Violencia de género: pasajera de una pesadilla

La carta de una víctima de Puerto Madryn, que decidió revelar su historia.

09 JUL 2017 - 20:54 | Actualizado

La periodista madrynense Carisa Bonazzi envió a este medio copia de una carta que también hizo pública en las redes sociales y a través de la cual efectúa una grave denuncia contra  su expareja por violencia de género.
Los detalles de la odisea que le ha tocado vivir en los últimos años constan en las denuncias formales que la joven ha presentado en los tribunales locales y en las instituciones que abordan la problemática de las mujeres expuestas a estas situaciones.
El contenido de la nota es desgarrador y dramático:
 “¡Callate puta!”, me dijo a los gritos mientras me sujetaba del pelo y presionaba mi cara contra la pared. “No servís para nada! ¡No te atrevas a denunciarme porque te mato! ¡Si le decís a tu familia te hago desaparecer! ¡Vos no tenés idea de quién soy yo, ni Dios te salva de ésta!”
“¿Y cómo lo voy a denunciar?”, pensaba por dentro, si ya no tenía la posibilidad de emitir ni una palabra de tan hinchada y reventada que tenía mi boca, porque mis labios estaban rotos y sangraban… Es todo lo que recuerdo de ese día”.
“Me dio miedo, ¿qué puedo decirte? ¿Qué es fácil salir de un ambiente de violencia? Si dijera eso sería engañar a todas las mujeres que están pasando por una situación similar. Sería mentirme a mí misma y marcarle una historia similar en el futuro a mi hija”.
“Me convertí en una mujer más que no dijo nada, que no denunció, que se sometió a la manipulación de un hombre que se cree que por tener plata o ser portador de un apellido reconocido le da el derecho de agredir a alguien, de tomar decisiones sobre la vida de una persona como si él fuera el dueño”.
“Y así viví el último año a su lado, los últimos 12 meses que pude aguantar su violencia, sus golpes, su manipulación, su egoísmo, sus mentiras, sus infidelidades, sus borracheras, su vida de consumo  desenfrenado”.
“Fue en ese martes de marzo de 2013, mientras me agredía por enésima vez, que comprendí que si no salía de ahí, mi hija y yo estábamos en grave peligro”.
“El hombre que era mi pareja en ese entonces y padre de mi hija, regresó al departamento. Estaba fuera de control por la gran cantidad de estupefacientes que le metía a diario a su cuerpo”.
“Pero esa noche fue la peor de todas. Lo vi entrar a casa mientras tenía a mi bebé en brazos y llegué a ponerla en su cuna. Se dirigió directamente hasta donde yo estaba. Quise correr y gritar, pero me dio un puñetazo en mis costillas que me dejaron sin aire y caí en el piso. Me costaba respirar”.
“En pocos segundos logró arrastrarme hasta la cama, se subió sobre mi panza, me puso una almohada en mi cara, y me pegaba muy fuerte. En un minuto me dolía todo el cuerpo: mis costillas, mis riñones, mis piernas, mi cara. Me sangraba la boca mientras seguía con la almohada en mi rostro hasta que sentí que me faltaba el aire. Ahí mi cuerpo dejó de responder a las órdenes que emitía mi cabeza. Quería salir corriendo pero no tenía fuerzas”.
“Aún hoy me pregunto: ¿Qué me salvo esa noche? Si fue el miedo mismo, si fue el llanto de mi hija que se escuchaba desde su cuarto, si fue que por un segundo él se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No tengo una respuesta, pero él sacó la almohada de mi cara y sentí como el aire entraba por mi boca y mi nariz. Me miró y se puso de pie. Salí corriendo. Estaba descalza, tenía frío, tenía miedo, me temblaba todo el cuerpo”.
“Bajé las escaleras del edificio tan rápido como pude y pedí ayuda a un vigilador privado que estaba esa noche en una vivienda vecina”.
“Llegó la policía y una ambulancia. Me hicieron muchas preguntas, pero yo sólo les pedía que sacaran a mi hija del departamento. Él se había encerrado con ella adentro. Mi beba lloraba y a pesar del aviso del personal policial, no abría la puerta…”.
“Mi hija está hoy conmigo, cuando estoy cerca de cumplir 34 años. Salí de un ambiente de violencia, me aleje de mi agresor después de un año de maltratos hacia mi hija y a mi persona”.
“Creía que alejándome de una persona adicta y violenta, de un hombre enfermo, podría volver a sentirme viva y tranquila, sin miedo. No sería sometida a más golpes, no viviría manipulada por nadie, no tendría que silenciarme más. Creía que recuperaría mi autoestima, mi identidad…”.
“Pero no fue así, nunca lo fue, pese a que me alejé de él…”.
“Llevo tres años y medio separada de mi agresor, de la peor pesadilla que me tocó vivir. Sin embargo, el daño que una mujer sufre cuando denuncia por violencia de género es interminable”:
“El abuso de jueces que se piensan que por tener un cargo pueden violar mis derechos y vulnerar los derechos de mi hija”.
“Por ello, quiero exponer:
Las graves falencias e injusticias que hay en la ciudad de Puerto Madryn y en la provincia de Chubut en cuanto al asesoramiento jurídico legal, civil y penal hacia las víctimas de violencia de género. La falta de acompañamiento desde que una víctima se acerca a la comisaría de la mujer a radicar una denuncia, y la ausencia del resguardo a la víctima. El abuso de una jueza desde el primer día que le cayó a sus manos mi caso, que vulnera cada uno de mis derechos y los de mi hija”.
“Una jueza que no tiene en cuenta certificados médicos que prueban las lesiones que esta persona provoca cada vez que agrede, tanto en mi hija como en mí; los daños físicos, emocionales, económicos”.
“No soy la única que vive este flagelo. Somos cientos, miles, de mujeres las que somos agredidas por el solo hecho de ser mujeres, las que padecemos violencia en el hogar, institucional, judicial o laboral”.
“Porque creo que nos podemos levantar para decir ¡basta! Y creo hablar por muchas cuando lo digo (...)”.#

Las más leídas

09 JUL 2017 - 20:54

La periodista madrynense Carisa Bonazzi envió a este medio copia de una carta que también hizo pública en las redes sociales y a través de la cual efectúa una grave denuncia contra  su expareja por violencia de género.
Los detalles de la odisea que le ha tocado vivir en los últimos años constan en las denuncias formales que la joven ha presentado en los tribunales locales y en las instituciones que abordan la problemática de las mujeres expuestas a estas situaciones.
El contenido de la nota es desgarrador y dramático:
 “¡Callate puta!”, me dijo a los gritos mientras me sujetaba del pelo y presionaba mi cara contra la pared. “No servís para nada! ¡No te atrevas a denunciarme porque te mato! ¡Si le decís a tu familia te hago desaparecer! ¡Vos no tenés idea de quién soy yo, ni Dios te salva de ésta!”
“¿Y cómo lo voy a denunciar?”, pensaba por dentro, si ya no tenía la posibilidad de emitir ni una palabra de tan hinchada y reventada que tenía mi boca, porque mis labios estaban rotos y sangraban… Es todo lo que recuerdo de ese día”.
“Me dio miedo, ¿qué puedo decirte? ¿Qué es fácil salir de un ambiente de violencia? Si dijera eso sería engañar a todas las mujeres que están pasando por una situación similar. Sería mentirme a mí misma y marcarle una historia similar en el futuro a mi hija”.
“Me convertí en una mujer más que no dijo nada, que no denunció, que se sometió a la manipulación de un hombre que se cree que por tener plata o ser portador de un apellido reconocido le da el derecho de agredir a alguien, de tomar decisiones sobre la vida de una persona como si él fuera el dueño”.
“Y así viví el último año a su lado, los últimos 12 meses que pude aguantar su violencia, sus golpes, su manipulación, su egoísmo, sus mentiras, sus infidelidades, sus borracheras, su vida de consumo  desenfrenado”.
“Fue en ese martes de marzo de 2013, mientras me agredía por enésima vez, que comprendí que si no salía de ahí, mi hija y yo estábamos en grave peligro”.
“El hombre que era mi pareja en ese entonces y padre de mi hija, regresó al departamento. Estaba fuera de control por la gran cantidad de estupefacientes que le metía a diario a su cuerpo”.
“Pero esa noche fue la peor de todas. Lo vi entrar a casa mientras tenía a mi bebé en brazos y llegué a ponerla en su cuna. Se dirigió directamente hasta donde yo estaba. Quise correr y gritar, pero me dio un puñetazo en mis costillas que me dejaron sin aire y caí en el piso. Me costaba respirar”.
“En pocos segundos logró arrastrarme hasta la cama, se subió sobre mi panza, me puso una almohada en mi cara, y me pegaba muy fuerte. En un minuto me dolía todo el cuerpo: mis costillas, mis riñones, mis piernas, mi cara. Me sangraba la boca mientras seguía con la almohada en mi rostro hasta que sentí que me faltaba el aire. Ahí mi cuerpo dejó de responder a las órdenes que emitía mi cabeza. Quería salir corriendo pero no tenía fuerzas”.
“Aún hoy me pregunto: ¿Qué me salvo esa noche? Si fue el miedo mismo, si fue el llanto de mi hija que se escuchaba desde su cuarto, si fue que por un segundo él se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No tengo una respuesta, pero él sacó la almohada de mi cara y sentí como el aire entraba por mi boca y mi nariz. Me miró y se puso de pie. Salí corriendo. Estaba descalza, tenía frío, tenía miedo, me temblaba todo el cuerpo”.
“Bajé las escaleras del edificio tan rápido como pude y pedí ayuda a un vigilador privado que estaba esa noche en una vivienda vecina”.
“Llegó la policía y una ambulancia. Me hicieron muchas preguntas, pero yo sólo les pedía que sacaran a mi hija del departamento. Él se había encerrado con ella adentro. Mi beba lloraba y a pesar del aviso del personal policial, no abría la puerta…”.
“Mi hija está hoy conmigo, cuando estoy cerca de cumplir 34 años. Salí de un ambiente de violencia, me aleje de mi agresor después de un año de maltratos hacia mi hija y a mi persona”.
“Creía que alejándome de una persona adicta y violenta, de un hombre enfermo, podría volver a sentirme viva y tranquila, sin miedo. No sería sometida a más golpes, no viviría manipulada por nadie, no tendría que silenciarme más. Creía que recuperaría mi autoestima, mi identidad…”.
“Pero no fue así, nunca lo fue, pese a que me alejé de él…”.
“Llevo tres años y medio separada de mi agresor, de la peor pesadilla que me tocó vivir. Sin embargo, el daño que una mujer sufre cuando denuncia por violencia de género es interminable”:
“El abuso de jueces que se piensan que por tener un cargo pueden violar mis derechos y vulnerar los derechos de mi hija”.
“Por ello, quiero exponer:
Las graves falencias e injusticias que hay en la ciudad de Puerto Madryn y en la provincia de Chubut en cuanto al asesoramiento jurídico legal, civil y penal hacia las víctimas de violencia de género. La falta de acompañamiento desde que una víctima se acerca a la comisaría de la mujer a radicar una denuncia, y la ausencia del resguardo a la víctima. El abuso de una jueza desde el primer día que le cayó a sus manos mi caso, que vulnera cada uno de mis derechos y los de mi hija”.
“Una jueza que no tiene en cuenta certificados médicos que prueban las lesiones que esta persona provoca cada vez que agrede, tanto en mi hija como en mí; los daños físicos, emocionales, económicos”.
“No soy la única que vive este flagelo. Somos cientos, miles, de mujeres las que somos agredidas por el solo hecho de ser mujeres, las que padecemos violencia en el hogar, institucional, judicial o laboral”.
“Porque creo que nos podemos levantar para decir ¡basta! Y creo hablar por muchas cuando lo digo (...)”.#


NOTICIAS RELACIONADAS