El que nadie sabe

Historias Mínimas.

31 MAR 2018 - 21:31 | Actualizado

Por Ismael Tebes

Es la última vez”, juró en vano. Y a las pocas horas lo desconoció. Esa última copa llevó más de la cuenta, retardó la cordura y lo envalentonó en medio de la noche. Porque la embriaguez no mide consecuencias y más bien termina borroneando cualquier vínculo. No quedan amigos, sólo los de ocasión y los que no ponen freno. Parecía extralimitado. Por tanto apretar el puño, lastimó. Y porque miró desde lo más alto, irrespetuoso, se estrelló desde la altura que creyó tener. No tuvo vuelo mágico, ni freno en tan abrupta caída, metros y metros desde su propia vanidad. Las alas que imaginó desplegar no lo salvaron. No fue un semidios, apenas un triste bodoque golpeando torpemente contra el cordón.
Todos pensaron que aquel ser egocéntrico y poco gentil no perdería jamás el instinto, que seguiría cegado y hundido en el mar de los vicios. Y que su subsistencia no representaría más que una prórroga no deseada, una manera de prolongar la agonía inmerecida.
Nadie entendía el porqué de su maldad. Como si batallara una guerra constante contra una sociedad que no lo entendía y la vida fuera una simple toma de asistencia. O una estadía pasajera en la que ni siquiera se paga alquiler.
Odiaba lo preestablecido. Nunca estaba en el lado correcto, ni siquiera en la sombra de la verdad. Caminaba siempre con la mirada enfocada en un punto indefinido del horizonte. Nadie sabe cómo alguna vez llegó a hablar idiomas que nunca conoció y a describir situaciones de la historia como si hubiera estado ahí.
Parecía tan encerrado en sus ideas que se encontró sin el más mínimo sentimiento, vacío de alma y lleno de confusión. Así caminó por la cornisa y apostó perdiendo lo poco que tenía, empeñando su propio ser como si careciera del más mínimo valor.
Parecía no importarle el qué dirán. Utilizaba cualquier disfraz para demostrar que en el exterior no estaba lo importante. Y que a cada uno, le puede tocar la carta ganadora en una mano afortunada. Aunque no fuera precisamente, su caso, que parecía una falsa y tramposa Ruleta Rusa en la que perder se hacía un hábito.
No vivió en ningún lugar. Mucho menos en uno como éste. Pero los árboles y los ventanales parecían hacerle bien. También el sol irradiando caricias en su piel o el agua de la lluvia. Para qué apurarse si no debía llegar a ningún lugar. Siempre fue la hora señalada o el momento exacto. Caminar cuando el resto corre y viceversa. Aprendió a decir con la mirada, a creer en los gestos y a no golpearse el pecho ante un acierto irrelevante. Cambió de manual sin darse cuenta. Sin proponérselo, negó eso que antes le daba placer.
Más que un reto, necesitaba de una lección. De esas que marcan un camino y son aplicables en cualquier situación en ésta u otra existencia. Nadie supo bien de dónde vino, extraño caso, como si la tierra lo hubiera parido sin más, sin padre biológico, ni madre presente. Una “rara avis” de especie singular que sólo encontraba refugio en las letras.
Su rareza lo encerró entre cuatro paredes vidriosas, donde cada movimiento se monitoreaba. Y millones de miradas enfermizas lo flagelaban sin piedad. Nadie se explica cómo llegó ahí, sentado en el medio de las curiosidades. Atado a todas las preguntas que nadie quiere responder. Y a la vez, tan libre.
Sin serlo lo fue todo. Un juego de contradicciones casi como su vida misma. Ni a la derecha, ni a la izquierda, tampoco sentado en el medio del equilibrio. Nadie sabe porqué cree tener abundancia, cuando su humanidad es una lista de ausencias. Una libreta plagada de anotaciones huecas, de anhelos sin cumplir.
Cada minuto es un goce infinito, un abrazo interior que puede estremecer y un golpe seco a ese motor invisible, que sólo se enciende ante el sentimiento. Como si fuera un fuego imprudente en una sequía del espanto. Así de peligroso.
Los libros le daban la razón, se exprimían ante tanta sabiduría. Como si fuera un alimento que estimula el alma, las piezas de papel le transmitían mensajes únicos; poesías de ensueño, héroes de la nada; biografías de auténticos desconocidos; hazañas y proezas protagonizadas por figuras que no se le parecerían jamás.
Nadie sabe porque leía. Y porque incorporaba cada historia como propia, en primera persona. Quizás para evadirse de su propio ser o para viajar sin boleto a cualquier lado. Si es que cada cual entiende a su manera la libertad, era casi como una desnudez, abofeteando los prejuicios.
Hasta se daba el lujo de soñar. Como si existieran mundos perfectos en los que las enfermedades no existían y la muerte era sólo una continuidad, una etapa del viaje. La riqueza de tenerlo todo, sin cuentas bancarias; la calma sola y la música equis que lo transporta a sus orígenes. Nadie sabe porque enfadado, no solía creer en nada, ni siquiera en los propios tristes episodios de su pasado.
Un dilema que sólo la ciencia podría disernir. Abstracto, indefinido. Parece el experimento de un científico desquiciado; una mutación con fórmula fallada: un hombre.#

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31 MAR 2018 - 21:31

Por Ismael Tebes

Es la última vez”, juró en vano. Y a las pocas horas lo desconoció. Esa última copa llevó más de la cuenta, retardó la cordura y lo envalentonó en medio de la noche. Porque la embriaguez no mide consecuencias y más bien termina borroneando cualquier vínculo. No quedan amigos, sólo los de ocasión y los que no ponen freno. Parecía extralimitado. Por tanto apretar el puño, lastimó. Y porque miró desde lo más alto, irrespetuoso, se estrelló desde la altura que creyó tener. No tuvo vuelo mágico, ni freno en tan abrupta caída, metros y metros desde su propia vanidad. Las alas que imaginó desplegar no lo salvaron. No fue un semidios, apenas un triste bodoque golpeando torpemente contra el cordón.
Todos pensaron que aquel ser egocéntrico y poco gentil no perdería jamás el instinto, que seguiría cegado y hundido en el mar de los vicios. Y que su subsistencia no representaría más que una prórroga no deseada, una manera de prolongar la agonía inmerecida.
Nadie entendía el porqué de su maldad. Como si batallara una guerra constante contra una sociedad que no lo entendía y la vida fuera una simple toma de asistencia. O una estadía pasajera en la que ni siquiera se paga alquiler.
Odiaba lo preestablecido. Nunca estaba en el lado correcto, ni siquiera en la sombra de la verdad. Caminaba siempre con la mirada enfocada en un punto indefinido del horizonte. Nadie sabe cómo alguna vez llegó a hablar idiomas que nunca conoció y a describir situaciones de la historia como si hubiera estado ahí.
Parecía tan encerrado en sus ideas que se encontró sin el más mínimo sentimiento, vacío de alma y lleno de confusión. Así caminó por la cornisa y apostó perdiendo lo poco que tenía, empeñando su propio ser como si careciera del más mínimo valor.
Parecía no importarle el qué dirán. Utilizaba cualquier disfraz para demostrar que en el exterior no estaba lo importante. Y que a cada uno, le puede tocar la carta ganadora en una mano afortunada. Aunque no fuera precisamente, su caso, que parecía una falsa y tramposa Ruleta Rusa en la que perder se hacía un hábito.
No vivió en ningún lugar. Mucho menos en uno como éste. Pero los árboles y los ventanales parecían hacerle bien. También el sol irradiando caricias en su piel o el agua de la lluvia. Para qué apurarse si no debía llegar a ningún lugar. Siempre fue la hora señalada o el momento exacto. Caminar cuando el resto corre y viceversa. Aprendió a decir con la mirada, a creer en los gestos y a no golpearse el pecho ante un acierto irrelevante. Cambió de manual sin darse cuenta. Sin proponérselo, negó eso que antes le daba placer.
Más que un reto, necesitaba de una lección. De esas que marcan un camino y son aplicables en cualquier situación en ésta u otra existencia. Nadie supo bien de dónde vino, extraño caso, como si la tierra lo hubiera parido sin más, sin padre biológico, ni madre presente. Una “rara avis” de especie singular que sólo encontraba refugio en las letras.
Su rareza lo encerró entre cuatro paredes vidriosas, donde cada movimiento se monitoreaba. Y millones de miradas enfermizas lo flagelaban sin piedad. Nadie se explica cómo llegó ahí, sentado en el medio de las curiosidades. Atado a todas las preguntas que nadie quiere responder. Y a la vez, tan libre.
Sin serlo lo fue todo. Un juego de contradicciones casi como su vida misma. Ni a la derecha, ni a la izquierda, tampoco sentado en el medio del equilibrio. Nadie sabe porqué cree tener abundancia, cuando su humanidad es una lista de ausencias. Una libreta plagada de anotaciones huecas, de anhelos sin cumplir.
Cada minuto es un goce infinito, un abrazo interior que puede estremecer y un golpe seco a ese motor invisible, que sólo se enciende ante el sentimiento. Como si fuera un fuego imprudente en una sequía del espanto. Así de peligroso.
Los libros le daban la razón, se exprimían ante tanta sabiduría. Como si fuera un alimento que estimula el alma, las piezas de papel le transmitían mensajes únicos; poesías de ensueño, héroes de la nada; biografías de auténticos desconocidos; hazañas y proezas protagonizadas por figuras que no se le parecerían jamás.
Nadie sabe porque leía. Y porque incorporaba cada historia como propia, en primera persona. Quizás para evadirse de su propio ser o para viajar sin boleto a cualquier lado. Si es que cada cual entiende a su manera la libertad, era casi como una desnudez, abofeteando los prejuicios.
Hasta se daba el lujo de soñar. Como si existieran mundos perfectos en los que las enfermedades no existían y la muerte era sólo una continuidad, una etapa del viaje. La riqueza de tenerlo todo, sin cuentas bancarias; la calma sola y la música equis que lo transporta a sus orígenes. Nadie sabe porque enfadado, no solía creer en nada, ni siquiera en los propios tristes episodios de su pasado.
Un dilema que sólo la ciencia podría disernir. Abstracto, indefinido. Parece el experimento de un científico desquiciado; una mutación con fórmula fallada: un hombre.#


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