Quedó muy cerca de las puertas del cielo

Ayer, Germinal tuvo una de sus jornadas más gloriosas. Vendió cara su derrota ante un equipo duro, austero, mañero como Sansinena y se quedó en las puertas del cielo: ingresar al torneo Federal A. Un objeto del deseo tan esquivo como precioso.

Damián Salinas, ausente por suspensión, brinda consuelo. A la derecha, Matías Hidalgo se retira de la cancha con la mirada en alto.
17 DIC 2016 - 21:16 | Actualizado

Por Juan Bigrevich

Ahora deberá plantearse y replantearse, una y otra vez, que hacer de su futuro. Con un bagaje a cuestas en sus 94 años de existencia y con batallas ganadas y perdidas, tanto en el campo de juego como en lo institucional, el club superó adversidades, magros resultados, flojos desempeños y cuestionamientos pueriles; pero mantuvo su temple para superar situaciones extremas y su duro carácter forjado en la adversidad y en un clima tan áspero como hostil.

Y allí están Jorge Durán, un hombre, que, junto a su familia históricamente ligada a la institución de los colores verdes y blancos, tomó un barco a la deriva y le dio una razón, un objetivo, una organización y seriedad. Junto a él, un grupo de colaboradores excepcionales que, para el devenir, no deben estar solos para ponerse sobre sus espaldas el futuro.

También está Javier Treuque, un dirigente salido de las entrañas de la misma entidad y que es un referente ineludible del fútbol del interior argentino.

Obviamente, están los jugadores y el cuerpo técnico, actores principales y/o de reparto, dependiendo de los prismas de donde se mire.

Viniendo de los suburbios que pagan el precio de la prosperidad, sin mayores sobresaltos, de los centros monopolistas del fútbol que hoy alcanzan su más alto grado de concentración, Germinal representó la rabia de una región históricamente bastardeada y su actuación cobra un sentido colectivo.

No pretendemos analizar a la Patagonia como una unidad indivisible (a la que Germinal representa), porque las mentes que motorizaban (y motorizan) una unidad monolítica para no ser un lugar marginal cuyo único fin es la obtención de materia prima sin nada a cambio, han sido combatidas no sólo desde afuera, sino desde adentro en un cipayismo inentendible. Sin embargo, la presencia de Germinal deberá ser un faro –en la justa medida, claro está- referencial de la región.

No obstante ello y en ese afán de llegar a la cima, no hay que creer en que esta empresa de cuatro meses fue (o es) un fracaso. Casi se accedió de la cuarta a la tercera categoría del fútbol nacional. Y aunque las exigencias y obligaciones iban a ser mayores, aún falta mucho trecho y ahí está el desafío de aquellos hombres y mujeres, que, se insiste, no hay que dejarlos en su soledad. Muy por el contrario.

Es que el fútbol argentino progresa a tropezones, con clubes que llegan como comparsas clasificadas para la siguiente fase con todos los honores y otros eliminados sin ninguna dignidad a pesar de su supuesto poderío.

Tampoco la derrota le tiene que significar regresar humillados, haciéndose preguntas sobre su futuro y con la sensación de haber traicionado a la patria. Esa hipersensibilidad que lleva a interpretar manos negras u operativos oscuros, siendo difícil llevar más lejos la estupidez, pues parece que es preferible convertir en sospechoso a todo aquel que no sea un demagogo que agita una bandera.

Si esas pasiones pueden ser excitadas de una manera enfermiza por un simple partido, existen dos opciones. O el fútbol tiene mucha fuerza o la pasión es poca cosa. Este fútbol nos ha mandado señales que hay que erradicar como aquellos idiotas emocionales peleándose como energúmenos como si no existieran los problemas de verdad.

Cuando se pierde un partido no se debilita nada. Solo es un golpe para el orgullo futbolístico del lugar de pertenencia y nada más.

Resulta legítimo que se sientan defraudados por no haber cumplido con su deber. Incluso es lícito hablar de dolor cuando se sufre un revés Pero no hay que ser presuntuosos. La patria chica no juega al fútbol, solo se entretiene un rato con él. Y si bien nos ponen tristes o contentos, la vida no se altera en absoluto.

Y mucho menos la vida de las instituciones o el rumbo del mundo, porque ese terremoto emocional que provoca el fútbol, esa identificación, es, como todo juego, algo simbólico.

Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres. Y en esa percepción de las cosas, Germinal tuvo (y tiene potencialmente) más que dar.

El futuro está en sus manos, sólo depende de él.

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Damián Salinas, ausente por suspensión, brinda consuelo. A la derecha, Matías Hidalgo se retira de la cancha con la mirada en alto.
17 DIC 2016 - 21:16

Por Juan Bigrevich

Ahora deberá plantearse y replantearse, una y otra vez, que hacer de su futuro. Con un bagaje a cuestas en sus 94 años de existencia y con batallas ganadas y perdidas, tanto en el campo de juego como en lo institucional, el club superó adversidades, magros resultados, flojos desempeños y cuestionamientos pueriles; pero mantuvo su temple para superar situaciones extremas y su duro carácter forjado en la adversidad y en un clima tan áspero como hostil.

Y allí están Jorge Durán, un hombre, que, junto a su familia históricamente ligada a la institución de los colores verdes y blancos, tomó un barco a la deriva y le dio una razón, un objetivo, una organización y seriedad. Junto a él, un grupo de colaboradores excepcionales que, para el devenir, no deben estar solos para ponerse sobre sus espaldas el futuro.

También está Javier Treuque, un dirigente salido de las entrañas de la misma entidad y que es un referente ineludible del fútbol del interior argentino.

Obviamente, están los jugadores y el cuerpo técnico, actores principales y/o de reparto, dependiendo de los prismas de donde se mire.

Viniendo de los suburbios que pagan el precio de la prosperidad, sin mayores sobresaltos, de los centros monopolistas del fútbol que hoy alcanzan su más alto grado de concentración, Germinal representó la rabia de una región históricamente bastardeada y su actuación cobra un sentido colectivo.

No pretendemos analizar a la Patagonia como una unidad indivisible (a la que Germinal representa), porque las mentes que motorizaban (y motorizan) una unidad monolítica para no ser un lugar marginal cuyo único fin es la obtención de materia prima sin nada a cambio, han sido combatidas no sólo desde afuera, sino desde adentro en un cipayismo inentendible. Sin embargo, la presencia de Germinal deberá ser un faro –en la justa medida, claro está- referencial de la región.

No obstante ello y en ese afán de llegar a la cima, no hay que creer en que esta empresa de cuatro meses fue (o es) un fracaso. Casi se accedió de la cuarta a la tercera categoría del fútbol nacional. Y aunque las exigencias y obligaciones iban a ser mayores, aún falta mucho trecho y ahí está el desafío de aquellos hombres y mujeres, que, se insiste, no hay que dejarlos en su soledad. Muy por el contrario.

Es que el fútbol argentino progresa a tropezones, con clubes que llegan como comparsas clasificadas para la siguiente fase con todos los honores y otros eliminados sin ninguna dignidad a pesar de su supuesto poderío.

Tampoco la derrota le tiene que significar regresar humillados, haciéndose preguntas sobre su futuro y con la sensación de haber traicionado a la patria. Esa hipersensibilidad que lleva a interpretar manos negras u operativos oscuros, siendo difícil llevar más lejos la estupidez, pues parece que es preferible convertir en sospechoso a todo aquel que no sea un demagogo que agita una bandera.

Si esas pasiones pueden ser excitadas de una manera enfermiza por un simple partido, existen dos opciones. O el fútbol tiene mucha fuerza o la pasión es poca cosa. Este fútbol nos ha mandado señales que hay que erradicar como aquellos idiotas emocionales peleándose como energúmenos como si no existieran los problemas de verdad.

Cuando se pierde un partido no se debilita nada. Solo es un golpe para el orgullo futbolístico del lugar de pertenencia y nada más.

Resulta legítimo que se sientan defraudados por no haber cumplido con su deber. Incluso es lícito hablar de dolor cuando se sufre un revés Pero no hay que ser presuntuosos. La patria chica no juega al fútbol, solo se entretiene un rato con él. Y si bien nos ponen tristes o contentos, la vida no se altera en absoluto.

Y mucho menos la vida de las instituciones o el rumbo del mundo, porque ese terremoto emocional que provoca el fútbol, esa identificación, es, como todo juego, algo simbólico.

Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres. Y en esa percepción de las cosas, Germinal tuvo (y tiene potencialmente) más que dar.

El futuro está en sus manos, sólo depende de él.


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