Con la moda a contramano

Historias Mínimas.

16 DIC 2017 - 21:05 | Actualizado

Por Ismael Tebes

Resulta inadmisible comprender que la vestimenta evolucionó al límite de desechar las medias, un accesorio imprescindible a toda hora y en todo lugar. Y que los tobillos desnudos refieran a un elemento de la estética varonil. Ni hablar de los pantalones chinos de extraño “achupinado” que dejaron en el pasado el célebre dobladillo, amenazando con “estrangular” cualquier pieza corporal debido a tanta, tanta estrechez.
La idea al parecer es lucir descontracturado, moderno o “canchero”. Para ello debe lucirse una franja de piel de 2 a 2,5 pulgadas que deberá medirse con rigor científico. Y –por las dudas-tener en cuenta una generosa provisión de talcos y cremas pédicas. Igual, sin medias no se puede ir al cielo pero sí entrar a las mejores fiestas.
En esa línea, encajan los zapatos finos de corte clásico o las coloridas zapatillas de la “Pipa”, con el debido colchón de aire. Dos variables como para completar el look “qué me importa lo que digas”. Básico nunca taxi.
Por eso quizás nunca entenderemos los paradigmas de la moda. Esas raras tendencias del vestir parecen tan inexplicables como calzarse un traje italiano con la etiqueta puesta. Considerando haberse puesto dicho traje alguna vez, claro. Cuáles son hoy las fronteras del “elegante sport” ?.
Es cierto que desde niños nos ataron a los hábitos del clásico vestir: desde el pantalón corto hasta el “baggy” hubo todo un proceso, una mirada propia de lo que creíamos imponer pero ya venía impuesto. Primero fue lo que nos ponían, después lo que se podía de acuerdo a la economía familiar para finalmente después de mucho caminar, encontrarnos con el estilo propio. Y en ese instante, comprobar que nada de lo que nos gustaba se encuentra en el talle apropiado. Malditos estándares. Verdadera injusticia y muerte lenta en el placard, cortándose las venas con una corbata, de esas rojo furioso.
En los 60’ los “pata de elefante” y los mocasines con plataforma, ponían a cualquiera en igualdad de condiciones con cualquier muchacho de Liverpool. Por las obvias razones musicales de entonces.  Y porque –dicen- quedaba bien.
Los jeans en sus más variados tipos y marcas siempre estuvieron en sus versiones Lee, Robert Levi’s o Wrangler. Desde el carpintero, aquel de los bolsillos laterales y amplia botamanga al jardinero resucitado en los 80’. Del blanco para la “visión nocturna” entre las luces de neón al prelavado que se usaba hasta donde daba la respiración, algunos talles menos sin contar a los “deshilachados” que nunca parecieron ser nuevos sino confeccionados “ya viejos”. Hubo un tiempo que fue hermoso: el de las tiras floreadas aplicadas con la plancha y el prolijo pegatelas combinado invariablemente con las zapatillas náuticas de tono naranja flúo.
Las camisetas de grafa dejaron huella en canosos y cincuentones. Adormecidos por los pañuelos de seda disputaron mano a mano con el corderoy, un liderazgo irreverente. Y hasta el cuero, irrumpió en los tops de lo “más” usado. Del gremialismo al punk casi sin escalas, nunca desapercibido y para todos los gustos demostrando aún, una llamativa vigencia nada sintética.
Dudemos de los estereotipos y de los afiches que pretenden “vender” en las revistas. Ninguno de los artículos allí exhibidos podrían quedarnos bien. Y es más, sugerir un “XL” y encontrarlo sería el equivalente a un premio mayor. Es mentira que vestirse bien no cuesta. Y que la elegancia es un don universal. La moda termina siendo algo tan ficticio que sólo se combate con un buen jogging. Al fin y al cabo el proceso vestuarista se repite. Se termina vistiendo lo que se puede y se encuentra en precio. Y después, lo que la existencia de talle disponga. O sea bien cíclico.
Queda imponer en ésta columna, una protesta formal contra los vendedores poco sensibles. Los que sin ningún tapujo advierten que nada de lo que se exhibe en la vidriera podría “entrarnos” o que el talle más amplio, jamás se adaptaría a nuestro entallado voluptuoso. Sin previo aviso, frustran al más compulsivo de los compradores y le imponen una barrera imposible de sortear. Un miserable ilusionista sin una pizca de corazón. Mucho más cruel aún es el ficticio “te queda bien” sin convencimiento, mirando para otro lado y tan fugaz que se dispersa a la hora de intentar respirar. Es el momento en el que el único botón capaz de ganar la batalla pone en riesgo a quien se ponga enfrente, convirtiéndolo en un blanco fácil.
La talla no es lo de menos. Puede convertirse en un claro factor desmotivador. Sobre todo a la hora de atreverse a testear una prenda en probadores reducidos, en espacios minúsculos que ponen a prueba las leyes físicas y arriesgan que partes inocultables de nuestra anatomía queden literalmente al desnudo.
Con semejante karma solamente queda encontrar el lugar correcto; un vendedor que nos acepte tal cual somos sin mirar la comisión ni la billetera y una indumentaria, al menos parecida a la que se pretende. Nunca igual. Quizás por eso, nuestra relación con eso que llaman moda parece irreconciliable.#

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16 DIC 2017 - 21:05

Por Ismael Tebes

Resulta inadmisible comprender que la vestimenta evolucionó al límite de desechar las medias, un accesorio imprescindible a toda hora y en todo lugar. Y que los tobillos desnudos refieran a un elemento de la estética varonil. Ni hablar de los pantalones chinos de extraño “achupinado” que dejaron en el pasado el célebre dobladillo, amenazando con “estrangular” cualquier pieza corporal debido a tanta, tanta estrechez.
La idea al parecer es lucir descontracturado, moderno o “canchero”. Para ello debe lucirse una franja de piel de 2 a 2,5 pulgadas que deberá medirse con rigor científico. Y –por las dudas-tener en cuenta una generosa provisión de talcos y cremas pédicas. Igual, sin medias no se puede ir al cielo pero sí entrar a las mejores fiestas.
En esa línea, encajan los zapatos finos de corte clásico o las coloridas zapatillas de la “Pipa”, con el debido colchón de aire. Dos variables como para completar el look “qué me importa lo que digas”. Básico nunca taxi.
Por eso quizás nunca entenderemos los paradigmas de la moda. Esas raras tendencias del vestir parecen tan inexplicables como calzarse un traje italiano con la etiqueta puesta. Considerando haberse puesto dicho traje alguna vez, claro. Cuáles son hoy las fronteras del “elegante sport” ?.
Es cierto que desde niños nos ataron a los hábitos del clásico vestir: desde el pantalón corto hasta el “baggy” hubo todo un proceso, una mirada propia de lo que creíamos imponer pero ya venía impuesto. Primero fue lo que nos ponían, después lo que se podía de acuerdo a la economía familiar para finalmente después de mucho caminar, encontrarnos con el estilo propio. Y en ese instante, comprobar que nada de lo que nos gustaba se encuentra en el talle apropiado. Malditos estándares. Verdadera injusticia y muerte lenta en el placard, cortándose las venas con una corbata, de esas rojo furioso.
En los 60’ los “pata de elefante” y los mocasines con plataforma, ponían a cualquiera en igualdad de condiciones con cualquier muchacho de Liverpool. Por las obvias razones musicales de entonces.  Y porque –dicen- quedaba bien.
Los jeans en sus más variados tipos y marcas siempre estuvieron en sus versiones Lee, Robert Levi’s o Wrangler. Desde el carpintero, aquel de los bolsillos laterales y amplia botamanga al jardinero resucitado en los 80’. Del blanco para la “visión nocturna” entre las luces de neón al prelavado que se usaba hasta donde daba la respiración, algunos talles menos sin contar a los “deshilachados” que nunca parecieron ser nuevos sino confeccionados “ya viejos”. Hubo un tiempo que fue hermoso: el de las tiras floreadas aplicadas con la plancha y el prolijo pegatelas combinado invariablemente con las zapatillas náuticas de tono naranja flúo.
Las camisetas de grafa dejaron huella en canosos y cincuentones. Adormecidos por los pañuelos de seda disputaron mano a mano con el corderoy, un liderazgo irreverente. Y hasta el cuero, irrumpió en los tops de lo “más” usado. Del gremialismo al punk casi sin escalas, nunca desapercibido y para todos los gustos demostrando aún, una llamativa vigencia nada sintética.
Dudemos de los estereotipos y de los afiches que pretenden “vender” en las revistas. Ninguno de los artículos allí exhibidos podrían quedarnos bien. Y es más, sugerir un “XL” y encontrarlo sería el equivalente a un premio mayor. Es mentira que vestirse bien no cuesta. Y que la elegancia es un don universal. La moda termina siendo algo tan ficticio que sólo se combate con un buen jogging. Al fin y al cabo el proceso vestuarista se repite. Se termina vistiendo lo que se puede y se encuentra en precio. Y después, lo que la existencia de talle disponga. O sea bien cíclico.
Queda imponer en ésta columna, una protesta formal contra los vendedores poco sensibles. Los que sin ningún tapujo advierten que nada de lo que se exhibe en la vidriera podría “entrarnos” o que el talle más amplio, jamás se adaptaría a nuestro entallado voluptuoso. Sin previo aviso, frustran al más compulsivo de los compradores y le imponen una barrera imposible de sortear. Un miserable ilusionista sin una pizca de corazón. Mucho más cruel aún es el ficticio “te queda bien” sin convencimiento, mirando para otro lado y tan fugaz que se dispersa a la hora de intentar respirar. Es el momento en el que el único botón capaz de ganar la batalla pone en riesgo a quien se ponga enfrente, convirtiéndolo en un blanco fácil.
La talla no es lo de menos. Puede convertirse en un claro factor desmotivador. Sobre todo a la hora de atreverse a testear una prenda en probadores reducidos, en espacios minúsculos que ponen a prueba las leyes físicas y arriesgan que partes inocultables de nuestra anatomía queden literalmente al desnudo.
Con semejante karma solamente queda encontrar el lugar correcto; un vendedor que nos acepte tal cual somos sin mirar la comisión ni la billetera y una indumentaria, al menos parecida a la que se pretende. Nunca igual. Quizás por eso, nuestra relación con eso que llaman moda parece irreconciliable.#


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