Historias del crimen / Camionero, tú que lo ves todo

La columna de Daniel Schulman, especial para Jornada.

10 DIC 2016 - 20:54 | Actualizado

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

Ese día de marzo el camionero iba muy tranquilo quemando llantas y recorriendo esas hermosas rutas bonaerenses, vestidas de ese verde terapéutico hacia ambos costados, que generan esa sensación en quien las recorre de que este país no es un mal país; que existe mucho potencial y mucha pujanza.

Esas rutas son testigos privilegiadas de todas las guerras intestinas nuestras; de nuestra historia escrita con sangre y sables, adornadas en pólvora, fulguradas por el fragor de los bandos opuestos de una Argentina naciente cuando todavía no se decidía cómo se iba a llamar. Esas guerras que tantos hermanos e hijos llevaron a la muerte y que hasta el hartazgo, de alguna manera, siguen produciendo ese efecto de determinación en la conducta de muchos de los que comandan los destinos de su vida y de otros.

Así, como Estado – Nación hemos tenido varios episodios de enfrentamientos en los que jamás hubo vencedores, sino muertos. Hermanos muertos.

Y eso es algo que de alguna manera nos ha determinado por mucho tiempo, haciéndose carne y conducta; una conducta que indefectiblemente tiene que terminar en la eliminación del otro, del que molesta, del distinto, del problemático…

La muerte primerea

La muerte es un personaje sorpresivo. Siempre llega por sorpresa, aunque uno le esté esperando, aunque uno avizore que pueda llegar a llegar, aunque venga amagando desde hace rato, en algún futuro no muy lejano, la muerte siempre tiene la ventaja y primerea. Y se lleva al fulano o fulana que tiene en la lista, y como funcionaria eficiente que es, si se tiene que llevar a alguna otra persona en el proceso, lo hace.

Ese día de marzo el camionero decidió cargar combustible en esa estación de servicio que conocía desde hacía mucho tiempo, donde solía parar a descansar y saludar, casi como un ritual reconfortante, durante sus muchos viajes desde Córdoba hasta Buenos Aires. Además de la llenada de tanque, se tomaba una gaseosa y conversaba vivamente con otros de su mismo oficio, con los playeros, con quien le vendía la bebida, y estiraba un rato las piernas.

No se debe haber imaginado que ese día iba a ser distinto a todos. Ese día un episodio lo sacó abruptamente de su rutina cotidiana laboral, y lo arrastró a ser parte de esa Historia de la que hablaba al principio; esa Historia que está escrita con sangre y se lleva al que la Muerte elige y a todo aquel otro que la liga en el proceso.

La Ruta 9 tenía poco tráfico en ese punto cercano a Ramallo, cuestión que motivó al camionero a continuar a paso firme y llegar a tiempo, tener un rato para descansar en Buenos Aires, y estar para el viernes siguiente junto con su familia y disfrutar del merecido descanso. “Bueno, hoy es miércoles, le meto pata. Paro de nuevo un toque antes de Buenos Aires a cargar un poco más de combustible, llego a tiempo para descargar. Me aprovisiono de algo de comida y combustible, algunas botellas de agua, algunos caramelos, hago revisar el aceite, y vuelvo a casita. Ah, ¡qué asado nos vamos a comer en casa este fin de semana!”, le decía a otro camionero que transitaba en sentido contrario por la misma ruta, en dirección hacia Córdoba. “Nos veremos la semana que viene”, le dijo el otro, que se subía a su camión y arrancaba hacia destino, con un cargamento de bolsas de cemento.

Al momento de salir del baño, se oyó un estruendo ensordecedor y novedoso; algo que el camionero no había oído nunca en su vida. Sí había escuchado petardos o detonaciones de armas de fuego, pero esto era distinto. Ese sonido venía acompañado por una secuencia de movimientos que nunca olvidaría en lo poco de vida que le quedaba. Ese movimiento con sonido, tal vez, fue su sentencia de muerte, así como la muerte, siempre eficiente y maligna, se lleva alguno de rebote en el proceso.

“Beatriz, ha ocurrido algo terrible. Fui testigo de un hecho que me asusta. Ahora no puedo hablar pero el viernes, cuando regrese, te cuento”, le dijo a su mujer desde el teléfono público de la estación de servicios. Ella no entendía nada, pero tomó de buen grado la promesa, augurando que su marido volviera el día señalado.

Increíble

Unos minutos más tarde, su mujer desde la casa familiar, encendió el televisor y sintonizó un canal de noticias, que ya se estaba haciendo eco de lo ocurrido. Gente y más gente iba llegando al lugar. Más cámaras y más micrófonos. Más periodistas y más equipos. Más vehículos. Más policías. Más gente que no entendía que pasaba. Más muertos que esas rutas habían vuelvo a ver, una vez más.

El camionero dio su declaración a la policía que ya había cortado el paso en ambos sentidos de la ruta, pero luego de que le tomaran los datos y le preguntaran todo lo que sabía, lo dejaron seguir. Su mujer, cientos de kilómetros, no daba crédito a lo que veía en la televisión. El camionero, tampoco daba crédito. ¿Realmente había visto eso? ¿Sería que el cansancio le jugó una mala pasada y le alteró la percepción? No. No era así. Lo vio. Vio todo. Vio cómo venía el helicóptero volando y cómo se vino abajo.

Igualmente, duro a pedal, siguió su ruta, que nunca culminó.

Apareció pocos días después con un balazo en la cabeza, en un acto de la muerte, una vez más, de atropellada que es a veces, y cargarse a uno que no tenía nada que ver en el asunto.

En esa estación de la Ruta 9, a unos pocos kilómetros, todavía estaban los peritos y los policías y los periodistas y los micrófonos y las cámaras.

Aún quedaban los restos de lo que había sido un helicóptero, y dentro del mismo ya no se encontraban alojados los varios cuerpos, entre los que había estado el de Carlitos Menen.

Misterio

La investigación de la muerte de Carlitos Menem estuvo plagada de irregularidades y curiosidades que más que esclarecer interrogantes, terminaron por arrojar más preguntas. En un principio se habló de accidente. Más tarde, Menem, casi en un acto de confesión, dijo que fue un atentado.

Al día de hoy no se sabe quién o quiénes han sido los responsables intelectuales y materiales del hecho.

La muerte, vaya uno a saber, si se lo llevó de rebote o lo vino a buscar a él.

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10 DIC 2016 - 20:54

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

Ese día de marzo el camionero iba muy tranquilo quemando llantas y recorriendo esas hermosas rutas bonaerenses, vestidas de ese verde terapéutico hacia ambos costados, que generan esa sensación en quien las recorre de que este país no es un mal país; que existe mucho potencial y mucha pujanza.

Esas rutas son testigos privilegiadas de todas las guerras intestinas nuestras; de nuestra historia escrita con sangre y sables, adornadas en pólvora, fulguradas por el fragor de los bandos opuestos de una Argentina naciente cuando todavía no se decidía cómo se iba a llamar. Esas guerras que tantos hermanos e hijos llevaron a la muerte y que hasta el hartazgo, de alguna manera, siguen produciendo ese efecto de determinación en la conducta de muchos de los que comandan los destinos de su vida y de otros.

Así, como Estado – Nación hemos tenido varios episodios de enfrentamientos en los que jamás hubo vencedores, sino muertos. Hermanos muertos.

Y eso es algo que de alguna manera nos ha determinado por mucho tiempo, haciéndose carne y conducta; una conducta que indefectiblemente tiene que terminar en la eliminación del otro, del que molesta, del distinto, del problemático…

La muerte primerea

La muerte es un personaje sorpresivo. Siempre llega por sorpresa, aunque uno le esté esperando, aunque uno avizore que pueda llegar a llegar, aunque venga amagando desde hace rato, en algún futuro no muy lejano, la muerte siempre tiene la ventaja y primerea. Y se lleva al fulano o fulana que tiene en la lista, y como funcionaria eficiente que es, si se tiene que llevar a alguna otra persona en el proceso, lo hace.

Ese día de marzo el camionero decidió cargar combustible en esa estación de servicio que conocía desde hacía mucho tiempo, donde solía parar a descansar y saludar, casi como un ritual reconfortante, durante sus muchos viajes desde Córdoba hasta Buenos Aires. Además de la llenada de tanque, se tomaba una gaseosa y conversaba vivamente con otros de su mismo oficio, con los playeros, con quien le vendía la bebida, y estiraba un rato las piernas.

No se debe haber imaginado que ese día iba a ser distinto a todos. Ese día un episodio lo sacó abruptamente de su rutina cotidiana laboral, y lo arrastró a ser parte de esa Historia de la que hablaba al principio; esa Historia que está escrita con sangre y se lleva al que la Muerte elige y a todo aquel otro que la liga en el proceso.

La Ruta 9 tenía poco tráfico en ese punto cercano a Ramallo, cuestión que motivó al camionero a continuar a paso firme y llegar a tiempo, tener un rato para descansar en Buenos Aires, y estar para el viernes siguiente junto con su familia y disfrutar del merecido descanso. “Bueno, hoy es miércoles, le meto pata. Paro de nuevo un toque antes de Buenos Aires a cargar un poco más de combustible, llego a tiempo para descargar. Me aprovisiono de algo de comida y combustible, algunas botellas de agua, algunos caramelos, hago revisar el aceite, y vuelvo a casita. Ah, ¡qué asado nos vamos a comer en casa este fin de semana!”, le decía a otro camionero que transitaba en sentido contrario por la misma ruta, en dirección hacia Córdoba. “Nos veremos la semana que viene”, le dijo el otro, que se subía a su camión y arrancaba hacia destino, con un cargamento de bolsas de cemento.

Al momento de salir del baño, se oyó un estruendo ensordecedor y novedoso; algo que el camionero no había oído nunca en su vida. Sí había escuchado petardos o detonaciones de armas de fuego, pero esto era distinto. Ese sonido venía acompañado por una secuencia de movimientos que nunca olvidaría en lo poco de vida que le quedaba. Ese movimiento con sonido, tal vez, fue su sentencia de muerte, así como la muerte, siempre eficiente y maligna, se lleva alguno de rebote en el proceso.

“Beatriz, ha ocurrido algo terrible. Fui testigo de un hecho que me asusta. Ahora no puedo hablar pero el viernes, cuando regrese, te cuento”, le dijo a su mujer desde el teléfono público de la estación de servicios. Ella no entendía nada, pero tomó de buen grado la promesa, augurando que su marido volviera el día señalado.

Increíble

Unos minutos más tarde, su mujer desde la casa familiar, encendió el televisor y sintonizó un canal de noticias, que ya se estaba haciendo eco de lo ocurrido. Gente y más gente iba llegando al lugar. Más cámaras y más micrófonos. Más periodistas y más equipos. Más vehículos. Más policías. Más gente que no entendía que pasaba. Más muertos que esas rutas habían vuelvo a ver, una vez más.

El camionero dio su declaración a la policía que ya había cortado el paso en ambos sentidos de la ruta, pero luego de que le tomaran los datos y le preguntaran todo lo que sabía, lo dejaron seguir. Su mujer, cientos de kilómetros, no daba crédito a lo que veía en la televisión. El camionero, tampoco daba crédito. ¿Realmente había visto eso? ¿Sería que el cansancio le jugó una mala pasada y le alteró la percepción? No. No era así. Lo vio. Vio todo. Vio cómo venía el helicóptero volando y cómo se vino abajo.

Igualmente, duro a pedal, siguió su ruta, que nunca culminó.

Apareció pocos días después con un balazo en la cabeza, en un acto de la muerte, una vez más, de atropellada que es a veces, y cargarse a uno que no tenía nada que ver en el asunto.

En esa estación de la Ruta 9, a unos pocos kilómetros, todavía estaban los peritos y los policías y los periodistas y los micrófonos y las cámaras.

Aún quedaban los restos de lo que había sido un helicóptero, y dentro del mismo ya no se encontraban alojados los varios cuerpos, entre los que había estado el de Carlitos Menen.

Misterio

La investigación de la muerte de Carlitos Menem estuvo plagada de irregularidades y curiosidades que más que esclarecer interrogantes, terminaron por arrojar más preguntas. En un principio se habló de accidente. Más tarde, Menem, casi en un acto de confesión, dijo que fue un atentado.

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