Leyenda de enanos

28 OCT 2016 - 23:34 | Actualizado

Por Carlos Hughes
carloshughes@grupojornada.com
En Twitter: @carloshughestre


Fue una mañana de primavera tardía, entrado octubre, cuando ocurrió. De pronto todos los vecinos de la villa balnearia encontraron sus jardines baldíos de enanos, esos gnomos simpáticos, en general regordetes, que asustan a los infantes pero generan vaya a saberse qué tipo de fascinación entre los adultos.

Es que están ahí, eternamente quietos, con sus colores variopintos y sus sonrisas eternas, como vigilando las cercas y viendo crecer los azaleas, los tulipanes y también los piquillines maliciosos que se escabullen entre la gramilla.

Acaso ese gusto, un tanto extraño, remita a la infancia de cuentos de hadas, de señoritas blancas como la nieve perdidas en bosques lejanos, de faunos feroces ocultos detrás de los pinares, de elfos hermosos con vida eterna y todas las palabras dulces de los poemas que después se robó Neruda.

El asunto es que hubo incluso una sorda competencia entre pares, comparando enanos barbudos con gnomos más o menos dulces, más o menos divertidos; y así cada uno se afanaba en poblar su cuadrado de tierra con los petizos más insólitos, unos de porte gallardo pese a su altura y otros encorvados por una edad sin edad, pues nacen de arcilla y de arcilla son para toda la eternidad.

Los hubo rubios, los hubo morochos, pelados, de ojos claros, de gafas y también con rulos. Los hubo con banderas, las más de las veces de índole germánica como para respetar su origen, y también haraganes, tirados a lo largo y a la sombra de alguna ligustrina prolijamente mutilada.

Allí estaban, dándole esa suerte que, según las creencias, permiten que las plantas florezcan turgentes, formidables, con tamaño de leyenda. Y eran la delicia de las amas de cada casa, que a veces se pavoneaban con la belleza sin par de sus enanos tiesos.

Hasta que desaparecieron, y no hubo forma de encontrarlos.

Lo que queda hoy, pasado el tiempo, son rumores. Dicen que algunos vieron a los truhanes que los robaron cuando huían, montados en un unicornio perlado al que seguía una estela de centauros venidos del altiplano incaico. Otros, en tanto, afirman con vehemencia que en la playa que da nombre a la villa existe una grieta, sepultada por las escolleras que construyó la civilización, en donde los malhechores guardan sus botines que ahora custodian estos enanos ladinos. Y hay quienes, acaso animados por algún alcohol borgiano, pendenciero, aseguran que vigorizados por el aire de mar y los druidas de los océanos aquellos enanos ya no son tales, pues han crecido, y pasean entre los propios vecinos mirando con nostalgia esos jardines baldíos.

NdR: hace pocos días un colega alertó sobre el robo de enanos de jardín en Playa Unión, un balneario en el noreste de Chubut. Desde esa noticia, de índole policial, es que salieron estas líneas. Sepan disculpar la falta de rigor, si es que la hubiere.
 

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28 OCT 2016 - 23:34

Por Carlos Hughes
carloshughes@grupojornada.com
En Twitter: @carloshughestre


Fue una mañana de primavera tardía, entrado octubre, cuando ocurrió. De pronto todos los vecinos de la villa balnearia encontraron sus jardines baldíos de enanos, esos gnomos simpáticos, en general regordetes, que asustan a los infantes pero generan vaya a saberse qué tipo de fascinación entre los adultos.

Es que están ahí, eternamente quietos, con sus colores variopintos y sus sonrisas eternas, como vigilando las cercas y viendo crecer los azaleas, los tulipanes y también los piquillines maliciosos que se escabullen entre la gramilla.

Acaso ese gusto, un tanto extraño, remita a la infancia de cuentos de hadas, de señoritas blancas como la nieve perdidas en bosques lejanos, de faunos feroces ocultos detrás de los pinares, de elfos hermosos con vida eterna y todas las palabras dulces de los poemas que después se robó Neruda.

El asunto es que hubo incluso una sorda competencia entre pares, comparando enanos barbudos con gnomos más o menos dulces, más o menos divertidos; y así cada uno se afanaba en poblar su cuadrado de tierra con los petizos más insólitos, unos de porte gallardo pese a su altura y otros encorvados por una edad sin edad, pues nacen de arcilla y de arcilla son para toda la eternidad.

Los hubo rubios, los hubo morochos, pelados, de ojos claros, de gafas y también con rulos. Los hubo con banderas, las más de las veces de índole germánica como para respetar su origen, y también haraganes, tirados a lo largo y a la sombra de alguna ligustrina prolijamente mutilada.

Allí estaban, dándole esa suerte que, según las creencias, permiten que las plantas florezcan turgentes, formidables, con tamaño de leyenda. Y eran la delicia de las amas de cada casa, que a veces se pavoneaban con la belleza sin par de sus enanos tiesos.

Hasta que desaparecieron, y no hubo forma de encontrarlos.

Lo que queda hoy, pasado el tiempo, son rumores. Dicen que algunos vieron a los truhanes que los robaron cuando huían, montados en un unicornio perlado al que seguía una estela de centauros venidos del altiplano incaico. Otros, en tanto, afirman con vehemencia que en la playa que da nombre a la villa existe una grieta, sepultada por las escolleras que construyó la civilización, en donde los malhechores guardan sus botines que ahora custodian estos enanos ladinos. Y hay quienes, acaso animados por algún alcohol borgiano, pendenciero, aseguran que vigorizados por el aire de mar y los druidas de los océanos aquellos enanos ya no son tales, pues han crecido, y pasean entre los propios vecinos mirando con nostalgia esos jardines baldíos.

NdR: hace pocos días un colega alertó sobre el robo de enanos de jardín en Playa Unión, un balneario en el noreste de Chubut. Desde esa noticia, de índole policial, es que salieron estas líneas. Sepan disculpar la falta de rigor, si es que la hubiere.
 


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