Les peripatètics

Opinión/Los supuestos básicos.

05 MAY 2018 - 21:00 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón

Debía medir de altura aproximadamente metro cincuenta y cinco, usaba unos jeans al cuerpo, portaba ojasos verdes celestosos, el cabello negro más bien corto. Se colgaba esos aros artesanales de alambre de bronce, largos y con mostacillas. Tenía una voz de trueno, miraba de frente a los ojos. Se le iluminaba la mirada toda al sonreír. Ella era mi profe de filosofía. Corrían los 80 de la nueva democracia. Y ella arrancaba diciéndonos que la Lógica era la propedéutica de la filosofía y nos provocaba con preguntas filosas y estimulantes, desconocidas para nosotros. Nos venía a hablar de la vida, de la muerte, de los deseos. Al menos yo alucinaba con semejantes propuestas.

Ella era la profe rebelde y no ortodoxa en mi escuela Normal Sarmiento, otrora hacedora de los maestros nacionales. Era verdaderamente un personaje. Caminaba por esas aulas largas, inmensas, mientras nos explicaba o se sentaba con medio cuerpo fuera del escritorio, balanceando una pierna.

Por ella sabré siempre que “la nada, es”, que Heráclito decía que no nos bañamos dos veces en la misma agua del río, que Sócrates no escribió nada de nada y tenía buenos discípulos que agendaban lo que decía y que prefirió la cicuta al exilio.

No tenía idea de que Merlí tratara sobre filosofía, salté al vacío y al terminar de verla quedé en shock. Pensé que ninguna otra serie me atraería. Y así fue durante un buen tiempo. ¿Qué podría satisfacerme visual y reflexivamente luego de las tres temporadas de Merlí? Porque es Merlí, sí, no el Mago Merlín, que ese es otro.

Vivimos como en constante estado de opinología pública. Pues que es sencillo pensar decir, difundir todo al mismo tiempo en Facebook, en Twitter, en Instagram y cuántas más redes que a esta altura más que superarme no me da la vida para tanta simultaneidad.

Luego de la propedéutica, la profe siguió con “Filosofía significa: amor a la sabiduría”. A mis dieciséis el saber no contenía lo mismo que hoy, seguro. Aunque el saber del que nos hablaba era ese saber de la reflexión. La de verdad, la de hacerse preguntas y compartirlas y pensar y analizar, no así como una catarata irrefrenable afecte a quien afecte, sino por el placer de compartir ideas constructoras de miradas diferentes.

Celebro que este profesor de filosofía catalán haya sido un triunfo televisivo con sus “peripatètics”. Una versión posmoderna de los “paseadores aristotélicos” que caminaban con su maestro por los jardines griegos, hablando de la vida y haciéndose preguntas que pongan en crisis lo dado, lo establecido y así poder cambiarlo. O como diría Merlí “¡¿hoy no os importa haceros preguntas?!, solo os importa qué empresa montáis”.

Sí, la vida. Porque en definitiva lo que nos parte la cabeza, las emociones, los momentos, es la bendita vida. Que bien nos levantamos y la vemos luminosa y prometedora, bien la vemos oscura y desalentadora.

Dicen que la sabiduría ayuda a vivir mejor, o a sentir mejor la vida. Pasa que el sabio búho de Minerva no siempre está posado cerca nuestro. Lo que tenemos cerca son esos buenos momentos que si los apreciamos junto con otros buenos momentos van componiendo vida, para que cuando aparecen los malos momentos, sepamos que pasarán. Y si a todo esto también le agregamos un poco de preguntas y de mirar a nuestro alrededor puede que, entre la promesa y el desaliento, encontremos más vida para vivir.#

(*) Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora

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05 MAY 2018 - 21:00

Por Daniela Patricia Almirón

Debía medir de altura aproximadamente metro cincuenta y cinco, usaba unos jeans al cuerpo, portaba ojasos verdes celestosos, el cabello negro más bien corto. Se colgaba esos aros artesanales de alambre de bronce, largos y con mostacillas. Tenía una voz de trueno, miraba de frente a los ojos. Se le iluminaba la mirada toda al sonreír. Ella era mi profe de filosofía. Corrían los 80 de la nueva democracia. Y ella arrancaba diciéndonos que la Lógica era la propedéutica de la filosofía y nos provocaba con preguntas filosas y estimulantes, desconocidas para nosotros. Nos venía a hablar de la vida, de la muerte, de los deseos. Al menos yo alucinaba con semejantes propuestas.

Ella era la profe rebelde y no ortodoxa en mi escuela Normal Sarmiento, otrora hacedora de los maestros nacionales. Era verdaderamente un personaje. Caminaba por esas aulas largas, inmensas, mientras nos explicaba o se sentaba con medio cuerpo fuera del escritorio, balanceando una pierna.

Por ella sabré siempre que “la nada, es”, que Heráclito decía que no nos bañamos dos veces en la misma agua del río, que Sócrates no escribió nada de nada y tenía buenos discípulos que agendaban lo que decía y que prefirió la cicuta al exilio.

No tenía idea de que Merlí tratara sobre filosofía, salté al vacío y al terminar de verla quedé en shock. Pensé que ninguna otra serie me atraería. Y así fue durante un buen tiempo. ¿Qué podría satisfacerme visual y reflexivamente luego de las tres temporadas de Merlí? Porque es Merlí, sí, no el Mago Merlín, que ese es otro.

Vivimos como en constante estado de opinología pública. Pues que es sencillo pensar decir, difundir todo al mismo tiempo en Facebook, en Twitter, en Instagram y cuántas más redes que a esta altura más que superarme no me da la vida para tanta simultaneidad.

Luego de la propedéutica, la profe siguió con “Filosofía significa: amor a la sabiduría”. A mis dieciséis el saber no contenía lo mismo que hoy, seguro. Aunque el saber del que nos hablaba era ese saber de la reflexión. La de verdad, la de hacerse preguntas y compartirlas y pensar y analizar, no así como una catarata irrefrenable afecte a quien afecte, sino por el placer de compartir ideas constructoras de miradas diferentes.

Celebro que este profesor de filosofía catalán haya sido un triunfo televisivo con sus “peripatètics”. Una versión posmoderna de los “paseadores aristotélicos” que caminaban con su maestro por los jardines griegos, hablando de la vida y haciéndose preguntas que pongan en crisis lo dado, lo establecido y así poder cambiarlo. O como diría Merlí “¡¿hoy no os importa haceros preguntas?!, solo os importa qué empresa montáis”.

Sí, la vida. Porque en definitiva lo que nos parte la cabeza, las emociones, los momentos, es la bendita vida. Que bien nos levantamos y la vemos luminosa y prometedora, bien la vemos oscura y desalentadora.

Dicen que la sabiduría ayuda a vivir mejor, o a sentir mejor la vida. Pasa que el sabio búho de Minerva no siempre está posado cerca nuestro. Lo que tenemos cerca son esos buenos momentos que si los apreciamos junto con otros buenos momentos van componiendo vida, para que cuando aparecen los malos momentos, sepamos que pasarán. Y si a todo esto también le agregamos un poco de preguntas y de mirar a nuestro alrededor puede que, entre la promesa y el desaliento, encontremos más vida para vivir.#

(*) Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora


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