¿La crisis en Siria alimenta el riesgo de una guerra entre potencias?

A lo largo de 2016 Siria transitó su sexto año de guerra sin una resolución o, al menos, una negociación de paz en el horizonte cercano. La situación, en cambio, se volvió más violenta y compleja y alternó entre períodos de diálogo y de enfrentamiento abierto entre Rusia y Estados Unidos, las dos potencias que, cada vez más, parecen llevar la batuta de este conflicto.

16 DIC 2016 - 14:21 | Actualizado

Escribe: María Laura Carpieta (Especial de Télam)

En Siria, ya pelean la mayoría de los países más poderosos del mundo -Estados Unidos, Rusia, Turquía, las principales potencias europeas, además de la milicia libanesa Hezbollah- y un amplio y variopinto espectro de grupos armados rebeldes, entre ellos el Estado Islámico (EI) y la ex rama local de Al Qaeda.

La guerra se expandió y se arraigó tanto en el país árabe que la mayoría de las organizaciones humanitarias ya no pueden trabajar en las zonas más calientes y la ONU tuvo que dejar de contar los muertos por falta de información confiable. Hace un año y medio, según su último informe, más de 250.000 de personas habían fallecido.

El drama humanitario también se profundiza con los que sobreviven, pero ya no tienen casas ni pertenencias. Más de la mitad de la población siria vive como refugiado, la mayoría en campos abarrotados en los países vecinos, o desplazado, en alguna otra ciudad o pueblo sirio, dependiente de la gracia del Estado, familiares u organizaciones internacionales.

El año comenzó con esfuerzos claros y contundentes de Moscú -aliado de Damasco- y Washington -aliado de los llamados rebeldes moderados- de llevar la guerra siria del devastado terreno a la confortable mesa de negociaciones en Ginebra, Suiza.

Entre febrero y marzo, las dos potencias sellaron varios ceses de fuego, la mayoría infructuosos, que excluían a las dos milicias insurgentes consideradas radicales por ambos bandos: el EI y el ex Frente al Nusra, la antigua rama local de Al Qaeda.

La mayoría de las treguas tuvieron como objetivo poner fin al peor drama humanitario actual, el de los 250.000 civiles que viven encerrados en la parte oriental de la ciudad norteña de Alepo, controlada por la oposición armada desde 2012 y asediada por el Ejército desde mediados de este año.

Otrora la segunda ciudad más importante del país, Alepo se convirtió este año en un verdadero escenario de guerra con zonas completamente destruidas y arrasadas por bombas.

Durante la primera mitad del año, y al calor de la excepción de estas treguas que permitía seguir atacando a los grupos armados islamistas radicales, otro actor logró avanzar en el norte de Siria y pasar a controlar localidades y estratégicas zonas fronterizas con Turquía: las milicias sirio-kurdas.

Tolerados por Damasco y aliados de Estados Unidos, una potencia que apoya a los llamados opositores moderados y bombardea desde el aire al EI desde septiembre de 2014, los milicianos sirio-kurdos se convirtieron en 2016 en una de las fuerzas terrestres más efectivas para frenar el avance de los islamistas radicales e, incluso, hacerlos retroceder.

El avance fue tal que llegaron hasta la frontera norte con Turquía, un enemigo declarado de todos los grupos armados kurdos, tanto en su país como en Siria y la vecina Irak, en donde reclaman desde la independencia de estos estados hasta una mayor autonomía.

Por eso, cuando parecía que las milicias sirio-kurdos se consolidaban en la franja norte del país, Turquía -que hasta ahora había servido como ruta de ingreso a un amplio espectro de milicianos insurgentes y de salida para millones de refugiados- invadió en agosto a Siria con tanques y soldados, acompañados por opositores armados sirios.

Con el consentimiento forzado de Washington, que finalmente le soltó la mano a sus aliados sirio-kurdos, el Ejército turco y sus aliados rebeldes sirios avanzaron rápidamente sobre el norte del país, especialmente al oeste del río Eúfrates, y obligaron a replegarse tanto al EI como a las milicias kurdas.

Mientras el norte de Siria se volvía un escenario de guerra cada vez más complejo, Estados Unidos y Rusia continuaban intentando llevar el conflicto al plano diplomático.

En septiembre anunciaron un acuerdo, que incluía la promesa de coordinar los ataques aéreos contra las milicias islamistas radicales, una iniciativa inédita en esta guerra.

El acuerdo era detallado, ambicioso, pero apenas una semana después aviones estadounidenses bombardearon una posición del Ejército sirio, aliado incondicional de Rusia, y mataron a 62 soldados. Washington dijo que fue "un error" y que lo "lamentaba", pero la escalada de tensión sólo comenzaba.

Dos días después, un convoy de ayuda humanitaria de la ONU, que había logrado, como parte del acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, entrar a la parte oriental de Alepo, controlada por la oposición, fue bombardeada.

Washington acusó a Moscú y éste último a insurgentes. Ninguno pudo demostrar fehacientemente sus denuncias, pero unos días después, en el Consejo de Seguridad de la ONU, los encargados de la diplomacia de las dos potencias, el ruso Serguei Lavrov y su par estadounidense John Kerry se cruzaron críticas, chicanas y hasta denuncias con una crudeza poco usual.

Con la colaboración entre las potencias en suspenso y tras la victoria presidencial en Estados Unidos de Donald Trump, un candidato republicano que prometió mejorar el vínculo con Moscú y trabajar juntos para terminar la guerra en Siria, el Ejército sirio, aviones rusos y milicias aliadas relanzaron con más fuerzas el asedio y los ataques contra la parte de Alepo en manos de la oposición.

En los últimos dos meses de 2016, más de 35.000 civiles tuvieron que abandonar sus hogares en los barrios orientales de Alepo, según la ONU, y sólo la mitad encontró refugio en los campos instalados en las afueras y en el norte de Siria por Naciones Unidas, la Cruz Roja Internacional y otras organizaciones humanitarias.

Después de años de no poder entrar en la región y meses de mantener un asedio, el Ejército y sus aliados lograron avanzar hasta tomar el control de toda la ya emblemática ciudad.

Entre denuncias de masacres y ejecuciones sumarias a civiles y combatientes rebeldes, la oposición armada, el Ejército, Rusia y Turquía negociaron un alto el fuego para permitir la evacuación de las miles de personas que seguían encerradas en Alepo, un proceso que se concretó en medio de mucha tensión y fue acompañado por la ONU y la Cruz Roja Internacional.

Imposible pronosticar cómo será el sexto año de la guerra -el EI logró reconquistar la antigua ciudad de Palmira meses después de ser expulsado y avanza sobre otras partes del centro del país- pero lo que ya es indiscutible es que el gobierno sirio de Bashar al Assad termina el 2016 mucho más fuerte de lo que lo empezó.

16 DIC 2016 - 14:21

Escribe: María Laura Carpieta (Especial de Télam)

En Siria, ya pelean la mayoría de los países más poderosos del mundo -Estados Unidos, Rusia, Turquía, las principales potencias europeas, además de la milicia libanesa Hezbollah- y un amplio y variopinto espectro de grupos armados rebeldes, entre ellos el Estado Islámico (EI) y la ex rama local de Al Qaeda.

La guerra se expandió y se arraigó tanto en el país árabe que la mayoría de las organizaciones humanitarias ya no pueden trabajar en las zonas más calientes y la ONU tuvo que dejar de contar los muertos por falta de información confiable. Hace un año y medio, según su último informe, más de 250.000 de personas habían fallecido.

El drama humanitario también se profundiza con los que sobreviven, pero ya no tienen casas ni pertenencias. Más de la mitad de la población siria vive como refugiado, la mayoría en campos abarrotados en los países vecinos, o desplazado, en alguna otra ciudad o pueblo sirio, dependiente de la gracia del Estado, familiares u organizaciones internacionales.

El año comenzó con esfuerzos claros y contundentes de Moscú -aliado de Damasco- y Washington -aliado de los llamados rebeldes moderados- de llevar la guerra siria del devastado terreno a la confortable mesa de negociaciones en Ginebra, Suiza.

Entre febrero y marzo, las dos potencias sellaron varios ceses de fuego, la mayoría infructuosos, que excluían a las dos milicias insurgentes consideradas radicales por ambos bandos: el EI y el ex Frente al Nusra, la antigua rama local de Al Qaeda.

La mayoría de las treguas tuvieron como objetivo poner fin al peor drama humanitario actual, el de los 250.000 civiles que viven encerrados en la parte oriental de la ciudad norteña de Alepo, controlada por la oposición armada desde 2012 y asediada por el Ejército desde mediados de este año.

Otrora la segunda ciudad más importante del país, Alepo se convirtió este año en un verdadero escenario de guerra con zonas completamente destruidas y arrasadas por bombas.

Durante la primera mitad del año, y al calor de la excepción de estas treguas que permitía seguir atacando a los grupos armados islamistas radicales, otro actor logró avanzar en el norte de Siria y pasar a controlar localidades y estratégicas zonas fronterizas con Turquía: las milicias sirio-kurdas.

Tolerados por Damasco y aliados de Estados Unidos, una potencia que apoya a los llamados opositores moderados y bombardea desde el aire al EI desde septiembre de 2014, los milicianos sirio-kurdos se convirtieron en 2016 en una de las fuerzas terrestres más efectivas para frenar el avance de los islamistas radicales e, incluso, hacerlos retroceder.

El avance fue tal que llegaron hasta la frontera norte con Turquía, un enemigo declarado de todos los grupos armados kurdos, tanto en su país como en Siria y la vecina Irak, en donde reclaman desde la independencia de estos estados hasta una mayor autonomía.

Por eso, cuando parecía que las milicias sirio-kurdos se consolidaban en la franja norte del país, Turquía -que hasta ahora había servido como ruta de ingreso a un amplio espectro de milicianos insurgentes y de salida para millones de refugiados- invadió en agosto a Siria con tanques y soldados, acompañados por opositores armados sirios.

Con el consentimiento forzado de Washington, que finalmente le soltó la mano a sus aliados sirio-kurdos, el Ejército turco y sus aliados rebeldes sirios avanzaron rápidamente sobre el norte del país, especialmente al oeste del río Eúfrates, y obligaron a replegarse tanto al EI como a las milicias kurdas.

Mientras el norte de Siria se volvía un escenario de guerra cada vez más complejo, Estados Unidos y Rusia continuaban intentando llevar el conflicto al plano diplomático.

En septiembre anunciaron un acuerdo, que incluía la promesa de coordinar los ataques aéreos contra las milicias islamistas radicales, una iniciativa inédita en esta guerra.

El acuerdo era detallado, ambicioso, pero apenas una semana después aviones estadounidenses bombardearon una posición del Ejército sirio, aliado incondicional de Rusia, y mataron a 62 soldados. Washington dijo que fue "un error" y que lo "lamentaba", pero la escalada de tensión sólo comenzaba.

Dos días después, un convoy de ayuda humanitaria de la ONU, que había logrado, como parte del acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, entrar a la parte oriental de Alepo, controlada por la oposición, fue bombardeada.

Washington acusó a Moscú y éste último a insurgentes. Ninguno pudo demostrar fehacientemente sus denuncias, pero unos días después, en el Consejo de Seguridad de la ONU, los encargados de la diplomacia de las dos potencias, el ruso Serguei Lavrov y su par estadounidense John Kerry se cruzaron críticas, chicanas y hasta denuncias con una crudeza poco usual.

Con la colaboración entre las potencias en suspenso y tras la victoria presidencial en Estados Unidos de Donald Trump, un candidato republicano que prometió mejorar el vínculo con Moscú y trabajar juntos para terminar la guerra en Siria, el Ejército sirio, aviones rusos y milicias aliadas relanzaron con más fuerzas el asedio y los ataques contra la parte de Alepo en manos de la oposición.

En los últimos dos meses de 2016, más de 35.000 civiles tuvieron que abandonar sus hogares en los barrios orientales de Alepo, según la ONU, y sólo la mitad encontró refugio en los campos instalados en las afueras y en el norte de Siria por Naciones Unidas, la Cruz Roja Internacional y otras organizaciones humanitarias.

Después de años de no poder entrar en la región y meses de mantener un asedio, el Ejército y sus aliados lograron avanzar hasta tomar el control de toda la ya emblemática ciudad.

Entre denuncias de masacres y ejecuciones sumarias a civiles y combatientes rebeldes, la oposición armada, el Ejército, Rusia y Turquía negociaron un alto el fuego para permitir la evacuación de las miles de personas que seguían encerradas en Alepo, un proceso que se concretó en medio de mucha tensión y fue acompañado por la ONU y la Cruz Roja Internacional.

Imposible pronosticar cómo será el sexto año de la guerra -el EI logró reconquistar la antigua ciudad de Palmira meses después de ser expulsado y avanza sobre otras partes del centro del país- pero lo que ya es indiscutible es que el gobierno sirio de Bashar al Assad termina el 2016 mucho más fuerte de lo que lo empezó.


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