Por Luis Jones
Un levante
Al lugar de siempre, donde iba a tomar el café cada mañana, digo. Casi me di la frente contra el vidrio de la puerta que estaba cerrada. Adentro todo apagado, ni el personal.
Girando miré hacia la calle buscando tontamente o quizás en el lugar equivocado la razón. Sin referencias y en una actitud reivindicatoria para cumplir el rito cotidiano, comencé a caminar hacia la esquina de Maipú. Hacía años que no la recorría, por supuesto estaba todo cambiado. Me sentí como si me hubiese mudado a una ciudad nueva. Lo primero que comprobé es que donde estaba la florería había una librería. Avanzaba distraídamente pero en la mente estaba el destino de una confitería. Una chica y un muchacho me sonrieron en la puerta de una casa de electrodomésticos, invitándome a caer en la cuenta de las cuotas a raudales. Una galería comercial me atrajo y empecé a avanzar. En la vidriera de una casa naturista a una chica que la miraba le pregunté por la antigua cerrajería. - Hace rato que la cerraron- , me contestó dándose vuelta. Y ahí, en ese redescubrimiento, me encontré como el Titanic, frente al iceberg, cerca de lo impensado y con reducida capacidad de maniobra. Es que realmente me impactó cuando se volvió para responderme. Lucía cercana a los 30 años, tenía el pelo corto, tomado con una vincha en su nacimiento. Unos jeans ajustados y una remera hasta el ombligo. Llevaba una cartera bolso de esas que pueden contener desde una notebook hasta un paquete de acelga deshidratada. Los brazos cruzados debajo de sus pechos, los sostenían y realzaban. Tanto era que al hablarle en lugar de mirarla, los ojos se me iban hacia ellos en un reflejo condicionado. Con una desfachatez inesperada seguía hablándome de los cambios que habían sucedido en la cuadra, la completó invitándome a tomar un café, ahí no más, en un local que desconocía. Aún me cuesta comprender qué la llevó a ello, pero no dejo de disfrutar el pensamiento que algo de mí la atrajo.
Ella miraba alrededor como buscando un desconocido pero era una actitud de dispersión como sacándole el cuerpo al compromiso. Como al descuido tiró algunos datos como para que me formara un perfil: - leo Osho, me cuido de los fritos, el azúcar y envasados. Hago yoga y meditación, completó. Cuando sentía que la distancia entre yo, un vendedor de seguros y ella, una semidiosa, me hizo tambalear con una invitación a su departamento. Cuando se paró, acariciándose las caderas, disparó - estoy culona - . Al abrir la puerta me sorprendió que la luz del living estuviera encendida en el fondo, también la de la cocina. De pronto se abrió la puerta del baño y salió un tipo con una bata blanca. Advertida de mi sorpresa me dijo: - Es Miguelito, amigo de una amiga, vino a Buenos Aires por dos días y para evitarle gastos durmió acá. Esta noche viaja. Esperame que me pongo más cómoda -. Entró y salió al momento del baño con una bata celeste. Con la naturalidad de quien dice “salgo a comprar pan” me dijo: - Tranquilizate, es como si estuviéramos solos. ¿Vamos al dormitorio? -. Sentí que todo iba muy rápido y demasiado bien. Repentinamente salí de la pasión y el entusiasmo como si al cruzar una calle distraídamente el bocinazo bronco de un camión me alertara de su paso. Lo sabía. Nuevamente me había sucedido. La cena abundante con mucho vino me había llevado hacia esos sueños maravillosos. Me senté en el borde de la cama. Cuando estaba abrochándome la camisa descubrí que sobre la silla había dos batas. Una celeste y otra blanca. Raro, yo nunca usé una. #
A pura imaginación
Tenía las piernas cruzadas extendidas con las manos refugiadas entre ellas. Al verlo casi se diría que había desandado el mundo entero con todas sus penas y alegrías. Había desolación en los ojos de su rostro aniñado. Cuando se levantó era más alto de lo que aparentaba y tenía la espalda ligeramente encorvada. Ahora erguido parecía estar de vuelta de todo y no desear ir a ningún sitio. Como resignado a llevar lo malo que la vida le había deparado y sin horizontes que lo resarcieran.
¿Hacia dónde podía ir ese hombre sin destino aparente? Siempre hay un sino, aún pequeño que lo motoriza. Quizás llevado por ello se alistó para cumplir con la rutina diaria. Al salir de casa caminaba semejando un camello tratando de avanzar tortuosamente con un desierto rodeándolo, como pisando la arena que cede a cada paso, dirigiéndose a la soñada meta de un oasis. Sin apuro visible aceleró el andar. Algo en su mapa de ruta mental se había modificado. Ya con un aparente destino sus pasos trastocaron el ritmo y asumió una postura decidida como apuntando hacia una dirección. En el supuestamente premeditado derrotero solía esquivar la esquina del café. Era una forma de ir cerrando heridas. Es que precisamente allí la novia lo había citado para decirle que ya no lo quería .Apenas tres meses había durado ese viaje que habían emprendido juntos. Pero sin saberlo éste sería el día que comenzaría a barrer su soledad..Justamente a las ocho y diecisiete minutos de aquel martes en la línea de subte que siempre lo llevaba al trabajo la rutina se quebró. El tránsito cotidiano que hacía del trayecto algo tan aburrido como ascensor sin espejo, se tornó interesante.
Ella estaba en el último asiento donde termina el coche .Podía verla sólo de perfil e hizo lo imposible para completar la imagen pero los pasajeros se lo impidieron en su constante movimiento. Dormía y tal vez soñaba. Cuando salió del subte el aire fresco le pegó fuerte en la cara y aunque no parecía tener relación, sintió que su corazón bombeaba con otro ritmo.
Por la noche y hasta el día siguiente la esperanza de reencontrarla le fueron abriendo las puertas con los goznes corroídos de su corazón. Y así, cada día, la ansiedad de volverla a encontrar le permitía asumir la esperanza de conocerla.
Pronto dedujo que ella subía dos o tres estaciones antes, pues siempre estaba dormida. Entonces empezó a soñar por ella, pero despierto. A lo largo de las cuatro estaciones en que viajaban juntos, antes que Daniel bajara, por casi quince minutos imaginaba charlas, programaba salidas, tentaba afinidades pero por el momento prescindía del beso por parecerle demasiado precipitado. Sin embargo no pudo evitar que el jueves se diera casi llegando a estación Bulnes. Otro día tuvo que ponerle nombre. Entonces fue Andrea. Le asignó además ojos pardos, porque esos párpados empeñosamente cerrados le habían impedido ver el color. De manera que los otrora rutinarios viajes fueran mutando. Los disfrutaba a su modo, a pura creatividad. También cambió algo más en él. Ahora cuando salía de la escalera mecánica se topaba con la realidad de todos los días, pero la esperanza de reencontrarse con Andrea el día siguiente tornaba menos dura esa realidad. Ya no viajaba con su soledad. El trayecto transcurría entre sensaciones que deleitaban su corazón. Es más, confiaba que con seguridad algún día sus destinos se cruzarían. Claro que, por ahora todo pasaba por su mente, con una buena dosis de imaginación, por supuesto.#
Por Luis Jones
Un levante
Al lugar de siempre, donde iba a tomar el café cada mañana, digo. Casi me di la frente contra el vidrio de la puerta que estaba cerrada. Adentro todo apagado, ni el personal.
Girando miré hacia la calle buscando tontamente o quizás en el lugar equivocado la razón. Sin referencias y en una actitud reivindicatoria para cumplir el rito cotidiano, comencé a caminar hacia la esquina de Maipú. Hacía años que no la recorría, por supuesto estaba todo cambiado. Me sentí como si me hubiese mudado a una ciudad nueva. Lo primero que comprobé es que donde estaba la florería había una librería. Avanzaba distraídamente pero en la mente estaba el destino de una confitería. Una chica y un muchacho me sonrieron en la puerta de una casa de electrodomésticos, invitándome a caer en la cuenta de las cuotas a raudales. Una galería comercial me atrajo y empecé a avanzar. En la vidriera de una casa naturista a una chica que la miraba le pregunté por la antigua cerrajería. - Hace rato que la cerraron- , me contestó dándose vuelta. Y ahí, en ese redescubrimiento, me encontré como el Titanic, frente al iceberg, cerca de lo impensado y con reducida capacidad de maniobra. Es que realmente me impactó cuando se volvió para responderme. Lucía cercana a los 30 años, tenía el pelo corto, tomado con una vincha en su nacimiento. Unos jeans ajustados y una remera hasta el ombligo. Llevaba una cartera bolso de esas que pueden contener desde una notebook hasta un paquete de acelga deshidratada. Los brazos cruzados debajo de sus pechos, los sostenían y realzaban. Tanto era que al hablarle en lugar de mirarla, los ojos se me iban hacia ellos en un reflejo condicionado. Con una desfachatez inesperada seguía hablándome de los cambios que habían sucedido en la cuadra, la completó invitándome a tomar un café, ahí no más, en un local que desconocía. Aún me cuesta comprender qué la llevó a ello, pero no dejo de disfrutar el pensamiento que algo de mí la atrajo.
Ella miraba alrededor como buscando un desconocido pero era una actitud de dispersión como sacándole el cuerpo al compromiso. Como al descuido tiró algunos datos como para que me formara un perfil: - leo Osho, me cuido de los fritos, el azúcar y envasados. Hago yoga y meditación, completó. Cuando sentía que la distancia entre yo, un vendedor de seguros y ella, una semidiosa, me hizo tambalear con una invitación a su departamento. Cuando se paró, acariciándose las caderas, disparó - estoy culona - . Al abrir la puerta me sorprendió que la luz del living estuviera encendida en el fondo, también la de la cocina. De pronto se abrió la puerta del baño y salió un tipo con una bata blanca. Advertida de mi sorpresa me dijo: - Es Miguelito, amigo de una amiga, vino a Buenos Aires por dos días y para evitarle gastos durmió acá. Esta noche viaja. Esperame que me pongo más cómoda -. Entró y salió al momento del baño con una bata celeste. Con la naturalidad de quien dice “salgo a comprar pan” me dijo: - Tranquilizate, es como si estuviéramos solos. ¿Vamos al dormitorio? -. Sentí que todo iba muy rápido y demasiado bien. Repentinamente salí de la pasión y el entusiasmo como si al cruzar una calle distraídamente el bocinazo bronco de un camión me alertara de su paso. Lo sabía. Nuevamente me había sucedido. La cena abundante con mucho vino me había llevado hacia esos sueños maravillosos. Me senté en el borde de la cama. Cuando estaba abrochándome la camisa descubrí que sobre la silla había dos batas. Una celeste y otra blanca. Raro, yo nunca usé una. #
A pura imaginación
Tenía las piernas cruzadas extendidas con las manos refugiadas entre ellas. Al verlo casi se diría que había desandado el mundo entero con todas sus penas y alegrías. Había desolación en los ojos de su rostro aniñado. Cuando se levantó era más alto de lo que aparentaba y tenía la espalda ligeramente encorvada. Ahora erguido parecía estar de vuelta de todo y no desear ir a ningún sitio. Como resignado a llevar lo malo que la vida le había deparado y sin horizontes que lo resarcieran.
¿Hacia dónde podía ir ese hombre sin destino aparente? Siempre hay un sino, aún pequeño que lo motoriza. Quizás llevado por ello se alistó para cumplir con la rutina diaria. Al salir de casa caminaba semejando un camello tratando de avanzar tortuosamente con un desierto rodeándolo, como pisando la arena que cede a cada paso, dirigiéndose a la soñada meta de un oasis. Sin apuro visible aceleró el andar. Algo en su mapa de ruta mental se había modificado. Ya con un aparente destino sus pasos trastocaron el ritmo y asumió una postura decidida como apuntando hacia una dirección. En el supuestamente premeditado derrotero solía esquivar la esquina del café. Era una forma de ir cerrando heridas. Es que precisamente allí la novia lo había citado para decirle que ya no lo quería .Apenas tres meses había durado ese viaje que habían emprendido juntos. Pero sin saberlo éste sería el día que comenzaría a barrer su soledad..Justamente a las ocho y diecisiete minutos de aquel martes en la línea de subte que siempre lo llevaba al trabajo la rutina se quebró. El tránsito cotidiano que hacía del trayecto algo tan aburrido como ascensor sin espejo, se tornó interesante.
Ella estaba en el último asiento donde termina el coche .Podía verla sólo de perfil e hizo lo imposible para completar la imagen pero los pasajeros se lo impidieron en su constante movimiento. Dormía y tal vez soñaba. Cuando salió del subte el aire fresco le pegó fuerte en la cara y aunque no parecía tener relación, sintió que su corazón bombeaba con otro ritmo.
Por la noche y hasta el día siguiente la esperanza de reencontrarla le fueron abriendo las puertas con los goznes corroídos de su corazón. Y así, cada día, la ansiedad de volverla a encontrar le permitía asumir la esperanza de conocerla.
Pronto dedujo que ella subía dos o tres estaciones antes, pues siempre estaba dormida. Entonces empezó a soñar por ella, pero despierto. A lo largo de las cuatro estaciones en que viajaban juntos, antes que Daniel bajara, por casi quince minutos imaginaba charlas, programaba salidas, tentaba afinidades pero por el momento prescindía del beso por parecerle demasiado precipitado. Sin embargo no pudo evitar que el jueves se diera casi llegando a estación Bulnes. Otro día tuvo que ponerle nombre. Entonces fue Andrea. Le asignó además ojos pardos, porque esos párpados empeñosamente cerrados le habían impedido ver el color. De manera que los otrora rutinarios viajes fueran mutando. Los disfrutaba a su modo, a pura creatividad. También cambió algo más en él. Ahora cuando salía de la escalera mecánica se topaba con la realidad de todos los días, pero la esperanza de reencontrarse con Andrea el día siguiente tornaba menos dura esa realidad. Ya no viajaba con su soledad. El trayecto transcurría entre sensaciones que deleitaban su corazón. Es más, confiaba que con seguridad algún día sus destinos se cruzarían. Claro que, por ahora todo pasaba por su mente, con una buena dosis de imaginación, por supuesto.#