Túnez celebra el quinto aniversario de la "Primavera Árabe"

Miles de personas marcharon hoy en un ambiente festivo por la céntrica avenida Habib Bourguiba con banderas con la enseña nacional roja como clara protagonista para celebrar el quinto aniversario del fin de la dictadura de Zine el Abedin Ben Ali y la primera de una ola de revueltas populares que se conocieron como la Primavera Árabe.

La ex Cartago generó el inicio de un fenómeno que se fue diluyendo.
14 ENE 2016 - 14:52 | Actualizado

Los manifestantes desfilaron por la avenida central, que lleva el nombre del ex presidente que llevó a Túnez a la independencia, y también se instalaron en las calles aledañas con decenas de pequeñas concentraciones de diferentes partidos, asociaciones y colectivos que mostraron el nuevo país que emergió en 2011.

La llamada Primavera Árabe tunecina comenzó el 17 de diciembre de 2010, cuando Mohamed Buazizi, de 26 años y vendedor ambulante de frutas de Sidi Bouzid, una pequeña ciudad costera del norte del país, se inmoló en señal de protesta, luego de que la policía confiscara su mercadería.

El joven estuvo agonizando más de dos semanas en un hospital -donde fue incluso visitado por el presidente Ben Ali- hasta que murió el 4 de enero de 2011.

En un contexto social de desempleo, pobreza y corrupción generalizada, el suicidio de Buazizi cristalizó la desesperación, la angustia y las ansias de cambio de gran parte de la sociedad tunecina.

Las masivas protestas no tardaron en aparecer.

Una ola de manifestaciones se apoderaron en la capital y varias ciudades del país norafricano hasta que el 14 de enero de 2011, casi un mes después del trágico episodio en Sidi Bouzid, Ben Ali abandonó Túnez rumbo al exilio, en Arabia Saudíta.

Actualmente vive en la Jeddah, una ciudad ubicada al oeste de La Meca, sobre las costas del Mar Rojo, pese a haber sido condenado en ausencia por un tribunal tunecino por robo y posesión ilegal de grandes sumas de dinero y joyas.

Como una ola gigante, la revuelta popular tunecina se extendió a otros países y en algunos casos derrocó a sus gobiernos autocráticos, como es el caso de Egipto, donde Hosni Mubarak gobernó el país por más de 30 años con puño de hierro. Mubarak fue derrocado el 11 de febrero de 2011.

Túnez es el único de los países de las revoluciones árabes que logró una transición política relativamente exitosa.

Fue el primero en celebrar elecciones democráticas en octubre de 2011 y, tras un Diálogo Nacional, impulsado principalmente por la sociedad civil, aprobó en 2014 una Constitución que se considera hoy la más avanzada de la región.

A finales de ese año, celebró unas elecciones parlamentarias y presidenciales que fueron todo un ejemplo de transparencia y democracia, y, por eso, el año pasado la organización de la sociedad civil tunecina que lideró el diálogo nacional fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz.

Desde hace cinco años, en Sidi Bouzid, un cartel gigante en el centro de la ciudad y una de las principales avenidas recuerdan a Mohamed Buazizi, un joven que se convirtió en un símbolo nacional indiscutido.

Mientras Buazizi unifica las aspiraciones de cambio de la mayoría del pueblo tunecino, la revuelta popular de 2011 sacó a la luz una sociedad diversa, con tradiciones tanto laicas como islamistas, que trata de construir un espacio de convivencia pese a las tensiones políticas, la acuciante crisis económica, la frágil cultura democrática y el auge del yihadismo.

"No, todavía no hemos conseguido el objetivo que nos planteamos para la revolución. Han sido cinco años de manifestaciones, de movimientos", explicó Nidal Eluch, líder estudiantil en 2011, miembro del partido socialista y uno de los participantes de las marchas de hoy.

"No veo que la revolución esté en el camino hacia su objetivo, pero soy optimista y creo que vamos a llegar", concluyó en diálogo con la agencia de noticias EFE.

Más pesimista se mostró su compañero de lucha Rami Esgaid, uno de los jóvenes que coordinó la sentada en la Kasbah (fortaleza), zona del Túnez histórico en donde se mezcla el mercado popular y los edificios del gobierno.

"Creo que la revolución fue traicionada por los partidos políticos. Todos los partidos están concentrados únicamente en sus cálculos políticos, en lo que ellos llaman consenso, pero todos olvidaron los objetivos de la revolución", señaló.

"La gente de la revolución fue marginada y no participa en las tomas de decisiones políticas", agregó.

Esgaid es uno de los muchos que creen que el alzamiento de 2011 tendrá una segunda parte, aunque no se atreve a pronosticar con qué fuerza y qué naturaleza tendrá.

"Cinco años después, nosotros la gente de la revolución estamos en el camino de regresar a las calles para manifestarnos contra el estado de dictadura, contra los obstáculos a las libertades individuales porque ahora mismo nada ha cambiado", insistió.

Es que muchos tunecinos no tienen que hacer un gran esfuerzo para recordar lo que pasó: los problemas como la falta de condiciones dignas de trabajo, la desigualdad entre las regiones, la corrupción y el desempleo, son factores que aún afectan a muchos.

El desempleo sobrepasa el 15% y supera el 30% entre los jóvenes con estudios universitarios, mientras que la amenaza islamista crece como una de las principales preocupaciones en términos de seguridad en el país norafricano.

Los dos últimos atentados que sacudieron a Túnez, el que golpeó al Museo del Bardo en marzo pasado y el que convirtió un hotel de la ciudad costera de Susa en un baño de sangre. En total 72 personas murieron en ataques islamistas el año pasado, 60 de ellas eran turistas extranjeros.

La ex Cartago generó el inicio de un fenómeno que se fue diluyendo.
14 ENE 2016 - 14:52

Los manifestantes desfilaron por la avenida central, que lleva el nombre del ex presidente que llevó a Túnez a la independencia, y también se instalaron en las calles aledañas con decenas de pequeñas concentraciones de diferentes partidos, asociaciones y colectivos que mostraron el nuevo país que emergió en 2011.

La llamada Primavera Árabe tunecina comenzó el 17 de diciembre de 2010, cuando Mohamed Buazizi, de 26 años y vendedor ambulante de frutas de Sidi Bouzid, una pequeña ciudad costera del norte del país, se inmoló en señal de protesta, luego de que la policía confiscara su mercadería.

El joven estuvo agonizando más de dos semanas en un hospital -donde fue incluso visitado por el presidente Ben Ali- hasta que murió el 4 de enero de 2011.

En un contexto social de desempleo, pobreza y corrupción generalizada, el suicidio de Buazizi cristalizó la desesperación, la angustia y las ansias de cambio de gran parte de la sociedad tunecina.

Las masivas protestas no tardaron en aparecer.

Una ola de manifestaciones se apoderaron en la capital y varias ciudades del país norafricano hasta que el 14 de enero de 2011, casi un mes después del trágico episodio en Sidi Bouzid, Ben Ali abandonó Túnez rumbo al exilio, en Arabia Saudíta.

Actualmente vive en la Jeddah, una ciudad ubicada al oeste de La Meca, sobre las costas del Mar Rojo, pese a haber sido condenado en ausencia por un tribunal tunecino por robo y posesión ilegal de grandes sumas de dinero y joyas.

Como una ola gigante, la revuelta popular tunecina se extendió a otros países y en algunos casos derrocó a sus gobiernos autocráticos, como es el caso de Egipto, donde Hosni Mubarak gobernó el país por más de 30 años con puño de hierro. Mubarak fue derrocado el 11 de febrero de 2011.

Túnez es el único de los países de las revoluciones árabes que logró una transición política relativamente exitosa.

Fue el primero en celebrar elecciones democráticas en octubre de 2011 y, tras un Diálogo Nacional, impulsado principalmente por la sociedad civil, aprobó en 2014 una Constitución que se considera hoy la más avanzada de la región.

A finales de ese año, celebró unas elecciones parlamentarias y presidenciales que fueron todo un ejemplo de transparencia y democracia, y, por eso, el año pasado la organización de la sociedad civil tunecina que lideró el diálogo nacional fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz.

Desde hace cinco años, en Sidi Bouzid, un cartel gigante en el centro de la ciudad y una de las principales avenidas recuerdan a Mohamed Buazizi, un joven que se convirtió en un símbolo nacional indiscutido.

Mientras Buazizi unifica las aspiraciones de cambio de la mayoría del pueblo tunecino, la revuelta popular de 2011 sacó a la luz una sociedad diversa, con tradiciones tanto laicas como islamistas, que trata de construir un espacio de convivencia pese a las tensiones políticas, la acuciante crisis económica, la frágil cultura democrática y el auge del yihadismo.

"No, todavía no hemos conseguido el objetivo que nos planteamos para la revolución. Han sido cinco años de manifestaciones, de movimientos", explicó Nidal Eluch, líder estudiantil en 2011, miembro del partido socialista y uno de los participantes de las marchas de hoy.

"No veo que la revolución esté en el camino hacia su objetivo, pero soy optimista y creo que vamos a llegar", concluyó en diálogo con la agencia de noticias EFE.

Más pesimista se mostró su compañero de lucha Rami Esgaid, uno de los jóvenes que coordinó la sentada en la Kasbah (fortaleza), zona del Túnez histórico en donde se mezcla el mercado popular y los edificios del gobierno.

"Creo que la revolución fue traicionada por los partidos políticos. Todos los partidos están concentrados únicamente en sus cálculos políticos, en lo que ellos llaman consenso, pero todos olvidaron los objetivos de la revolución", señaló.

"La gente de la revolución fue marginada y no participa en las tomas de decisiones políticas", agregó.

Esgaid es uno de los muchos que creen que el alzamiento de 2011 tendrá una segunda parte, aunque no se atreve a pronosticar con qué fuerza y qué naturaleza tendrá.

"Cinco años después, nosotros la gente de la revolución estamos en el camino de regresar a las calles para manifestarnos contra el estado de dictadura, contra los obstáculos a las libertades individuales porque ahora mismo nada ha cambiado", insistió.

Es que muchos tunecinos no tienen que hacer un gran esfuerzo para recordar lo que pasó: los problemas como la falta de condiciones dignas de trabajo, la desigualdad entre las regiones, la corrupción y el desempleo, son factores que aún afectan a muchos.

El desempleo sobrepasa el 15% y supera el 30% entre los jóvenes con estudios universitarios, mientras que la amenaza islamista crece como una de las principales preocupaciones en términos de seguridad en el país norafricano.

Los dos últimos atentados que sacudieron a Túnez, el que golpeó al Museo del Bardo en marzo pasado y el que convirtió un hotel de la ciudad costera de Susa en un baño de sangre. En total 72 personas murieron en ataques islamistas el año pasado, 60 de ellas eran turistas extranjeros.


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