“Loly”, con los colores de la ciudad

Historias Mínimas.

03 JUN 2017 - 21:22 | Actualizado

Por Ismael Tebes

No es fácil encontrar el lado artístico de las cosas, ese costado que nadie ve y que está ahí, latente, esperando seducir. Y no se puede movilizar, transmitir desde una obra sin tener un alma creativa que trascienda la simpleza de lo material. En este caso, las manos representan un pincel del corazón. Una prolongación sensorial. Uno de sus tantos hijos del alma.
Si algo caracterizaba a la entrañable Dolores Carmen Ocampo de Morón era “su” mirada estética de la vida, ese sexto sentido de encontrar belleza en donde parecía que no la hubiera. Ni siquiera la inexpresiva viscosidad del petróleo crudo, un mineral inanimado; fósil y aceitoso, pudo con su tozudez creativa: Utilizó manchas de este material como base para trabajos en tinta, gouache y óleo y descubrió una técnica innovadora, ligando un elemento infaltable de la región con la lógica de que todo es arte de acuerdo a cómo se lo mire.
Oriunda de Dolores, criada en La Plata, en 1953 llegó para quedarse en la Patagonia junto a su esposo Mario Moisés Morón, médico pionero de la Asociación Española. Ya con dos hijos y embarazada, quedó atrapada por los paisajes desiguales; cambió las asimetrías diagonales por el mar y los cerros para hacer realidad su proyecto de familia numerosa. Entre pinceles y pañales crió ocho hijos en diez años y altruista, nunca dejó de hacer.
Grandes autores del barroco español como Bartolomé Murillo y Diego Velázquez fueron su primera fuente de inspiración, el motor creativo de su niñez hasta que a los doce años, tomó clases con el maestro Carlos Aragón, de profunda visión renacentista. Decidió rendir libre el último año del secundario para adelantar su ingreso a la Escuela Superior de Artes de la Universidad Nacional de La Plata donde cursó sin terminar el profesorado Superior de Pintura. No puede obviarse otra musa ineludible, la del profesor Emilio Centurión, excaricaturista de “Caras y Caretas”.
Ya viviendo en Comodoro Rivadavia ejerció la docencia en el Instituto María Auxiliadora; la Escuela Municipal de Bellas Artes; la Escuela Provincial Superior de Arte 806; el Colegio Nacional Perito Moreno y la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Formó el Movimiento Familiar Cristiano y en 1993 fue una de las hacedoras de la Fundación Anahí.
El caso de esta niña de diez años que a raíz de una grave enfermedad, requirió de un trasplante de médula dio paso a un movimiento solidario sin igual. A falta de donantes locales solamente la opción de un costoso viaje a Seattle, Estados Unidos podía salvarle la vida. Salía trescientos mil dólares pero solamente la mitad se recaudó en el lapso de dos meses mediante rifas, donaciones, ferias, ventas de comidas y alcancías en comercios. A sólo dos meses de su esperada intervención, con turno asignado, Anahí Tuñón sufrió un deterioro en su salud y falleció pero no en vano: desde entonces, la fundación trabaja en la concientización sobre la donación y trasplante de órganos. Dar vida en una sobrevida.
La ciudad siempre la inspiró. Pintó paisajes únicos, de colores y situaciones; con Chenques violáceos y azules profundos. Temática comodorense y hechos en muchos casos trágicos, realistas que rozaron el amor, la guerra, el trabajo, la familia. El todo mismo expuesto sobre la tela. Así lo plasmó a través del arte mural desde 1975 y lo atesora su omnipresente pintura en la nave central de la Catedral San Juan Bosco con una imagen de 15 por 8 metros bajo el título  “La visión de Don Bosco”. Tardó meses trabajando en altura y hasta utilizando arneses de seguridad sobre endebles andamios de madera que pusieron en riesgo su cuerpo pero nunca su vocación.
Algunos de sus 31 murales aún se observan en barrios de la ciudad e inclusive en Cancún (México). Su prolífica obra incluye más de 900 pinturas que interesaron a coleccionistas del exterior y la llevaron a exponer en el país además de Chile, España y Estados Unidos.
“Loly” fue a su modo, una mujer “aventurera” que rompió estereotipos de cualquier época, que vivió desde el amor, la solidaridad y el sano “permitir” hacia su familia: improvisando pizarras en los placares para dibujar a voluntad, dejando volar sueños sin ataduras y navegando en Facebook hasta casi su despedida con 86 años. Transmitió desde su casa-atelier de Calle Bouchardo, una sensación de libertad genuina, responsable y avanzada junto a amigos,descendencia y sangre de su sangre. En total disfrutó de 26 nietos y 19 bisnietos permitiéndose dejar huella, cosechó elogios y mostró desde su arte, un mensaje ligado al “ser” sureño, a una identidad que enorgullece. Como ella, imposible de olvidar.#

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03 JUN 2017 - 21:22

Por Ismael Tebes

No es fácil encontrar el lado artístico de las cosas, ese costado que nadie ve y que está ahí, latente, esperando seducir. Y no se puede movilizar, transmitir desde una obra sin tener un alma creativa que trascienda la simpleza de lo material. En este caso, las manos representan un pincel del corazón. Una prolongación sensorial. Uno de sus tantos hijos del alma.
Si algo caracterizaba a la entrañable Dolores Carmen Ocampo de Morón era “su” mirada estética de la vida, ese sexto sentido de encontrar belleza en donde parecía que no la hubiera. Ni siquiera la inexpresiva viscosidad del petróleo crudo, un mineral inanimado; fósil y aceitoso, pudo con su tozudez creativa: Utilizó manchas de este material como base para trabajos en tinta, gouache y óleo y descubrió una técnica innovadora, ligando un elemento infaltable de la región con la lógica de que todo es arte de acuerdo a cómo se lo mire.
Oriunda de Dolores, criada en La Plata, en 1953 llegó para quedarse en la Patagonia junto a su esposo Mario Moisés Morón, médico pionero de la Asociación Española. Ya con dos hijos y embarazada, quedó atrapada por los paisajes desiguales; cambió las asimetrías diagonales por el mar y los cerros para hacer realidad su proyecto de familia numerosa. Entre pinceles y pañales crió ocho hijos en diez años y altruista, nunca dejó de hacer.
Grandes autores del barroco español como Bartolomé Murillo y Diego Velázquez fueron su primera fuente de inspiración, el motor creativo de su niñez hasta que a los doce años, tomó clases con el maestro Carlos Aragón, de profunda visión renacentista. Decidió rendir libre el último año del secundario para adelantar su ingreso a la Escuela Superior de Artes de la Universidad Nacional de La Plata donde cursó sin terminar el profesorado Superior de Pintura. No puede obviarse otra musa ineludible, la del profesor Emilio Centurión, excaricaturista de “Caras y Caretas”.
Ya viviendo en Comodoro Rivadavia ejerció la docencia en el Instituto María Auxiliadora; la Escuela Municipal de Bellas Artes; la Escuela Provincial Superior de Arte 806; el Colegio Nacional Perito Moreno y la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Formó el Movimiento Familiar Cristiano y en 1993 fue una de las hacedoras de la Fundación Anahí.
El caso de esta niña de diez años que a raíz de una grave enfermedad, requirió de un trasplante de médula dio paso a un movimiento solidario sin igual. A falta de donantes locales solamente la opción de un costoso viaje a Seattle, Estados Unidos podía salvarle la vida. Salía trescientos mil dólares pero solamente la mitad se recaudó en el lapso de dos meses mediante rifas, donaciones, ferias, ventas de comidas y alcancías en comercios. A sólo dos meses de su esperada intervención, con turno asignado, Anahí Tuñón sufrió un deterioro en su salud y falleció pero no en vano: desde entonces, la fundación trabaja en la concientización sobre la donación y trasplante de órganos. Dar vida en una sobrevida.
La ciudad siempre la inspiró. Pintó paisajes únicos, de colores y situaciones; con Chenques violáceos y azules profundos. Temática comodorense y hechos en muchos casos trágicos, realistas que rozaron el amor, la guerra, el trabajo, la familia. El todo mismo expuesto sobre la tela. Así lo plasmó a través del arte mural desde 1975 y lo atesora su omnipresente pintura en la nave central de la Catedral San Juan Bosco con una imagen de 15 por 8 metros bajo el título  “La visión de Don Bosco”. Tardó meses trabajando en altura y hasta utilizando arneses de seguridad sobre endebles andamios de madera que pusieron en riesgo su cuerpo pero nunca su vocación.
Algunos de sus 31 murales aún se observan en barrios de la ciudad e inclusive en Cancún (México). Su prolífica obra incluye más de 900 pinturas que interesaron a coleccionistas del exterior y la llevaron a exponer en el país además de Chile, España y Estados Unidos.
“Loly” fue a su modo, una mujer “aventurera” que rompió estereotipos de cualquier época, que vivió desde el amor, la solidaridad y el sano “permitir” hacia su familia: improvisando pizarras en los placares para dibujar a voluntad, dejando volar sueños sin ataduras y navegando en Facebook hasta casi su despedida con 86 años. Transmitió desde su casa-atelier de Calle Bouchardo, una sensación de libertad genuina, responsable y avanzada junto a amigos,descendencia y sangre de su sangre. En total disfrutó de 26 nietos y 19 bisnietos permitiéndose dejar huella, cosechó elogios y mostró desde su arte, un mensaje ligado al “ser” sureño, a una identidad que enorgullece. Como ella, imposible de olvidar.#


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