Con sueños también se respira

Opinión/Los supuestos básicos.

25 MAR 2017 - 21:44 | Actualizado

Por Daniela Patricia Almirón

Soy de River Plate. Se los recuerdo por si no lo tienen presente y porque como dice la señora televisión “el público se renueva”.
Si no fuese por una web que me muestra a todo el fútbol nacional, de todas las divisiones y campeonatos, con los escuditos y datos de precisión al efecto de seguir la tabla, es difícil seguir el fútbol nacional. Está un poco enloquecedor el tema por estos días.
Que si eso forma parte de la enmarañada pintura de las interacciones posmodernas, no lo sé, quizás.
O de las enmarañadas interacciones de competencias de egos grandes como un castillo, propagandas incluidas, medios de comunicación, mundo fashion y top, no lo sé tampoco.
Pienso en el escritor Eduardo Sacheri, uno de mis preferidos de cuentos, y en especial cuando lo hace sobre el fútbol de barrio, el fútbol pasión y emoción. Me pongo nostálgica, quizás también lo soy. El fútbol de la cuadra, la vereda, la calle, la competencia por el horario en el campito como “En lo raro empezó después”, mi preferido de preferidos de esos cuentos. El fútbol de padres, hijos, amigos. El fútbol de mis tíos sentados en la medianera del fondo de la casa, viendo los partidos jugados en el Club Paso de los Andes de la  Liga Albardón-Angaco.
Había un temita y era que alguna gente que pasaba por el frente de la casa, bordeando la acequia, entraba, se mandaba, pensando que esa era la platea vip.
Mis tíos hinchas fanáticos del rojo, como Sacheri justamente, que se le va a hacer. ¿Vaya a saber de dónde les vino ser de los diablos? Y escuchar los partidos con la Spica pegada a la oreja, hasta que tuvieron auriculares.
Me zambullí de lleno en el tema, esto no se hace. Tenía que generarles misterio.
El misterio del minuto 1 al 90. Del salto al vacío de qué sucederá.
Alemania a fines del siglo XIX, en una escuela ortodoxa, de rígida y disciplinada formación. Un curso integrado por alumnos de variada extracción. Entre ellos el hijo del Presidente de la Fundación que da vida a ese colegio y por otro lado el hijo de una joven madre operaria fabril. Esto se marca en la película, como una situación excepcional de ¡aceptación de estas circunstancias! ¿Cómo llego a esta historia? Por el film alemán del año 2011, titulado en español “Unidos por un sueño”.
La película, basada en hechos reales, cuando el Prof. Konrad Koch es contratado para un experimento en esa escuela. El personaje interpretado por el actor Daniel Brühl, nacido en Barcelona y criado en Alemania. Fresco y siempre mirando de frente, con el fuerte de sus ojos expresivos. Lo vieron seguro haciendo de Niki Lauda.
El experimento consistía en que este alemán que se había ido a estudiar a Oxford, les enseñara esa lengua “bárbara” del inglés a los futuros defensores del imperio alemán.
El intento de que aprendieran el inglés de manera formal y tradicional no estaba dándole buenos resultados. El prof. Koch había regresado a Alemania con un balón de football bajo el brazo. Regalo de despedida de sus compañeros de equipo.
Y como todo conflicto encierra una oportunidad por descubrir, fue como comenzó a introducirlos en el inglés. Los llevo al gimnasio a patear a la portería y mostrando en un pizarrón las posiciones y jugadas. Todo en inglés.
Las controversias e impedimentos a la metodología de Kosh no se hicieron esperar. Eso de tocarse, transpirar, correr tras un balón, no eran actitudes dignas de una educación que se preciara de imperial.
Y como la ley es el parámetro al que se recurre cuando no se puede resolver un conflicto de manera negociada, el reglamento de la institución les dio la oportunidad de que se supervisara esa forma de enseñar. ¿Cómo? En un partido de football, por supuesto. Con la expectativa de que se aprobase como parte de la formación de los alumnos.
En el intermedio de las idas y venidas de aprobación y confrontación con la metodología y el juego que no se admitía que fuese un deporte, les picó a los jóvenes el bichito del equipo. Todos en el campo de juego improvisado en un parque con arcos hechos manualmente, eran iguales. No había castas. En ese juego todos y cada uno valía, era útil en su posición. Si no armonizaban y combinaban acciones, jugadas, atención, llegar a meter el balón en la portería del rival se volvía imposible.
Nos situemos en una formación de gimnasia casi olímpica y militar, que era la impartida en ese momento. Aquel que no podía con las paralelas en el gimnasio tenía buenas manos en el arco. El pequeño que no resistía los aros, corría rápidamente. El de las piernas largas hacía buenos pases. El aguerrido defendía. El astuto andaba por el medio campo. Este fue el comienzo de cómo proliferó el juego de los “ingleses locos” por las escuelas de Alemania generando encuentros y vinculaciones de camaradería y competencia. Un  campeonato aquí y allá. Tal como se venía haciendo en Inglaterra.
Qué placer me dio ver esa peli, entre tanto ruido mediático nacional de AFA, clubes y cuanta cosa, recordar que alguna vez los egos y competencias fueron por el puro placer de ganar. Ganarle al otro equipo del pueblo vecino, de la otra escuela. Egos de lucirse y hacer los mejores pases y muchos goles. Re evocar que hubo un tiempo de fútbol por el fútbol mismo y lo que generaba de emociones y conexiones.
Como dijo Fontanarrosa en una entrevista “si no me mudo de Rosario, es por la mesa de café con los amigos y la cancha los domingos”.#
Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora

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25 MAR 2017 - 21:44

Por Daniela Patricia Almirón

Soy de River Plate. Se los recuerdo por si no lo tienen presente y porque como dice la señora televisión “el público se renueva”.
Si no fuese por una web que me muestra a todo el fútbol nacional, de todas las divisiones y campeonatos, con los escuditos y datos de precisión al efecto de seguir la tabla, es difícil seguir el fútbol nacional. Está un poco enloquecedor el tema por estos días.
Que si eso forma parte de la enmarañada pintura de las interacciones posmodernas, no lo sé, quizás.
O de las enmarañadas interacciones de competencias de egos grandes como un castillo, propagandas incluidas, medios de comunicación, mundo fashion y top, no lo sé tampoco.
Pienso en el escritor Eduardo Sacheri, uno de mis preferidos de cuentos, y en especial cuando lo hace sobre el fútbol de barrio, el fútbol pasión y emoción. Me pongo nostálgica, quizás también lo soy. El fútbol de la cuadra, la vereda, la calle, la competencia por el horario en el campito como “En lo raro empezó después”, mi preferido de preferidos de esos cuentos. El fútbol de padres, hijos, amigos. El fútbol de mis tíos sentados en la medianera del fondo de la casa, viendo los partidos jugados en el Club Paso de los Andes de la  Liga Albardón-Angaco.
Había un temita y era que alguna gente que pasaba por el frente de la casa, bordeando la acequia, entraba, se mandaba, pensando que esa era la platea vip.
Mis tíos hinchas fanáticos del rojo, como Sacheri justamente, que se le va a hacer. ¿Vaya a saber de dónde les vino ser de los diablos? Y escuchar los partidos con la Spica pegada a la oreja, hasta que tuvieron auriculares.
Me zambullí de lleno en el tema, esto no se hace. Tenía que generarles misterio.
El misterio del minuto 1 al 90. Del salto al vacío de qué sucederá.
Alemania a fines del siglo XIX, en una escuela ortodoxa, de rígida y disciplinada formación. Un curso integrado por alumnos de variada extracción. Entre ellos el hijo del Presidente de la Fundación que da vida a ese colegio y por otro lado el hijo de una joven madre operaria fabril. Esto se marca en la película, como una situación excepcional de ¡aceptación de estas circunstancias! ¿Cómo llego a esta historia? Por el film alemán del año 2011, titulado en español “Unidos por un sueño”.
La película, basada en hechos reales, cuando el Prof. Konrad Koch es contratado para un experimento en esa escuela. El personaje interpretado por el actor Daniel Brühl, nacido en Barcelona y criado en Alemania. Fresco y siempre mirando de frente, con el fuerte de sus ojos expresivos. Lo vieron seguro haciendo de Niki Lauda.
El experimento consistía en que este alemán que se había ido a estudiar a Oxford, les enseñara esa lengua “bárbara” del inglés a los futuros defensores del imperio alemán.
El intento de que aprendieran el inglés de manera formal y tradicional no estaba dándole buenos resultados. El prof. Koch había regresado a Alemania con un balón de football bajo el brazo. Regalo de despedida de sus compañeros de equipo.
Y como todo conflicto encierra una oportunidad por descubrir, fue como comenzó a introducirlos en el inglés. Los llevo al gimnasio a patear a la portería y mostrando en un pizarrón las posiciones y jugadas. Todo en inglés.
Las controversias e impedimentos a la metodología de Kosh no se hicieron esperar. Eso de tocarse, transpirar, correr tras un balón, no eran actitudes dignas de una educación que se preciara de imperial.
Y como la ley es el parámetro al que se recurre cuando no se puede resolver un conflicto de manera negociada, el reglamento de la institución les dio la oportunidad de que se supervisara esa forma de enseñar. ¿Cómo? En un partido de football, por supuesto. Con la expectativa de que se aprobase como parte de la formación de los alumnos.
En el intermedio de las idas y venidas de aprobación y confrontación con la metodología y el juego que no se admitía que fuese un deporte, les picó a los jóvenes el bichito del equipo. Todos en el campo de juego improvisado en un parque con arcos hechos manualmente, eran iguales. No había castas. En ese juego todos y cada uno valía, era útil en su posición. Si no armonizaban y combinaban acciones, jugadas, atención, llegar a meter el balón en la portería del rival se volvía imposible.
Nos situemos en una formación de gimnasia casi olímpica y militar, que era la impartida en ese momento. Aquel que no podía con las paralelas en el gimnasio tenía buenas manos en el arco. El pequeño que no resistía los aros, corría rápidamente. El de las piernas largas hacía buenos pases. El aguerrido defendía. El astuto andaba por el medio campo. Este fue el comienzo de cómo proliferó el juego de los “ingleses locos” por las escuelas de Alemania generando encuentros y vinculaciones de camaradería y competencia. Un  campeonato aquí y allá. Tal como se venía haciendo en Inglaterra.
Qué placer me dio ver esa peli, entre tanto ruido mediático nacional de AFA, clubes y cuanta cosa, recordar que alguna vez los egos y competencias fueron por el puro placer de ganar. Ganarle al otro equipo del pueblo vecino, de la otra escuela. Egos de lucirse y hacer los mejores pases y muchos goles. Re evocar que hubo un tiempo de fútbol por el fútbol mismo y lo que generaba de emociones y conexiones.
Como dijo Fontanarrosa en una entrevista “si no me mudo de Rosario, es por la mesa de café con los amigos y la cancha los domingos”.#
Daniela Patricia Almirón es abogada-mediadora


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