Traslúcido como papel

Opinión/Los supuestos básicos.

14 ABR 2018 - 21:58 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón (*)  /  Twitter: @almirond

Ella está apoyada sobre una pared tapizada de panes. Sí, de panes. Un joven intenta tomarle una fotografía. Todos los panes tienen el aspecto del amasado original. Están acomodados siguiendo cierto orden. Es de noche y las luces no ayudan mucho a distinguirlos ni a tomar una buena fotografía, pareciera. Quizás en la mañana se luzcan mejor. Esa pareja parece querer la fotografía en este momento. Les ofrezco tomarles una juntos y aceptan. Los veo reírse, tocar los panes, hacer como si los mordieran. Continúan caminando, bajan la escalinata y ella hace pose debajo de la figura de hierro inmensa. Rodean el edificio de panes, hasta llegar al frente. Atónitos, entre los huevos gigantes, las esculturas  tamaño XL. Nada pareciera encajar con algo. El surrealismo en estado puro en el museo Dalí Gala en Figueres en Cataluña.
Comentan entre ellos, con caras fascinadas y de risas nuevamente, hasta voltear y seguir camino abajo a la parte antigua del pueblo.
Dalí no quería un pequeño espacio para su museo y el de su musa, él quiso y tuvo una casa completa. En su interior esté quizás su cerebro, que vaya a saber de qué misteriosos elementos estaba compuesto. Juntar, ensamblar, encajar dos tres cuatro piezas, las que fueran como si siempre hubiesen estado así, solo él podía hacerlo. Aquello que puede resultar imposible, desacomodado, ahí está. En la cabeza de Dalí y desde su ojo encajaba. Algo muy pequeño, minúsculo, o algún objeto o imagen enorme. Uno y otro llevados al tamaño que deseaba y que acababa en lo imaginado y proyectado en su mente.
Por eso no me resulta extraño que el rostro de Dalí, de asombro y bigotes delgados y aéreos, sea la cara de los atracadores de la súper serie de la que todos hablan o están por hablar. “La casa de papel” muestra a sus protagonistas de rojo y tras esas máscaras. Será porque la trama es un tanto surrealista, o porque sus personajes están al borde del síncope todo el tiempo.
Parece una contradicción una casa de papel. En esto de la firmeza de una casa y la fragilidad del papel. Las casas tradicionales japonesas se construían con elementos naturales como madera, paja y papel. Las puertas Shoji que si bien son traslúcidas para que entre la luz, impiden ver hacia dentro de la habitación. Así la vida transcurre en su interior libremente y con respeto y silencio. Son innecesarias macizas paredes que intercepten esa vida adentro.
Mi idea no es hacerles un spoiler de esta serie que, admito, me resulta un festival veneciano de emociones, reacciones, psicopatías, inteligencia e instintos. Un mix surrealista de desmesura y desenfreno. Todo esto dentro de la casa de papel, que es justamente el espacio más sólido de la economía del país.
Presencio hoy un mundo de interacciones en que se pone la intimidad afuera y contemporáneamente se construyen muros, paredes, fortalezas para guarecerse. El ser humano puede ser tan frágil y sensible como una casa de papel y tan firme y respetuoso a la vez, si así se lo propone.
Cuando veo tatamis o pienso en esas habitaciones de papel se me aparecen Mariko-San y el Capitán Blackthorne de la novela Shógun, amándose apasionados tras las puertas Shoji. Mariko le explicaría al capitán que eso no es un conflicto en Japón, porque sus recursos los obligan a ser discretos y respetuosos de lo que sucede tras las paredes de papel.
Es Noche de Brujas en Figueres y mi pareja favorita ha hecho un alto en el camino, afirmándose sobre otra estatua. Se los ve mirarse y él acercándose la ha besado muy despacio. Han entrelazado sus manos, siguen por una callecita y les pierdo de vista. Libres, sin paredes, sin estridencias.  
“Donde quiera me encuentro un papel
de Mariko-San.
Donde quiera descubro un recado,
un guiño de ojo.
Ando en una gaveta, abro un libro registro un bolsillo, levanto un mantel.
Donde quiera me encuentro un papel.
De Mariko-San.” Silvio Rodríguez.#


(*) Daniela Patricia Almirón es Abogada- Mediadora

 

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14 ABR 2018 - 21:58

Por Daniela Patricia Almirón (*)  /  Twitter: @almirond

Ella está apoyada sobre una pared tapizada de panes. Sí, de panes. Un joven intenta tomarle una fotografía. Todos los panes tienen el aspecto del amasado original. Están acomodados siguiendo cierto orden. Es de noche y las luces no ayudan mucho a distinguirlos ni a tomar una buena fotografía, pareciera. Quizás en la mañana se luzcan mejor. Esa pareja parece querer la fotografía en este momento. Les ofrezco tomarles una juntos y aceptan. Los veo reírse, tocar los panes, hacer como si los mordieran. Continúan caminando, bajan la escalinata y ella hace pose debajo de la figura de hierro inmensa. Rodean el edificio de panes, hasta llegar al frente. Atónitos, entre los huevos gigantes, las esculturas  tamaño XL. Nada pareciera encajar con algo. El surrealismo en estado puro en el museo Dalí Gala en Figueres en Cataluña.
Comentan entre ellos, con caras fascinadas y de risas nuevamente, hasta voltear y seguir camino abajo a la parte antigua del pueblo.
Dalí no quería un pequeño espacio para su museo y el de su musa, él quiso y tuvo una casa completa. En su interior esté quizás su cerebro, que vaya a saber de qué misteriosos elementos estaba compuesto. Juntar, ensamblar, encajar dos tres cuatro piezas, las que fueran como si siempre hubiesen estado así, solo él podía hacerlo. Aquello que puede resultar imposible, desacomodado, ahí está. En la cabeza de Dalí y desde su ojo encajaba. Algo muy pequeño, minúsculo, o algún objeto o imagen enorme. Uno y otro llevados al tamaño que deseaba y que acababa en lo imaginado y proyectado en su mente.
Por eso no me resulta extraño que el rostro de Dalí, de asombro y bigotes delgados y aéreos, sea la cara de los atracadores de la súper serie de la que todos hablan o están por hablar. “La casa de papel” muestra a sus protagonistas de rojo y tras esas máscaras. Será porque la trama es un tanto surrealista, o porque sus personajes están al borde del síncope todo el tiempo.
Parece una contradicción una casa de papel. En esto de la firmeza de una casa y la fragilidad del papel. Las casas tradicionales japonesas se construían con elementos naturales como madera, paja y papel. Las puertas Shoji que si bien son traslúcidas para que entre la luz, impiden ver hacia dentro de la habitación. Así la vida transcurre en su interior libremente y con respeto y silencio. Son innecesarias macizas paredes que intercepten esa vida adentro.
Mi idea no es hacerles un spoiler de esta serie que, admito, me resulta un festival veneciano de emociones, reacciones, psicopatías, inteligencia e instintos. Un mix surrealista de desmesura y desenfreno. Todo esto dentro de la casa de papel, que es justamente el espacio más sólido de la economía del país.
Presencio hoy un mundo de interacciones en que se pone la intimidad afuera y contemporáneamente se construyen muros, paredes, fortalezas para guarecerse. El ser humano puede ser tan frágil y sensible como una casa de papel y tan firme y respetuoso a la vez, si así se lo propone.
Cuando veo tatamis o pienso en esas habitaciones de papel se me aparecen Mariko-San y el Capitán Blackthorne de la novela Shógun, amándose apasionados tras las puertas Shoji. Mariko le explicaría al capitán que eso no es un conflicto en Japón, porque sus recursos los obligan a ser discretos y respetuosos de lo que sucede tras las paredes de papel.
Es Noche de Brujas en Figueres y mi pareja favorita ha hecho un alto en el camino, afirmándose sobre otra estatua. Se los ve mirarse y él acercándose la ha besado muy despacio. Han entrelazado sus manos, siguen por una callecita y les pierdo de vista. Libres, sin paredes, sin estridencias.  
“Donde quiera me encuentro un papel
de Mariko-San.
Donde quiera descubro un recado,
un guiño de ojo.
Ando en una gaveta, abro un libro registro un bolsillo, levanto un mantel.
Donde quiera me encuentro un papel.
De Mariko-San.” Silvio Rodríguez.#


(*) Daniela Patricia Almirón es Abogada- Mediadora

 


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