La llegada de los Indios

Historias Mínimas, por Richard Jones: fragmento del Libro “La Colonia Galesa: Del Imperio al Desamparo”.

15 JUL 2017 - 21:11 | Actualizado

La primera vez que los buenos de los indios bajaron al valle desde que nos establecimos en él, coincidió con dos casamientos, que tenían lugar en el fuerte viejo. Aquel día, todos nos habíamos puesto nuestra mejor ropa a fin de celebrar la ocasión como es debido. Pueden estar seguros de todos nos sentíamos alegres y dispuestos a pasarla bien.

Estábamos disfrutando del día de fiesta cuando llega al fuerte un hombre a caballo, galopando a rajacincha y casi sin aliento y lo primero que dice es “¡Gente, llegaron los indios!” y ni terminamos de reaccionar cuando vemos aparecer a los nativos. Me atrevería a decir que el miedo y el terror se adueñaron de todos los corazones durante esos minutos y que hubo muchos suspiros y plegarias hacia Lo Alto. Esto no es de extrañar, estimado lector, pues basta recordar que antes de irnos de Gales muchos habían tratado de asustarnos diciendo que los indios de la Patagonia eran el pueblo más salvaje sobre la faz de la tierra, que seguramente nos matarían y que posiblemente nos comerían, pues eran caníbales de la peor clase.

Bueno, cuando se acercaron a donde estábamos, algunos de nuestros hombres pertinentes avanzaron hacia ellos y les dieron la mano y después, todos nosotros, uno tras otro, hicimos lo mismo. Después de los apretones de manos, se les dieron sándwiches de pan blanco y barabirth (especie de pan de frutas) pero no tenían la menor idea de qué eran esas cosas porque nunca antes en su vida habían visto un pedazo de pan. Algunos del grupo mediante señas trataron de indicarles que era para comer, pero no hubo caso; parece que era por si acaso planeábamos envenenarlos. A su vez, ellos nos hicieron señas para que comiéramos lo que tenían en la mano y al ver que a nadie le pasaba nada, siguieron nuestro ejemplo. Al cabo de mucho tratar de adivinar qué nos querían decir después de comer el pan, comprendimos que nos preguntaban el nombre. “Bara” les dijimos, y esa fue la primera palabra del galés que aprendieron los querido nativos. Desde entonces y durante muchos años, cuando venían a visitarnos su primer pedido era: “Un poco de bara”, y aun durante la gran escasez de los primeros tiempos se les dio algo, aunque más no fuera un trozo de pan, y más adelante cuando conocimos la abundancia , hogazas enteras.

Estos primeros aborígenes eran de la tribu de Francisco y nos hicimos muy amigos de ellos con el tiempo.

Durante los primeros años de las Fiestas del Desembarco, nosotros y los indios confraternizamos felices todos juntos; se organizaban juegos inofensivos y siempre se otorgaba un premio determinado, como ser una hogaza de pan a las mujeres ganadoras de carreras a pie o caballo. Gracias a cosas como éstas había una opinión favorable de nosotros entre todas las tribus, a lo largo y a lo ancho de la región.

Casi cada indio tenía algún amigo especial (compañero) y siempre que venían de visita traían un regalito para este amigo, pero esperaban una retribución del doble del valor. Por nuestra parte también tratábamos de congraciarnos con buenos regalos. Así pudimos vivir muy pacíficamente entre ellos, algo vital para nosotros que estábamos tan indefensos; éramos apenas un puñadito de galeses entre miles de nativos en la enorme región que se extiende hasta los Andes y hacia el Norte y el Sur. Algunas de estas tribus eran gente muy belicosa y dada al pillaje, particularmente los pamperos y los manzaneros, de más al noroeste, o sea el territorio de la pampa y los confines del gran lago Nahuel Huapi.

Era el 19 de Abril de 1866. Uno de los novios era el mismo autor de estas líneas, quien –como siempre- se sitúa fuera de la narración, él se casaba con Hannah Davies mientras que la otra pareja era la de Ann Jones, hermana de Richard, y Edwyn C. Roberts (Berwyn).

Las más leídas

15 JUL 2017 - 21:11

La primera vez que los buenos de los indios bajaron al valle desde que nos establecimos en él, coincidió con dos casamientos, que tenían lugar en el fuerte viejo. Aquel día, todos nos habíamos puesto nuestra mejor ropa a fin de celebrar la ocasión como es debido. Pueden estar seguros de todos nos sentíamos alegres y dispuestos a pasarla bien.

Estábamos disfrutando del día de fiesta cuando llega al fuerte un hombre a caballo, galopando a rajacincha y casi sin aliento y lo primero que dice es “¡Gente, llegaron los indios!” y ni terminamos de reaccionar cuando vemos aparecer a los nativos. Me atrevería a decir que el miedo y el terror se adueñaron de todos los corazones durante esos minutos y que hubo muchos suspiros y plegarias hacia Lo Alto. Esto no es de extrañar, estimado lector, pues basta recordar que antes de irnos de Gales muchos habían tratado de asustarnos diciendo que los indios de la Patagonia eran el pueblo más salvaje sobre la faz de la tierra, que seguramente nos matarían y que posiblemente nos comerían, pues eran caníbales de la peor clase.

Bueno, cuando se acercaron a donde estábamos, algunos de nuestros hombres pertinentes avanzaron hacia ellos y les dieron la mano y después, todos nosotros, uno tras otro, hicimos lo mismo. Después de los apretones de manos, se les dieron sándwiches de pan blanco y barabirth (especie de pan de frutas) pero no tenían la menor idea de qué eran esas cosas porque nunca antes en su vida habían visto un pedazo de pan. Algunos del grupo mediante señas trataron de indicarles que era para comer, pero no hubo caso; parece que era por si acaso planeábamos envenenarlos. A su vez, ellos nos hicieron señas para que comiéramos lo que tenían en la mano y al ver que a nadie le pasaba nada, siguieron nuestro ejemplo. Al cabo de mucho tratar de adivinar qué nos querían decir después de comer el pan, comprendimos que nos preguntaban el nombre. “Bara” les dijimos, y esa fue la primera palabra del galés que aprendieron los querido nativos. Desde entonces y durante muchos años, cuando venían a visitarnos su primer pedido era: “Un poco de bara”, y aun durante la gran escasez de los primeros tiempos se les dio algo, aunque más no fuera un trozo de pan, y más adelante cuando conocimos la abundancia , hogazas enteras.

Estos primeros aborígenes eran de la tribu de Francisco y nos hicimos muy amigos de ellos con el tiempo.

Durante los primeros años de las Fiestas del Desembarco, nosotros y los indios confraternizamos felices todos juntos; se organizaban juegos inofensivos y siempre se otorgaba un premio determinado, como ser una hogaza de pan a las mujeres ganadoras de carreras a pie o caballo. Gracias a cosas como éstas había una opinión favorable de nosotros entre todas las tribus, a lo largo y a lo ancho de la región.

Casi cada indio tenía algún amigo especial (compañero) y siempre que venían de visita traían un regalito para este amigo, pero esperaban una retribución del doble del valor. Por nuestra parte también tratábamos de congraciarnos con buenos regalos. Así pudimos vivir muy pacíficamente entre ellos, algo vital para nosotros que estábamos tan indefensos; éramos apenas un puñadito de galeses entre miles de nativos en la enorme región que se extiende hasta los Andes y hacia el Norte y el Sur. Algunas de estas tribus eran gente muy belicosa y dada al pillaje, particularmente los pamperos y los manzaneros, de más al noroeste, o sea el territorio de la pampa y los confines del gran lago Nahuel Huapi.

Era el 19 de Abril de 1866. Uno de los novios era el mismo autor de estas líneas, quien –como siempre- se sitúa fuera de la narración, él se casaba con Hannah Davies mientras que la otra pareja era la de Ann Jones, hermana de Richard, y Edwyn C. Roberts (Berwyn).


NOTICIAS RELACIONADAS