Historias del crimen/ Punta de ovillo

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

22 ABR 2017 - 21:35 | Actualizado

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

Ella era una piba jovencita. Apenas había llegado a los veinte años o al menos le faltaba poco. Y estaba llena de sueños. Era joven y quería llevarse el mundo por delante. Tenía todavía esa sonrisa sincera y un tanto tímida que suelen tener los jóvenes que todavía no se dieron la jeta contra la pared y no han sufrido las guachadas de un mundo que a veces es bueno con algunos y malo con otros.
Por eso, ella, todavía era feliz. A su manera, claro, pero era feliz. Cada cual es feliz como puede, y en su caso la cosa iba bastante bien porque había conocido a un tipo que le movía bastante la estantería. El flaco le había pintado una vida relacional de amor eterno y que si seguían juntos todo iba a ser hermoso y lleno de felicidad. Así que la piba estaba obnubilada por este fulano, bastante chamuyero por cierto, que no paraba de agitarle el bote con promesas infundadas y palabrería barata, y algún que otro ramo de flores con escasa frecuencia.
Pero en algún momento la cosa empezó a tomar un sendero diferente. Ya no había chamuyo tranquilizador; ni ramos de flores esporádicos; ni alguna caricia amorosa. Ya no había nada de eso. Y cuentan los que la vieron por aquellos días que la pobre piba derramó alguna lágrima porque veía cómo se iba cayendo esa imagen construida e idealizada del fulano. Él ya no era el mismo y no quedaba claro si se había empezado a mostrar como realmente era o bien era algo pasajero y volvería todo a ser como antes…
Un día como cualquier otro ella desapareció. Se borró de la faz de la tierra. Nadie sabía qué había pasado. No había rastros de ella por ningún lado. Se precipitó una búsqueda incansable por todos lados tratando de dar con alguna pista que pudiera marcar el camino pero todo esfuerzo que se imprimía sobre ello arrojaba resultados negativos. No había ninguna punta de ovillo ni nada que indicara por dónde buscar.
Como suele pasar en algunos de estos casos como en muchos órdenes de la vida, un golpe de suerte vino a encauzar la cuestión: unos pibes jugando a la pelota en un descampado encontraron una bolsa semiabierta y al hurgar en su interior se encontraron con algo que seguramente al día de hoy debe recordar con lujo de detalles, aunque, por supuesto, falseado en algún punto por la acción del paso del tiempo que siempre ejerce alguna influencia de este tipo en los recuerdos.
Lo importante, igual, es que poco más de veinte días luego de la desaparición de la joven por fin ya se podía establecer lo que había pasado con ella: alguien la había matado y descuartizado. Lo que habían encontrado los chicos fue una pierna y el torso y a partir de allí se comenzó con un lento trabajo de reconstrucción de los últimos días de su vida, y todos los cañones fueron apuntados al novio.
En un primer momento no pudieron encontrarle nada. No había indicio de ningún tipo que pudiera vincularlo. Pasaron algunos días más y por otra zona de baldíos de la ciudad volvieron a encontrar partes humanas. Todas se correspondían con la piba. Lo que no se encontraba fue a la persona que la mató, aunque la sospecha estaba más que fundada: había mala onda en el último tiempo; mucha agresividad; el flaco tenía momentos en que explotaba anímicamente y se ponía violento… En fin, era todo un cúmulo de cosas que orientaban hacia un mismo punto: el flaco.
Se le allanó la pieza de una pensión en la que vivía y no se encontró nada, más que las pertenencias mundanas con las que se manejaba, que no eran tantas. Unas pocas pilchas y algún que otro bártulo completaban el cuadro de una vida indolente. Igualmente, el examen de la pieza no arrojó nada positivo para la investigación, aunque luego pasó algo interesante. La dueña de la casa les contó a los investigadores que en realidad, si bien el tipo hacía tiempo que vivía allí, antes había ocupado otra habitación de la misma casa, y que la mudanza se había producido unas pocas semanas atrás.
La suerte ya estaba echada y se allanó esa habitación original que ocupara el fulano oportunamente, donde encontraron restos de sangre y ropa de la víctima, también ensangrentada. Fue cuestión de tiempo nomás para todos los estudios que se realizaran sobre esos rastros concordaran con la piba muerta.
Igualmente, antes de que eso ocurriera, el tipo confesó. En aquella época el procedimiento de persecución penal era distinto al que tenemos ahora en nuestra provincia, y con la simple confesión del tipo más un par de pruebas todo quedó servido en bandeja para que le dieran unos cuantos años, que al final terminaron siendo menos de diez.
Entre los elementos de la confesión se encontró el motivo del homicidio que cometió: dijo que fue por celos. Y también contó cómo hizo para matarla y para descuartizar todo el cuerpo de la pobre piba, que después dejó en varios lugares de Trelew.
Los memoriosos que laburaron el caso aún lo recuerdan como un hecho conmocionante, algo que sacudió a toda la ciudad.
Yo todavía me acuerdo de algunos amigos míos, que por esa época jugando a la pelota encontraron de rebote la punta del ovillo que después se fue desenredando.#

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22 ABR 2017 - 21:35

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

Ella era una piba jovencita. Apenas había llegado a los veinte años o al menos le faltaba poco. Y estaba llena de sueños. Era joven y quería llevarse el mundo por delante. Tenía todavía esa sonrisa sincera y un tanto tímida que suelen tener los jóvenes que todavía no se dieron la jeta contra la pared y no han sufrido las guachadas de un mundo que a veces es bueno con algunos y malo con otros.
Por eso, ella, todavía era feliz. A su manera, claro, pero era feliz. Cada cual es feliz como puede, y en su caso la cosa iba bastante bien porque había conocido a un tipo que le movía bastante la estantería. El flaco le había pintado una vida relacional de amor eterno y que si seguían juntos todo iba a ser hermoso y lleno de felicidad. Así que la piba estaba obnubilada por este fulano, bastante chamuyero por cierto, que no paraba de agitarle el bote con promesas infundadas y palabrería barata, y algún que otro ramo de flores con escasa frecuencia.
Pero en algún momento la cosa empezó a tomar un sendero diferente. Ya no había chamuyo tranquilizador; ni ramos de flores esporádicos; ni alguna caricia amorosa. Ya no había nada de eso. Y cuentan los que la vieron por aquellos días que la pobre piba derramó alguna lágrima porque veía cómo se iba cayendo esa imagen construida e idealizada del fulano. Él ya no era el mismo y no quedaba claro si se había empezado a mostrar como realmente era o bien era algo pasajero y volvería todo a ser como antes…
Un día como cualquier otro ella desapareció. Se borró de la faz de la tierra. Nadie sabía qué había pasado. No había rastros de ella por ningún lado. Se precipitó una búsqueda incansable por todos lados tratando de dar con alguna pista que pudiera marcar el camino pero todo esfuerzo que se imprimía sobre ello arrojaba resultados negativos. No había ninguna punta de ovillo ni nada que indicara por dónde buscar.
Como suele pasar en algunos de estos casos como en muchos órdenes de la vida, un golpe de suerte vino a encauzar la cuestión: unos pibes jugando a la pelota en un descampado encontraron una bolsa semiabierta y al hurgar en su interior se encontraron con algo que seguramente al día de hoy debe recordar con lujo de detalles, aunque, por supuesto, falseado en algún punto por la acción del paso del tiempo que siempre ejerce alguna influencia de este tipo en los recuerdos.
Lo importante, igual, es que poco más de veinte días luego de la desaparición de la joven por fin ya se podía establecer lo que había pasado con ella: alguien la había matado y descuartizado. Lo que habían encontrado los chicos fue una pierna y el torso y a partir de allí se comenzó con un lento trabajo de reconstrucción de los últimos días de su vida, y todos los cañones fueron apuntados al novio.
En un primer momento no pudieron encontrarle nada. No había indicio de ningún tipo que pudiera vincularlo. Pasaron algunos días más y por otra zona de baldíos de la ciudad volvieron a encontrar partes humanas. Todas se correspondían con la piba. Lo que no se encontraba fue a la persona que la mató, aunque la sospecha estaba más que fundada: había mala onda en el último tiempo; mucha agresividad; el flaco tenía momentos en que explotaba anímicamente y se ponía violento… En fin, era todo un cúmulo de cosas que orientaban hacia un mismo punto: el flaco.
Se le allanó la pieza de una pensión en la que vivía y no se encontró nada, más que las pertenencias mundanas con las que se manejaba, que no eran tantas. Unas pocas pilchas y algún que otro bártulo completaban el cuadro de una vida indolente. Igualmente, el examen de la pieza no arrojó nada positivo para la investigación, aunque luego pasó algo interesante. La dueña de la casa les contó a los investigadores que en realidad, si bien el tipo hacía tiempo que vivía allí, antes había ocupado otra habitación de la misma casa, y que la mudanza se había producido unas pocas semanas atrás.
La suerte ya estaba echada y se allanó esa habitación original que ocupara el fulano oportunamente, donde encontraron restos de sangre y ropa de la víctima, también ensangrentada. Fue cuestión de tiempo nomás para todos los estudios que se realizaran sobre esos rastros concordaran con la piba muerta.
Igualmente, antes de que eso ocurriera, el tipo confesó. En aquella época el procedimiento de persecución penal era distinto al que tenemos ahora en nuestra provincia, y con la simple confesión del tipo más un par de pruebas todo quedó servido en bandeja para que le dieran unos cuantos años, que al final terminaron siendo menos de diez.
Entre los elementos de la confesión se encontró el motivo del homicidio que cometió: dijo que fue por celos. Y también contó cómo hizo para matarla y para descuartizar todo el cuerpo de la pobre piba, que después dejó en varios lugares de Trelew.
Los memoriosos que laburaron el caso aún lo recuerdan como un hecho conmocionante, algo que sacudió a toda la ciudad.
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