Historias Mínimas/ Fuligni, il inventore

Siendo un niño, creativo y lleno de porqués, decidió ponerle motor a su “transatlántico”. Utilizó un viejo reloj despertador escondido en el ropero, lo desarmó por completo hasta extraer algunas piezas que funcionaban. Fabricó una “hélice” con chapas y clavos que ensambló a un pedazo de madera que “viajaba” solo, con autonomía plena en un pozón cercano a su casa.

11 NOV 2017 - 20:49 | Actualizado

Por Ismael Tebes / @ismaeltebes

"¿De dónde sacaste ese reloj?” fue la pregunta paterna que rompió la teoría del pequeño genio, orgulloso hasta ahí de su descubrimiento. “Ese día lo vi llorar a mi papá, que guardaba esa pieza como una reliquia. Y yo se la destruí”.

A los ochenta años y seis meses la memoria fotográfica de don Enzo Fuligni parece girar como un aceitado engranaje. Y bajo la consigna de “no desaprovechar una idea cuando la idea es buena”, sigue tratando de encontrarle explicación a la lógica. Su conocimiento parece ir más allá; luce adelantado algunos años aunque su aspecto humilde, bonachón lo convierta en un electromecánico de oficio siempre vestido de fajina; rodeado de herramientas en su taller del barrio Industrial y manos como “imantadas” capaces de adaptar lo que sea, reparar, soldar, desarmar y siempre volver a armar. Nada parece detenerlo, ni siquiera un marcapasos. Justo un instrumento metálico que encaja como en un rompecabezas dentro de su cuore y de manera caprichosa parece regular sus emociones.

Nació en Cenigalia, treinta kilómetros al norte de Ancona; creció en medio de la guerra y a los dieciséis años emigró a la Argentina junto a su madre. Su padre y hermanos habían anticipado su viaje a Sudamérica y recién el 24 de diciembre de 1953 se produjo el esperado reencuentro familiar. Luego vivió más de veinte años en Buenos Aires donde se casó y tuvo tres hijos. Llegó a Comodoro Rivadavia en octubre del ’77, su lugar en el mundo aunque nunca haya tramitado la ciudadanía y exhiba todavía su viejo documento italiano pero en la tierra donde viven sus hijos, nietos y bisnietos.

Fuligni no se asume inventor, en el sentido auténtico de la palabra, sino como un “inquieto” que no se queda con lo que simplemente ve. Suele buscar los porqué y desentramar cuestiones que parecen preestablecidas como fundamentar lo que efectivamente funciona. Y al revés, alterar las piezas hasta descubrir un nuevo sentido a lo que parece inventado. Cincuenta por ciento curiosidad y el resto, alma de soñador. Reconoce haber “desintegrado” un generador de origen alemán y haber respondido económicamente por ello en la empresa en la que trabajaba, al no entender de qué manera éste funcionaba sin recurrir a ningún manual de fábrica. De tanto bobinar y rebobinar, encontró las respuestas que llegó a plasmar en un plano con singular técnica e ingeniería.

Su motor eléctrico axial con bobinado descartable, patentado en 1996, se utiliza en los Estados Unidos en actividades espaciales y pronto sus propiedades físicas y magnéticas serán usadas en satélites artificiales y en una nueva versión de los Transportadores Humanos Segway que en su nueva versión permitirá que personas con impedimentos físicos puedan viajar sentados y sin caerse. La mismísima NASA aplicará el invento del ítalo-chubutense en el movimiento de un denominado Satélite Autónomo Multipropósito para luego ser patentado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Y hay más. Ideó un sistema de freno selectivo denominado FEBRIL (Freno, Emergencia, Bloqueo, Rueda, Inverso, Libre) que permite frenar –y no bloquear-cualquier elemento que rote en un solo sentido para liberarlo en otro, reversible a voluntad solo en casos de emergencia, no en uso normal. Lo patentó hace veinticinco años y hoy ese sistema es utilizado en las camionetas Volvo, Fiat Toro y Explorer 4x4. “No digo que sea mi diseño, que me lo hayan robado pero sí se aplican los mismos principios”, aclara.

Su obra incluye un novedoso generador eólico de eje vertical de aplicación hogareña, hecho de manera artesanal y con rendimiento “comprobado”. Lo mantuvo en pie durante diez años, con ahorro genuino y funcionamiento constante hasta que un intento de robo y algunos limitantes económicos lo llevaron a desistir del proyecto. El “generador Fuligni”, otra invención “estrella” permite generar energía con un bobinado en forma de disco, fácilmente cambiable a través de un método que no solo resulta económico sino de sencilla reparación.

Es miembro honorífico de lo que fue la denominada “Ciudad del Conocimiento”, ganó múltiples concursos en el exterior y hace pocas horas, el Senado de la Nación le hizo entrega del diploma “Mención de Honor al Valor Científico”.

Para el inquieto Fuligni los premios y los honores son un estímulo pero no niega el malestar que le representa la falta de apoyo de todo tipo y nivel. Y que sean de otros países los interesados en sus invenciones. Lamenta además que varias megaempresas internacionales hayan capitalizado su conocimiento con versiones “adaptadas” y asume, que estas resultan las reglas del juego poco gratas. Es que el registro y la autoría no son cosas fáciles para los inventores. Y menos para los artesanales como él. Sin reproches y de manera simpática, prefiere decir que para concretar muchos de sus proyectos lo que le falta es “tiempo”, con el típico gesto de los dedos en movimiento…

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11 NOV 2017 - 20:49

Por Ismael Tebes / @ismaeltebes

"¿De dónde sacaste ese reloj?” fue la pregunta paterna que rompió la teoría del pequeño genio, orgulloso hasta ahí de su descubrimiento. “Ese día lo vi llorar a mi papá, que guardaba esa pieza como una reliquia. Y yo se la destruí”.

A los ochenta años y seis meses la memoria fotográfica de don Enzo Fuligni parece girar como un aceitado engranaje. Y bajo la consigna de “no desaprovechar una idea cuando la idea es buena”, sigue tratando de encontrarle explicación a la lógica. Su conocimiento parece ir más allá; luce adelantado algunos años aunque su aspecto humilde, bonachón lo convierta en un electromecánico de oficio siempre vestido de fajina; rodeado de herramientas en su taller del barrio Industrial y manos como “imantadas” capaces de adaptar lo que sea, reparar, soldar, desarmar y siempre volver a armar. Nada parece detenerlo, ni siquiera un marcapasos. Justo un instrumento metálico que encaja como en un rompecabezas dentro de su cuore y de manera caprichosa parece regular sus emociones.

Nació en Cenigalia, treinta kilómetros al norte de Ancona; creció en medio de la guerra y a los dieciséis años emigró a la Argentina junto a su madre. Su padre y hermanos habían anticipado su viaje a Sudamérica y recién el 24 de diciembre de 1953 se produjo el esperado reencuentro familiar. Luego vivió más de veinte años en Buenos Aires donde se casó y tuvo tres hijos. Llegó a Comodoro Rivadavia en octubre del ’77, su lugar en el mundo aunque nunca haya tramitado la ciudadanía y exhiba todavía su viejo documento italiano pero en la tierra donde viven sus hijos, nietos y bisnietos.

Fuligni no se asume inventor, en el sentido auténtico de la palabra, sino como un “inquieto” que no se queda con lo que simplemente ve. Suele buscar los porqué y desentramar cuestiones que parecen preestablecidas como fundamentar lo que efectivamente funciona. Y al revés, alterar las piezas hasta descubrir un nuevo sentido a lo que parece inventado. Cincuenta por ciento curiosidad y el resto, alma de soñador. Reconoce haber “desintegrado” un generador de origen alemán y haber respondido económicamente por ello en la empresa en la que trabajaba, al no entender de qué manera éste funcionaba sin recurrir a ningún manual de fábrica. De tanto bobinar y rebobinar, encontró las respuestas que llegó a plasmar en un plano con singular técnica e ingeniería.

Su motor eléctrico axial con bobinado descartable, patentado en 1996, se utiliza en los Estados Unidos en actividades espaciales y pronto sus propiedades físicas y magnéticas serán usadas en satélites artificiales y en una nueva versión de los Transportadores Humanos Segway que en su nueva versión permitirá que personas con impedimentos físicos puedan viajar sentados y sin caerse. La mismísima NASA aplicará el invento del ítalo-chubutense en el movimiento de un denominado Satélite Autónomo Multipropósito para luego ser patentado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Y hay más. Ideó un sistema de freno selectivo denominado FEBRIL (Freno, Emergencia, Bloqueo, Rueda, Inverso, Libre) que permite frenar –y no bloquear-cualquier elemento que rote en un solo sentido para liberarlo en otro, reversible a voluntad solo en casos de emergencia, no en uso normal. Lo patentó hace veinticinco años y hoy ese sistema es utilizado en las camionetas Volvo, Fiat Toro y Explorer 4x4. “No digo que sea mi diseño, que me lo hayan robado pero sí se aplican los mismos principios”, aclara.

Su obra incluye un novedoso generador eólico de eje vertical de aplicación hogareña, hecho de manera artesanal y con rendimiento “comprobado”. Lo mantuvo en pie durante diez años, con ahorro genuino y funcionamiento constante hasta que un intento de robo y algunos limitantes económicos lo llevaron a desistir del proyecto. El “generador Fuligni”, otra invención “estrella” permite generar energía con un bobinado en forma de disco, fácilmente cambiable a través de un método que no solo resulta económico sino de sencilla reparación.

Es miembro honorífico de lo que fue la denominada “Ciudad del Conocimiento”, ganó múltiples concursos en el exterior y hace pocas horas, el Senado de la Nación le hizo entrega del diploma “Mención de Honor al Valor Científico”.

Para el inquieto Fuligni los premios y los honores son un estímulo pero no niega el malestar que le representa la falta de apoyo de todo tipo y nivel. Y que sean de otros países los interesados en sus invenciones. Lamenta además que varias megaempresas internacionales hayan capitalizado su conocimiento con versiones “adaptadas” y asume, que estas resultan las reglas del juego poco gratas. Es que el registro y la autoría no son cosas fáciles para los inventores. Y menos para los artesanales como él. Sin reproches y de manera simpática, prefiere decir que para concretar muchos de sus proyectos lo que le falta es “tiempo”, con el típico gesto de los dedos en movimiento…


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