Con 85,05% de los votos escrutados, Sánchez obtenía más de nueve puntos de ventaja sobre la presidenta regional de Andalucía, Susana Díaz, que conseguía 40,32%, mientras el tercer candidato, el vasco Patxi López, se quedaba con 10,07%.
“¡Se nota, se siente, Pedro presidente!”, coreaban los partidarios de Sánchez en la sede central del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, cuando el escrutinio avanzaba y la ventaja entre el ex líder y Díaz, responsable de la maniobra que intentó acabar con él, se acrecentaba.
Sus compañeros le arrebataron el poder, pero la militancia socialista -que en 2014 convirtió a Sánchez en el primer líder socialista de la historia elegido por el voto directo de la bases-, se lo devolvió brindándole un respaldo inapelable.
Sánchez, de 45 años, tendrá ante si el gran desafío de unificar al PSOE, fracturado por la guerra interna que encabezó la propia Díaz con el apoyo de parte el "aparato" territorial.
Bajo su liderazgo, el socialismo español cosechó el año pasado los peores resultados de su historia, pero lo hizo en un contexto extremadamente difícil para la socialdemocracia en Europa, por el rechazo social a los procesos de ajuste que se llevaron a cabo en el continente ante la crisis económica, y que impulsaron a los votantes a apoyar a nuevos partidos de izquierda, liberales, así como a la extrema derecha.
Sánchez aboga por un PSOE de izquierda que no sea cómplice del Partido Popular (PP) en el poder, sino que busque alianzas con otras fuerzas progresistas para derribar las políticas de la derecha y desbancar a Mariano Rajoy, un líder que considera inhabilitado por los escándalos de corrupción de su partido.
Tras las últimas dos elecciones consecutivas en las que ganó el PP de Rajoy, Sánchez se negó rotundamente a facilitar la reelección del líder conservador, pese a que tampoco tenía apoyos para formar un gobierno alternativo.
Esa posición le costó el cargo, ya que una parte de su compañeros de partido consideraban que lo mejor para el PSOE, la segunda fuerza política española, era optar por la abstención, permitir que Rajoy gobernara y reconstruirse pensando en las próximas elecciones.
De ahí que forzaron su salida, con una rebelión interna a espaldas de los militantes. Sánchez, lejos de tirar la toalla, volvió para recuperar lo que le habían quitado.
Con 85,05% de los votos escrutados, Sánchez obtenía más de nueve puntos de ventaja sobre la presidenta regional de Andalucía, Susana Díaz, que conseguía 40,32%, mientras el tercer candidato, el vasco Patxi López, se quedaba con 10,07%.
“¡Se nota, se siente, Pedro presidente!”, coreaban los partidarios de Sánchez en la sede central del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, cuando el escrutinio avanzaba y la ventaja entre el ex líder y Díaz, responsable de la maniobra que intentó acabar con él, se acrecentaba.
Sus compañeros le arrebataron el poder, pero la militancia socialista -que en 2014 convirtió a Sánchez en el primer líder socialista de la historia elegido por el voto directo de la bases-, se lo devolvió brindándole un respaldo inapelable.
Sánchez, de 45 años, tendrá ante si el gran desafío de unificar al PSOE, fracturado por la guerra interna que encabezó la propia Díaz con el apoyo de parte el "aparato" territorial.
Bajo su liderazgo, el socialismo español cosechó el año pasado los peores resultados de su historia, pero lo hizo en un contexto extremadamente difícil para la socialdemocracia en Europa, por el rechazo social a los procesos de ajuste que se llevaron a cabo en el continente ante la crisis económica, y que impulsaron a los votantes a apoyar a nuevos partidos de izquierda, liberales, así como a la extrema derecha.
Sánchez aboga por un PSOE de izquierda que no sea cómplice del Partido Popular (PP) en el poder, sino que busque alianzas con otras fuerzas progresistas para derribar las políticas de la derecha y desbancar a Mariano Rajoy, un líder que considera inhabilitado por los escándalos de corrupción de su partido.
Tras las últimas dos elecciones consecutivas en las que ganó el PP de Rajoy, Sánchez se negó rotundamente a facilitar la reelección del líder conservador, pese a que tampoco tenía apoyos para formar un gobierno alternativo.
Esa posición le costó el cargo, ya que una parte de su compañeros de partido consideraban que lo mejor para el PSOE, la segunda fuerza política española, era optar por la abstención, permitir que Rajoy gobernara y reconstruirse pensando en las próximas elecciones.
De ahí que forzaron su salida, con una rebelión interna a espaldas de los militantes. Sánchez, lejos de tirar la toalla, volvió para recuperar lo que le habían quitado.