Una peli argentina compite por mejor Ópera Prima, en Berlín

La película argentina “Adiós entusiasmo”, dirigida por el colombiano radicado en Buenos Aires Vladimir Durán, compite por el premio a la Mejor Ópera Prima del 67mo. Festival Internacional de Cine de Berlín, con el desconcertante retrato de una familia muy peculiar -sus dramas, emociones y conflictos- formada por cuatro hermanos y una madre, a la que mantienen encerrada en un cuarto de la casa que habitan.

15 FEB 2017 - 16:53 | Actualizado

Climática y claustrofóbica, filmada con lentes anamórficos que expanden la pantalla pero encierran a los personajes entre sus límites, la primera película de Durán -tanto en su carácter de director como de actor, ya que encarna al amigo de una de las hermanas- ofreció en la sección Forum de la Berlinale una mirada lúdica sobre las relaciones familiares y sobre la vulnerabilidad de tres jóvenes y un niño que se mueven en un ambiente enrarecido.

Protagonizada por Mariel Fernández, Laila Maltz, Martina Juncadella, el niño Camilo Castiglione, Verónica Llinás y Rosario Bléfari (que compone a la madre encerrada, a la que sólo escuchamos y nunca vemos), “Adiós entusiasmo” se nutre de juegos e improvisaciones actorales en base a un guión del propio Durán y el brasileño radicado en Buenos Aires Sacha Amaral, quien lo concibió en principio como un cortometraje.

“La película cuenta diez horas de una familia. Con los actores buscamos hacerlo desde un sistema de investigación en rodaje, donde nos permitimos desvíos y cierta porosidad en las relaciones entre personas de un mismo universo. Quise explorar la particularidad de un universo familiar y su lógica desfasada, corrida”, afirmó el cineasta en diálogo con Télam desde Berlín, donde su filme tuvo una buena recepción de público y crítica en su primera proyección el lunes pasado y mientras aguarda la última función del filme este viernes.

Durán buscaba que la lógica que los personajes manejaban fuera muy propia de ellos, sin juzgarla en ningún momento: “Me interesaba la particularidad de esa familia. Me interesaba explorar la parte emocional de todo eso. Poder experimentar con relaciones humanas y ver qué narrativa iba formando. No quería llegar al cálculo de un resultado, sino mantener cierta ceguera y vértigo en relación con él”.

En esa investigación para nada habitual sobre los vínculos para nada habituales de una familia de clase media argentina, Durán expone las leyes nunca dichas que subyacen a la relación entre esos hermanos y su madre, que por motivos desconocidos -¿una extraña enfermedad? ¿una deformidad que no permite verla? ¿instintos asesinos?- permanece encerrada y se comunica desde atrás de una puerta.

“Desde un principio tomamos la decisión de no explicar ni explicitar qué pasa con la madre. Había una decisión de que eso estuviese en segundo plano. A mí no me interesaba que esa madre saliera. Queríamos seguir construyendo un personaje fuera de campo y ver cómo resonaba en los demás personajes y transmitía esa claustrofobia en el exterior. Era una decisión tomada que quise sostener hasta el final”, señaló Durán.

Durante un período de unas pocas horas, los hermanos juegan, cantan, discuten, comparten anhelos y vivencias, reciben la visita de amigos, alimentan y medican a su madre, y le organizan a pedido suyo -tres días antes de su natalicio- una fiesta de cumpleaños, donde las pasiones y emociones surgen incontrolables, provocando extrañeza, desconcierto, alegría y dolor, todo eso en dosis casi idénticas.

El director, que estudió actuación junto a sus protagonistas en la escuela de Nora Moseinco, quien desarrolla un método de actuación basado en la búsqueda del potencial individual utilizando la improvisación, explicó que buscaron juntos “una idea de lo lúdico en el drama claustrofóbico, para que lo denso no estuviese en primer plano y poder así trabajar la relación familiar desde momentos aparentemente muertos”.

Según explicó el cineasta, trabajaron de ese modo “para que la idea del drama y la densidad no estuviesen en primer plano a la hora de actuar. Había algo de la lógica de una familia corrida que me interesaba, y por eso me interesaba que ellos pudieran matar el tiempo de distintas maneras, con conversaciones o simplemente estando ahí”.

“Mi idea era que los actores habitaran el presente y que ese presente no estuviera necesariamente atravesado por lo que quería narrar. Quería ver qué le pasa a los actores cuando los dejaba en el vacío, porque tenían un montón de información pero yo les pedía solamente que estuvieran y buscarán relacionarse con los demás”, sostuvo Durán, que reconoce al francés Maurice Pialat como una influencia.

Lo que el cineasta rescata del trabajo de Pialat (“Bajo el sol de Satán”, “Van Gogh”) es que “trabajaba con bloques dramáticos y sabía cuál era el objetivo más sencillo que quería lograr, aunque también se permitía bastante desvíos. Hay algo de esa libertad que quería darme en relación a lo que fuera surgiendo con los actores a partir de la idea inicial”.

“Antes y durante el rodaje experimentamos mucho con los actores en la locación. Una o dos veces por semana nos poníamos a probar cosas, y cuando empezamos a filmar nos dimos mucho tiempo para seguir experimentando. También nos dimos lugar a improvisaciones de acuerdo a una idea que yo tenía. Una idea de la actuación a través del guión”, recordó Durán, que compitió en Cannes en 2011 con su cortometraje “Soy tan feliz”.

Si bien había actuado en el corto “Una parte”, de Ignacio Sánchez Mestre, el director lleva muchos años estudiando, investigando y entrenándose como intérprete: “A mi lo que más me resuena de eso es la idea de la actuación como un estado de presente continuo, como estar con un campo asociativo despierto y no prefabricado. No es improvisación pura, pero se trata de poder tener siempre una cierta cosa viva en escena”.

15 FEB 2017 - 16:53

Climática y claustrofóbica, filmada con lentes anamórficos que expanden la pantalla pero encierran a los personajes entre sus límites, la primera película de Durán -tanto en su carácter de director como de actor, ya que encarna al amigo de una de las hermanas- ofreció en la sección Forum de la Berlinale una mirada lúdica sobre las relaciones familiares y sobre la vulnerabilidad de tres jóvenes y un niño que se mueven en un ambiente enrarecido.

Protagonizada por Mariel Fernández, Laila Maltz, Martina Juncadella, el niño Camilo Castiglione, Verónica Llinás y Rosario Bléfari (que compone a la madre encerrada, a la que sólo escuchamos y nunca vemos), “Adiós entusiasmo” se nutre de juegos e improvisaciones actorales en base a un guión del propio Durán y el brasileño radicado en Buenos Aires Sacha Amaral, quien lo concibió en principio como un cortometraje.

“La película cuenta diez horas de una familia. Con los actores buscamos hacerlo desde un sistema de investigación en rodaje, donde nos permitimos desvíos y cierta porosidad en las relaciones entre personas de un mismo universo. Quise explorar la particularidad de un universo familiar y su lógica desfasada, corrida”, afirmó el cineasta en diálogo con Télam desde Berlín, donde su filme tuvo una buena recepción de público y crítica en su primera proyección el lunes pasado y mientras aguarda la última función del filme este viernes.

Durán buscaba que la lógica que los personajes manejaban fuera muy propia de ellos, sin juzgarla en ningún momento: “Me interesaba la particularidad de esa familia. Me interesaba explorar la parte emocional de todo eso. Poder experimentar con relaciones humanas y ver qué narrativa iba formando. No quería llegar al cálculo de un resultado, sino mantener cierta ceguera y vértigo en relación con él”.

En esa investigación para nada habitual sobre los vínculos para nada habituales de una familia de clase media argentina, Durán expone las leyes nunca dichas que subyacen a la relación entre esos hermanos y su madre, que por motivos desconocidos -¿una extraña enfermedad? ¿una deformidad que no permite verla? ¿instintos asesinos?- permanece encerrada y se comunica desde atrás de una puerta.

“Desde un principio tomamos la decisión de no explicar ni explicitar qué pasa con la madre. Había una decisión de que eso estuviese en segundo plano. A mí no me interesaba que esa madre saliera. Queríamos seguir construyendo un personaje fuera de campo y ver cómo resonaba en los demás personajes y transmitía esa claustrofobia en el exterior. Era una decisión tomada que quise sostener hasta el final”, señaló Durán.

Durante un período de unas pocas horas, los hermanos juegan, cantan, discuten, comparten anhelos y vivencias, reciben la visita de amigos, alimentan y medican a su madre, y le organizan a pedido suyo -tres días antes de su natalicio- una fiesta de cumpleaños, donde las pasiones y emociones surgen incontrolables, provocando extrañeza, desconcierto, alegría y dolor, todo eso en dosis casi idénticas.

El director, que estudió actuación junto a sus protagonistas en la escuela de Nora Moseinco, quien desarrolla un método de actuación basado en la búsqueda del potencial individual utilizando la improvisación, explicó que buscaron juntos “una idea de lo lúdico en el drama claustrofóbico, para que lo denso no estuviese en primer plano y poder así trabajar la relación familiar desde momentos aparentemente muertos”.

Según explicó el cineasta, trabajaron de ese modo “para que la idea del drama y la densidad no estuviesen en primer plano a la hora de actuar. Había algo de la lógica de una familia corrida que me interesaba, y por eso me interesaba que ellos pudieran matar el tiempo de distintas maneras, con conversaciones o simplemente estando ahí”.

“Mi idea era que los actores habitaran el presente y que ese presente no estuviera necesariamente atravesado por lo que quería narrar. Quería ver qué le pasa a los actores cuando los dejaba en el vacío, porque tenían un montón de información pero yo les pedía solamente que estuvieran y buscarán relacionarse con los demás”, sostuvo Durán, que reconoce al francés Maurice Pialat como una influencia.

Lo que el cineasta rescata del trabajo de Pialat (“Bajo el sol de Satán”, “Van Gogh”) es que “trabajaba con bloques dramáticos y sabía cuál era el objetivo más sencillo que quería lograr, aunque también se permitía bastante desvíos. Hay algo de esa libertad que quería darme en relación a lo que fuera surgiendo con los actores a partir de la idea inicial”.

“Antes y durante el rodaje experimentamos mucho con los actores en la locación. Una o dos veces por semana nos poníamos a probar cosas, y cuando empezamos a filmar nos dimos mucho tiempo para seguir experimentando. También nos dimos lugar a improvisaciones de acuerdo a una idea que yo tenía. Una idea de la actuación a través del guión”, recordó Durán, que compitió en Cannes en 2011 con su cortometraje “Soy tan feliz”.

Si bien había actuado en el corto “Una parte”, de Ignacio Sánchez Mestre, el director lleva muchos años estudiando, investigando y entrenándose como intérprete: “A mi lo que más me resuena de eso es la idea de la actuación como un estado de presente continuo, como estar con un campo asociativo despierto y no prefabricado. No es improvisación pura, pero se trata de poder tener siempre una cierta cosa viva en escena”.


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