Editorial / Preocupante escalada de violencia

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05 AGO 2017 - 21:47 | Actualizado

El ataque a una mujer que circulaba con un auto por la Ruta 40; el incendio intencional de una estación de La Trochita en El Maitén; la bomba Molotov contra el móvil de Jornada; y la violenta incursión de un grupo de desconocidos en el edificio de la Casa del Chubut en Buenos Aires, encadenaron esta semana una inédita escalada de violencia política que tiene como eje al conflicto que algunos sectores mapuches de la zona cordillerana de Chubut mantienen con el Estado nacional y el provincial.

Es tan claro que esa violencia no ayuda en lo más mínimo a aportar argumentos al reclamo de Lof Cushamen –los ocupantes de las tierras del Grupo Benetton en Leleque-, por legítimo que sea, que cuesta creer que sean agrupaciones vinculadas a esa causa las que estén detrás de semejante salvajismo.

El nivel de violencia que ha venido expresando la ya lamentablemente famosa Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) no hace más que asustar al ciudadano de a pie, ese que si tenía alguna duda sobre de qué lado pararse en esta historia, ahora ya decidió. Pero también obligó a algunos dirigentes absolutamente identificados con las causas de los pueblos originarios a marcar distancia con este nivel de locura y barbarie.

Inclusive, el propio Facundo Jones Huala, el lonko del Lof Cushamen que está preso en un calabozo de la Unidad 14 de Esquel, ha salido a aclarar con más contundencia que no forma parte del RAM, aunque por ahora no condena los hechos de violencia que causan, ni mucho menos.

A la sociedad le puede gustar más o menos la figura de Jones Huala pero es una cara visible, se sabe quién, cómo piensa, qué ha hecho, de qué se lo acusa y ha sido sometido a derecho como corresponde. Al RAM, en cambio, no se lo puede mensurar. Es una organización clandestina, no tiene voceros y sólo se expresa a través de panfletos, comunicados en internet y atentados.
Que el RAM, o su “subsidiario” Movimiento Mapuche Autónomo del PuelMapu (MAP), el grupo que aparentemente estuvo detrás del ataque al móvil de Jornada el jueves pasado, siga actuando en las sombras y subiendo la apuesta cada tanto, es también un fracaso del Estado. No alcanza con repudiarlos, ubicarlos en la vereda de los “delincuentes” y amenazarlos con las siete plagas. Hay que ponerle nombre y apellido a los violentos.

Ya no es admisible que estos grupos radicalizados vengan actuando desde hace años en Neuquén, Río Negro y Chubut, y que ninguna fuerza federal todavía sepa de quiénes se trata, quiénes están detrás de esos comunicados y panfletos, y a qué interés responden.

Como alguna vez fue Quebracho a nivel nacional, estos grupos como el RAM y MAP aparecen siempre prestos a aportar a la confusión general. Entran a escena y desparecen con una rapidez inusitada. Son idiotas útiles, vaya uno a saber de qué causa. A Quebracho, por ejemplo, más de una vez se los señaló como un brazo encubierto de los servicios de inteligencia. Nunca fue confirmado pero tampoco desmentido con énfasis por nadie.

El MAP, cuyos panfletos aparecieron sobre la calle Paraguay de Trelew el jueves pasado, tras el incendio del móvil de Jornada, se expresa en las redes sociales con consignas de alto contenido ideológico: “No somos una organización única, somos un movimiento y una línea política filosófica, autónoma e independiente, que con diferencias y acuerdos continúa desarrollándose entre Neuquén, Río Negro y Chubut, entre comunidades, organizaciones e individuos que se definen autónomos, desde hace muchos años.”

Con este mensaje de corte “autonomista” se presentan en las redes sociales, inclusive con advertencias a los otros militantes mapuches que osen caminar la vereda del equilibrio: “Los que no formen parte de este amplio movimiento deben admitir su posición contraria en la lucha por la reconstrucción y la liberación nacional mapuche, admitir sus prácticas funcionales renunciando a hablar de autonomía mientras esta no sea una práctica real.”

Provengan de donde provengan, los cuatro ataques que conmocionaron a Chubut en los últimos días merecen una atención especial y obliga a la sociedad a reclamar con firmeza una solución a los conflictos. Porque lo que ocurrió fue, también, un ataque a la sensibilidad de una sociedad que por estos días está preocupada por su situación económica, por el empleo, por la suba de tarifas, por la inflación, por su futuro, que se ve obligada a asistir a un escenario de violencia que parecía desterrado.

Los ataques buscaron, claramente, llamar la atención, impactar en la sociedad, causar temor, y sobre todo tensar aún más la delicada cuerda que sostiene al conflicto de los grupos mapuches en la zona cordillerana.

La sociedad espera soluciones. Ni represión estatal ni bombas Molotov como única respuesta al conflicto. “Cordura y diálogo, siempre con la ley abajo del brazo”, escribió este diario el viernes en su habitual Clave del Día. Nada más y nada menos que eso. Cordura para no terminar apagando el fuego con nafta. Y diálogo para intentar vincularse a los sectores mapuches menos radicalizados de otra manera. Hay que escucharlos, aunque piensen distinto y mientras quieran ser escuchados.

Ni el extremismo de los que prenden fuego ni la represión por la represión misma, son las respuestas a esta crisis. Si las reacciones de todos los sectores siguen siendo las que se vienen dando hasta ahora, pues habrá que prepararse para un largo conflicto con consecuencias cada vez más graves.#

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05 AGO 2017 - 21:47

El ataque a una mujer que circulaba con un auto por la Ruta 40; el incendio intencional de una estación de La Trochita en El Maitén; la bomba Molotov contra el móvil de Jornada; y la violenta incursión de un grupo de desconocidos en el edificio de la Casa del Chubut en Buenos Aires, encadenaron esta semana una inédita escalada de violencia política que tiene como eje al conflicto que algunos sectores mapuches de la zona cordillerana de Chubut mantienen con el Estado nacional y el provincial.

Es tan claro que esa violencia no ayuda en lo más mínimo a aportar argumentos al reclamo de Lof Cushamen –los ocupantes de las tierras del Grupo Benetton en Leleque-, por legítimo que sea, que cuesta creer que sean agrupaciones vinculadas a esa causa las que estén detrás de semejante salvajismo.

El nivel de violencia que ha venido expresando la ya lamentablemente famosa Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) no hace más que asustar al ciudadano de a pie, ese que si tenía alguna duda sobre de qué lado pararse en esta historia, ahora ya decidió. Pero también obligó a algunos dirigentes absolutamente identificados con las causas de los pueblos originarios a marcar distancia con este nivel de locura y barbarie.

Inclusive, el propio Facundo Jones Huala, el lonko del Lof Cushamen que está preso en un calabozo de la Unidad 14 de Esquel, ha salido a aclarar con más contundencia que no forma parte del RAM, aunque por ahora no condena los hechos de violencia que causan, ni mucho menos.

A la sociedad le puede gustar más o menos la figura de Jones Huala pero es una cara visible, se sabe quién, cómo piensa, qué ha hecho, de qué se lo acusa y ha sido sometido a derecho como corresponde. Al RAM, en cambio, no se lo puede mensurar. Es una organización clandestina, no tiene voceros y sólo se expresa a través de panfletos, comunicados en internet y atentados.
Que el RAM, o su “subsidiario” Movimiento Mapuche Autónomo del PuelMapu (MAP), el grupo que aparentemente estuvo detrás del ataque al móvil de Jornada el jueves pasado, siga actuando en las sombras y subiendo la apuesta cada tanto, es también un fracaso del Estado. No alcanza con repudiarlos, ubicarlos en la vereda de los “delincuentes” y amenazarlos con las siete plagas. Hay que ponerle nombre y apellido a los violentos.

Ya no es admisible que estos grupos radicalizados vengan actuando desde hace años en Neuquén, Río Negro y Chubut, y que ninguna fuerza federal todavía sepa de quiénes se trata, quiénes están detrás de esos comunicados y panfletos, y a qué interés responden.

Como alguna vez fue Quebracho a nivel nacional, estos grupos como el RAM y MAP aparecen siempre prestos a aportar a la confusión general. Entran a escena y desparecen con una rapidez inusitada. Son idiotas útiles, vaya uno a saber de qué causa. A Quebracho, por ejemplo, más de una vez se los señaló como un brazo encubierto de los servicios de inteligencia. Nunca fue confirmado pero tampoco desmentido con énfasis por nadie.

El MAP, cuyos panfletos aparecieron sobre la calle Paraguay de Trelew el jueves pasado, tras el incendio del móvil de Jornada, se expresa en las redes sociales con consignas de alto contenido ideológico: “No somos una organización única, somos un movimiento y una línea política filosófica, autónoma e independiente, que con diferencias y acuerdos continúa desarrollándose entre Neuquén, Río Negro y Chubut, entre comunidades, organizaciones e individuos que se definen autónomos, desde hace muchos años.”

Con este mensaje de corte “autonomista” se presentan en las redes sociales, inclusive con advertencias a los otros militantes mapuches que osen caminar la vereda del equilibrio: “Los que no formen parte de este amplio movimiento deben admitir su posición contraria en la lucha por la reconstrucción y la liberación nacional mapuche, admitir sus prácticas funcionales renunciando a hablar de autonomía mientras esta no sea una práctica real.”

Provengan de donde provengan, los cuatro ataques que conmocionaron a Chubut en los últimos días merecen una atención especial y obliga a la sociedad a reclamar con firmeza una solución a los conflictos. Porque lo que ocurrió fue, también, un ataque a la sensibilidad de una sociedad que por estos días está preocupada por su situación económica, por el empleo, por la suba de tarifas, por la inflación, por su futuro, que se ve obligada a asistir a un escenario de violencia que parecía desterrado.

Los ataques buscaron, claramente, llamar la atención, impactar en la sociedad, causar temor, y sobre todo tensar aún más la delicada cuerda que sostiene al conflicto de los grupos mapuches en la zona cordillerana.

La sociedad espera soluciones. Ni represión estatal ni bombas Molotov como única respuesta al conflicto. “Cordura y diálogo, siempre con la ley abajo del brazo”, escribió este diario el viernes en su habitual Clave del Día. Nada más y nada menos que eso. Cordura para no terminar apagando el fuego con nafta. Y diálogo para intentar vincularse a los sectores mapuches menos radicalizados de otra manera. Hay que escucharlos, aunque piensen distinto y mientras quieran ser escuchados.

Ni el extremismo de los que prenden fuego ni la represión por la represión misma, son las respuestas a esta crisis. Si las reacciones de todos los sectores siguen siendo las que se vienen dando hasta ahora, pues habrá que prepararse para un largo conflicto con consecuencias cada vez más graves.#


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