El rey de la milonga

Por Sergio Pravaz

25 FEB 2017 - 20:41 | Actualizado

Durante un par de fines de semana ocurrió en Playa Unión un hecho inusual cuyas características sobresalen de manera notoria por encima de la medianía estival. Fue en el ámbito de la biblioteca popular Asencio Abeijón, esa maravilla libresca que genera una diversidad de actividades a partir del empeño de un grupo de mujeres, que como las malabaristas de Río Senguer, hacen magia a puro golpe de corazón, sapiencia e imaginación.
El acontecimiento fue una obra de teatro sensacional desde cualquier ángulo que se intente analizarla. En ocasiones, los seres humanos, gracias al pecado de la soberbia, dejamos de ver y de disfrutar todo aquello que lleva el sello de lo sencillo, ignorando la belleza y profundidad de los actos que se generan a partir de ello. La canción popular tiene mucho para enseñarnos al respecto porque hay verdaderas catedrales con tres notas y tres estrofas. Simplifico para que quede más claro: “El rey de la milonga”, cuento de Roberto Fontanarrosa cuya adaptación fue realizada por Luis Jones, es un prodigio justamente a causa de todo lo que carece, es decir, complejidad, autosuficiencia, vanidad, exhibicionismo, exceso, impostura, divismo y varios etcéteras más.
La obra está calibrada como el carburador del Torino que fue a las 84 horas de Nürburgring siguiendo un sueño y se encontró con la gloria sentada a la mesa y a la hora de la cena. No hay cabos sueltos y todos los elementos que la constituyen, el humor, lo discursivo, la melancolía, la frustración, la austeridad de la puesta, las diversas atmósferas, están marcados por la destreza actoral de Jones quién se luce en el bar, ámbito donde transcurre el relato, dialogando con un invisible doctor que es depositario de su discurso incontinente, o con otros comensales fantasmas -gran recurso para distender y dar marco a las escenas- o dando paso a Fernando Asciutto y Rafael Terranova, músicos que comparten el universo del lugar y que en pocos minutos darán un show y por eso se encuentran ensayando y revisando el repertorio. Ellos proveen atención y pequeñas intervenciones al vacío existencial/discursivo del personaje principal, a la vez que musicalizan la trama obsequiando diversos climas con tangos, milongas y boleros que subrayan una capacidad extraordinaria de Asciutto que es la de cantar a medias, porque el personaje está en un lugar público y sólo practican la rutina que precede al concierto; es asombroso porque nunca termina de sacar completamente su voz y aun así suena hermosa, con matices, texturas y le da un tono actoral que ensambla perfectamente con la magia que aparece en el escenario.  
Cuando uno percibe eso que aconteció y las palabras se acomodan solas para representar la idea, ese fragmento de realidad que el arte nos muestra para que observemos lo que nos refleja, es ahí es que se ilumina el texto que nos regalan y eso sucede porque el relato está bien contado, con todas sus cargas y contrapesos en equilibrio.
Ese es el capital de Jones, Asciutto y Terranova, señores de lo cotidiano que cultivan sus dominios como los eficaces contadores de historias que alrededor de un fuego han existido en todas las épocas que la humanidad ha atravesado, y en cada una de las latitudes donde han quedado los registros de su paso. Esa es la pasión que los sostiene. Como cuando el conocimiento se transmitía de ese modo y se jugaba la suerte de la tribu en ese acto. Esa es la intensidad que transmiten, nos hacen contener la respiración, soltar la risa, abrir los ojos por el asombro, son capaces de hacernos poner en tensión porque nos cuentan una historia y nos hacen palpitar el corazón en un relámpago y por un breve puñado de tiempo. ¿Hay gloria más grande que esa vocación?.
El célebre escritor francés, Gustave Flaubert, dijo: “Un alma se mide por las dimensiones de sus deseos, como se juzga una catedral por la altura de sus campanarios”.#

 

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25 FEB 2017 - 20:41

Durante un par de fines de semana ocurrió en Playa Unión un hecho inusual cuyas características sobresalen de manera notoria por encima de la medianía estival. Fue en el ámbito de la biblioteca popular Asencio Abeijón, esa maravilla libresca que genera una diversidad de actividades a partir del empeño de un grupo de mujeres, que como las malabaristas de Río Senguer, hacen magia a puro golpe de corazón, sapiencia e imaginación.
El acontecimiento fue una obra de teatro sensacional desde cualquier ángulo que se intente analizarla. En ocasiones, los seres humanos, gracias al pecado de la soberbia, dejamos de ver y de disfrutar todo aquello que lleva el sello de lo sencillo, ignorando la belleza y profundidad de los actos que se generan a partir de ello. La canción popular tiene mucho para enseñarnos al respecto porque hay verdaderas catedrales con tres notas y tres estrofas. Simplifico para que quede más claro: “El rey de la milonga”, cuento de Roberto Fontanarrosa cuya adaptación fue realizada por Luis Jones, es un prodigio justamente a causa de todo lo que carece, es decir, complejidad, autosuficiencia, vanidad, exhibicionismo, exceso, impostura, divismo y varios etcéteras más.
La obra está calibrada como el carburador del Torino que fue a las 84 horas de Nürburgring siguiendo un sueño y se encontró con la gloria sentada a la mesa y a la hora de la cena. No hay cabos sueltos y todos los elementos que la constituyen, el humor, lo discursivo, la melancolía, la frustración, la austeridad de la puesta, las diversas atmósferas, están marcados por la destreza actoral de Jones quién se luce en el bar, ámbito donde transcurre el relato, dialogando con un invisible doctor que es depositario de su discurso incontinente, o con otros comensales fantasmas -gran recurso para distender y dar marco a las escenas- o dando paso a Fernando Asciutto y Rafael Terranova, músicos que comparten el universo del lugar y que en pocos minutos darán un show y por eso se encuentran ensayando y revisando el repertorio. Ellos proveen atención y pequeñas intervenciones al vacío existencial/discursivo del personaje principal, a la vez que musicalizan la trama obsequiando diversos climas con tangos, milongas y boleros que subrayan una capacidad extraordinaria de Asciutto que es la de cantar a medias, porque el personaje está en un lugar público y sólo practican la rutina que precede al concierto; es asombroso porque nunca termina de sacar completamente su voz y aun así suena hermosa, con matices, texturas y le da un tono actoral que ensambla perfectamente con la magia que aparece en el escenario.  
Cuando uno percibe eso que aconteció y las palabras se acomodan solas para representar la idea, ese fragmento de realidad que el arte nos muestra para que observemos lo que nos refleja, es ahí es que se ilumina el texto que nos regalan y eso sucede porque el relato está bien contado, con todas sus cargas y contrapesos en equilibrio.
Ese es el capital de Jones, Asciutto y Terranova, señores de lo cotidiano que cultivan sus dominios como los eficaces contadores de historias que alrededor de un fuego han existido en todas las épocas que la humanidad ha atravesado, y en cada una de las latitudes donde han quedado los registros de su paso. Esa es la pasión que los sostiene. Como cuando el conocimiento se transmitía de ese modo y se jugaba la suerte de la tribu en ese acto. Esa es la intensidad que transmiten, nos hacen contener la respiración, soltar la risa, abrir los ojos por el asombro, son capaces de hacernos poner en tensión porque nos cuentan una historia y nos hacen palpitar el corazón en un relámpago y por un breve puñado de tiempo. ¿Hay gloria más grande que esa vocación?.
El célebre escritor francés, Gustave Flaubert, dijo: “Un alma se mide por las dimensiones de sus deseos, como se juzga una catedral por la altura de sus campanarios”.#

 


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