Noches

13 FEB 2016 - 23:03 | Actualizado

Hay noches en las que quisiera tener todas las palabras en la mesa para describir los momentos. Agarrarlas de a puñados y tirarlas a la pantalla para que se acomoden, entre sus letras y mi soledad, y dibujen allí esa sonrisa que se fue tan lejos que no hay forma de ir a buscarla.

Son esas noches frías, aunque el termómetro marque treinta y la brisa tenga el aliento caliente de un verano patagónico bien tórrido.

Lo peor que tienen los sentimientos es que resultan inenarrables, acaso porque son insondables. Y son, además, odiosos; porque perduran poco los que valen la pena y se sostienen los que dañan, los que provocan sufrimiento, los que hieren allí donde ningún remedio alcanza para sanar.

Hay noches que se me antojan pedregosas, llenas de duendes tunantes imaginarios que se instalan en los rincones oscuros para flechar desde allí, desde las tinieblas del alma, aprovechando la distracción.

Suelo buscarlos mirando por el rabillo del ojo cuando leo, o hago que leo, llamando al sueño que se hace esquivo, que no llega, y que prolonga el martirio. Pero nunca los encuentro. Saben meterse entre los pliegues del corazón para revolver allí sus puñales envenados.

Es la maldición que tienen las noches desiertas, son atractivas para las cavilaciones tristes, para los desconsuelos; se pueblan de tragos amargos y te cierran la garganta, te aplastan el pecho y te pegan en los ojos buscándote las lágrimas.

Son esas noches de pasiones encontradas, todas subterráneas, húmedas, lejos del sol, lejos de la mañana que ya será mejor. Ojalá.

Es que a veces el universo conspira en tu favor. Pero a veces no.
 

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13 FEB 2016 - 23:03

Hay noches en las que quisiera tener todas las palabras en la mesa para describir los momentos. Agarrarlas de a puñados y tirarlas a la pantalla para que se acomoden, entre sus letras y mi soledad, y dibujen allí esa sonrisa que se fue tan lejos que no hay forma de ir a buscarla.

Son esas noches frías, aunque el termómetro marque treinta y la brisa tenga el aliento caliente de un verano patagónico bien tórrido.

Lo peor que tienen los sentimientos es que resultan inenarrables, acaso porque son insondables. Y son, además, odiosos; porque perduran poco los que valen la pena y se sostienen los que dañan, los que provocan sufrimiento, los que hieren allí donde ningún remedio alcanza para sanar.

Hay noches que se me antojan pedregosas, llenas de duendes tunantes imaginarios que se instalan en los rincones oscuros para flechar desde allí, desde las tinieblas del alma, aprovechando la distracción.

Suelo buscarlos mirando por el rabillo del ojo cuando leo, o hago que leo, llamando al sueño que se hace esquivo, que no llega, y que prolonga el martirio. Pero nunca los encuentro. Saben meterse entre los pliegues del corazón para revolver allí sus puñales envenados.

Es la maldición que tienen las noches desiertas, son atractivas para las cavilaciones tristes, para los desconsuelos; se pueblan de tragos amargos y te cierran la garganta, te aplastan el pecho y te pegan en los ojos buscándote las lágrimas.

Son esas noches de pasiones encontradas, todas subterráneas, húmedas, lejos del sol, lejos de la mañana que ya será mejor. Ojalá.

Es que a veces el universo conspira en tu favor. Pero a veces no.
 


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