Miguel, el veterano que pidió ir a las Malvinas y que volvería para defender a la patria

Miguel Solís tiene 55 años, es de Telsen y vive en Aldea Escolar. Reemplazó a otro soldado y en las islas armó un hospital. Fue chofer de ambulancia, camillero y enfermero. Sus recuerdos, su crítica al proceso de desmalvinización y su reflexión de vida a 36 años del conflicto que cambió la historia.

01 ABR 2018 - 20:29 | Actualizado 30 SEP 2022 - 11:08

Por Antonio Sayavedra

Miguel Solís tiene 55 años y es de Telsen. Pero hace varios años decidió radicarse con su familia en Aldea Escolar, paraje de la jurisdicción de Trevelin. En 1982, cuando las fuerzas argentinas se instalaron en las Islas Malvinas para recuperarlas, revistaba en el Comando Radioeléctrico de Comodoro Rivadavia. Después designado al hospital militar.
Era chofer de ambulancia y por un acto de coraje, cuando en primera instancia no estaba destinado a ser parte de las tropas, por voluntad propia se incorporó y terminó trasladando heridos en medio de municiones y campos minados en el teatro de operaciones.

Rincón de recuerdos

El veterano de guerra nos recibió en su casa. Tiene un rinconcitos con sus recuerdos y contó su historia personal en la guerra contra los ingleses. Dijo que con todos los ex combatientes conformaron una hermandad y muchas veces viajan muchos kilómetros para reencontrarse a rememorar lo que vivieron, más aún cuando se aproxima el 2 de abril.
Entre el 5 y el 7 de abril de 1982 llegaron a Puerto Argentino y empezaron a armar el hospital. Encontraron una escuela en construcción casi terminada, y la refaccionaron para instalar el quirófano y el equipamiento para asistir a los soldados argentinos.
“Mi jefe me dijo que no estaba destinado a las Malvinas. Pero un compañero no quiso ir y me ofrecí. No puedo decir que me llevaron porque me ofrecí”.
Subieron al avión Hércules la ambulancia que conducía y se quedó dentro del vehículo para llegar así a las Islas, aunque cuando se percataron lo hicieron bajar y sentarse junto a los pilotos.
Dio que su jefe en Comodoro arribó a Malvinas y lo retó porque no debía estar ahí, con insinuaciones de que en el primer avión que saliera al continente lo mandaría de vuelta, lo que en definitiva no ocurrió.

Ambulancia Ford

Mientras su esposa servía unos ricos mates, Solís se soltó en la charla y recordó que estaban atentos a la reacción de los ingleses.
En su ambulancia, una Ford F-100, tenía una radio que le permitía hacerse de noticias a través de una emisora de Uruguay. A veces lograba sintonizar LU 20 de Trelew. “En principio se decía que no se vendrían y que permaneceríamos en Puerto Argentino veinte días, y tendríamos relevo. Pero nos enteramos que si venían a las Islas y nos preparamos para recibirlos”.
Los combates empezaron el 1º de mayo. Pero antes ya atendían heridos en el hospital porque en las maniobras hubo heridos de bala o alcanzados por las minas desperdigadas en los campos. “Hacíamos las evacuaciones hacia el hospital para las curaciones, y lo antes posible los soldados eran llevados en aviones disponibles al continente”, rememoró Solís.
Los heridos en muchos casos les pedían que viajaran con ellos a Comodoro, principal centro de traslado de heridos. “Pero jamás se nos ocurrió volvernos, y cargábamos soldados en el avión, y como las máquinas prácticamente no paraban, nos largábamos antes de que iniciaran el carreteo, lo que muchas veces nos provocó golpes fuertes”.

“Margarita”

Una de las ambulancias que tenían en las Islas era de la Segunda Guerra Mundial y la bautizaron “Margarita”. En plena guerra hizo de chofer, camillero y enfermero porque no daban abasto. “Se vieron muchas cosas; heridos graves, amputados, etcétera”.
Solís t reveló que “cuando mejor comí fue estando prisionero. En un muelle nos encerraron en galpones que eran depósitos nuestros, y como había alimentos almacenados, comimos de todo esos días. Cuando arribamos a Puerto Madryn, también nos dieron de comer como la gente”. En la guerra les daban una sopa con verduras congeladas.

Jefes

A veces se las ingeniaban para hacerse de algún alimento más nutritivo. En un traslado de heridos se hizo de un trozo de carne congelada, y en el camino lo pararon oficiales para subirse al vehículo. Le pidieron que se fuera atrás de la ambulancia porque ellos conducirían, ya que debían atravesar un campo minado. “Cada vez que doblaban la carne se corría y cuando llegamos me ordenaron que bajara lo que llevaba, y al ser carne se la dejaron ellos, a pesar de que les advertí que era para un mayor. A las dos horas me llamaron y me devolvieron la mitad de ese corte para mi jefe, más allá de que sabían que no era cierto. Lo bueno es que ese día comimos carne cocinada como pudimos con electricidad, con un cable atado a dos clavos que colocábamos en enchufes”.
Fueron momentos de frío, metidos en fosas en el campo, haciendo guardia en la oscuridad. “El recambio de guardia era cada cuatro horas, que se hacían interminables”, aseguró Solís. Tenía 18 años y apenas había recibido 45 días de instrucción, como la gran mayoría de los combatientes del servicio militar obligatorio. “No conocía un misil y en las Malvinas los vi, porque mi instrucción fue con el Fal y la pistola”.

Mejores armas

Admitió la diferencia en el armamento con los ingleses. Cada gurka tenían su arma con visor infrarrojo, y nuestras tropas una mira infrarrojo por grupo y ese soldado informaba al resto. “Nuestros fusiles eran viejos; cuando nos tomaron prisioneros vi las armas de ellos y eran impecables”.
El desembarco inglés fue en grupos chicos y se desataron combates. “Las fuerzas argentinas no se rindieron en realidad, porque el fin de la guerra fue un tratado de cese de hostilidades”. Si no se firmaba ese acuerdo –remarcó- Gran Bretaña atacaría el continente. “Fue el momento en que todos los veteranos sentimos miedo, porque estábamos todos en las Islas”.
Para demostrar que estaban dispuestos a todo, Solís recordó que hundieron el Ara General Belgrano, a pesar de que estaba fuera de la zona de exclusión. Con esa misma decisión atacarían Córdoba y Buenos Aires. “Pero ellos mismos reconocieron que los argentinos no firmarían una rendición por el orgullo, y se acordó el cese de hostilidades”, enfatizó en medio de la mateada junto a su esposa, su hijo y la nieta.
Nuestros soldados promediaban los 18 o 19 años, pero a decir de Solís, entre los ingleses también había combatientes jóvenes pero bien instruidos y rentados. “Los gobiernos democráticos desmalvinizaron diciendo que éramos chicos de la guerra. Tal vez teníamos poca instrucción pero la edad no fue un factor determinante”.
A pesar de no disponer de armas sofisticadas, el excombatiente señaló que se tiraban en zanjas boca arriba, para poderles disparar con el Fal a los aviones del enemigo. “En un ataque volteamos un avión con mi grupo, y entramos en duda si no era una aeronave nuestra, pero fuimos al sitio donde cayó, y era de los ingleses”. Ese avión derribado ya estaba averiado, y cuando le abrieron fuego, dio una vuelta y cayó detrás del hospital. Aunque era enemigo salieron con ambulancias a buscar al piloto por si estuviese herido. Se había eyectado. “Generalmente no confían y antes de dejarse auxiliar toman el arma, eso es así en una guerra. Dejábamos nuestras armas y les hacíamos señas de que queríamos ayudarlos”.   

Ayuda externa

Valoró la ayuda de pilotos peruanos que vinieron a Argentina para sumarse en las Malvinas. El Gobierno nacional no se los permitió. Sí facilitaron aviones que fueron pintados como los nuestros, y se replicó la matrícula. Y reconoció la actitud de unos 24 mil bolivianos que quedaron registrados para ir a pelear. No analizó lo mismo el gesto de Chile, que propició a los ingleses abastecimiento, hombres y espionaje. “No lo digo yo; eso está en internet porque lo han contado jefes de las fuerzas de ese país”.
Sobre el número de soldados argentinos caídos, dijo que fueron 649, de los cuales en combate murieron 231 y el resto “estaban en el crucero Belgrano, hundido cobardemente”. Y las bajas de los ingleses no se reflejan en lo que quedó como información. “Cuando sobrevolamos después del cese de hostilidades, vimos un tendal de soldados de ellos”. Subrayó que hundieron 23 embarcaciones a los ingleses.
Tras la guerra afirmó Solís que no hubo maltrato de los británicos. “Pero éramos prisioneros de guerra; no estábamos jugando al futbol. No me puedo quejar del trato”.

Volver

En cuanto la toma de prisioneros, “se ubicaron a tres metros; nos pusieron rodilla en tierra mientras nos obligaban a bajar nuestra bandera; con un compañero nos opusimos y no pasó nada; fueron ellos a arriarla”. Agregó que “desgraciadamente vi un compañero estaqueado. Pero son situaciones de una guerra”. Insistió en que un grupo de políticos hizo la desmalvinización. Solís siente mucho dolor por sus compañeros que quedaron en Malvinas. “Ofrecimos nuestras vidas a la patria y quedaron 649 en la guerra. Volvimos para reivindicar a nuestros héroes y sus familiares. El 2 de abril los honramos. No hacemos apología de la guerra. Pero si tuviéramos que volver a defender la patria, lo haríamos nuevamente”. #

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01 ABR 2018 - 20:29

Por Antonio Sayavedra

Miguel Solís tiene 55 años y es de Telsen. Pero hace varios años decidió radicarse con su familia en Aldea Escolar, paraje de la jurisdicción de Trevelin. En 1982, cuando las fuerzas argentinas se instalaron en las Islas Malvinas para recuperarlas, revistaba en el Comando Radioeléctrico de Comodoro Rivadavia. Después designado al hospital militar.
Era chofer de ambulancia y por un acto de coraje, cuando en primera instancia no estaba destinado a ser parte de las tropas, por voluntad propia se incorporó y terminó trasladando heridos en medio de municiones y campos minados en el teatro de operaciones.

Rincón de recuerdos

El veterano de guerra nos recibió en su casa. Tiene un rinconcitos con sus recuerdos y contó su historia personal en la guerra contra los ingleses. Dijo que con todos los ex combatientes conformaron una hermandad y muchas veces viajan muchos kilómetros para reencontrarse a rememorar lo que vivieron, más aún cuando se aproxima el 2 de abril.
Entre el 5 y el 7 de abril de 1982 llegaron a Puerto Argentino y empezaron a armar el hospital. Encontraron una escuela en construcción casi terminada, y la refaccionaron para instalar el quirófano y el equipamiento para asistir a los soldados argentinos.
“Mi jefe me dijo que no estaba destinado a las Malvinas. Pero un compañero no quiso ir y me ofrecí. No puedo decir que me llevaron porque me ofrecí”.
Subieron al avión Hércules la ambulancia que conducía y se quedó dentro del vehículo para llegar así a las Islas, aunque cuando se percataron lo hicieron bajar y sentarse junto a los pilotos.
Dio que su jefe en Comodoro arribó a Malvinas y lo retó porque no debía estar ahí, con insinuaciones de que en el primer avión que saliera al continente lo mandaría de vuelta, lo que en definitiva no ocurrió.

Ambulancia Ford

Mientras su esposa servía unos ricos mates, Solís se soltó en la charla y recordó que estaban atentos a la reacción de los ingleses.
En su ambulancia, una Ford F-100, tenía una radio que le permitía hacerse de noticias a través de una emisora de Uruguay. A veces lograba sintonizar LU 20 de Trelew. “En principio se decía que no se vendrían y que permaneceríamos en Puerto Argentino veinte días, y tendríamos relevo. Pero nos enteramos que si venían a las Islas y nos preparamos para recibirlos”.
Los combates empezaron el 1º de mayo. Pero antes ya atendían heridos en el hospital porque en las maniobras hubo heridos de bala o alcanzados por las minas desperdigadas en los campos. “Hacíamos las evacuaciones hacia el hospital para las curaciones, y lo antes posible los soldados eran llevados en aviones disponibles al continente”, rememoró Solís.
Los heridos en muchos casos les pedían que viajaran con ellos a Comodoro, principal centro de traslado de heridos. “Pero jamás se nos ocurrió volvernos, y cargábamos soldados en el avión, y como las máquinas prácticamente no paraban, nos largábamos antes de que iniciaran el carreteo, lo que muchas veces nos provocó golpes fuertes”.

“Margarita”

Una de las ambulancias que tenían en las Islas era de la Segunda Guerra Mundial y la bautizaron “Margarita”. En plena guerra hizo de chofer, camillero y enfermero porque no daban abasto. “Se vieron muchas cosas; heridos graves, amputados, etcétera”.
Solís t reveló que “cuando mejor comí fue estando prisionero. En un muelle nos encerraron en galpones que eran depósitos nuestros, y como había alimentos almacenados, comimos de todo esos días. Cuando arribamos a Puerto Madryn, también nos dieron de comer como la gente”. En la guerra les daban una sopa con verduras congeladas.

Jefes

A veces se las ingeniaban para hacerse de algún alimento más nutritivo. En un traslado de heridos se hizo de un trozo de carne congelada, y en el camino lo pararon oficiales para subirse al vehículo. Le pidieron que se fuera atrás de la ambulancia porque ellos conducirían, ya que debían atravesar un campo minado. “Cada vez que doblaban la carne se corría y cuando llegamos me ordenaron que bajara lo que llevaba, y al ser carne se la dejaron ellos, a pesar de que les advertí que era para un mayor. A las dos horas me llamaron y me devolvieron la mitad de ese corte para mi jefe, más allá de que sabían que no era cierto. Lo bueno es que ese día comimos carne cocinada como pudimos con electricidad, con un cable atado a dos clavos que colocábamos en enchufes”.
Fueron momentos de frío, metidos en fosas en el campo, haciendo guardia en la oscuridad. “El recambio de guardia era cada cuatro horas, que se hacían interminables”, aseguró Solís. Tenía 18 años y apenas había recibido 45 días de instrucción, como la gran mayoría de los combatientes del servicio militar obligatorio. “No conocía un misil y en las Malvinas los vi, porque mi instrucción fue con el Fal y la pistola”.

Mejores armas

Admitió la diferencia en el armamento con los ingleses. Cada gurka tenían su arma con visor infrarrojo, y nuestras tropas una mira infrarrojo por grupo y ese soldado informaba al resto. “Nuestros fusiles eran viejos; cuando nos tomaron prisioneros vi las armas de ellos y eran impecables”.
El desembarco inglés fue en grupos chicos y se desataron combates. “Las fuerzas argentinas no se rindieron en realidad, porque el fin de la guerra fue un tratado de cese de hostilidades”. Si no se firmaba ese acuerdo –remarcó- Gran Bretaña atacaría el continente. “Fue el momento en que todos los veteranos sentimos miedo, porque estábamos todos en las Islas”.
Para demostrar que estaban dispuestos a todo, Solís recordó que hundieron el Ara General Belgrano, a pesar de que estaba fuera de la zona de exclusión. Con esa misma decisión atacarían Córdoba y Buenos Aires. “Pero ellos mismos reconocieron que los argentinos no firmarían una rendición por el orgullo, y se acordó el cese de hostilidades”, enfatizó en medio de la mateada junto a su esposa, su hijo y la nieta.
Nuestros soldados promediaban los 18 o 19 años, pero a decir de Solís, entre los ingleses también había combatientes jóvenes pero bien instruidos y rentados. “Los gobiernos democráticos desmalvinizaron diciendo que éramos chicos de la guerra. Tal vez teníamos poca instrucción pero la edad no fue un factor determinante”.
A pesar de no disponer de armas sofisticadas, el excombatiente señaló que se tiraban en zanjas boca arriba, para poderles disparar con el Fal a los aviones del enemigo. “En un ataque volteamos un avión con mi grupo, y entramos en duda si no era una aeronave nuestra, pero fuimos al sitio donde cayó, y era de los ingleses”. Ese avión derribado ya estaba averiado, y cuando le abrieron fuego, dio una vuelta y cayó detrás del hospital. Aunque era enemigo salieron con ambulancias a buscar al piloto por si estuviese herido. Se había eyectado. “Generalmente no confían y antes de dejarse auxiliar toman el arma, eso es así en una guerra. Dejábamos nuestras armas y les hacíamos señas de que queríamos ayudarlos”.   

Ayuda externa

Valoró la ayuda de pilotos peruanos que vinieron a Argentina para sumarse en las Malvinas. El Gobierno nacional no se los permitió. Sí facilitaron aviones que fueron pintados como los nuestros, y se replicó la matrícula. Y reconoció la actitud de unos 24 mil bolivianos que quedaron registrados para ir a pelear. No analizó lo mismo el gesto de Chile, que propició a los ingleses abastecimiento, hombres y espionaje. “No lo digo yo; eso está en internet porque lo han contado jefes de las fuerzas de ese país”.
Sobre el número de soldados argentinos caídos, dijo que fueron 649, de los cuales en combate murieron 231 y el resto “estaban en el crucero Belgrano, hundido cobardemente”. Y las bajas de los ingleses no se reflejan en lo que quedó como información. “Cuando sobrevolamos después del cese de hostilidades, vimos un tendal de soldados de ellos”. Subrayó que hundieron 23 embarcaciones a los ingleses.
Tras la guerra afirmó Solís que no hubo maltrato de los británicos. “Pero éramos prisioneros de guerra; no estábamos jugando al futbol. No me puedo quejar del trato”.

Volver

En cuanto la toma de prisioneros, “se ubicaron a tres metros; nos pusieron rodilla en tierra mientras nos obligaban a bajar nuestra bandera; con un compañero nos opusimos y no pasó nada; fueron ellos a arriarla”. Agregó que “desgraciadamente vi un compañero estaqueado. Pero son situaciones de una guerra”. Insistió en que un grupo de políticos hizo la desmalvinización. Solís siente mucho dolor por sus compañeros que quedaron en Malvinas. “Ofrecimos nuestras vidas a la patria y quedaron 649 en la guerra. Volvimos para reivindicar a nuestros héroes y sus familiares. El 2 de abril los honramos. No hacemos apología de la guerra. Pero si tuviéramos que volver a defender la patria, lo haríamos nuevamente”. #


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