Michael Moore pone el ojo (y la cámara) en Europa

El documental "¿Qué invadimos ahora?" (Where to Invade Next), guionado, dirigido y actuado por el estadounidense Michael Moore bromea sobre plantar la bandera de su país en distintos lugares de Europa y el norte de África, en busca de sociedades más o menos "ideales" que le permitirían paliar muchas carencias sociales que afligen a los Estados Unidos.

17 OCT 2016 - 14:44 | Actualizado

Menos explosivo que en "Bowling for Columbine" (2002), sobre la proliferación libre de armas en su país, menos brutal con el establishment que en "Fahrenheit 9/11" (2004) y menos duro que en "Sicko" (2006), acerca del desamparo de la mayoría de la población de quienes no tienen seguro de salud y deben sufrir barbaridades en sus cuerpos, Moore dirige su mensaje antes que nada a sus conciudadanos para demostrarles que el "sueño americano" está muy lejos de existir.

Durante unos excesivos 120 minutos de metraje, el documentalista mezcla secuencias de sus diversos destinos, extractos documentales y de películas que ensalzan a las fuerzas armadas, el sexo "sano" de los conservadores, se sienta a almorzar con escolares franceses y pasea su desarrapada humanidad por despachos oficiales y otros lugares.

Hay algunas sorpresas en su periplo, como que en Túnez, un país mayormente musulmán, la educación sexual está muy avanzada y el aborto es legal y se hace en hospitales públicos, o que en Portugal existe la misma libertad de poseer y consumir drogas como en la mítica Amsterdam, por lo menos así lo manifiestan dos policías de una formación cultural inaudita, quienes agregan que con la despenalización bajó notablemente el delito.

En Finlandia el papel de la mujer es preponderante en la política y los negocios privados, al punto de que allí el "segundo sexo" viene a ser el masculino, algo parecido a lo que sucede en Islandia, que superó la crisis bancaria de 2008 de la mano de una primera ministra y desde entonces volvió la pujanza gracias a una mayoría de funcionarias.

A Moore lo que lo sorprende de Francia es la alimentación de los chicos en un colegio primario, con una tropa de ecónomos que decide por semana cómo van a ser las comidas y cuántas las calorías, con quesos Camembert y otras variedades, en una ingesta que nada tiene que envidiarle a la de un hotel de lujo.

En Italia entrevista a una pareja de mediana edad y trabajadora que goza de unas vacaciones pagas que les permiten viajar por el mundo y descansar y que le revela la cantidad de días de que gozan las parturientas y sus maridos, lo que redunda, según ellos, en el incentivo amatorio para esa gente sin estrés.

El otro destino es Alemania, que le revela una población que revisa permanentemente el período nazi y hace un culto a la memoria para no volver a cometer lo mismo o cosas parecidas, en tanto contrapone esas conductas al racismo que reina en su país y y que va del antiguo Ku Klux Klan a la vida diaria en las grandes ciudades.

La oposición que plantea el filme, en el que Moore parece buscar paraísos parciales -no hay crisis econónica ni financiera en Europa, no hay desocupación, no hay "homeless", no hay migrantes violentados- sirve sobre todo para fustigar su lugar de partida, en lo que más que apuntes sociológicos parecen el capricho de un gordito que se sabe popular.

Eso no descalifica de ningún modo el intento de denuncia, pero ni los europeos saben de qué se trata la vida de la gente común en Estados Unidos ni allí se imaginan -que es lo que Moore quiere manifestar- qué son la salud y la enseñanza públicas y gratuitas para todos, las vacaciones pagas, el aguinaldo y un pensamiento algo más comunitario.

Así es que ante algunos presos europeos que viven poco menos que en un barrio privado y hablan de sus condenas como quien relata una historia ajena, Moore presenta la violencia de las cárceles de su país, con la violencia constante, perros azuzados para que muerdan a los presos (siempre pobres y casi siempre negros), pérdida de derechos cívicos de por vida y el trabajo esclavo, por el que los internos cobran centavos por fabricar hamburguesas que luego saldrán al mercado o carteras de primerísima marca.

Pese a todo, el periodista showman que alguna vez fue comparado con una figura local, cumple su tarea como interpelador incómodo pero simpático, más interesante para sus coterráneos que para países como la Argentina, que no están en Europa pero que por el momento no perdió ciertos beneficios sociales conquistados hace décadas.

17 OCT 2016 - 14:44

Menos explosivo que en "Bowling for Columbine" (2002), sobre la proliferación libre de armas en su país, menos brutal con el establishment que en "Fahrenheit 9/11" (2004) y menos duro que en "Sicko" (2006), acerca del desamparo de la mayoría de la población de quienes no tienen seguro de salud y deben sufrir barbaridades en sus cuerpos, Moore dirige su mensaje antes que nada a sus conciudadanos para demostrarles que el "sueño americano" está muy lejos de existir.

Durante unos excesivos 120 minutos de metraje, el documentalista mezcla secuencias de sus diversos destinos, extractos documentales y de películas que ensalzan a las fuerzas armadas, el sexo "sano" de los conservadores, se sienta a almorzar con escolares franceses y pasea su desarrapada humanidad por despachos oficiales y otros lugares.

Hay algunas sorpresas en su periplo, como que en Túnez, un país mayormente musulmán, la educación sexual está muy avanzada y el aborto es legal y se hace en hospitales públicos, o que en Portugal existe la misma libertad de poseer y consumir drogas como en la mítica Amsterdam, por lo menos así lo manifiestan dos policías de una formación cultural inaudita, quienes agregan que con la despenalización bajó notablemente el delito.

En Finlandia el papel de la mujer es preponderante en la política y los negocios privados, al punto de que allí el "segundo sexo" viene a ser el masculino, algo parecido a lo que sucede en Islandia, que superó la crisis bancaria de 2008 de la mano de una primera ministra y desde entonces volvió la pujanza gracias a una mayoría de funcionarias.

A Moore lo que lo sorprende de Francia es la alimentación de los chicos en un colegio primario, con una tropa de ecónomos que decide por semana cómo van a ser las comidas y cuántas las calorías, con quesos Camembert y otras variedades, en una ingesta que nada tiene que envidiarle a la de un hotel de lujo.

En Italia entrevista a una pareja de mediana edad y trabajadora que goza de unas vacaciones pagas que les permiten viajar por el mundo y descansar y que le revela la cantidad de días de que gozan las parturientas y sus maridos, lo que redunda, según ellos, en el incentivo amatorio para esa gente sin estrés.

El otro destino es Alemania, que le revela una población que revisa permanentemente el período nazi y hace un culto a la memoria para no volver a cometer lo mismo o cosas parecidas, en tanto contrapone esas conductas al racismo que reina en su país y y que va del antiguo Ku Klux Klan a la vida diaria en las grandes ciudades.

La oposición que plantea el filme, en el que Moore parece buscar paraísos parciales -no hay crisis econónica ni financiera en Europa, no hay desocupación, no hay "homeless", no hay migrantes violentados- sirve sobre todo para fustigar su lugar de partida, en lo que más que apuntes sociológicos parecen el capricho de un gordito que se sabe popular.

Eso no descalifica de ningún modo el intento de denuncia, pero ni los europeos saben de qué se trata la vida de la gente común en Estados Unidos ni allí se imaginan -que es lo que Moore quiere manifestar- qué son la salud y la enseñanza públicas y gratuitas para todos, las vacaciones pagas, el aguinaldo y un pensamiento algo más comunitario.

Así es que ante algunos presos europeos que viven poco menos que en un barrio privado y hablan de sus condenas como quien relata una historia ajena, Moore presenta la violencia de las cárceles de su país, con la violencia constante, perros azuzados para que muerdan a los presos (siempre pobres y casi siempre negros), pérdida de derechos cívicos de por vida y el trabajo esclavo, por el que los internos cobran centavos por fabricar hamburguesas que luego saldrán al mercado o carteras de primerísima marca.

Pese a todo, el periodista showman que alguna vez fue comparado con una figura local, cumple su tarea como interpelador incómodo pero simpático, más interesante para sus coterráneos que para países como la Argentina, que no están en Europa pero que por el momento no perdió ciertos beneficios sociales conquistados hace décadas.


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