El drama, la guapeza y la épica resumida en una noche inolvidable

Un choque de cabezas, una profunda herida en forma de L, la camisa ensangrentada de un árbitro con coraje y un puño cerrado festejando el nocaut consumado fueron, son y serán las postales de una jornada épica en el boxeo argentino, cuando Víctor Emilio Galíndez venció a Richie Kates, hace 40 años.

21 MAY 2016 - 2:38 | Actualizado

Estaba en juego el título mediopesado de la Asociación Mundial (AMB) y ocurrió un sábado 22 de mayo de 1976 en el Ran Stadium de Johannesburgo, Sudáfrica. Ironía o no del destino, ese día de gloria se contrapuso al listón negro que representó el asesinato de Oscar "Ringo" Bonavena, lejos de ahí, en un burdel del estado de Nevada.

Galíndez, quien falleció prematuramente en octubre de 1980 a los 31 años en un accidente automovilístico (como acompañante en el TC de Antonio Lizeviche) en la ciudad bonaerense de 25 de Mayo, ensayaba por aquellos días la quinta defensa del cetro que había conquistado en Buenos Aires en diciembre de 1974, cuando superó por abandono al también estadounidense Len Hutchins.

Cuando se llevó a cabo el combate con Kates en Sudáfrica, el guapo peleador nacido en la localidad de Vedia (noviembre de 1948) no experimentaba aún el crédito unánime e incondicional del aficionado al boxeo argentino, en un período en el que, sábado por medio, el Luna Park asomaba lleno pelease quien pelease.

Kates, por aquel entonces segundo en el ranking mundial AMB, lucía como un adversario de riesgo. Por eso, tal vez, el nacido en Bridgetown (Barbados) pero radicado en Nueva Jersey asumió el control del ring en esos primeros asaltos del combate e incomodó a un campeón que parecía fuera de foco en ese arranque todavía no furioso.

En el tercer round se produjo el episodio que marcó a fuego la historia: Kates chocó la cabeza con Galíndez y le produjo al argentino una herida en forma de L sobre el arco superciliar derecho.

Según la trepidante crónica del periodista Ernesto Cherquis Bialo, enviado especial por la revista El Gráfico, el reinado del bonaerense pudo haber terminado en ese mismo instante si el referí local Stanley Christodoulou “hubiera aplicado el reglamento” llamando al fallo de los jurados al momento de la involuntaria interrupción.

Lo mismo hubiese ocurrido si el médico Clive Noble se hubiese impresionado con el tamaño de la lastimadura o si el promotor Juan Carlos "Tito" Lectoure (manager de Galíndez) hubiera autorizado que se arrojase la toalla al centro del cuadrilátero, decretando el abandono.

“Todos se pusieron de acuerdo para darle a Galíndez la última chance” escribió Cherquis Bialo. Y el campeón, con un corazón enorme, no la desaprovechó.

“Me duele, no veo nada. Pero de aquí me bajan muerto. Tito, ajústeme los guantes” le espetó Galíndez a Lectoure, quien comprendió inmediatamente que su boxeador iba por la gloria.

Aun sin ver con claridad, el argentino empezó a tirar golpes desde distintas posiciones y revirtió el desarrollo de una pelea que se presentaba adversa.

Inclusive, en el séptimo round, “la campana salvó a Kates del nocaut”, ya que el referí, a esa altura con la manga derecha de su camisa llena de sangre (esa prenda está en el Salón de la Fama de Pennsylvania), “le contó 9 segundos de caída efectiva” al norteamericano, según relató El Gráfico.

La concurrencia en una Sudáfrica en la que aún gobernaba el Apartheid y el método de segregación racista empezó tibiamente a gritar “Víc-tor”, “Víc-tor” para apoyar a un Galíndez que iría por la cereza que le faltaba al postre.

Ya erigido en dominador absoluto de la batalla, el argentino consumó la hazaña en el decimoquinto y último round: una izquierda al mentón, recta y potente, de abajo hacia arriba –como indican los manuales- derribó por completo a Kates, quien permaneció 13 segundos en el suelo. Galíndez, enarbolando el puño derecho hacia abajo, festejaba haber sido artífice de su propio destino, con una dosis de coraje ilimitado.

“Nunca volví a ser el mismo boxeador después de esa primera pelea con Galíndez (hubo una segunda en Roma, un año después), confesó oportunamente Kates, en declaraciones al diario The Press of Atlantic City.

“Pensé que había cometido una injusticia y nunca más pude superarlo”, agregó el otrora púgil estadounidense, sintiéndose responsable del choque de cabezas que ocasionó tamaña herida en el rostro de Galíndez.

Pero, por otro lado, Kates se reprochó “no haber hecho las cosas para lograr el título mundial. Hay tantos boxeadores que nunca han tenido esa oportunidad”, se lamentó.

Mientras, un peleador ya había adquirido la categoría de ídolo. El relato del periodista Roberto Maidana, enviado especial de Canal 13, que trasmitió en directo el evento, hablaba de un combate “que marca un antes y un después en la carrera” del campeón mediopesado. Y así ocurrió.

A su regreso a Buenos Aires, Galíndez sintió que se había metido definitivamente en el corazón de los argentinos. Fue paseado en autobomba de los bomberos desde el Aeropuerto de Ezeiza hasta el Luna Park, con más de mil personas escoltando sus movimientos. Todo por aquella noche de drama, guapeza y épica que hoy por hoy ya forma parte de la leyenda.

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21 MAY 2016 - 2:38

Estaba en juego el título mediopesado de la Asociación Mundial (AMB) y ocurrió un sábado 22 de mayo de 1976 en el Ran Stadium de Johannesburgo, Sudáfrica. Ironía o no del destino, ese día de gloria se contrapuso al listón negro que representó el asesinato de Oscar "Ringo" Bonavena, lejos de ahí, en un burdel del estado de Nevada.

Galíndez, quien falleció prematuramente en octubre de 1980 a los 31 años en un accidente automovilístico (como acompañante en el TC de Antonio Lizeviche) en la ciudad bonaerense de 25 de Mayo, ensayaba por aquellos días la quinta defensa del cetro que había conquistado en Buenos Aires en diciembre de 1974, cuando superó por abandono al también estadounidense Len Hutchins.

Cuando se llevó a cabo el combate con Kates en Sudáfrica, el guapo peleador nacido en la localidad de Vedia (noviembre de 1948) no experimentaba aún el crédito unánime e incondicional del aficionado al boxeo argentino, en un período en el que, sábado por medio, el Luna Park asomaba lleno pelease quien pelease.

Kates, por aquel entonces segundo en el ranking mundial AMB, lucía como un adversario de riesgo. Por eso, tal vez, el nacido en Bridgetown (Barbados) pero radicado en Nueva Jersey asumió el control del ring en esos primeros asaltos del combate e incomodó a un campeón que parecía fuera de foco en ese arranque todavía no furioso.

En el tercer round se produjo el episodio que marcó a fuego la historia: Kates chocó la cabeza con Galíndez y le produjo al argentino una herida en forma de L sobre el arco superciliar derecho.

Según la trepidante crónica del periodista Ernesto Cherquis Bialo, enviado especial por la revista El Gráfico, el reinado del bonaerense pudo haber terminado en ese mismo instante si el referí local Stanley Christodoulou “hubiera aplicado el reglamento” llamando al fallo de los jurados al momento de la involuntaria interrupción.

Lo mismo hubiese ocurrido si el médico Clive Noble se hubiese impresionado con el tamaño de la lastimadura o si el promotor Juan Carlos "Tito" Lectoure (manager de Galíndez) hubiera autorizado que se arrojase la toalla al centro del cuadrilátero, decretando el abandono.

“Todos se pusieron de acuerdo para darle a Galíndez la última chance” escribió Cherquis Bialo. Y el campeón, con un corazón enorme, no la desaprovechó.

“Me duele, no veo nada. Pero de aquí me bajan muerto. Tito, ajústeme los guantes” le espetó Galíndez a Lectoure, quien comprendió inmediatamente que su boxeador iba por la gloria.

Aun sin ver con claridad, el argentino empezó a tirar golpes desde distintas posiciones y revirtió el desarrollo de una pelea que se presentaba adversa.

Inclusive, en el séptimo round, “la campana salvó a Kates del nocaut”, ya que el referí, a esa altura con la manga derecha de su camisa llena de sangre (esa prenda está en el Salón de la Fama de Pennsylvania), “le contó 9 segundos de caída efectiva” al norteamericano, según relató El Gráfico.

La concurrencia en una Sudáfrica en la que aún gobernaba el Apartheid y el método de segregación racista empezó tibiamente a gritar “Víc-tor”, “Víc-tor” para apoyar a un Galíndez que iría por la cereza que le faltaba al postre.

Ya erigido en dominador absoluto de la batalla, el argentino consumó la hazaña en el decimoquinto y último round: una izquierda al mentón, recta y potente, de abajo hacia arriba –como indican los manuales- derribó por completo a Kates, quien permaneció 13 segundos en el suelo. Galíndez, enarbolando el puño derecho hacia abajo, festejaba haber sido artífice de su propio destino, con una dosis de coraje ilimitado.

“Nunca volví a ser el mismo boxeador después de esa primera pelea con Galíndez (hubo una segunda en Roma, un año después), confesó oportunamente Kates, en declaraciones al diario The Press of Atlantic City.

“Pensé que había cometido una injusticia y nunca más pude superarlo”, agregó el otrora púgil estadounidense, sintiéndose responsable del choque de cabezas que ocasionó tamaña herida en el rostro de Galíndez.

Pero, por otro lado, Kates se reprochó “no haber hecho las cosas para lograr el título mundial. Hay tantos boxeadores que nunca han tenido esa oportunidad”, se lamentó.

Mientras, un peleador ya había adquirido la categoría de ídolo. El relato del periodista Roberto Maidana, enviado especial de Canal 13, que trasmitió en directo el evento, hablaba de un combate “que marca un antes y un después en la carrera” del campeón mediopesado. Y así ocurrió.

A su regreso a Buenos Aires, Galíndez sintió que se había metido definitivamente en el corazón de los argentinos. Fue paseado en autobomba de los bomberos desde el Aeropuerto de Ezeiza hasta el Luna Park, con más de mil personas escoltando sus movimientos. Todo por aquella noche de drama, guapeza y épica que hoy por hoy ya forma parte de la leyenda.


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