Desde Caleta Olivia: 15 años y al Colón

Octavio Juárez fue uno de los cuatro jóvenes aprobados para cursar en el Instituto Superior de Arte.

30 DIC 2017 - 20:36 | Actualizado

Por Ismael Tebes

Tocar, moverse e inspirar, quizás una manera de soñar con los pies sin darle otro sentido a lo que determina el corazón. Dejarse llevar. Y quizás, conmover hasta las fibras más profundas. Octavio Miguel Ángel Juárez sintió en su ser, esa necesidad de buscar los porqué sin fijarse límites. Y despertó la vocación desde que cree tener uso de razón: bailar hasta definirse como lo que es, en esencia. El joven nacido en Caleta Olivia, de solamente quince años, se mudará a Capital Federal para sumarse al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón donde estudiará en principio por dos años aunque con la intención de realizar estudios posteriores y llegar al cuerpo estable de bailarines. Difícil pero nada imposible cuando se tienen tantas ideas claras.
“Estoy súper contento y emocionado. Es una oportunidad única de la cual recién estoy cayendo y que no todo el mundo puede tener. Siento que se da una sola vez en la vida y uno debe saber aprovechar la oportunidad.
Tengo muchas expectativas y muchos sueños más por cumplir”, expresó a Jornada desde su hogar en la avenida Costanera.
“Hace cuatro años había tomado clases con el profesor Alejandro Tulio Toto que fue bailarín en el cuerpo estable y ahora es profesor. Volvió hace poco a dar clases y me vio las condiciones. Dijo que podía ser y veía que yo podía entrar en el Colón, lo habló con mis profesoras y trató de hacer contacto con los directivos del Teatro para que pudiera hacer una audición. Viajé en diciembre e hice tres pruebas que tuve que superar. Primero la médica-física; la técnica y una más de francés y música aunque la más importante fue la de técnica que fue decisiva, quizás la más difícil de pasar”.
La clase evaluativa incluyó barras, centros, variaciones y combinaciones que se improvisaron con un altísimo nivel de exigencia. “Mientras esperaba entrar escuché que había chicos de Perú, Colombia e inclusive uno que había llegado de Nueva York y que estaban especializados y con mucha más experiencia que yo. En el Colón hay becarios que van a tomar clases y ellos se preparan ahí adentro para entrar a la Escuela. Te sacan ventaja respecto a los que vamos por primera vez porque ellos conocen las pautas para llegar a ser alumnos regulares de quinto año. Ya saben qué hacer y en cambio, los demás llegamos sin saber nada”.
Octavio explica que el proceso formativo de un bailarín requiere de mucho más que base técnica y no necesariamente, conocimiento de la música clásica. Y comparó la ilusión de bailar en el Colón como “jugar en Primera” para un futbolista. Formado en el CeMePa de Caleta Olivia; reconoce que la danza es su vocación y que el apoyo familiar es “decisivo”. En su caso, su padre es Rodolfo “Pitu” Juárez, exjugador en Gimnasia y Esgrima en la Liga Nacional de Básquet y rugbier destacado en el club San Jorge.
“Son dos años hasta recibirme de bailarín profesional y creo que puedo seguir ahí la carrera terciaria. Tendré clases de 7 a 13 y quizás con ensayos y demás actividades por la tarde Respecto a la escuela, es algo que no puedo dejar y evaluaré si rindo libre o curso en algún horario disponible. La mayoría de los chicos allá rinden libre y por internet”, explicó el actual alumno de tercer año en el Instituto “Marcelo Espíndola”.
La sensación para cualquier mortal que transite el histórico edificio de calle Cerrito, con más de cien años de antigüedad es tan fuerte que remite a los próceres del arte como Caruso, María Callas, Pavarotti y José Carreras. Para un joven que soñó desde niño, con esa emblemática fachada porteña, casi es tocar el cielo con las manos. O los pies. “Lo había conocido pero siempre desde afuera. Estar ahí adentro te hace poner nervioso, es terrible lo que se siente. Demasiado fuerte porque hay demasiada historia. Yo de chiquito lo tenía idealizado, lo tenía dentro mío y por eso, haber llegado es algo muy lindo”.
Para él, el baile es un “cable a tierra”, que lo despoja del stress y a la vez, lo convierte en un artista de tiempo completo. “Uno tiene que ser bailarín en todo momento. Desde que se levanta hasta que se duerme. No solamente en el aula o el escenario. Es lo que yo creo. Entreno, ensayo y me cuido. Todo tiene que estar complementado: la alimentación, la conducta y la disciplina” cuenta Octavio o “El Chino” a Jornada con alguna mirada crítica respecto a situaciones extremas que suelen observarse en su ambiente. “La verdad que sí es complicado y mucho más allá. Hay chicos que se sobreexigen demasiado al punto de que te asustan”.
El Quijote y El Lago de los cisnes de Tchaikovsky son sus obras de ballet favoritas aunque insiste en el detalle de no ser un cultor de ese género musical, tan ligado a la danza que practica. “De chicos bailábamos hip-hop con un primo y ahora me gusta mucho lo contemporáneo, que es expresivo y bien libre. Respecto a los grandes bailarines me gustan todos, ninguno en particular. En eso no tengo preferencias, ni estilos”. Por lo demás, Octavio el pibe que puede volar y girar en puntas de pie hasta el cansancio prefiere disfrutar de lo simple: el sonido del mar cerca de su casa; el afecto de la familia y el baile bien metido en la sangre.#

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30 DIC 2017 - 20:36

Por Ismael Tebes

Tocar, moverse e inspirar, quizás una manera de soñar con los pies sin darle otro sentido a lo que determina el corazón. Dejarse llevar. Y quizás, conmover hasta las fibras más profundas. Octavio Miguel Ángel Juárez sintió en su ser, esa necesidad de buscar los porqué sin fijarse límites. Y despertó la vocación desde que cree tener uso de razón: bailar hasta definirse como lo que es, en esencia. El joven nacido en Caleta Olivia, de solamente quince años, se mudará a Capital Federal para sumarse al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón donde estudiará en principio por dos años aunque con la intención de realizar estudios posteriores y llegar al cuerpo estable de bailarines. Difícil pero nada imposible cuando se tienen tantas ideas claras.
“Estoy súper contento y emocionado. Es una oportunidad única de la cual recién estoy cayendo y que no todo el mundo puede tener. Siento que se da una sola vez en la vida y uno debe saber aprovechar la oportunidad.
Tengo muchas expectativas y muchos sueños más por cumplir”, expresó a Jornada desde su hogar en la avenida Costanera.
“Hace cuatro años había tomado clases con el profesor Alejandro Tulio Toto que fue bailarín en el cuerpo estable y ahora es profesor. Volvió hace poco a dar clases y me vio las condiciones. Dijo que podía ser y veía que yo podía entrar en el Colón, lo habló con mis profesoras y trató de hacer contacto con los directivos del Teatro para que pudiera hacer una audición. Viajé en diciembre e hice tres pruebas que tuve que superar. Primero la médica-física; la técnica y una más de francés y música aunque la más importante fue la de técnica que fue decisiva, quizás la más difícil de pasar”.
La clase evaluativa incluyó barras, centros, variaciones y combinaciones que se improvisaron con un altísimo nivel de exigencia. “Mientras esperaba entrar escuché que había chicos de Perú, Colombia e inclusive uno que había llegado de Nueva York y que estaban especializados y con mucha más experiencia que yo. En el Colón hay becarios que van a tomar clases y ellos se preparan ahí adentro para entrar a la Escuela. Te sacan ventaja respecto a los que vamos por primera vez porque ellos conocen las pautas para llegar a ser alumnos regulares de quinto año. Ya saben qué hacer y en cambio, los demás llegamos sin saber nada”.
Octavio explica que el proceso formativo de un bailarín requiere de mucho más que base técnica y no necesariamente, conocimiento de la música clásica. Y comparó la ilusión de bailar en el Colón como “jugar en Primera” para un futbolista. Formado en el CeMePa de Caleta Olivia; reconoce que la danza es su vocación y que el apoyo familiar es “decisivo”. En su caso, su padre es Rodolfo “Pitu” Juárez, exjugador en Gimnasia y Esgrima en la Liga Nacional de Básquet y rugbier destacado en el club San Jorge.
“Son dos años hasta recibirme de bailarín profesional y creo que puedo seguir ahí la carrera terciaria. Tendré clases de 7 a 13 y quizás con ensayos y demás actividades por la tarde Respecto a la escuela, es algo que no puedo dejar y evaluaré si rindo libre o curso en algún horario disponible. La mayoría de los chicos allá rinden libre y por internet”, explicó el actual alumno de tercer año en el Instituto “Marcelo Espíndola”.
La sensación para cualquier mortal que transite el histórico edificio de calle Cerrito, con más de cien años de antigüedad es tan fuerte que remite a los próceres del arte como Caruso, María Callas, Pavarotti y José Carreras. Para un joven que soñó desde niño, con esa emblemática fachada porteña, casi es tocar el cielo con las manos. O los pies. “Lo había conocido pero siempre desde afuera. Estar ahí adentro te hace poner nervioso, es terrible lo que se siente. Demasiado fuerte porque hay demasiada historia. Yo de chiquito lo tenía idealizado, lo tenía dentro mío y por eso, haber llegado es algo muy lindo”.
Para él, el baile es un “cable a tierra”, que lo despoja del stress y a la vez, lo convierte en un artista de tiempo completo. “Uno tiene que ser bailarín en todo momento. Desde que se levanta hasta que se duerme. No solamente en el aula o el escenario. Es lo que yo creo. Entreno, ensayo y me cuido. Todo tiene que estar complementado: la alimentación, la conducta y la disciplina” cuenta Octavio o “El Chino” a Jornada con alguna mirada crítica respecto a situaciones extremas que suelen observarse en su ambiente. “La verdad que sí es complicado y mucho más allá. Hay chicos que se sobreexigen demasiado al punto de que te asustan”.
El Quijote y El Lago de los cisnes de Tchaikovsky son sus obras de ballet favoritas aunque insiste en el detalle de no ser un cultor de ese género musical, tan ligado a la danza que practica. “De chicos bailábamos hip-hop con un primo y ahora me gusta mucho lo contemporáneo, que es expresivo y bien libre. Respecto a los grandes bailarines me gustan todos, ninguno en particular. En eso no tengo preferencias, ni estilos”. Por lo demás, Octavio el pibe que puede volar y girar en puntas de pie hasta el cansancio prefiere disfrutar de lo simple: el sonido del mar cerca de su casa; el afecto de la familia y el baile bien metido en la sangre.#


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