“Nos gritaban violadores y golpeadores, y que no se iban a someter a lo que llamamos justicia”

Se llamó “Operativo Maitén”: el procedimiento que liberó las vías de “La Trochita” bajo una lluvia de piedras, insultos y fierrazos. Los tres activistas mapuches que fueron procesados no le dieron su versión al juez. Sí lo hicieron los uniformados. Una visión de lo que sucedió esa mañanacon el RAM.

25 ENE 2017 - 21:53 | Actualizado

Ariel Mariotto Garzi, Ricardo Darío Antigual y Nicolás Daniel Hernández Huala se negaron a contarle al juez federal de Esquel, Guido Otranto, su versión del “Operativo Maitén”. Así se llamó al procedimiento de Gendarmería que el 10 de enero ingresó al predio ocupado por Resistencia Ancestral Mapuche en estancia Leleque y liberó las vías de “La Trochita”. Garzi y Huala fueron capturados en fuga; Antigual, escondido debajo de un catre. Los tres fueron procesados pero no declararon. Por eso el fallo sólo tiene los relatos de los uniformados.

La cabo Ada Castellano custodió una casa donde el grupo activista se refugió luego de que esa mañana el operativo atravesó el alambrado. Las mujeres resistían y gritaban que se iban a prender fuego.

Le ordenaron sacarlas. Con otras ocho compañeras rompió una puerta. Había un bebé y un nene de 9 años. “Una sostenía un palo con una punta encendida, tipo antorcha, otra un cuchillo y una tercera un fierro”, contó. Un gendarme con un matafuego apagó la antorcha y el humo blanco cubrió todo. Castellano perdió la visión y “cuando se acercó revoleaban un fierro”.

Vio cómo pateaban en la cara a su compañera, la cabo Estela Jerónimo. Otra le pegaba con un fierro en la espalda. Castellano la tironeó de la ropa para sacarla y recibió un fierrazo en su muñeca. Dejó de sentir la mano. “Se asustó mucho porque continuaba golpeándola pero logró sacarla de la casa. Sacaban caminando a una mujer con el nene de 8 años y ella gritaba que nadie la toque. Todas se quedaban en un lugar apartado, custodiadas”. Al salir, Castellano se desmayó. Cuando despertó sus compañeros le sacaban el casco.

Mario Quintana comandaba uno de los grupos. A 80 metros del alambrado mapuches encapuchados y escondidos en los arbustos tiraban piedras grandes con hondas caseras. “Se avanzó en formación de cadena, típica en casos de disturbios para ganar terreno”, explicó.

Una roca traspasó la contención de escudos e impactó en su codo, una zona sin protección. Quintana no pudo seguir. “Las piedras volaban desde todos lados”, testimonió. “Lleva casi 21 años como integrante de un destacamento móvil, y no puede creer la agresividad que esta gente demostró, los estaban esperando, y no querían ningún tipo de diálogo, estaban preparados para enfrentarlos. En cualquier manifestación de esta naturaleza siempre hay una instancia de diálogo pero en este caso no querían dialogar, sólo confrontar”, relató este gendarme.

Estela Gerónimo es otra uniformada. “Había hombres que tiraban muchas piedras muy grandes”.

En las viviendas “las mujeres decían que iban a quemar a sus hijos antes de salir. Se veía fuego dentro. Gritaban maldiciones y decían que les iba a llegar a ellos y a sus hijos; les gritaban violadores, golpeadores, decían que eran de la Nación Mapuche y que no se iban a someter a lo que llamamos justicia”.

“Gritaban que de ahí iban a salir muertas con sus hijos quemados y que íbamos a tener esas muertes en nuestras conciencias”. Entre el humo vio tres mujeres con palos y hierros.

Con una forcejeó sobre una cama. “Otra me sacó el casco y me agarró de los pelos. La más flaquita me pegó en la cara y me lastimó el labio y debajo de los ojos. Cuando me sacaron el casco me pegan con palos en la cabeza, en la espalda y en el cuello. Me tiraban del cabello. Tenían mucha fuerza”.

Maldición ancestral

“Todo el tiempo nos maldecían, gritaban que no se iban a regir por nuestras costumbres, decían que nos mandaban Macri, Das Neves y Benetton, nos insultaban, nos decían hijas de puta, que nos iba a caer la maldición de sus ancestros”. Sus compañeros la liberaron. “Le llamó la atención la fuerza que tenían esas mujeres y la violencia con la que se manejaron”.

El jefe del Operativo, comandante mayor Dante Zabala, declaró que se acercó al alambrado del predio. Lo esperaban cinco encapuchados y dos mujeres a cara descubierta con hondas, gomeras y piedras. “Gritaban que esas eran sus tierras, que se fueran de ahí”.

Hablarían sólo con el responsable, cara a cara. Zabala les explicó el procedimiento y pidió pasar. Se negaron. “Les aclaré que de ninguna manera era un desalojo y les leí a viva voz el oficio”.

Le pidió al encapuchado sacarse la capucha. “Se negó rotundamente a hacerlo, diciéndole que ni él ni nadie le pedirían eso, con palabras obscenas hacia todos los funcionarios, refiriendo que no iba a entrar nadie, vociferando palabras irreproducibles”.

La fuerza decidió entrar con una línea de protección de 30 escudos. “Apenas cruzaron la ruta les empezaron a tirar piedras de gran tamaño, gomeras lanzadas con mucha violencia, hondazos y con las manos”. Pasaron el alambrado y hubo un disparo de bala de goma disuasivo al piso con la escopeta anti-tumulto.

“Los agresores empiezan a fugarse al interior del campo”. Cuatro corrieron a una zona de sauces, cruzando a nado el río hacia la montaña; otros a un caserío después de la vía.

Se encerraron en una vivienda y se negaron a identificarse. “Desde una ventana sin vidrio cubierta con plástico transparente, se leyó al oficio para todas adentro”. Por teléfono satelital, el juez Otranto les ordenó entrar.

Todo humo

Voltearon la puerta y todo fue humo. “No se veía nada. El personal fue agredido y lesionado con golpes de palos y hierros”.

Sacaron a cinco mujeres esposadas y 4 menores de entre 1 y 11 años, que luego fueron con sus madres y abuelas. Les ofrecen asientos y mantas, que tardaron en aceptar. Llegaron dos abogados de la Defensa Pública. “En su presencia ordena sacar las esposas a las mujeres, quienes se alegraron al observarlos, pudiendo constatar que no estaban heridas”.

“En todo momento los encapuchados que los recibieron con piedras y las mujeres dentro de la casa mostraban un alto grado de agresividad y continuamente decían que estaban en territorio mapuche, no se consideraban argentinos y que de ese lugar no los iba a sacar nadie”.

José Luis Costamagna, gendarme de Bariloche, coincidió: “En todo momento la gente del predio se mostraba desafiante, blandiendo piedras y hondas. Constantemente insultaban al personal. Ni bien avanzan comienzan a recibirse piedras, algunas de tamaño considerable”.

Costamagna pidió hablar con alguna vocera para explicar el procedimiento. “No fue posible dialogar con ninguna dado que continuaban insultándonos y referían que no saldrían del lugar y que lo prenderían fuego”. Y apenas ingresaron los escuderos “fueron recibidos con piedras y golpes con hierros”.

25 ENE 2017 - 21:53

Ariel Mariotto Garzi, Ricardo Darío Antigual y Nicolás Daniel Hernández Huala se negaron a contarle al juez federal de Esquel, Guido Otranto, su versión del “Operativo Maitén”. Así se llamó al procedimiento de Gendarmería que el 10 de enero ingresó al predio ocupado por Resistencia Ancestral Mapuche en estancia Leleque y liberó las vías de “La Trochita”. Garzi y Huala fueron capturados en fuga; Antigual, escondido debajo de un catre. Los tres fueron procesados pero no declararon. Por eso el fallo sólo tiene los relatos de los uniformados.

La cabo Ada Castellano custodió una casa donde el grupo activista se refugió luego de que esa mañana el operativo atravesó el alambrado. Las mujeres resistían y gritaban que se iban a prender fuego.

Le ordenaron sacarlas. Con otras ocho compañeras rompió una puerta. Había un bebé y un nene de 9 años. “Una sostenía un palo con una punta encendida, tipo antorcha, otra un cuchillo y una tercera un fierro”, contó. Un gendarme con un matafuego apagó la antorcha y el humo blanco cubrió todo. Castellano perdió la visión y “cuando se acercó revoleaban un fierro”.

Vio cómo pateaban en la cara a su compañera, la cabo Estela Jerónimo. Otra le pegaba con un fierro en la espalda. Castellano la tironeó de la ropa para sacarla y recibió un fierrazo en su muñeca. Dejó de sentir la mano. “Se asustó mucho porque continuaba golpeándola pero logró sacarla de la casa. Sacaban caminando a una mujer con el nene de 8 años y ella gritaba que nadie la toque. Todas se quedaban en un lugar apartado, custodiadas”. Al salir, Castellano se desmayó. Cuando despertó sus compañeros le sacaban el casco.

Mario Quintana comandaba uno de los grupos. A 80 metros del alambrado mapuches encapuchados y escondidos en los arbustos tiraban piedras grandes con hondas caseras. “Se avanzó en formación de cadena, típica en casos de disturbios para ganar terreno”, explicó.

Una roca traspasó la contención de escudos e impactó en su codo, una zona sin protección. Quintana no pudo seguir. “Las piedras volaban desde todos lados”, testimonió. “Lleva casi 21 años como integrante de un destacamento móvil, y no puede creer la agresividad que esta gente demostró, los estaban esperando, y no querían ningún tipo de diálogo, estaban preparados para enfrentarlos. En cualquier manifestación de esta naturaleza siempre hay una instancia de diálogo pero en este caso no querían dialogar, sólo confrontar”, relató este gendarme.

Estela Gerónimo es otra uniformada. “Había hombres que tiraban muchas piedras muy grandes”.

En las viviendas “las mujeres decían que iban a quemar a sus hijos antes de salir. Se veía fuego dentro. Gritaban maldiciones y decían que les iba a llegar a ellos y a sus hijos; les gritaban violadores, golpeadores, decían que eran de la Nación Mapuche y que no se iban a someter a lo que llamamos justicia”.

“Gritaban que de ahí iban a salir muertas con sus hijos quemados y que íbamos a tener esas muertes en nuestras conciencias”. Entre el humo vio tres mujeres con palos y hierros.

Con una forcejeó sobre una cama. “Otra me sacó el casco y me agarró de los pelos. La más flaquita me pegó en la cara y me lastimó el labio y debajo de los ojos. Cuando me sacaron el casco me pegan con palos en la cabeza, en la espalda y en el cuello. Me tiraban del cabello. Tenían mucha fuerza”.

Maldición ancestral

“Todo el tiempo nos maldecían, gritaban que no se iban a regir por nuestras costumbres, decían que nos mandaban Macri, Das Neves y Benetton, nos insultaban, nos decían hijas de puta, que nos iba a caer la maldición de sus ancestros”. Sus compañeros la liberaron. “Le llamó la atención la fuerza que tenían esas mujeres y la violencia con la que se manejaron”.

El jefe del Operativo, comandante mayor Dante Zabala, declaró que se acercó al alambrado del predio. Lo esperaban cinco encapuchados y dos mujeres a cara descubierta con hondas, gomeras y piedras. “Gritaban que esas eran sus tierras, que se fueran de ahí”.

Hablarían sólo con el responsable, cara a cara. Zabala les explicó el procedimiento y pidió pasar. Se negaron. “Les aclaré que de ninguna manera era un desalojo y les leí a viva voz el oficio”.

Le pidió al encapuchado sacarse la capucha. “Se negó rotundamente a hacerlo, diciéndole que ni él ni nadie le pedirían eso, con palabras obscenas hacia todos los funcionarios, refiriendo que no iba a entrar nadie, vociferando palabras irreproducibles”.

La fuerza decidió entrar con una línea de protección de 30 escudos. “Apenas cruzaron la ruta les empezaron a tirar piedras de gran tamaño, gomeras lanzadas con mucha violencia, hondazos y con las manos”. Pasaron el alambrado y hubo un disparo de bala de goma disuasivo al piso con la escopeta anti-tumulto.

“Los agresores empiezan a fugarse al interior del campo”. Cuatro corrieron a una zona de sauces, cruzando a nado el río hacia la montaña; otros a un caserío después de la vía.

Se encerraron en una vivienda y se negaron a identificarse. “Desde una ventana sin vidrio cubierta con plástico transparente, se leyó al oficio para todas adentro”. Por teléfono satelital, el juez Otranto les ordenó entrar.

Todo humo

Voltearon la puerta y todo fue humo. “No se veía nada. El personal fue agredido y lesionado con golpes de palos y hierros”.

Sacaron a cinco mujeres esposadas y 4 menores de entre 1 y 11 años, que luego fueron con sus madres y abuelas. Les ofrecen asientos y mantas, que tardaron en aceptar. Llegaron dos abogados de la Defensa Pública. “En su presencia ordena sacar las esposas a las mujeres, quienes se alegraron al observarlos, pudiendo constatar que no estaban heridas”.

“En todo momento los encapuchados que los recibieron con piedras y las mujeres dentro de la casa mostraban un alto grado de agresividad y continuamente decían que estaban en territorio mapuche, no se consideraban argentinos y que de ese lugar no los iba a sacar nadie”.

José Luis Costamagna, gendarme de Bariloche, coincidió: “En todo momento la gente del predio se mostraba desafiante, blandiendo piedras y hondas. Constantemente insultaban al personal. Ni bien avanzan comienzan a recibirse piedras, algunas de tamaño considerable”.

Costamagna pidió hablar con alguna vocera para explicar el procedimiento. “No fue posible dialogar con ninguna dado que continuaban insultándonos y referían que no saldrían del lugar y que lo prenderían fuego”. Y apenas ingresaron los escuderos “fueron recibidos con piedras y golpes con hierros”.


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