El Mingo de la gente

Hasta su aparición nadie había provocado semejante grado de exaltación. Con él comenzaron las caravanas interminables, la multitud en las calles, el camión de los bomberos paseándolo por toda la ciudad, los desbordantes festejos de un pueblo conmovido y feliz.

“Mingo” Malvarez en acción, desplegando su estilo que lo llevó dos veces a pelear por el título del mundo.
21 MAY 2016 - 21:52 | Actualizado

Era nuestro, bien chubutense y con él viajamos por el mundo, abrazados a sus sueños. Aprendimos a esquivar un golpe, a colocar un jab, a meter un cross, a caminar el cuadrilátero.

Tras su figura enhiesta nos unimos chicos y grandes, ricos y pobres, expertos y neófitos. Colmó las fantasías de un pueblo necesitado de gloria, provocando ese dulce ardor de la emoción que sacude las fibras más íntimas, que te infla el pecho de orgullo. Eso significó Malvárez para todos los chubutenses.

Nació en el seno de una familia peronista, por eso lo llamaron Juan Domingo, en honor al general, al que su padre veneraba. Estelina Moraga fue su madre y lo trajo al mundo el 10 de julio de 1952 en el Hospital de Gaiman. “Mingo” fue el séptimo hijo de un total de trece, entre varones y mujeres. A los pocos años, su padre Juan Antonio que era agente de policía fue trasladado a Trelew y se instalaron en una casa de la calle 28 de Julio entre Edison y Marconi. No faltaban los amigos en aquellos años pueriles, llenos de travesuras y diversión. Los Valdés, los López, Los Chicahuala, los Blanes, formaban parte de la barra que se juntaba todos los días a jugar a la pelota. En la adolescencia, empezó a trabajar en la fábrica textil Roma, en pleno auge de la actividad fabril de Trelew. “Mingo” era un muy buen arquero de fútbol, condiciones que mostró notablemente en Racing de Trelew, llegando a jugar un par de partidos en primera, cuando recién había cumplido los dieciséis años. Pero su verdadera pasión pasaba por otro lado. Un día observó que en el quincho de la cancha de Racing se entrenaba un grupo de boxeadores y al acercarse quedó embelesado con ese festival de bolsa y soga que ofrecían aquellos púgiles. De Racing se trasladó al gimnasio del Club Huracán y allí se preparaba con Oscar Flores y con el chileno Ibáñez.

Juan Domingo Malvarez debutó como profesional en Esquel en 1971 peleando en los 51 kilos y cayendo ante José Almonacid. Por entonces, conoció a Don Osvaldo Hughes, el hombre más trascendente de su carrera boxística. “El Galenso” fue como un segundo padre para “Mingo”, pero además del cariño que le dispensaba, era un sabio del boxeo y un gran motivador. Los entrenamientos comenzaban a las 5 de la mañana porque Hughes trabajaba en Vialidad y entraba a las 7. En invierno, Osvaldo pasaba a buscarlo munido de dos frazadas con las que se protegía del frío, mientras su pupilo cumplía con los 50 minutos de footing diario en la vieja cancha de Racing. Las peleas se hacían primero en el Club Huracán, pero con el tiempo se fue quedando chico y pasaron al Gimnasio de Independiente. Los espectadores salían con la butaca afuera y el que peor la pasaba era el cuidador que al final del espectáculo se quedaba hasta las 5 de la mañana juntando sillas.

En 1975 a través de un contacto de Osvaldo Hughes con Amílcar Brusa, Malvárez se sumó al equipo de Carlos Monzón. De entrada nomás y a primera vista, se gestó una relación de amistad que se mantendría hasta la muerte del incomparable campeón.

El campeonato argentino de los Plumas llegó el 14 de enero de 1976 en el Piso de los Deportes en Mar del Plata cuando derrotó por puntos en 12 vueltas a Benicio Segundo Sosa. Fue una noche de tremendas contradicciones, porque cuando bajaba del cuadrilátero feliz por la obtención del campeonato se enteró que su padre había sido asesinado. Para entonces ya se había transformado en una figura mimada del pugilismo nacional. Los periodistas porteños lo bautizaron “el Monzón de bolsillo”, por el parecido físico con Carlos, pero también por la potencia de sus puños. Tenía además una privilegiada estatura para la categoría (1,70) un excelente movimiento de piernas y cintura y una justeza y velocidad en sus puños que lo hacía vistoso y atractivo para cualquier espectador.

Desde aquella primera noche inolvidable y durante muchas temporadas ininterrumpidas, “Mingo” fue elegido para abrir el calendario boxístico del Luna Park.

El 7 de abril de 1979 venció por nocaut al brasileño José Francisco de Paula consagrándose campeón sudamericano. Surge entonces, la chance mundialista ante “El Coloradito” Danny López. La primera vuelta fue memorable y “Mingo” ofreció lo mejor de su repertorio. Una combinación al rostro de López provocó una caída espectacular que parecía la antesala de la consagración. El norteamericano llegó al descanso con la lengua afuera y la cara ensangrentada. Cuando Malvárez le preguntó a Brusa cómo salía a pelear el segundo round, el viejo maestro le sugirió que saliera a definirlo con absoluta determinación. “Mingo” fue por la gloria y se encontró con una contra fulminante y letal. A la vuelta de Nueva Orleáns, Lectoure organizó una caravana desde Ezeiza al Luna Park y un reconocimiento similar se le tributó en Trelew.

Tendría otra chance mundialista un año después, pero esta vez, Eusebio Pedroza uno de los mejores campeones de la historia de los plumas, no iba a ofrecerle ninguna posibilidad. Fue nocaut en el quinto round con un golpe demoledor en el plexo de Malvárez. Después de aquella derrota, la carrera de “Mingo” en el país, mantuvo una vertiginosa intensidad. Fue un clásico la seguidilla de enfrentamientos con Hipólito Núñez, que vencía a todos los plumas del país y terminaba siempre enfrentando al chubutense. La última batalla fue en Comodoro y ese día tras una nueva derrota, el salteño le dijo: -Chango, no te peleo más.

En 1983 protagonizó el último capítulo resonante de su exitosa carrera boxística cuando venció a Víctor Hugo Palma en un choque que estuvo colmado de provocaciones y apariciones televisivas. Ganó “Mingo” por paliza con récord de público en el Luna Park.

Malvárez había logrado meterse otra vez entre los cuatro primeros plumas del mundo y esperaba una revancha con Benicio Sosa por el título argentino, pero el destino le jugó una mala pasada. Subió a un taxi en Buenos Aires, éste colisionó con otro auto y sufrió una grave herida en un ojo al golpearse con los lentes que llevaba puestos. Ya tenía 33 años y sintió que no había tiempo para volver.

Lo esperaban sus hijos, Sandra, Cristian, Marcos, Maria José, María Sol, Facundo y Jimena. Lo esperaba su público fiel que lo había acompañado en su extensa y exitosa carrera deportiva. Fueron en total 113 peleas como profesional, con 64 victorias por nocaut y solo 9 derrotas.

Fue campeón argentino y sudamericano, peleó dos veces por el título mundial, fue ídolo en el Luna Park y respetado en el mundo entero.

Pero sobre todas las cosas, fue una figura épica de nuestro deporte valletano, el primer gran héroe para muchas generaciones que lo veneraron por su talento y por su osadía.

Fue el morocho chubutense, de pegada portentosa y cara de recio, que nos sacó a pasear por el mundo, que nos hizo sentir importantes, que nos enseñó que era posible también para nosotros llegar al olimpo de los vencedores.

Juan Domingo Malvárez fue, es y será, el hombre coronado de gloria, por un pueblo agradecido al que conquistó para toda la eternidad.#

* Del libro El Deporte También es Historia, de inminente publicación.

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“Mingo” Malvarez en acción, desplegando su estilo que lo llevó dos veces a pelear por el título del mundo.
21 MAY 2016 - 21:52

Era nuestro, bien chubutense y con él viajamos por el mundo, abrazados a sus sueños. Aprendimos a esquivar un golpe, a colocar un jab, a meter un cross, a caminar el cuadrilátero.

Tras su figura enhiesta nos unimos chicos y grandes, ricos y pobres, expertos y neófitos. Colmó las fantasías de un pueblo necesitado de gloria, provocando ese dulce ardor de la emoción que sacude las fibras más íntimas, que te infla el pecho de orgullo. Eso significó Malvárez para todos los chubutenses.

Nació en el seno de una familia peronista, por eso lo llamaron Juan Domingo, en honor al general, al que su padre veneraba. Estelina Moraga fue su madre y lo trajo al mundo el 10 de julio de 1952 en el Hospital de Gaiman. “Mingo” fue el séptimo hijo de un total de trece, entre varones y mujeres. A los pocos años, su padre Juan Antonio que era agente de policía fue trasladado a Trelew y se instalaron en una casa de la calle 28 de Julio entre Edison y Marconi. No faltaban los amigos en aquellos años pueriles, llenos de travesuras y diversión. Los Valdés, los López, Los Chicahuala, los Blanes, formaban parte de la barra que se juntaba todos los días a jugar a la pelota. En la adolescencia, empezó a trabajar en la fábrica textil Roma, en pleno auge de la actividad fabril de Trelew. “Mingo” era un muy buen arquero de fútbol, condiciones que mostró notablemente en Racing de Trelew, llegando a jugar un par de partidos en primera, cuando recién había cumplido los dieciséis años. Pero su verdadera pasión pasaba por otro lado. Un día observó que en el quincho de la cancha de Racing se entrenaba un grupo de boxeadores y al acercarse quedó embelesado con ese festival de bolsa y soga que ofrecían aquellos púgiles. De Racing se trasladó al gimnasio del Club Huracán y allí se preparaba con Oscar Flores y con el chileno Ibáñez.

Juan Domingo Malvarez debutó como profesional en Esquel en 1971 peleando en los 51 kilos y cayendo ante José Almonacid. Por entonces, conoció a Don Osvaldo Hughes, el hombre más trascendente de su carrera boxística. “El Galenso” fue como un segundo padre para “Mingo”, pero además del cariño que le dispensaba, era un sabio del boxeo y un gran motivador. Los entrenamientos comenzaban a las 5 de la mañana porque Hughes trabajaba en Vialidad y entraba a las 7. En invierno, Osvaldo pasaba a buscarlo munido de dos frazadas con las que se protegía del frío, mientras su pupilo cumplía con los 50 minutos de footing diario en la vieja cancha de Racing. Las peleas se hacían primero en el Club Huracán, pero con el tiempo se fue quedando chico y pasaron al Gimnasio de Independiente. Los espectadores salían con la butaca afuera y el que peor la pasaba era el cuidador que al final del espectáculo se quedaba hasta las 5 de la mañana juntando sillas.

En 1975 a través de un contacto de Osvaldo Hughes con Amílcar Brusa, Malvárez se sumó al equipo de Carlos Monzón. De entrada nomás y a primera vista, se gestó una relación de amistad que se mantendría hasta la muerte del incomparable campeón.

El campeonato argentino de los Plumas llegó el 14 de enero de 1976 en el Piso de los Deportes en Mar del Plata cuando derrotó por puntos en 12 vueltas a Benicio Segundo Sosa. Fue una noche de tremendas contradicciones, porque cuando bajaba del cuadrilátero feliz por la obtención del campeonato se enteró que su padre había sido asesinado. Para entonces ya se había transformado en una figura mimada del pugilismo nacional. Los periodistas porteños lo bautizaron “el Monzón de bolsillo”, por el parecido físico con Carlos, pero también por la potencia de sus puños. Tenía además una privilegiada estatura para la categoría (1,70) un excelente movimiento de piernas y cintura y una justeza y velocidad en sus puños que lo hacía vistoso y atractivo para cualquier espectador.

Desde aquella primera noche inolvidable y durante muchas temporadas ininterrumpidas, “Mingo” fue elegido para abrir el calendario boxístico del Luna Park.

El 7 de abril de 1979 venció por nocaut al brasileño José Francisco de Paula consagrándose campeón sudamericano. Surge entonces, la chance mundialista ante “El Coloradito” Danny López. La primera vuelta fue memorable y “Mingo” ofreció lo mejor de su repertorio. Una combinación al rostro de López provocó una caída espectacular que parecía la antesala de la consagración. El norteamericano llegó al descanso con la lengua afuera y la cara ensangrentada. Cuando Malvárez le preguntó a Brusa cómo salía a pelear el segundo round, el viejo maestro le sugirió que saliera a definirlo con absoluta determinación. “Mingo” fue por la gloria y se encontró con una contra fulminante y letal. A la vuelta de Nueva Orleáns, Lectoure organizó una caravana desde Ezeiza al Luna Park y un reconocimiento similar se le tributó en Trelew.

Tendría otra chance mundialista un año después, pero esta vez, Eusebio Pedroza uno de los mejores campeones de la historia de los plumas, no iba a ofrecerle ninguna posibilidad. Fue nocaut en el quinto round con un golpe demoledor en el plexo de Malvárez. Después de aquella derrota, la carrera de “Mingo” en el país, mantuvo una vertiginosa intensidad. Fue un clásico la seguidilla de enfrentamientos con Hipólito Núñez, que vencía a todos los plumas del país y terminaba siempre enfrentando al chubutense. La última batalla fue en Comodoro y ese día tras una nueva derrota, el salteño le dijo: -Chango, no te peleo más.

En 1983 protagonizó el último capítulo resonante de su exitosa carrera boxística cuando venció a Víctor Hugo Palma en un choque que estuvo colmado de provocaciones y apariciones televisivas. Ganó “Mingo” por paliza con récord de público en el Luna Park.

Malvárez había logrado meterse otra vez entre los cuatro primeros plumas del mundo y esperaba una revancha con Benicio Sosa por el título argentino, pero el destino le jugó una mala pasada. Subió a un taxi en Buenos Aires, éste colisionó con otro auto y sufrió una grave herida en un ojo al golpearse con los lentes que llevaba puestos. Ya tenía 33 años y sintió que no había tiempo para volver.

Lo esperaban sus hijos, Sandra, Cristian, Marcos, Maria José, María Sol, Facundo y Jimena. Lo esperaba su público fiel que lo había acompañado en su extensa y exitosa carrera deportiva. Fueron en total 113 peleas como profesional, con 64 victorias por nocaut y solo 9 derrotas.

Fue campeón argentino y sudamericano, peleó dos veces por el título mundial, fue ídolo en el Luna Park y respetado en el mundo entero.

Pero sobre todas las cosas, fue una figura épica de nuestro deporte valletano, el primer gran héroe para muchas generaciones que lo veneraron por su talento y por su osadía.

Fue el morocho chubutense, de pegada portentosa y cara de recio, que nos sacó a pasear por el mundo, que nos hizo sentir importantes, que nos enseñó que era posible también para nosotros llegar al olimpo de los vencedores.

Juan Domingo Malvárez fue, es y será, el hombre coronado de gloria, por un pueblo agradecido al que conquistó para toda la eternidad.#

* Del libro El Deporte También es Historia, de inminente publicación.


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