Historias del crimen/ Policía tracción a sangre

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

29 ABR 2017 - 20:28 | Actualizado

Por  Daniel Schulman  /  Psicologo forense

Trelew nunca fue como es ahora. Abundan los documentos gráficos y las crónicas de hace varios años, para darse cuenta de que todo el ejido de la ciudad terminaba en la calle 9 de Julio/Lewis Jones. Ese era el límite de la ciudad.
 Pero claro, luego se ha ido agrandando todo. Sistemáticamente, desde el centro hacia la periferia, Trelew creció. Creció y se desarrolló. Toda esa maraña de tierra y yuyos dejó paso a las calles, primero de tierra y piedras, luego de asfalto. Los caballos dieron lugar a los automóviles. Y el con el paso del tiempo, el ferrocarril, lastimosamente, dejó de existir.
 Abundan las historias que hablan de liebres o maras patagónicas que pululaban por la Plaza Independencia, resistiéndose a que el humano les fuera ganando territorio. Abundan también las historias que hablan de los primeros edificios de la ciudad, como el Correo y la Municipalidad, la Escuela 5, y alguna que otra vivienda sobre calle Urquiza, Italia, o España, con ese inconfundible estilo galés, de techos altos y aberturas pronunciadas, pero de fachada austera. Abundan, también, las historias de ese mítico Hotel Touring Club, que hoy oficia como un bar – museo, casi como una cápsula del tiempo…
 Trelew creció. Creció y cambió mucho. No hay que irse muy atrás en el tiempo para recordar que cuando se decía “Soberanía Nacional al fondo” se hacía alusión a la intersección de esta con Ramón y Cajal o alguna paralela. Y hoy, Soberanía atraviesa muchas más cuadras, llegando casi a la llamada zona de chacras.
Pero claro, con todo este paulatino cambio, o evolución mejor dicho, hay cosas que se resisten a ser modificadas y a desaparecer. Y una de ellas es la violencia que hoy podemos ver en muchos órdenes, y que de hecho siempre existió en Trelew. Las reyertas callejeras que hoy ocupan titulares de los diarios y comentarios de los ciudadanos ya se daban con frecuencia hace unos cuantos años, cuando todavía pasaban todas las cosas que comenté hace un rato.
Así le pasó al Cabo Díaz, policía de aquellos años, cuando corría la década del 20/30 en nuestra querida ciudad.
 Como ya dije, todo se terminaba en la actual 9 de Julio, y los rieles del tren pasaban por aquellos lares, generando una vez cada tanto un rejunte enorme de gente que venía de Las Plumas, Gaiman, Paso de Indios, y otros pueblos alejados. Todos venían a vender y comprar cosas. Trelew, en aquellos años, era una ciudad comercial y próspera que aglutinaba los impulsos consumistas de muchas personas. Claro que no sólo se juntaban a comprar y vender. También había asado, joda, y mucho alcohol.
Para variar, muchos terminaban en pedo y antes de caerse tendidos para dormir la mona, solían pelearse. Lo loco del asunto es que eran los mismos que hacía unas horas habían estado relacionándose sin ningún problema. La frase “se pusieron en pedo y se desconocieron” viene de aquella época, en que efectivamente pasaba eso.
Entonces, nuestro querido Cabo Díaz esa noche salió con el caballo al tranquito desde la única comisaría que tenía en aquel entonces Trelew, que ni siquiera era de la Policía del Chubut, sino que era del Territorio, porque Chubut todavía no era provincia. Y cuando salió al tranquito fue porque lo habían mandado a relojear a la punta del riel que no hubiera ningún nervioso ni alborotador en la joda que se armaba entre todos los que se congregaban a mercadear durante el día, y chupar y morfar durante la noche.
Cuando lo vieron llegar a Díaz lo saludaron efusivamente. “Venga oficial, venga y tómese un vino y métale el diente a la parrilla”, le dijo el más jodón y más borrachín del asado. “No mi amigo… Estoy de servicio. Pero un choripán le acepto porque todavía no comí nada”, le dijo Díaz de manera pacata y adusta.
Clavó el caballo en un palenque y se dio un rondín a pie con el choripán a medio comer, cuando comenzó a escuchar gritos y vio cómo se hacía una ronda para dejar a dos borrachos en el centro de la misma. Ahí los vio a los dos tipos, ambos con sendos facones en una mano y con el poncho enrollado en la otra, tratando de mantenerse parados, con los ojos bien abiertos, y tirándose estocadas al aire, mientras toda la multitud clamaba por un poco de sangre, en una versión reducida y criolla del Coliseo Romano.
El pobre Díaz, que andaba con hambre, no largó el choripán, y se metió en el centro de la ronda a tratar de calmar a los dos contendientes. Se acercó lentamente a uno y le puso la mano libre en el hombro para que desistiera de seguir con esa actitud de pelea, y éste, al ver que Díaz no tenía arma alguna, le asestó un corte en el cuello que lo dejó tendido en el suelo, arrebatándole la vida.
Cuentan los que saben que la gente del lugar lo linchó al fulano sin matarlo, y lo llevaron a la rastra hasta la comisaría. Terminó condenado por homicidio en riña.
Por aquellos años, muchos de los primeros policías que forjaron nuestra actual institución, pasaban por las mismas que pasó Díaz, con escasos recursos pero con mucha vocación de servicio. Todavía quedan algunos que al igual que él, hacen patria en muchas comisarías del interior.
Que valga este escrito en honor y reconocimiento a todos ellos.#

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29 ABR 2017 - 20:28

Por  Daniel Schulman  /  Psicologo forense

Trelew nunca fue como es ahora. Abundan los documentos gráficos y las crónicas de hace varios años, para darse cuenta de que todo el ejido de la ciudad terminaba en la calle 9 de Julio/Lewis Jones. Ese era el límite de la ciudad.
 Pero claro, luego se ha ido agrandando todo. Sistemáticamente, desde el centro hacia la periferia, Trelew creció. Creció y se desarrolló. Toda esa maraña de tierra y yuyos dejó paso a las calles, primero de tierra y piedras, luego de asfalto. Los caballos dieron lugar a los automóviles. Y el con el paso del tiempo, el ferrocarril, lastimosamente, dejó de existir.
 Abundan las historias que hablan de liebres o maras patagónicas que pululaban por la Plaza Independencia, resistiéndose a que el humano les fuera ganando territorio. Abundan también las historias que hablan de los primeros edificios de la ciudad, como el Correo y la Municipalidad, la Escuela 5, y alguna que otra vivienda sobre calle Urquiza, Italia, o España, con ese inconfundible estilo galés, de techos altos y aberturas pronunciadas, pero de fachada austera. Abundan, también, las historias de ese mítico Hotel Touring Club, que hoy oficia como un bar – museo, casi como una cápsula del tiempo…
 Trelew creció. Creció y cambió mucho. No hay que irse muy atrás en el tiempo para recordar que cuando se decía “Soberanía Nacional al fondo” se hacía alusión a la intersección de esta con Ramón y Cajal o alguna paralela. Y hoy, Soberanía atraviesa muchas más cuadras, llegando casi a la llamada zona de chacras.
Pero claro, con todo este paulatino cambio, o evolución mejor dicho, hay cosas que se resisten a ser modificadas y a desaparecer. Y una de ellas es la violencia que hoy podemos ver en muchos órdenes, y que de hecho siempre existió en Trelew. Las reyertas callejeras que hoy ocupan titulares de los diarios y comentarios de los ciudadanos ya se daban con frecuencia hace unos cuantos años, cuando todavía pasaban todas las cosas que comenté hace un rato.
Así le pasó al Cabo Díaz, policía de aquellos años, cuando corría la década del 20/30 en nuestra querida ciudad.
 Como ya dije, todo se terminaba en la actual 9 de Julio, y los rieles del tren pasaban por aquellos lares, generando una vez cada tanto un rejunte enorme de gente que venía de Las Plumas, Gaiman, Paso de Indios, y otros pueblos alejados. Todos venían a vender y comprar cosas. Trelew, en aquellos años, era una ciudad comercial y próspera que aglutinaba los impulsos consumistas de muchas personas. Claro que no sólo se juntaban a comprar y vender. También había asado, joda, y mucho alcohol.
Para variar, muchos terminaban en pedo y antes de caerse tendidos para dormir la mona, solían pelearse. Lo loco del asunto es que eran los mismos que hacía unas horas habían estado relacionándose sin ningún problema. La frase “se pusieron en pedo y se desconocieron” viene de aquella época, en que efectivamente pasaba eso.
Entonces, nuestro querido Cabo Díaz esa noche salió con el caballo al tranquito desde la única comisaría que tenía en aquel entonces Trelew, que ni siquiera era de la Policía del Chubut, sino que era del Territorio, porque Chubut todavía no era provincia. Y cuando salió al tranquito fue porque lo habían mandado a relojear a la punta del riel que no hubiera ningún nervioso ni alborotador en la joda que se armaba entre todos los que se congregaban a mercadear durante el día, y chupar y morfar durante la noche.
Cuando lo vieron llegar a Díaz lo saludaron efusivamente. “Venga oficial, venga y tómese un vino y métale el diente a la parrilla”, le dijo el más jodón y más borrachín del asado. “No mi amigo… Estoy de servicio. Pero un choripán le acepto porque todavía no comí nada”, le dijo Díaz de manera pacata y adusta.
Clavó el caballo en un palenque y se dio un rondín a pie con el choripán a medio comer, cuando comenzó a escuchar gritos y vio cómo se hacía una ronda para dejar a dos borrachos en el centro de la misma. Ahí los vio a los dos tipos, ambos con sendos facones en una mano y con el poncho enrollado en la otra, tratando de mantenerse parados, con los ojos bien abiertos, y tirándose estocadas al aire, mientras toda la multitud clamaba por un poco de sangre, en una versión reducida y criolla del Coliseo Romano.
El pobre Díaz, que andaba con hambre, no largó el choripán, y se metió en el centro de la ronda a tratar de calmar a los dos contendientes. Se acercó lentamente a uno y le puso la mano libre en el hombro para que desistiera de seguir con esa actitud de pelea, y éste, al ver que Díaz no tenía arma alguna, le asestó un corte en el cuello que lo dejó tendido en el suelo, arrebatándole la vida.
Cuentan los que saben que la gente del lugar lo linchó al fulano sin matarlo, y lo llevaron a la rastra hasta la comisaría. Terminó condenado por homicidio en riña.
Por aquellos años, muchos de los primeros policías que forjaron nuestra actual institución, pasaban por las mismas que pasó Díaz, con escasos recursos pero con mucha vocación de servicio. Todavía quedan algunos que al igual que él, hacen patria en muchas comisarías del interior.
Que valga este escrito en honor y reconocimiento a todos ellos.#


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