Un maestro, una causa, un efecto

Columna de opnión.

04 SEP 2014 - 21:37 | Actualizado

Por Marcelo Eckhardt

Tiempos de redes sociales: la noticia avanza como una onda expansiva que arrasa todo obstáculo; es inmediata (sea por sms, sea por whatsapp, twitter, quizás lo más instantáneo, facebook, páginas web, televisión, etc.). Luego, cada uno busca su sitio de verificación, que la noticia sea cierta, real. En mi caso, fue ver el twitter de Diario Jornada y saber que era cierto, que Gustavo Cerati había muerto y sentir tristeza, la misma que sentí cuando murió Spinetta o cuando más joven me enteré por la radio de la muerte de Luca Prodan. Ya su ausente presencia durante esa larga agonía luego de su caída era cruel e injusta porque muchos pensábamos cómo alguien tan talentoso como él, que estaba en el cenit de su creatividad y de su experiencia, estuviera suspendido entre la vida y la muerte. Muchos, también, habrán dicho que mejor así, que mejor haberse dejado ir, que descanse en paz, que realice finalmente su último viaje.

Lo cierto es que, como con nuestros seres más queridos, en realidad no se va, no nos deja, sino que se incorpora en lo más profundo de nuestra memoria y de nuestra capacidad de amar. Y es inevitable realizar una suerte de racconto de su música en nuestras vidas; algunos, privilegiados, tuvieron la dicha de conocerlo, de verlo muy de cerca, de hablar con él, etc. Yo pude disfrutar de verlo probar sonido en Obras para la presentación de ese disco genialmente rupturista y novedoso que fue (y es) Dynamo, en 1992. Y también estuve en el programa Ruido junto a Pablo Schanton, en una Fm alternativa (Alfa), cuando Cerati le dio la primicia absoluta de pasar la canción En remolinos (aún ese comienzo de guitarras raspadas en la angustia me eriza la piel). Gustavo Cerati tenía una oreja en el pasado y otra en el futuro, era uno de esos artistas totales, rara avis, los que aparecen cada tanto en una época, en un arte, en una cultura. Cantaba, tocaba la guitarra, componía, escribía como los dioses. Una oreja en el limo del rock nacional (escuchar su homenaje unplugged a Vox Dei o las versiones de Bajan y El libro de la buena memoria de Spinetta, elogiadísimas por el Capitán Beto) y otro en el futuro porque comprendió mejor que nadie los cambios de época, lo que se venía (escuchar Colores santos con el Brian Eno criollo, Daniel Melero, o Canción animal, o Dynamo, o Sueño Stereo -ese loop de Kashmir en Ella usó mi cabeza como un revólver o el loop de Echo and the bunnymen en Efecto doppler- o todos sus discos solistas); las colaboraciones con músicos jóvenes (el espaldarazo que les dio a toda la generación sónica precisamente en esos recitales inolvidables de Obras y en colaboraciones con Babasónicos, Martes menta, Los Brujos, Tía Newton, Resonantes, Avant Press y luego en la carrera solista de Leo García, etc.).

Todo lo que tocaba, podríamos decir, lo refinaba, lo estilizaba: pensemos en las canciones que hace junto a Shakira (No, Día especial) o la versión unplugged junto a Iris Etcheverri de Aterciopelados, La ciudad de la furia. Influyó en toda América Latina donde nunca pasó el temblor que fue ver a Soda Stereo en acción, a varias generaciones de músicos más jóvenes y ocurrió una vez que logró junto a uno de los grandes del rock nacional, Gustavo Santaolalla, cristalizar el pasado y el futuro en una canción de puro presente: el mareo, con Bajofondo.

Un dotado de encontrar en el detalle musical, poético, lo universal. Si alguna figura lo refleja como ninguna es la tapa de su disco Bocanada, realizada por el gran diseñador Alejandro Ros, la epifanía. Y es esta bocanada de tristeza, de vacío, pero también de suma poesía y de universalidad es lo que está sucediendo desde que se supo de su muerte: miles y miles de personas lo homenajean con frases en 140 caracteres, con fotos y palabras, adioses, gracias totales, abrazos, canciones, las que identifican a muchos en momentos claves de cada vida. Un universo de agradecimientos a un artista notable, único, inolvidable. Gustavo Cerati entra en el Olimpo de los grandes del rock nacional, sin dudas. Vuelvo a otra tapa notable: Episodios sinfónicos, donde aparece como un gran Principito del rock, medio glam y dark. Siempre joven, fue alcanzado por el rayo final y cada uno es un aviador perdido en el desierto, escribiendo sobre la ternura, la sabiduría, la belleza que nos dejó durante su paso por estas soledades.

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04 SEP 2014 - 21:37

Por Marcelo Eckhardt

Tiempos de redes sociales: la noticia avanza como una onda expansiva que arrasa todo obstáculo; es inmediata (sea por sms, sea por whatsapp, twitter, quizás lo más instantáneo, facebook, páginas web, televisión, etc.). Luego, cada uno busca su sitio de verificación, que la noticia sea cierta, real. En mi caso, fue ver el twitter de Diario Jornada y saber que era cierto, que Gustavo Cerati había muerto y sentir tristeza, la misma que sentí cuando murió Spinetta o cuando más joven me enteré por la radio de la muerte de Luca Prodan. Ya su ausente presencia durante esa larga agonía luego de su caída era cruel e injusta porque muchos pensábamos cómo alguien tan talentoso como él, que estaba en el cenit de su creatividad y de su experiencia, estuviera suspendido entre la vida y la muerte. Muchos, también, habrán dicho que mejor así, que mejor haberse dejado ir, que descanse en paz, que realice finalmente su último viaje.

Lo cierto es que, como con nuestros seres más queridos, en realidad no se va, no nos deja, sino que se incorpora en lo más profundo de nuestra memoria y de nuestra capacidad de amar. Y es inevitable realizar una suerte de racconto de su música en nuestras vidas; algunos, privilegiados, tuvieron la dicha de conocerlo, de verlo muy de cerca, de hablar con él, etc. Yo pude disfrutar de verlo probar sonido en Obras para la presentación de ese disco genialmente rupturista y novedoso que fue (y es) Dynamo, en 1992. Y también estuve en el programa Ruido junto a Pablo Schanton, en una Fm alternativa (Alfa), cuando Cerati le dio la primicia absoluta de pasar la canción En remolinos (aún ese comienzo de guitarras raspadas en la angustia me eriza la piel). Gustavo Cerati tenía una oreja en el pasado y otra en el futuro, era uno de esos artistas totales, rara avis, los que aparecen cada tanto en una época, en un arte, en una cultura. Cantaba, tocaba la guitarra, componía, escribía como los dioses. Una oreja en el limo del rock nacional (escuchar su homenaje unplugged a Vox Dei o las versiones de Bajan y El libro de la buena memoria de Spinetta, elogiadísimas por el Capitán Beto) y otro en el futuro porque comprendió mejor que nadie los cambios de época, lo que se venía (escuchar Colores santos con el Brian Eno criollo, Daniel Melero, o Canción animal, o Dynamo, o Sueño Stereo -ese loop de Kashmir en Ella usó mi cabeza como un revólver o el loop de Echo and the bunnymen en Efecto doppler- o todos sus discos solistas); las colaboraciones con músicos jóvenes (el espaldarazo que les dio a toda la generación sónica precisamente en esos recitales inolvidables de Obras y en colaboraciones con Babasónicos, Martes menta, Los Brujos, Tía Newton, Resonantes, Avant Press y luego en la carrera solista de Leo García, etc.).

Todo lo que tocaba, podríamos decir, lo refinaba, lo estilizaba: pensemos en las canciones que hace junto a Shakira (No, Día especial) o la versión unplugged junto a Iris Etcheverri de Aterciopelados, La ciudad de la furia. Influyó en toda América Latina donde nunca pasó el temblor que fue ver a Soda Stereo en acción, a varias generaciones de músicos más jóvenes y ocurrió una vez que logró junto a uno de los grandes del rock nacional, Gustavo Santaolalla, cristalizar el pasado y el futuro en una canción de puro presente: el mareo, con Bajofondo.

Un dotado de encontrar en el detalle musical, poético, lo universal. Si alguna figura lo refleja como ninguna es la tapa de su disco Bocanada, realizada por el gran diseñador Alejandro Ros, la epifanía. Y es esta bocanada de tristeza, de vacío, pero también de suma poesía y de universalidad es lo que está sucediendo desde que se supo de su muerte: miles y miles de personas lo homenajean con frases en 140 caracteres, con fotos y palabras, adioses, gracias totales, abrazos, canciones, las que identifican a muchos en momentos claves de cada vida. Un universo de agradecimientos a un artista notable, único, inolvidable. Gustavo Cerati entra en el Olimpo de los grandes del rock nacional, sin dudas. Vuelvo a otra tapa notable: Episodios sinfónicos, donde aparece como un gran Principito del rock, medio glam y dark. Siempre joven, fue alcanzado por el rayo final y cada uno es un aviador perdido en el desierto, escribiendo sobre la ternura, la sabiduría, la belleza que nos dejó durante su paso por estas soledades.


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