La guerra no pudo con su pasión

Hugo Bowen estuvo en las Islas Malvinas. Defendió a la patria y revivió su historia. La guerra no pudo frenar su amor por el automovilismo. Fue campeón del Safari.

01 ABR 2016 - 22:10 | Actualizado

Romper el silencio, una sana costumbre para un hombre en cuyo ser late una ferviente pasión por el automovilismo. Retirado de las pistas, Hugo Bowen, reconocido campeón dolavense de Safari, volvió a honrar ese espíritu.

Por primera vez a nivel público, Bowen se presenta en sociedad como excombatiente de Malvinas. A 34 años de la reconquista argentina de las islas, Bowen eligió a Jornada para relatar por primera vez sus vivencias referidas al Conflicto del Atlántico Sur. “No es fácil. Cada cual tiene sus tiempos. Cada uno procesa todo como puede y cuenta todo como puede y lo que puede”, postuló.

Campeón de Safari en 2009 en la categoría Simple Tracción Limitada, Bowen es un “fierrero” de ley. “El automovilismo es mi pasión. Cuando era chico, iba a ver las carreras que había. Tenía al “Vasco” Ercoreca como ídolo. En mis ratos libres, mi cabeza está en el deporte. Corrí también la Doble Telsen y la Doble Camarones. Y participé en el TC Patagónico. En 2012 lo dejé, por tiempos y por edad. Pero es mi pasión”, empezó.

En 1982, la historia se interpuso entre Bowen y sus sueños automovilísticos. “A mis 18 años, estaba desde febrero haciendo la colimba, el servicio militar obligatorio, en el Regimiento 8 de Comodoro Rivadavia. De un día para otro, el 2 de abril empieza la guerra. El día 20, creo, nos hicieron armar el equipaje para ir a Malvinas. Aterrizamos en Puerto Argentino y de ahí nos llevaron a Bahía Fox”, señaló.

Pesares y muerte

Bowen, con su impronta, describió aquello narrado por otros excombatientes. “No estábamos preparados para una guerra. Nosotros teníamos un Fal y muy poca instrucción militar, 20 días. Ves deportistas que tienen mejores armas que las que teníamos nosotros. No estábamos alimentados. En los últimos días, caminábamos 100 metros y nos teníamos que sentar, estábamos muy debilitados. Fui con 70 kilos y volví con 54”, comentó.

“Estábamos mentalizados para tirar. Sufríamos bombardeos de barcos de día y aviones de noche. Hubo un intento de desembarco. Con las limitaciones físicas y de armas, tratábamos de hacer lo que podíamos”, recordó.

“Era un sálvese quien pueda entre nuestros propios compañeros. Te robaban lo poco que había para comer. Te descuidabas un poco y listo. Era una lucha. Si yo tenía un cigarrillo, lo negociaba por un poco de leche, porque no fumo. Vivíamos así. Eso lleva a un desgaste, es difícil convivir así y estar peleando una guerra”, añadió. En ese panorama, Bowen también narró la existencia de torturas a soldados de parte de superiores argentinos. “Sí, lo he visto, he visto torturas. No lo sufrí mucho en carne propia, te tenías que adaptar a la situación. Quien no se encaminaba, sufría torturas”, expresó.

A todo esto, Bowen comentó la experiencia de ver morir a compañeros de armas, sin entrar en combate. “Hice la instrucción con un chico llamado Sergio Nosicosky. Se incendió una casa, una posición. No sé el motivo. Ahí me anoticié que había fallecido. Además, vi morir a otros cuatro”, reseñó.

Alivio y regreso

El momento de la rendición distó de ser una situación angustiosa para Bowen. “Nos habíamos enterado por radio. Estábamos angustiados, debilitados. Lo tomamos con cierta alegría. Consideramos unos días antes que no volvíamos, que nos moríamos. Veíamos caer cerca las bombas. Pensábamos que en cualquier momento caía una y se terminaba. Con la rendición, volvió la esperanza de vida. Por momentos, estando allá, pensaba: “¿Qué hago acá?”.

Como prisionero de guerra, no narró situaciones extremas. Por el contrario, aludió a un momento de piedad. “Me alojaron en el buque Northland. Ahí, nos daban dos comidas diarias. Una a las 7 de la mañana y otra a las 7 de la tarde . Teníamos la picardía de meternos dos veces en la fila para comer. Una vez, me identificaron. Pero me la dejaron pasar, lo tomaron como una picardía. Comíamos rápido la porción y nos metíamos en la fila de vuelta”, relató.

“En el Northland, llegamos a Puerto Madryn. Nos llevaron a la base aeronaval y luego estuvimos dos meses en el regimiento en Comodoro Rivadavia. Luego, nos soltaron”, resaltó Bowen.

Al volver de Malvinas, Bowen continuó con su vida postergada. “Tuve la suerte de no tener secuelas de guerra. Y empecé a trabajar como mecánico. Luego pude abrir un autoservicio en Dolavon, donde vivo. Y empecé a correr. En 1984 o 1985, corrí mi primera Doble Camarones, dijo.

“En los primeros años, no se hablaba de Malvinas. Era como si nunca hubiera ocurrido. Dolió. Ahora, hay mayor reconocimiento a quienes fuimos a Malvinas”, reflexionó.

“No soy un héroe. Soy alguien que fue y tuvo la suerte de volver vivo. No estábamos preparados. Si se debió ir a la guerra, no lo sé. Pero no se debió ir a la guerra con chicos de 18 años con poca instrucción, con un ejército improvisado”, dijo. “Las Malvinas son argentinas. Debemos recuperarlas por el camino de la paz, no de la guerra”, concluyó.

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01 ABR 2016 - 22:10

Romper el silencio, una sana costumbre para un hombre en cuyo ser late una ferviente pasión por el automovilismo. Retirado de las pistas, Hugo Bowen, reconocido campeón dolavense de Safari, volvió a honrar ese espíritu.

Por primera vez a nivel público, Bowen se presenta en sociedad como excombatiente de Malvinas. A 34 años de la reconquista argentina de las islas, Bowen eligió a Jornada para relatar por primera vez sus vivencias referidas al Conflicto del Atlántico Sur. “No es fácil. Cada cual tiene sus tiempos. Cada uno procesa todo como puede y cuenta todo como puede y lo que puede”, postuló.

Campeón de Safari en 2009 en la categoría Simple Tracción Limitada, Bowen es un “fierrero” de ley. “El automovilismo es mi pasión. Cuando era chico, iba a ver las carreras que había. Tenía al “Vasco” Ercoreca como ídolo. En mis ratos libres, mi cabeza está en el deporte. Corrí también la Doble Telsen y la Doble Camarones. Y participé en el TC Patagónico. En 2012 lo dejé, por tiempos y por edad. Pero es mi pasión”, empezó.

En 1982, la historia se interpuso entre Bowen y sus sueños automovilísticos. “A mis 18 años, estaba desde febrero haciendo la colimba, el servicio militar obligatorio, en el Regimiento 8 de Comodoro Rivadavia. De un día para otro, el 2 de abril empieza la guerra. El día 20, creo, nos hicieron armar el equipaje para ir a Malvinas. Aterrizamos en Puerto Argentino y de ahí nos llevaron a Bahía Fox”, señaló.

Pesares y muerte

Bowen, con su impronta, describió aquello narrado por otros excombatientes. “No estábamos preparados para una guerra. Nosotros teníamos un Fal y muy poca instrucción militar, 20 días. Ves deportistas que tienen mejores armas que las que teníamos nosotros. No estábamos alimentados. En los últimos días, caminábamos 100 metros y nos teníamos que sentar, estábamos muy debilitados. Fui con 70 kilos y volví con 54”, comentó.

“Estábamos mentalizados para tirar. Sufríamos bombardeos de barcos de día y aviones de noche. Hubo un intento de desembarco. Con las limitaciones físicas y de armas, tratábamos de hacer lo que podíamos”, recordó.

“Era un sálvese quien pueda entre nuestros propios compañeros. Te robaban lo poco que había para comer. Te descuidabas un poco y listo. Era una lucha. Si yo tenía un cigarrillo, lo negociaba por un poco de leche, porque no fumo. Vivíamos así. Eso lleva a un desgaste, es difícil convivir así y estar peleando una guerra”, añadió. En ese panorama, Bowen también narró la existencia de torturas a soldados de parte de superiores argentinos. “Sí, lo he visto, he visto torturas. No lo sufrí mucho en carne propia, te tenías que adaptar a la situación. Quien no se encaminaba, sufría torturas”, expresó.

A todo esto, Bowen comentó la experiencia de ver morir a compañeros de armas, sin entrar en combate. “Hice la instrucción con un chico llamado Sergio Nosicosky. Se incendió una casa, una posición. No sé el motivo. Ahí me anoticié que había fallecido. Además, vi morir a otros cuatro”, reseñó.

Alivio y regreso

El momento de la rendición distó de ser una situación angustiosa para Bowen. “Nos habíamos enterado por radio. Estábamos angustiados, debilitados. Lo tomamos con cierta alegría. Consideramos unos días antes que no volvíamos, que nos moríamos. Veíamos caer cerca las bombas. Pensábamos que en cualquier momento caía una y se terminaba. Con la rendición, volvió la esperanza de vida. Por momentos, estando allá, pensaba: “¿Qué hago acá?”.

Como prisionero de guerra, no narró situaciones extremas. Por el contrario, aludió a un momento de piedad. “Me alojaron en el buque Northland. Ahí, nos daban dos comidas diarias. Una a las 7 de la mañana y otra a las 7 de la tarde . Teníamos la picardía de meternos dos veces en la fila para comer. Una vez, me identificaron. Pero me la dejaron pasar, lo tomaron como una picardía. Comíamos rápido la porción y nos metíamos en la fila de vuelta”, relató.

“En el Northland, llegamos a Puerto Madryn. Nos llevaron a la base aeronaval y luego estuvimos dos meses en el regimiento en Comodoro Rivadavia. Luego, nos soltaron”, resaltó Bowen.

Al volver de Malvinas, Bowen continuó con su vida postergada. “Tuve la suerte de no tener secuelas de guerra. Y empecé a trabajar como mecánico. Luego pude abrir un autoservicio en Dolavon, donde vivo. Y empecé a correr. En 1984 o 1985, corrí mi primera Doble Camarones, dijo.

“En los primeros años, no se hablaba de Malvinas. Era como si nunca hubiera ocurrido. Dolió. Ahora, hay mayor reconocimiento a quienes fuimos a Malvinas”, reflexionó.

“No soy un héroe. Soy alguien que fue y tuvo la suerte de volver vivo. No estábamos preparados. Si se debió ir a la guerra, no lo sé. Pero no se debió ir a la guerra con chicos de 18 años con poca instrucción, con un ejército improvisado”, dijo. “Las Malvinas son argentinas. Debemos recuperarlas por el camino de la paz, no de la guerra”, concluyó.


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