Bugapianos en Trelew

Historias Mínimas.

14 ABR 2018 - 21:42 | Actualizado

Por Sergio Pravaz

Son gente que está fuertemente vinculada a los libros. No nacieron entre ellos pero sí laboran a diario en esa comarca infinita que existe en el interior de cada uno de esos mundos. Proceden de manera esforzada y lo hacen por convicción, por creer a pie juntillas en el compromiso cuando este es empujado por la pasión para que las cosas sucedan, y si acontece, que sea de la mejor manera, hasta el detalle, hasta la pelusa que busca su equilibrio en una trama de hilos.
Así son y así lo demuestran cada vez que les toca salir a escena, es decir, al ruedo del trabajo atajando todo lo que hay que atajar, ingeniosos y dispuestos. Cuando uno los mira detenidamente parece que tuvieran más brazos que los que cargamos todos los de nuestra especie y si se pone atención, se podrá observar que no apoyan la planta de los pies sobre el piso a la hora de caminar; más bien se deslizan sobre esa superficie, lo hacen como a diez o doce centímetros del piso porque son gente inspirada y muy sagaces para el trabajo duro.
Ya los hubiese querido tener de su lado Espartaco cuando se levantó contra los romanos porque los y las siete integrantes de la Biblioteca Universitaria “Gabriel Puentes”, los verdaderos bugapianos de Trelew, son disciplinados, aguerridos y tienen una capacidad natural para imaginar soluciones a los problemas que se amontonan. Más de un buen servicio le podría haber prestado al noble esclavo que terminó crucificado en la Vía Apia.
A mí me recuerdan a los cronopios de Cortázar porque son idealistas, sensibles,  poco convencionales, aunque no tienen nada de ingenuos ni de desordenados, todo lo contrario. Ellos se denominan a sí mismo como bugapianos porque son como una liga extraordinaria que nació para custodiar libros, para que el conocimiento pueda circular expandiendo su magia hacia el interior de todo aquél que acierte a cruzar ese umbral. Prestar libros es prestar un servicios de cultura imprescindible y ellos, los y las siete samuráis de Akira Kurosawa (porque eso son) lo hacen del único modo que conocen, con responsabilidad, independencia de criterio, profesionalismo y un amor tan grande por su labor que eso solo alcanzaría para enderezar el río Chubut desde el Dique Ameghino hasta Playa Unión.
Sí tienen sus propios molinos de viento (quién no los tiene en esta vida) y ahí ellos emprenden veloz carrera hasta que Rocinante siente el taconeo sobre sus verijas en señal de que ha llegado el momento y así como arman ferias de libros, especializadas o de canje, aplican la misma destreza para los simposios sobre el destino universal de los archivos, las jornadas sobre el espíritu ecuménico de la bibliotecología, promueven presentaciones de libros de escritores argentinos y extranjeros, y hasta se hacen tiempo para patrocinar un taller de poesía que se llama Carpintería de palabras, y por supuesto a las Abuelas Cuentacuentos que recorren la ciudad con el brillo de un oficio milenario que tanto bienestar entrega, no solo las patrocinan sino que les organizan la agenda de actividades como a las verdaderas estrellas que son. Todo eso, además de la intensa jornada laboral que a diario llevan adelante, es decir, administran los 40 mil volúmenes de su fondo editorial, junto a las tres colecciones (verdaderas perlas cultivadas tan cerquita de cualquiera), me refiero a la Zampini, la Oyarzabal y la colección de Mayo. Uff, ya me agoté de solo enumerar todo lo que hace esta gente. Desde 1966 traen ese vigor, y si es necesario, te bajan la luna y te la sirven con tres rodajitas de limón.
Hay ocasiones en que los pechos bugapianos de los y las siete integrantes de la Biblioteca Universitaria “Gabriel Puentes” suenan como un gran tambor que traslada buenas nuevas en una red infinita de comunicación. Así de sostenido es el bam bam de ese luminoso corazón que los lleva y los trae haciendo malabarismos con las ideas que de tanto dar vueltas en el aire, cuando caen a tierra lo hacen firmes y robustas. Ahora están empeñados en nombrar su sala de lectura con el nombre del Prof. Horacio Ibarra, y para tal cometido se han metido a organizar un concurso de semblanzas breves a fin de, no solo honrar al distinguido docente sino hacer participar de este necesario evento a toda la comunidad.
Esta gente entrena como para el campeonato mundial cada vez que se les ocurre algo; siempre andan con los bolsillos repletos de papelitos con anotaciones apuradas, futuras acciones, argumentos, intenciones, pensamientos, conjeturas, obsesiones, y todo lo llevan a cabo, no se quedan con nada porque así es el espíritu bugapiano, aman a los libros y son capaces de encenderse hasta quedar brillando como un farol cuando se topan con un ejemplar de mirada incunable, lo abren, lo huelen, le pasan la yema del pulgar y del índice por los bordes, suspiran dos segundos mientras rozan su mejilla con la tapa, pero continúan corriendo detrás de su dura y bella encomienda de repartir el conocimiento y la imaginación a quien lo necesite.#

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14 ABR 2018 - 21:42

Por Sergio Pravaz

Son gente que está fuertemente vinculada a los libros. No nacieron entre ellos pero sí laboran a diario en esa comarca infinita que existe en el interior de cada uno de esos mundos. Proceden de manera esforzada y lo hacen por convicción, por creer a pie juntillas en el compromiso cuando este es empujado por la pasión para que las cosas sucedan, y si acontece, que sea de la mejor manera, hasta el detalle, hasta la pelusa que busca su equilibrio en una trama de hilos.
Así son y así lo demuestran cada vez que les toca salir a escena, es decir, al ruedo del trabajo atajando todo lo que hay que atajar, ingeniosos y dispuestos. Cuando uno los mira detenidamente parece que tuvieran más brazos que los que cargamos todos los de nuestra especie y si se pone atención, se podrá observar que no apoyan la planta de los pies sobre el piso a la hora de caminar; más bien se deslizan sobre esa superficie, lo hacen como a diez o doce centímetros del piso porque son gente inspirada y muy sagaces para el trabajo duro.
Ya los hubiese querido tener de su lado Espartaco cuando se levantó contra los romanos porque los y las siete integrantes de la Biblioteca Universitaria “Gabriel Puentes”, los verdaderos bugapianos de Trelew, son disciplinados, aguerridos y tienen una capacidad natural para imaginar soluciones a los problemas que se amontonan. Más de un buen servicio le podría haber prestado al noble esclavo que terminó crucificado en la Vía Apia.
A mí me recuerdan a los cronopios de Cortázar porque son idealistas, sensibles,  poco convencionales, aunque no tienen nada de ingenuos ni de desordenados, todo lo contrario. Ellos se denominan a sí mismo como bugapianos porque son como una liga extraordinaria que nació para custodiar libros, para que el conocimiento pueda circular expandiendo su magia hacia el interior de todo aquél que acierte a cruzar ese umbral. Prestar libros es prestar un servicios de cultura imprescindible y ellos, los y las siete samuráis de Akira Kurosawa (porque eso son) lo hacen del único modo que conocen, con responsabilidad, independencia de criterio, profesionalismo y un amor tan grande por su labor que eso solo alcanzaría para enderezar el río Chubut desde el Dique Ameghino hasta Playa Unión.
Sí tienen sus propios molinos de viento (quién no los tiene en esta vida) y ahí ellos emprenden veloz carrera hasta que Rocinante siente el taconeo sobre sus verijas en señal de que ha llegado el momento y así como arman ferias de libros, especializadas o de canje, aplican la misma destreza para los simposios sobre el destino universal de los archivos, las jornadas sobre el espíritu ecuménico de la bibliotecología, promueven presentaciones de libros de escritores argentinos y extranjeros, y hasta se hacen tiempo para patrocinar un taller de poesía que se llama Carpintería de palabras, y por supuesto a las Abuelas Cuentacuentos que recorren la ciudad con el brillo de un oficio milenario que tanto bienestar entrega, no solo las patrocinan sino que les organizan la agenda de actividades como a las verdaderas estrellas que son. Todo eso, además de la intensa jornada laboral que a diario llevan adelante, es decir, administran los 40 mil volúmenes de su fondo editorial, junto a las tres colecciones (verdaderas perlas cultivadas tan cerquita de cualquiera), me refiero a la Zampini, la Oyarzabal y la colección de Mayo. Uff, ya me agoté de solo enumerar todo lo que hace esta gente. Desde 1966 traen ese vigor, y si es necesario, te bajan la luna y te la sirven con tres rodajitas de limón.
Hay ocasiones en que los pechos bugapianos de los y las siete integrantes de la Biblioteca Universitaria “Gabriel Puentes” suenan como un gran tambor que traslada buenas nuevas en una red infinita de comunicación. Así de sostenido es el bam bam de ese luminoso corazón que los lleva y los trae haciendo malabarismos con las ideas que de tanto dar vueltas en el aire, cuando caen a tierra lo hacen firmes y robustas. Ahora están empeñados en nombrar su sala de lectura con el nombre del Prof. Horacio Ibarra, y para tal cometido se han metido a organizar un concurso de semblanzas breves a fin de, no solo honrar al distinguido docente sino hacer participar de este necesario evento a toda la comunidad.
Esta gente entrena como para el campeonato mundial cada vez que se les ocurre algo; siempre andan con los bolsillos repletos de papelitos con anotaciones apuradas, futuras acciones, argumentos, intenciones, pensamientos, conjeturas, obsesiones, y todo lo llevan a cabo, no se quedan con nada porque así es el espíritu bugapiano, aman a los libros y son capaces de encenderse hasta quedar brillando como un farol cuando se topan con un ejemplar de mirada incunable, lo abren, lo huelen, le pasan la yema del pulgar y del índice por los bordes, suspiran dos segundos mientras rozan su mejilla con la tapa, pero continúan corriendo detrás de su dura y bella encomienda de repartir el conocimiento y la imaginación a quien lo necesite.#


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