La mujer que sabía demasiado

Historias del crimen, por Daniel Schulman, especial para Jornada.

22 OCT 2016 - 22:45 | Actualizado

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

Su cuna había sido privilegiada, y entre esos privilegios contaba con el parentesco de una gran camada de militares que harían historia en nuestro país. Entre todos esos militares estaba el que terminó siendo el Gral. Lanusse, a la postre uno de los máximos referentes de la llamada Revolución Argentina, que catapultó sin escalas como presidente de facto a otro general ya retirado en ese momento, y que el clamor popular de la docta lo haría partir a su casa, también sin escalas.

Y el general Lanusse vino después de otro general, que no estaba retirado de la actividad, pero sí del país: Levingston, quien voluntaria o involuntariamente no escondía ese acento inglesito que tan mal caía en la gente cuando lo escuchaba hablar las pocas cosas que dijo en sus casi nueve meses de presidencia.

Entonces luego llegó Lanusse, el militar que quería ser caudillo y soñaba con un destino de presidente elegido por el Pueblo, así como si fuera simple estar de uno y otro lado del mostrador, golpista y constitucional, tal como Perón lo había sido unos veintipico años antes.

El gobierno de Lanusse debió soportar todo el atolladero de ese clamor guerrillero setentista, crisis económicas, pesadas internas, y homicidios políticos por doquier. Entre esos muertos se encontró Don Arturo Mor Roig, quien era un viejo radical colaborador de Balbín, ministro del Interior durante ese gobierno, y quien terminara asesinado por Montoneros. Ese homicidio le granjeó a Montoneros el desprecio del viejo caudillo radical y que los ninguneara de ahí en adelante toda vez que esos jóvenes se le acercaban a pedirle alguna cuña política, una vez muerto su líder.

Pero no son estos los muertos que importan para este presente, aunque siempre vale la pena recordarlos. Hay un muerto puntual que da nombre a este escrito (y a un libro sobre vida y muerte que lleva el mismo título), cuya cuna fue privilegiada, y que fue sobrina del mismísimo Lanusse. Su nombre fue Elena Holmberg y durante los años de plomo trabajó en la Embajada Argentina en Francia, con casi mucho más ahínco que el Anchorena embajador de aquél entonces.

Lo apasionante de estos nombres es cómo se entrecruzan.

Por ejemplo, este Anchorena también terminó siendo el artífice de la caída de otro personaje histórico y tristemente célebre, Aníbal Gordon, cuando le confiscó la valija diplomática en la que viajaban las armas de un grupo de mercenarios que habían viajado a Francia para interceptar un grupo de guerrilleros. Algunas versiones indicaron que fue Elena Holmberg la que le insistió al embajador de confiscar esa valija y hacer detener por las autoridades francesas a este grupo de mercenarios.

Fuera cierta la versión o no, Elena era una mujer aguerrida. No se dejaba pasar por arriba y tenía como norte la verdad y la justicia, amparados ambos ideales en el respeto por los derechos humanos.

Así fue que sistemáticamente ese país, Francia, y su capital, París, se fueron convirtiendo en un lugar de recepción de guerrilleros argentinos, y daba un contexto más que adecuado para que pudieran continuar con su lucha ideológica desde allí. Tal es así que desde la embajada se promovió una suerte de programa cultural que permitía ese tipo de actividades, entre las cuales se destacó la de Envar el Cacho Kadri, residente en aquellos años en París.

Pero no sólo guerrilleros acogía París. También acogía a diversos militares de distintos países y distintas armas. Entre esos militares, cuentan las versiones, alguna que otra vez se hizo presente Massera, quien al igual que Lanusse, también soñaba con un destino político presidencial y salir de la sombra de los verdeolivas. Y junto a su presencia también, según las versiones, se vieron alguna que otra vez algunos de los capos montoneros que residían en esa ciudad. Y los encuentros entre Massera y esos capos alguna que otra vez se realizaron en la Embajada Argentina, a la vista de unos pocos fieles y callados seguidores de ambos bandos, pero también bajo la vista de la intransigente Elena Holmberg.

Y la hipótesis es que ella vio y supo algo que algunos no querían que nadie viera y supiera.

Jamás se supo por qué, pero un buen día Elena desapareció y no fue más a trabajar. No la podían ubicar por ningún lado. Igualmente, antes de su desaparición, le comunicó insistentemente a Anchorena que tenían que hablar de algo urgente y muy delicado, pedido al cual Anchorena no alcanzó a hacer lugar.

Unos pocos días después de la última vez que se la vio con vida en París, Elena fue encontrada muerta, flotando en un río de la zona norte del conurbano bonaerense.

En la Dirección de migraciones nunca constó que hubiera ingresado al país. Quienes la mataron, efectivamente tenían la logística adecuada para trasladar a una persona desde Francia a Argentina sin pasar por los mecanismos de registros normales de traslado de personas.

Se sospechó siempre de Massera, pero ni Lanusse lo pudo hacer hablar.

Nunca se identificaron responsables por su muerte.#
 

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22 OCT 2016 - 22:45

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

Su cuna había sido privilegiada, y entre esos privilegios contaba con el parentesco de una gran camada de militares que harían historia en nuestro país. Entre todos esos militares estaba el que terminó siendo el Gral. Lanusse, a la postre uno de los máximos referentes de la llamada Revolución Argentina, que catapultó sin escalas como presidente de facto a otro general ya retirado en ese momento, y que el clamor popular de la docta lo haría partir a su casa, también sin escalas.

Y el general Lanusse vino después de otro general, que no estaba retirado de la actividad, pero sí del país: Levingston, quien voluntaria o involuntariamente no escondía ese acento inglesito que tan mal caía en la gente cuando lo escuchaba hablar las pocas cosas que dijo en sus casi nueve meses de presidencia.

Entonces luego llegó Lanusse, el militar que quería ser caudillo y soñaba con un destino de presidente elegido por el Pueblo, así como si fuera simple estar de uno y otro lado del mostrador, golpista y constitucional, tal como Perón lo había sido unos veintipico años antes.

El gobierno de Lanusse debió soportar todo el atolladero de ese clamor guerrillero setentista, crisis económicas, pesadas internas, y homicidios políticos por doquier. Entre esos muertos se encontró Don Arturo Mor Roig, quien era un viejo radical colaborador de Balbín, ministro del Interior durante ese gobierno, y quien terminara asesinado por Montoneros. Ese homicidio le granjeó a Montoneros el desprecio del viejo caudillo radical y que los ninguneara de ahí en adelante toda vez que esos jóvenes se le acercaban a pedirle alguna cuña política, una vez muerto su líder.

Pero no son estos los muertos que importan para este presente, aunque siempre vale la pena recordarlos. Hay un muerto puntual que da nombre a este escrito (y a un libro sobre vida y muerte que lleva el mismo título), cuya cuna fue privilegiada, y que fue sobrina del mismísimo Lanusse. Su nombre fue Elena Holmberg y durante los años de plomo trabajó en la Embajada Argentina en Francia, con casi mucho más ahínco que el Anchorena embajador de aquél entonces.

Lo apasionante de estos nombres es cómo se entrecruzan.

Por ejemplo, este Anchorena también terminó siendo el artífice de la caída de otro personaje histórico y tristemente célebre, Aníbal Gordon, cuando le confiscó la valija diplomática en la que viajaban las armas de un grupo de mercenarios que habían viajado a Francia para interceptar un grupo de guerrilleros. Algunas versiones indicaron que fue Elena Holmberg la que le insistió al embajador de confiscar esa valija y hacer detener por las autoridades francesas a este grupo de mercenarios.

Fuera cierta la versión o no, Elena era una mujer aguerrida. No se dejaba pasar por arriba y tenía como norte la verdad y la justicia, amparados ambos ideales en el respeto por los derechos humanos.

Así fue que sistemáticamente ese país, Francia, y su capital, París, se fueron convirtiendo en un lugar de recepción de guerrilleros argentinos, y daba un contexto más que adecuado para que pudieran continuar con su lucha ideológica desde allí. Tal es así que desde la embajada se promovió una suerte de programa cultural que permitía ese tipo de actividades, entre las cuales se destacó la de Envar el Cacho Kadri, residente en aquellos años en París.

Pero no sólo guerrilleros acogía París. También acogía a diversos militares de distintos países y distintas armas. Entre esos militares, cuentan las versiones, alguna que otra vez se hizo presente Massera, quien al igual que Lanusse, también soñaba con un destino político presidencial y salir de la sombra de los verdeolivas. Y junto a su presencia también, según las versiones, se vieron alguna que otra vez algunos de los capos montoneros que residían en esa ciudad. Y los encuentros entre Massera y esos capos alguna que otra vez se realizaron en la Embajada Argentina, a la vista de unos pocos fieles y callados seguidores de ambos bandos, pero también bajo la vista de la intransigente Elena Holmberg.

Y la hipótesis es que ella vio y supo algo que algunos no querían que nadie viera y supiera.

Jamás se supo por qué, pero un buen día Elena desapareció y no fue más a trabajar. No la podían ubicar por ningún lado. Igualmente, antes de su desaparición, le comunicó insistentemente a Anchorena que tenían que hablar de algo urgente y muy delicado, pedido al cual Anchorena no alcanzó a hacer lugar.

Unos pocos días después de la última vez que se la vio con vida en París, Elena fue encontrada muerta, flotando en un río de la zona norte del conurbano bonaerense.

En la Dirección de migraciones nunca constó que hubiera ingresado al país. Quienes la mataron, efectivamente tenían la logística adecuada para trasladar a una persona desde Francia a Argentina sin pasar por los mecanismos de registros normales de traslado de personas.

Se sospechó siempre de Massera, pero ni Lanusse lo pudo hacer hablar.

Nunca se identificaron responsables por su muerte.#
 


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