Historias del crimen / Asado siniestro

16 SEP 2017 - 20:12 | Actualizado

Por Daniel Schulman / Especial para Jornada

La  noche ya había avanzado y a esa altura éramos unos cuantos los que estábamos en derredor del fogón, observando cómo las llamas de unos cuantos troncos iban naturalmente cocinando un costillar que se mantenía erguido por la acción de un asador. Pero ese no era el único asador. Había otro, humano, que con su experticia había convertido lo que parecía un pedazo de carne y huesos en un manjar para los veintipico que nos habíamos juntado a celebrar.

La cosa era a cielo abierto, iluminado por un par de reflectores y soles de noche, cada cual contando o escuchando anécdotas de antaño, poniéndonos al día en qué andaba cada uno, dándole nueva forma humana a un grupo que desde hace más de veinte años que se fue forjando bajo entre óvalos y rayas.

Así fue que el asador, cuando su ojo clínico y oído entrenado le indicaron que el costillar estaba listo para servirse, lo retiró de las llamas y lo mandó sobre una tabla, donde todos, cuchillo y pan en mano, iríamos cortando lo que se mandaba al buche. Y como el costillar estaba entero, el muchacho entrado en canas entró a cortarlo en partes, dando golpes contra los huesos y haciendo que salpicara el jugo desde el centro a la periferia.

“Parece alguna de tus historias”, me dijo uno en tono cómplice, dibujando una media sonrisa y entrecerrando los ojos. “Alguna de esas que contás debe haber sucedido en un asado como este, ¿no?”, insistió al ver que no había retruco de mi parte.
Se armó un silencio expectante, acompañado de miradas inquisitivas. “Hay a patadas de esas en un asado como este”, me animé a decir mientras me preparaba un corte.

“Y bueno…”, dijo otro, que batallaba con otro corte que tenía entre la boca y el pedazo de pan, a modo de invitación.
“Pasó hace tiempo, en una provincia mediterránea de nuestro país”, empecé a relatar, cuando ya todos tenían su propio corte y su vaso lleno. “Pasó hace varios años. Pero lo loco de esta vuelta no fue cómo terminó, sino cómo empezó todo”.

La música seguía sonando de fondo, dando un toque más que festivo a la ocasión, aunque de golpe y porrazo hubo uno que cambió de género y la cosa se puso se seria.

“Resulta que un grupo de amigos de la secundaria se juntaban para festejar el fin de año. Y más que fin de año, era el fin de la escuela. Egresaban ahí en esos días y ya venían agitando con un asado a todo trapo desde hacía un par de meses. Como suele pasar en esos casos, hay dos o tres que son los que organizan la cuestión y van delegando tareas en otros, viendo a ver quién puede conseguir tal o cual cosa más rápido, para agilizar los papeles. “Así que todos empezaron poniendo guita. No sé cuánto pero todos tenían que poner para la comida y la bebida. Hasta ahí la cosa iba bien porque ya tenían el lugar reservado, que era al aire libre, en una especie de chacra bastante alejada de la ciudad y con lo recaudado parecía que llegaban cómodos.
 
“Pero el que la jugaba de tesorero se puso manguero y empezó a pedir más. Que había que comprar más carne, que la ensalada, que alguna bebida más… Primero todos pusieron el plus que se pedía, pero al segundo mangueo ninguno quiso poner un mango más y lo increparon con que se dejara de joder y que comprara con la baquita que habían hecho. Y a otra cosa.

“El tema era que el fulano este ya se había patinado la guita del grupo en otras cosas. Si bien había comprado algo de carne y algunas bebidas, una parte importante se la había gastado en cosas para él. Después de que se destapó la olla se supo que se había comprado un equipo de música o algo por el estilo, pero nunca quedó claro eso.

“Pero bueno, el día del asado el tesorero tuvo que hacer de asador también porque el asador oficial, el que siempre se arremangaba y transpiraba no había ido. Imagínense, que en esa época que les estoy contando no había celulares ni nada de eso. Todo era con teléfono de línea y en la chacra donde estaban no había nada. Así que no podían ubicarlo.
 
“Al principio todos se preguntaban qué había sido de éste que había faltado, que cómo podía ser, el último día en que estaban todos juntos iba a faltar, que nunca se perdía un asado, que se había puesto las pilas para organizar ese, que el flaco era re macanudo y ahora los dejaba boyando… Toda la bola esa. Al principio se habló de eso pero después, mientras comían, ninguno se acordó. Hasta que terminaron de comer, claro.

“Como nunca falta, baños habilitados había, pero uno no quería caminar hasta las instalaciones así que se alejó unos metros del fogón para mear tranquilo. Pero lo que menos encontró ahí fue tranquilidad. De a poco fue encontrando pilcha. Pilcha del ausente. Primero limpia. Después toda ensangrentada, manchada así como la salpicadura de recién. Pero lo loco era que el flaco lo único que encontraba era eso.
 
“Empezó a gritar desesperado y fueron un par a ver de qué se trataba: remera, pantalón, campera. Todo el conjunto. Hasta que llegaron a encontrar algunas partes del cuerpo. Para ese momento ya todos los comensales estaban horrorizados. El único que no estaba así era el que hizo el asado. Con voz monocorde les dijo a sus compañeros que nunca se había bancado al flaco y que lo habían comido hacía un rato tenía nombre y apellido”.
   
“Che, hoy vinimos todos, ¿no? ¿No faltó nadie?”, preguntó uno, medio en joda pero con cierto nerviosismo, mientras le daba el último sorbo al vaso que tenía en la mano.#

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16 SEP 2017 - 20:12

Por Daniel Schulman / Especial para Jornada

La  noche ya había avanzado y a esa altura éramos unos cuantos los que estábamos en derredor del fogón, observando cómo las llamas de unos cuantos troncos iban naturalmente cocinando un costillar que se mantenía erguido por la acción de un asador. Pero ese no era el único asador. Había otro, humano, que con su experticia había convertido lo que parecía un pedazo de carne y huesos en un manjar para los veintipico que nos habíamos juntado a celebrar.

La cosa era a cielo abierto, iluminado por un par de reflectores y soles de noche, cada cual contando o escuchando anécdotas de antaño, poniéndonos al día en qué andaba cada uno, dándole nueva forma humana a un grupo que desde hace más de veinte años que se fue forjando bajo entre óvalos y rayas.

Así fue que el asador, cuando su ojo clínico y oído entrenado le indicaron que el costillar estaba listo para servirse, lo retiró de las llamas y lo mandó sobre una tabla, donde todos, cuchillo y pan en mano, iríamos cortando lo que se mandaba al buche. Y como el costillar estaba entero, el muchacho entrado en canas entró a cortarlo en partes, dando golpes contra los huesos y haciendo que salpicara el jugo desde el centro a la periferia.

“Parece alguna de tus historias”, me dijo uno en tono cómplice, dibujando una media sonrisa y entrecerrando los ojos. “Alguna de esas que contás debe haber sucedido en un asado como este, ¿no?”, insistió al ver que no había retruco de mi parte.
Se armó un silencio expectante, acompañado de miradas inquisitivas. “Hay a patadas de esas en un asado como este”, me animé a decir mientras me preparaba un corte.

“Y bueno…”, dijo otro, que batallaba con otro corte que tenía entre la boca y el pedazo de pan, a modo de invitación.
“Pasó hace tiempo, en una provincia mediterránea de nuestro país”, empecé a relatar, cuando ya todos tenían su propio corte y su vaso lleno. “Pasó hace varios años. Pero lo loco de esta vuelta no fue cómo terminó, sino cómo empezó todo”.

La música seguía sonando de fondo, dando un toque más que festivo a la ocasión, aunque de golpe y porrazo hubo uno que cambió de género y la cosa se puso se seria.

“Resulta que un grupo de amigos de la secundaria se juntaban para festejar el fin de año. Y más que fin de año, era el fin de la escuela. Egresaban ahí en esos días y ya venían agitando con un asado a todo trapo desde hacía un par de meses. Como suele pasar en esos casos, hay dos o tres que son los que organizan la cuestión y van delegando tareas en otros, viendo a ver quién puede conseguir tal o cual cosa más rápido, para agilizar los papeles. “Así que todos empezaron poniendo guita. No sé cuánto pero todos tenían que poner para la comida y la bebida. Hasta ahí la cosa iba bien porque ya tenían el lugar reservado, que era al aire libre, en una especie de chacra bastante alejada de la ciudad y con lo recaudado parecía que llegaban cómodos.
 
“Pero el que la jugaba de tesorero se puso manguero y empezó a pedir más. Que había que comprar más carne, que la ensalada, que alguna bebida más… Primero todos pusieron el plus que se pedía, pero al segundo mangueo ninguno quiso poner un mango más y lo increparon con que se dejara de joder y que comprara con la baquita que habían hecho. Y a otra cosa.

“El tema era que el fulano este ya se había patinado la guita del grupo en otras cosas. Si bien había comprado algo de carne y algunas bebidas, una parte importante se la había gastado en cosas para él. Después de que se destapó la olla se supo que se había comprado un equipo de música o algo por el estilo, pero nunca quedó claro eso.

“Pero bueno, el día del asado el tesorero tuvo que hacer de asador también porque el asador oficial, el que siempre se arremangaba y transpiraba no había ido. Imagínense, que en esa época que les estoy contando no había celulares ni nada de eso. Todo era con teléfono de línea y en la chacra donde estaban no había nada. Así que no podían ubicarlo.
 
“Al principio todos se preguntaban qué había sido de éste que había faltado, que cómo podía ser, el último día en que estaban todos juntos iba a faltar, que nunca se perdía un asado, que se había puesto las pilas para organizar ese, que el flaco era re macanudo y ahora los dejaba boyando… Toda la bola esa. Al principio se habló de eso pero después, mientras comían, ninguno se acordó. Hasta que terminaron de comer, claro.

“Como nunca falta, baños habilitados había, pero uno no quería caminar hasta las instalaciones así que se alejó unos metros del fogón para mear tranquilo. Pero lo que menos encontró ahí fue tranquilidad. De a poco fue encontrando pilcha. Pilcha del ausente. Primero limpia. Después toda ensangrentada, manchada así como la salpicadura de recién. Pero lo loco era que el flaco lo único que encontraba era eso.
 
“Empezó a gritar desesperado y fueron un par a ver de qué se trataba: remera, pantalón, campera. Todo el conjunto. Hasta que llegaron a encontrar algunas partes del cuerpo. Para ese momento ya todos los comensales estaban horrorizados. El único que no estaba así era el que hizo el asado. Con voz monocorde les dijo a sus compañeros que nunca se había bancado al flaco y que lo habían comido hacía un rato tenía nombre y apellido”.
   
“Che, hoy vinimos todos, ¿no? ¿No faltó nadie?”, preguntó uno, medio en joda pero con cierto nerviosismo, mientras le daba el último sorbo al vaso que tenía en la mano.#


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