A cien años del tratado de cubrió de sangre a Medio Oriente

Mañana, 16 de mayo, se cumplen exactamente cien años desde que un diplomático inglés, Mark Sykes, y otro francés, Francois Georges Picot, firmaron un tratado secreto que lleva sus nombres y selló el trágico drama de violencia que desde entonces y hasta nuestros días azota a los pueblos del Medio Oriente.

15 MAY 2016 - 11:41 | Actualizado

Escribe: Néstor Gorogovsky.

El tratado se denominó "Acuerdo Sykes-Picot", y fue firmado en un instante crucial en la historia humana.

La mecanizada furia carnívora de la Primera Guerra Mundial había alcanzado sus extremos más inhumanos. Inglaterra y Francia, junto al imperio de los zares de Rusia, trataban de destrozar a Alemania y a sus aliados, los imperios Otomano y de Austria-Hungría. Y viceversa.

El acuerdo Sykes-Picot delimitó las pretensiones de París y Londres en el Medio Oriente al trazar los -entonces futuros- límites de sus colonias y zonas de influencia en el caso de que vencieran al Imperio Otomano (hoy, Turquía).

Pero, y allí está la raíz de la tragedia, no prestó la menor atención a los muchísimos pueblos involucrados de mayoría árabe y musulmana.

Estos pueblos respondieron con una a veces sorda y a veces vociferante oposición al tratado y sus consecuencias.

Y por eso los límites tan livianamente establecidos, sostenidos en la imaginación de los negociadores por ejércitos coloniales o cuerpos de nativos amistosos, se revelaron como verdaderas llagas que vienen supurando guerra y horror desde hace un siglo.

El caso más dramático y más conocido es, claro está, el del Estado de Israel, con sus fronteras en permanente cuestionamiento, tanto por reivindicaciones de quienes lo enfrentan como por políticas propias de Tel Aviv hacia los palestinos y hacia sus vecinos.

Es más: Palestina como unidad geográfica moderna, de hecho, nace con el tratado Sykes-Picot, en principio como "zona neutral", aunque terminó siendo de influencia británica por mandato de la Sociedad de las Naciones.

También Líbano es una víctima privilegiada de esa división. Invadido y vuelto a invadir por sirios e israelíes, partido por disensiones religiosas que hasta hace un siglo no representaban problema alguno, escenario de una incursión estadounidense en 1958, parece destinado a una eterna destrucción y reconstrucción.

Hoy, vemos una situación inversa con la participación de integrantes armados del partido político Hezbollah (legal en el Líbano) en el conflicto que desangra a Siria.

Delgadas y quebradizas como negros hilos de cristal, esas líneas sobre el mapa se rompen y recuperan en una sucesión de calamidades para las poblaciones de la región.

El repudio a los límites impuestos en 1916 atraviesa todas las ideologías. No solo lo levanta el panislamismo teocrático del Estado Islámico (EI), hijo de la estrechísima interpretación wahabita del Islam imperante en Arabia Saudita.

También lo hizo su archienemigo, el panarabismo secular del partido Baas (nieto o bisnieto de la trilogía gala de libertad, igualdad y fraternidad).

Sus expresiones geográficas, el "califato" del EI, que prometió abiertamente terminar con las fronteras del tratado, y la República Árabe Unida, que hizo lo propio sin proclamarlo con los límites entre Egipto, Siria e Irak hace medio siglo, son visibles consecuencias de la violenta debilidad del reparto.

La unidad tendencial y profunda de los que no fueron escuchados en 1916 barre como una tormenta de arena, una y otra vez, los límites que estableció inconsulta, indirecta o colateralmente ese tratado.

Pero el tratado resumía sin embargo las fuerzas más poderosas que puedan sostener un límite: el ansia occidental por el petróleo del Golfo Pérsico y el interés de Europa por controlar las rutas marítimas hacia la India y el Extremo Oriente.

La imposibilidad de estabilizar límites sostenidos por semejante poder demuestra cuán fuerte es, a su vez, la tendencia a la unificación regional que, en paradojal silencio, promueven incesantemente la lengua árabe y la religión musulmana, que en abrumadora mayoría hablan y profesan los pueblos del Medio Oriente.

La tendencia a la unidad supera incluso las divisiones endógenas, y por eso mismo más sólidas que las legadas por el tratado Sykes-Picot: los intereses de casta y clase, las visiones religiosas, los posicionamientos geopolíticos, lo cuestionan por encima de las más notables diferencias ideológicas.

El tratado no es ajeno ni siquiera a las sangrientas represiones del período de entreguerras o los conflictos abiertos. Son ejemplos el de Yemen en la primera mitad de la década de 1960 o el que ahora azota Siria desde hace ya cinco años.

Pero no sólo las aspiraciones de los pueblos "nativos" ponen en cuestión los límites del tratado. También lo hicieron al menos dos hechos vinculados a la lucha entre los colonialismos de Europa.

Por un lado, en 1938 y para garantizarse la neutralidad de Turquía en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno francés decidió entregarle a Ankara el entonces conocido como "sanjak de Alexandretta", hoy provincia turca de Hatay.

Esta fue reivindicada hasta el día de hoy por Siria. que además la denuncia como retaguardia activa de formaciones yihadistas irregulares que se infiltran en su territorio.

Por el otro lado, exactamente mientras se estaba negociando el tratado, el Reino Unido intentó sacar ventaja de su aliado parisino enviando hacia Siria (que quedaba, como el Líbano, bajo control francés) una ofensiva militar árabe autónoma que contradecía de hecho al acuerdo.

En el reparto final, Londres se quedó con el control del actual Kurdistán iraquí, y el área de influencia francesa, que originalmente incluía vastas zonas del Kurdistán turco, se limitó a las actuales Siria y Líbano.

No deja de ser interesante el modo en que el mundo se enteró de la existencia del tratado.

El Imperio Ruso tenía intereses en el área. Es por eso que, si bien el acuerdo comprometía solo a franceses y británicos, una copia fue girada a la Cancillería de la Rusia zarista, para darle seguridades al aliado que sostenía el Frente Oriental de la guerra.

San Petersburgo, en efecto, pretendía (y el tratado le prometía) "la posesión de Constantinopla y el control del estrecho de los Dardanelos".

Fue gracias a la atención que a ello prestaron Londres y París que hoy la humanidad conoce el acuerdo, ya que los bolcheviques, entonces acérrimos partidarios del fin de la diplomacia secreta, lo revelaron tras llegar al poder en la revolución de Octubre de 1917.

15 MAY 2016 - 11:41

Escribe: Néstor Gorogovsky.

El tratado se denominó "Acuerdo Sykes-Picot", y fue firmado en un instante crucial en la historia humana.

La mecanizada furia carnívora de la Primera Guerra Mundial había alcanzado sus extremos más inhumanos. Inglaterra y Francia, junto al imperio de los zares de Rusia, trataban de destrozar a Alemania y a sus aliados, los imperios Otomano y de Austria-Hungría. Y viceversa.

El acuerdo Sykes-Picot delimitó las pretensiones de París y Londres en el Medio Oriente al trazar los -entonces futuros- límites de sus colonias y zonas de influencia en el caso de que vencieran al Imperio Otomano (hoy, Turquía).

Pero, y allí está la raíz de la tragedia, no prestó la menor atención a los muchísimos pueblos involucrados de mayoría árabe y musulmana.

Estos pueblos respondieron con una a veces sorda y a veces vociferante oposición al tratado y sus consecuencias.

Y por eso los límites tan livianamente establecidos, sostenidos en la imaginación de los negociadores por ejércitos coloniales o cuerpos de nativos amistosos, se revelaron como verdaderas llagas que vienen supurando guerra y horror desde hace un siglo.

El caso más dramático y más conocido es, claro está, el del Estado de Israel, con sus fronteras en permanente cuestionamiento, tanto por reivindicaciones de quienes lo enfrentan como por políticas propias de Tel Aviv hacia los palestinos y hacia sus vecinos.

Es más: Palestina como unidad geográfica moderna, de hecho, nace con el tratado Sykes-Picot, en principio como "zona neutral", aunque terminó siendo de influencia británica por mandato de la Sociedad de las Naciones.

También Líbano es una víctima privilegiada de esa división. Invadido y vuelto a invadir por sirios e israelíes, partido por disensiones religiosas que hasta hace un siglo no representaban problema alguno, escenario de una incursión estadounidense en 1958, parece destinado a una eterna destrucción y reconstrucción.

Hoy, vemos una situación inversa con la participación de integrantes armados del partido político Hezbollah (legal en el Líbano) en el conflicto que desangra a Siria.

Delgadas y quebradizas como negros hilos de cristal, esas líneas sobre el mapa se rompen y recuperan en una sucesión de calamidades para las poblaciones de la región.

El repudio a los límites impuestos en 1916 atraviesa todas las ideologías. No solo lo levanta el panislamismo teocrático del Estado Islámico (EI), hijo de la estrechísima interpretación wahabita del Islam imperante en Arabia Saudita.

También lo hizo su archienemigo, el panarabismo secular del partido Baas (nieto o bisnieto de la trilogía gala de libertad, igualdad y fraternidad).

Sus expresiones geográficas, el "califato" del EI, que prometió abiertamente terminar con las fronteras del tratado, y la República Árabe Unida, que hizo lo propio sin proclamarlo con los límites entre Egipto, Siria e Irak hace medio siglo, son visibles consecuencias de la violenta debilidad del reparto.

La unidad tendencial y profunda de los que no fueron escuchados en 1916 barre como una tormenta de arena, una y otra vez, los límites que estableció inconsulta, indirecta o colateralmente ese tratado.

Pero el tratado resumía sin embargo las fuerzas más poderosas que puedan sostener un límite: el ansia occidental por el petróleo del Golfo Pérsico y el interés de Europa por controlar las rutas marítimas hacia la India y el Extremo Oriente.

La imposibilidad de estabilizar límites sostenidos por semejante poder demuestra cuán fuerte es, a su vez, la tendencia a la unificación regional que, en paradojal silencio, promueven incesantemente la lengua árabe y la religión musulmana, que en abrumadora mayoría hablan y profesan los pueblos del Medio Oriente.

La tendencia a la unidad supera incluso las divisiones endógenas, y por eso mismo más sólidas que las legadas por el tratado Sykes-Picot: los intereses de casta y clase, las visiones religiosas, los posicionamientos geopolíticos, lo cuestionan por encima de las más notables diferencias ideológicas.

El tratado no es ajeno ni siquiera a las sangrientas represiones del período de entreguerras o los conflictos abiertos. Son ejemplos el de Yemen en la primera mitad de la década de 1960 o el que ahora azota Siria desde hace ya cinco años.

Pero no sólo las aspiraciones de los pueblos "nativos" ponen en cuestión los límites del tratado. También lo hicieron al menos dos hechos vinculados a la lucha entre los colonialismos de Europa.

Por un lado, en 1938 y para garantizarse la neutralidad de Turquía en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno francés decidió entregarle a Ankara el entonces conocido como "sanjak de Alexandretta", hoy provincia turca de Hatay.

Esta fue reivindicada hasta el día de hoy por Siria. que además la denuncia como retaguardia activa de formaciones yihadistas irregulares que se infiltran en su territorio.

Por el otro lado, exactamente mientras se estaba negociando el tratado, el Reino Unido intentó sacar ventaja de su aliado parisino enviando hacia Siria (que quedaba, como el Líbano, bajo control francés) una ofensiva militar árabe autónoma que contradecía de hecho al acuerdo.

En el reparto final, Londres se quedó con el control del actual Kurdistán iraquí, y el área de influencia francesa, que originalmente incluía vastas zonas del Kurdistán turco, se limitó a las actuales Siria y Líbano.

No deja de ser interesante el modo en que el mundo se enteró de la existencia del tratado.

El Imperio Ruso tenía intereses en el área. Es por eso que, si bien el acuerdo comprometía solo a franceses y británicos, una copia fue girada a la Cancillería de la Rusia zarista, para darle seguridades al aliado que sostenía el Frente Oriental de la guerra.

San Petersburgo, en efecto, pretendía (y el tratado le prometía) "la posesión de Constantinopla y el control del estrecho de los Dardanelos".

Fue gracias a la atención que a ello prestaron Londres y París que hoy la humanidad conoce el acuerdo, ya que los bolcheviques, entonces acérrimos partidarios del fin de la diplomacia secreta, lo revelaron tras llegar al poder en la revolución de Octubre de 1917.


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