultura griega no tenía cabeza: “¿Quién le dijo a usted que la belleza está en una cabeza?. Tiene que aprender a mirar. Fíjese en los pliegues de la túnica; esos pliegues están agitados por la brisa del mar. Detener en el movimiento de la túnica la brisa del mar para la eternidad, eso es la belleza”.

Julia Chacktoura tiene su propia ruta de la seda pero su mercadería exclusiva son libros. Se extiende de un confín a otro en toda la región patagónica, caminos laterales, principales, vecinales y un corazón entrenado para devorar kilómetros que ella recorre porque continúa estudiando las señales de esas vidas que ocurren en sitios más allá de los mapas.

Desde hace largos años, entre sus múltiples ocupaciones se encuentra una que se destaca por su belleza y permanencia; la de circular por cada una de las tantas ferias de libros que hay en Chubut, y también fuera de esos límites, a fin de promover, difundir, acercar, exhibir, dar la buena nueva, compartir ideas, dialogar y vender textos de los autores chubutenses; los que ella edita -porque la edición de libros se encuentra entre otra de sus nobles tareas- o los que carga en sus alforjas con generosidad -de otras editoriales- para que acompañen sus ya míticos recorridos.

Chacktoura se frota las manos loca de contenta cuando se entera que hay un nuevo libro chubutense dando vueltas por ahí porque dice que eso derrota a la ignorancia y también le propina un buen golpe a la estupidez. Le brillan los ojos cuando eso sucede, un aroma a lavanda le recorre el cuerpo, se le instala en la punta de la nariz, la hacer estornudar y la deja lista para la fajina laboral; en una sola sentada pueden transcurrir muchos pares de horas porque es de las que creen en la liturgia del trabajo tal cual se lo atribuyen a Picasso cuando señaló aquello de ‘si llega la inspiración, que me encuentre trabajando’.

El ámbito de sus incumbencias literarias son la narrativa y la poesía; transita con igual solvencia la literatura infantil, los relatos cortos, la novela, la investigación histórica, las reseñas, los prólogos, la crónica y la lírica. Es asesora literaria, correctora y editora, además de una gran escritora, editada tanto en Argentina como en muchos países del mundo. Se formó en Buenos Aires con los mejores exponentes del universo de las letras, a la manera de los viejos talleres del medioevo, asistiendo con paciencia para ver, escuchar y aprender de los maestros, hasta que ella misma alcanzó ese rango distintivo.

El corpus de su obra se compone de quince libros editados y muchos de ellos son magníficos, pero Relatos de la Patagonia profunda será el que perpetúe su nombre. Además de poseer una prosa extraordinaria, la historia que narra ese libro, y sobre todo la que no narra, es estremecedora.

Si alguien asiste a una feria de libro perdida en el último rincón de la región o en la ciudad grande, seguro que ella ya está con su mesa de novedades, reediciones, destacados, primeras ediciones, buenas traducciones, con los noveles o ediciones agotadas, y por cierto mimetizada con el entorno porque Julia Chacktoura vibra con muchas cosas provenientes del planeta literario, pero si hay algo que le prende el olfato, los tendones y le pone fosforescente el espíritu, es la trashumancia, ese eterno circular por los caminos para que el libro chubutense salga del depósito, abandone el sótano, salte de la caja de cartón y haga su camino el mayor tiempo posible para que el arte vaya al encuentro de su anverso, ese lector que siempre espera.

Solo por eso, y no por todas las otras luces que la distinguen, me gustaría ser el Rick Blaine de Casablanca para usar sombrero y saludarla a lo Bogart cuando ella pase por mi lado.


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