Entre dudas, retóricas y mediadores

De chiquitos nos enseñan que no hay que ser preguntón, porque es de mala educación. “Que eso no se dice, que eso no se toca…” Hasta los cinco años -más o menos-, y antes de ir a la escuela, uno pregunta y pregunta, curiosea, aborda, invade. Y nos van poniendo vallas, o límites, o marcos.

01 MAR 2016 - 17:48 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón (*)

En Twitter: @almirond

El tema es que un día en el “disco rígido” nos queda esto de ¿pregunto o no pregunto? Ese límite entre la indiscreción, y resultar invasivo, frente al callar y pasar por desinteresado es como muy sutil.

Si es la mesa de café o la rueda de mate, la sobremesa de la reunión de amigos, o el aperitivo de la tardecita, pareciera que la lengua se suelta por doquier sin límite. Se pregunta, se opina, se imputa, se analiza y se resuelve el mundo. El de los demás, con vida incluida. ¿Qué pasa en lo cotidiano? ¿Cuán flexibles somos a eso de preguntar para saber? Saber para avanzar, para allanar, para entenderse. Saber auténticamente interesados.

Cuando se estudia la Formación en Mediación, se entra en una vorágine de ansiedad por querer aprender todas las técnicas, todas las herramientas sobre esta disciplina, de ayudar a negociar, escucharse y atenderse pacíficamente.

Y claro, lleva tiempo, práctica, ocupación. Por empezar, con el entorno. No es necesario estar en situación de “Mediación” para empezar a practicar. No hay que perder un minuto, aunque empiecen a mirarnos raro, cuando empezamos a ¡preguntar!

Para quien gusta de hablar, como la que viste y calza, pueden imaginar lo que significa tener un trabajo en el que la esencia es ¡escuchar-hablar-preguntar!

El tema es que preguntar, preguntar bien, en un equilibrado combo de contenido, sustancia, tono y objetivo, es todo un arte.

Ese es el principal arte de los mediadores. Y para ello nunca dejamos de aprender. No solo porque al cerebro humano le sobra capacidad para aprender y aprehender, sino porque el preguntar sucede en interacciones con otros, diferentes a cada uno de nosotros. Otros que nos sorprenden con sus propias inquietudes. Sus propias formas de pensar y razonar. Sus propias percepciones del mundo, de los que lo rodea.

Así es que en este arte el mediador debe capacitarse constantemente. Tengo una amiga, se llama Graciela Curuchelar. Hace más de veinte años que es mediadora, y formadora de mediadores. La conocí a través de su pluma, hasta que un día la conocí personalmente. Es una de nuestras maestras y referentes nacionales. De lo que significa la mediación en Argentina, llevada al mundo, y nos destacamos. Resultado de ese mix latinoamericano, aborigen, y europeo que nos atraviesa, y nos distingue para bien, en lo académico y en lo actitudinal. Celebro ello cada vez que puedo vivirlo.

Graciela va como un “pretor peregrino” y con banquito curul, que sería la memoria de su compu y el back up en la “Nube”, entonces lleva su material por doquier. Poseedora de buen humor, creatividad, capacidad de trabajo y resistencia a horas de enseñar. Anduvo por estos lares, enseñando mediación, porque alentadoramente, cada vez hay más personas que quieren aprender sobre esta maestría de ayudar a escucharse y solucionar conflictos, con el poder de decisión de cada uno. Anduvo por aquí, por la Universidad San Juan Bosco en Puerto Madryn, entre los alumnos que rinden en sus mesas de febrero, y el buffet y la fotocopiadora atendida por los estudiantes.

Anduvo por la Escuela de Capacitación Judicial del Superior Tribunal de Justicia, con una treintena de mediadores y profesionales de diferentes disciplinas, ansiosos de bucear en esto del preguntar.

El preguntar tiene que ver con la duda. En su origen etimológico más antiguo significa “sondear la profundidad del agua con un remo o palo”. La pregunta retórica en cambio es aquella en la que no se espera respuesta.

El mediador trabaja y ayuda a partir de la información que brindan los mediados. Como el proceso de mediación es confidencial, las personas para hablar de lo que necesitan hablar, y llegar ahí, pueden hacerlo de lo que deseen. Si el mediador no pregunta, no se entera. Es necesario explorar, en ese explorar preguntando, el mediado es legitimado y reconocido no sólo en el malestar que lo llevó a mediación, sino en su vida completa. En su todo vital, con el que va a esa mesa de mediación.

Entre tanto positivo que brinda mi amiga, en su don docente, es que aprender riéndose y con creatividad es mucho mejor. Divertirse aprendiendo es más fructífero.

Deconstruir patrones aprehendidos no es tarea fácil, aunque vale la pena el intento. Prenguntarme, preguntarnos, preguntarles. Como ejercicio reflexivo para mirar nuestro alrededor con menos imputación. Implicarnos con nuestro entorno, responsablemente. Sí, porque ser responsable es dar respuesta, y para ello ¡primero hay que preguntar!

Estamos un tanto invadidos de retórica, opino. La propuesta es: menos retórica, y más duda que llame a investigar, analizar, a sondear y descubrir. En ese proceso, aguardo, se producirán encuentros con efectos colaborativos. En ese colaborar es posible que se puedan proyectar construcciones. Y creo que siempre, siempre, es mejor construir. Construir puentes, desde cada extremo hacia el centro.

“Amigo, tú de cara demudada.

¿Qué haces tú preguntando por ti mismo?”

Liber Falco

Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora (*)

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01 MAR 2016 - 17:48

Por Daniela Patricia Almirón (*)

En Twitter: @almirond

El tema es que un día en el “disco rígido” nos queda esto de ¿pregunto o no pregunto? Ese límite entre la indiscreción, y resultar invasivo, frente al callar y pasar por desinteresado es como muy sutil.

Si es la mesa de café o la rueda de mate, la sobremesa de la reunión de amigos, o el aperitivo de la tardecita, pareciera que la lengua se suelta por doquier sin límite. Se pregunta, se opina, se imputa, se analiza y se resuelve el mundo. El de los demás, con vida incluida. ¿Qué pasa en lo cotidiano? ¿Cuán flexibles somos a eso de preguntar para saber? Saber para avanzar, para allanar, para entenderse. Saber auténticamente interesados.

Cuando se estudia la Formación en Mediación, se entra en una vorágine de ansiedad por querer aprender todas las técnicas, todas las herramientas sobre esta disciplina, de ayudar a negociar, escucharse y atenderse pacíficamente.

Y claro, lleva tiempo, práctica, ocupación. Por empezar, con el entorno. No es necesario estar en situación de “Mediación” para empezar a practicar. No hay que perder un minuto, aunque empiecen a mirarnos raro, cuando empezamos a ¡preguntar!

Para quien gusta de hablar, como la que viste y calza, pueden imaginar lo que significa tener un trabajo en el que la esencia es ¡escuchar-hablar-preguntar!

El tema es que preguntar, preguntar bien, en un equilibrado combo de contenido, sustancia, tono y objetivo, es todo un arte.

Ese es el principal arte de los mediadores. Y para ello nunca dejamos de aprender. No solo porque al cerebro humano le sobra capacidad para aprender y aprehender, sino porque el preguntar sucede en interacciones con otros, diferentes a cada uno de nosotros. Otros que nos sorprenden con sus propias inquietudes. Sus propias formas de pensar y razonar. Sus propias percepciones del mundo, de los que lo rodea.

Así es que en este arte el mediador debe capacitarse constantemente. Tengo una amiga, se llama Graciela Curuchelar. Hace más de veinte años que es mediadora, y formadora de mediadores. La conocí a través de su pluma, hasta que un día la conocí personalmente. Es una de nuestras maestras y referentes nacionales. De lo que significa la mediación en Argentina, llevada al mundo, y nos destacamos. Resultado de ese mix latinoamericano, aborigen, y europeo que nos atraviesa, y nos distingue para bien, en lo académico y en lo actitudinal. Celebro ello cada vez que puedo vivirlo.

Graciela va como un “pretor peregrino” y con banquito curul, que sería la memoria de su compu y el back up en la “Nube”, entonces lleva su material por doquier. Poseedora de buen humor, creatividad, capacidad de trabajo y resistencia a horas de enseñar. Anduvo por estos lares, enseñando mediación, porque alentadoramente, cada vez hay más personas que quieren aprender sobre esta maestría de ayudar a escucharse y solucionar conflictos, con el poder de decisión de cada uno. Anduvo por aquí, por la Universidad San Juan Bosco en Puerto Madryn, entre los alumnos que rinden en sus mesas de febrero, y el buffet y la fotocopiadora atendida por los estudiantes.

Anduvo por la Escuela de Capacitación Judicial del Superior Tribunal de Justicia, con una treintena de mediadores y profesionales de diferentes disciplinas, ansiosos de bucear en esto del preguntar.

El preguntar tiene que ver con la duda. En su origen etimológico más antiguo significa “sondear la profundidad del agua con un remo o palo”. La pregunta retórica en cambio es aquella en la que no se espera respuesta.

El mediador trabaja y ayuda a partir de la información que brindan los mediados. Como el proceso de mediación es confidencial, las personas para hablar de lo que necesitan hablar, y llegar ahí, pueden hacerlo de lo que deseen. Si el mediador no pregunta, no se entera. Es necesario explorar, en ese explorar preguntando, el mediado es legitimado y reconocido no sólo en el malestar que lo llevó a mediación, sino en su vida completa. En su todo vital, con el que va a esa mesa de mediación.

Entre tanto positivo que brinda mi amiga, en su don docente, es que aprender riéndose y con creatividad es mucho mejor. Divertirse aprendiendo es más fructífero.

Deconstruir patrones aprehendidos no es tarea fácil, aunque vale la pena el intento. Prenguntarme, preguntarnos, preguntarles. Como ejercicio reflexivo para mirar nuestro alrededor con menos imputación. Implicarnos con nuestro entorno, responsablemente. Sí, porque ser responsable es dar respuesta, y para ello ¡primero hay que preguntar!

Estamos un tanto invadidos de retórica, opino. La propuesta es: menos retórica, y más duda que llame a investigar, analizar, a sondear y descubrir. En ese proceso, aguardo, se producirán encuentros con efectos colaborativos. En ese colaborar es posible que se puedan proyectar construcciones. Y creo que siempre, siempre, es mejor construir. Construir puentes, desde cada extremo hacia el centro.

“Amigo, tú de cara demudada.

¿Qué haces tú preguntando por ti mismo?”

Liber Falco

Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora (*)


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