Podría parecer extraño. Claudio "Chiqui" Tapia, yerno del poderoso gremialista de Camioneros, Hugo Moyano y pope de Independiente de Avellaneda y presidente de Barracas Central, llegó a la titularidad de la AFA, en gran parte, gracias a los votos del interior.
Sin embargo y aplicando una metáfora futbolera, hasta el momento, no envió ningún centro para ese lugar.
Los clubes del interior profundo (como le gustaba decir a la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner en sus días de gloria) siguen padeciendo los avatares de una economía inestable en sus lugares de residencia.
Lejos de los grandes centros urbanos donde el capital fluye mejor y la demanda crece, o, al menos, se mantiene, languidecen aspirando un pleno alguna vez en la vida. Con planteles cortos producto de mercados deprimidos o mezquinos, pagan, pagan y no dejan de pagar.
Mientras que los equipos que participan de los certámenes Metropolitanos afiliados directamente a la AFA, reciben subsidios, aportes por la la televizaciòn de sus partidos, excenciones o aportes para solventar los operativos de seguridad o los servicios; pasando la avenida General Paz, ruegan que nos les toque un árbitro de una liga lejana para abonar menos viáticos.
Se habló mucho de la renovaciòn de la dirigencia nacional en el deporte más popular de los argentinos. Después de las más de tres décadas d emanejo unipersonal de Julio Humberto Grondona; se versó sobre la democratizaciòn en los destinos para conducir el edificio de la calle Viamonte. Nada de ello ocurrió. Amén del papelón de la votación donde se lo eliminò a Marcelo Tinelli; el acceso de Tapia generó, en el marco teórico, una luz para las diferentes regiones del país.
Nada de eso ocurrió. Pues no se puede cambiar nada cuando se hace siempre lo mismo. Este año, la AFA tuvo un superávit de 100 millones de pesos. Ni un centavo se derramó para los clubes de los Federales, que son equivalentes a las categorías del ascenso Metro.
Y en esa cuestiòn, hay una gran cuota de responsabiidad (o complicidad) de los dirigentes del interior. No se escucha ninguna voz disonante, menos quejas ni protestas. Quizás el temor a un castigo deportivo, la inoperancia o la alarmante falta de capacidad de gestiòn, atenta contra ese objetivo.
Nadie pretende estar en un plano de igualdad a los llamados grandes del fútbol argentino, pero el desprecio a los que son sometidos las instituciones que pugnan por un mísero ascenso en torneos demoledores e inequitativos sigue siendo una moneda corriente en este vapuleado deporte nacional.
Quizás, tenía razón Grondona, cuando dijo que la Patagonia se tenía que dedicar al fútbol de salón y dejarse de joder con el fútbol 11. Todavía no repitieron esa letanía. Falta poco. Total, si nadie se queja...
Dicen que la historia se repite. Una y otra vez. Una como farsa y otra como tragedia.
Podría parecer extraño. Claudio "Chiqui" Tapia, yerno del poderoso gremialista de Camioneros, Hugo Moyano y pope de Independiente de Avellaneda y presidente de Barracas Central, llegó a la titularidad de la AFA, en gran parte, gracias a los votos del interior.
Sin embargo y aplicando una metáfora futbolera, hasta el momento, no envió ningún centro para ese lugar.
Los clubes del interior profundo (como le gustaba decir a la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner en sus días de gloria) siguen padeciendo los avatares de una economía inestable en sus lugares de residencia.
Lejos de los grandes centros urbanos donde el capital fluye mejor y la demanda crece, o, al menos, se mantiene, languidecen aspirando un pleno alguna vez en la vida. Con planteles cortos producto de mercados deprimidos o mezquinos, pagan, pagan y no dejan de pagar.
Mientras que los equipos que participan de los certámenes Metropolitanos afiliados directamente a la AFA, reciben subsidios, aportes por la la televizaciòn de sus partidos, excenciones o aportes para solventar los operativos de seguridad o los servicios; pasando la avenida General Paz, ruegan que nos les toque un árbitro de una liga lejana para abonar menos viáticos.
Se habló mucho de la renovaciòn de la dirigencia nacional en el deporte más popular de los argentinos. Después de las más de tres décadas d emanejo unipersonal de Julio Humberto Grondona; se versó sobre la democratizaciòn en los destinos para conducir el edificio de la calle Viamonte. Nada de ello ocurrió. Amén del papelón de la votación donde se lo eliminò a Marcelo Tinelli; el acceso de Tapia generó, en el marco teórico, una luz para las diferentes regiones del país.
Nada de eso ocurrió. Pues no se puede cambiar nada cuando se hace siempre lo mismo. Este año, la AFA tuvo un superávit de 100 millones de pesos. Ni un centavo se derramó para los clubes de los Federales, que son equivalentes a las categorías del ascenso Metro.
Y en esa cuestiòn, hay una gran cuota de responsabiidad (o complicidad) de los dirigentes del interior. No se escucha ninguna voz disonante, menos quejas ni protestas. Quizás el temor a un castigo deportivo, la inoperancia o la alarmante falta de capacidad de gestiòn, atenta contra ese objetivo.
Nadie pretende estar en un plano de igualdad a los llamados grandes del fútbol argentino, pero el desprecio a los que son sometidos las instituciones que pugnan por un mísero ascenso en torneos demoledores e inequitativos sigue siendo una moneda corriente en este vapuleado deporte nacional.
Quizás, tenía razón Grondona, cuando dijo que la Patagonia se tenía que dedicar al fútbol de salón y dejarse de joder con el fútbol 11. Todavía no repitieron esa letanía. Falta poco. Total, si nadie se queja...
Dicen que la historia se repite. Una y otra vez. Una como farsa y otra como tragedia.