Perderlo todo, menos la fe

Una familia del barrio Pietrobelli que perdió por completo su vivienda recuerda la triste noche de la tormenta. El dolor por los recuerdos hundidos en el barro y el afecto imposible de rescatar. “Ahora le tengo miedo a la lluvia”, dice Gabriela Chicui. Una historia entre tantas para no olvidar la tragedia.

Parientes. Gabriela y su mamá María compartían casa en el Pietrobelli.
28 MAY 2017 - 21:33 | Actualizado

Ahora le tengo miedo a la lluvia”, una frase que dice mucho. La dijo Gabriela Alejandra Chicui luego de perder su vivienda por el temporal en Comodoro Rivadavia. Nacida y criada en una vivienda al pie del cerro Chenque, en el barrio Pietrobelli, sufrió la embestida de la furiosa lluvia que azotó la ciudad y debió irse.
Un antes y un después en la vida de una mujer que en pocas horas vio perderse una parte crucial de su vida. Mucho esfuerzo hicieron María Marimán y Jorge Chicui –padre, ya fallecido- para dar un techo digno a sus hijos: María Andrea, Gustavo Anselmo, Jorge Adrián (fallecido hace dos años) Roxana Daniela, Moira Tamara y la propia Gabriela Alejandra. Convivían también el abuelo de la familia -José de 75 años- y su sobrina Silvina Lehue (25).
“Todo comenzó en la noche del 30 de marzo, cuando pese a los avisos y pronósticos, si bien se habían tomado los recaudos del caso, nunca pensamos que iba a ser tanto. Habíamos puesto chapas detrás de la casa por si había algún desmoronamiento, pero no fueron suficientes”.
A las 14 de esa triste jornada Gabriela y su sobrina Silvina comenzaron a sacar barro de la parte posterior de la vivienda que se apoyaba contra el cerro. “No dábamos abasto y en un sector que daba contra la cocina de mi casa no pusimos, eso provocó que todo el barro ingresara. Cerca de las 19 se me vino encima una parte del cerro y quedé casi tapada por el lodo. Empecé a gritar por auxilio y agarrándome de los caños de gas y usando a la pala de bastón logré salir”.
En la primera lluvia del 29 de marzo estaba trabajando como empleada de comercio y “cuando llegué a mi casa estaba mi madre y mi hija”, pero en la segunda, el 30 “no pudimos hacer nada”.
La noche de más lluvia estaba en la vivienda con su madre, hija y sobrina y “asustaban los ruidos que se producían cuando el barro golpeaba la vivienda”. A las 2 se inundó por el lavadero y fue necesario pedir ayuda a los vecinos. “A los 15 minutos nos quedamos sin luz y vimos que desde las cañerías donde estaban los cables salía agua con barro. Salí a la parte de atrás de la casa y el barro estaba a la altura del techo; me di cuenta de la catástrofe y fui a buscar ayuda”.
La primera gran preocupación fueron las redes de gas sepultadas. Los vecinos solidarios cortaron el suministro. “En contados minutos ya era incontenible el barro y el agua dentro de la casa; llevé a mi hija a la casa del vecino y pedí ayuda para mi abuelo paralítico. Para entonces el suelo estaba todo socavado y mis vecinos subieron de inmediato y se tomó la decisión de la evacuación. La más dura de mi vida”.
Gabriela evacuó a su hija María Jorgelina hacia la capilla Nuestra Señora del Carmen, 50 metros hacia abajo también sobre la ladera del cerro.
Todo era oscuridad, las luces cortadas y casi 30 familias con la incertidumbre, la desesperación y el dolor por ver como la lluvia destruía en pocos minutos el trabajo de muchos años. La mayoría perdió sus viviendas. La casa de Gabriela se ubica en la parte superior, y “veía como las viviendas de los vecinos se caían una sobre otra, provocando todos los daños que se imaginan. Era efecto dominó. Se escuchaban explosiones atemorizantes”.
La evacuación fue masiva y se ubicaron en el salón de la Capilla cuyo ingreso está ubicado sobre Formosa. “Quise comunicarme con mis hermanos, pero era imposible”,  cuenta. Por la mañana tenía temor de regresar. “No nos animábamos a subir con los vecinos, pese a que a ese pasillo lo conozco de memoria y sabía dónde había rampas y pasarelas”. Es una escalera que une calle Formosa con el sector alto del cerro donde se encuentra el camino que es la continuación de las calles Alvear y Alem. Paradójicamente los vecinos lo llamaban “el Camino al Cielo”. Desde lo alto observó vehículos de Defensa Civil circulando. “Les hice señas desesperadas pidiendo ayuda, pero desgraciadamente no nos vieron y se fueron”. Fueron a las oficinas a pedir colchones. “Les comentamos nuestra situación y les pedimos el acompañamiento de varios hombres para subir hasta nuestras casas, pero no tuvimos eco. No tenían gente y los soldados no estaban capacitados para subir. Todos los vecinos armándonos de coraje  subimos. Era todo zanjones y precipicios. Además existía el peligro de que algún caño de gas explotara y voláramos todos, pero poniéndonos una coraza contra el dolor subimos. Fue un llanto generalizado”.
Gabriela cuenta que se pudo ingresar a las casas: “Me destrozó el alma. Estaba todo destruido, lleno de barro. Todo era dolor para todos”. Con ojos tristes, cuenta que evacuarse “fue la decisión más triste de mi vida, pero lo teníamos que hacer sí o sí”. Su sobrina Silvina, en shock se fue a dormir y no aceptaba la realidad. “Era toda desesperación y aún hoy no sé cómo hice para bajar hasta la capilla y subir corriendo a los gritos pidiendo ayuda; no recuerdo haber tenido miedo, no tuve tiempo para pensar en eso”.
Rescata la ayuda de todos los vecinos que ayudaron a destajo hasta para sacar los muebles. “No me va a alcanzar la vida para terminar de agradecerles, porque si no hubiera sido por ellos, podría haber pasado lo peor, lo que gracias a Dios no ocurrió”.
Recuerdos

A dos meses de la catástrofe, la peor de la historia de Comodoro, luego de un mes de vivir evacuada en la capilla, Gabriela está en la casa de una hermana en barrio Laprida, lindante a un terreno de su propiedad que “compré con dinero que ahorré y con lo que me redituó la venta del auto”. Por gestiones ante la Subsecretaría de Hábitat en breve le podrían instalar un módulo habitacional. Primero debe adecuar el predio, lleno de barro. Ya trabajan máquinas viales para reconstruirlo.
Se quiebra al recordar que todos “nacimos y nos criamos allí, toda la vida vi a mis padres luchar para construirla y mejorarla continuamente. Allí viví los momentos más alegres y tristes de mi vida, como el nacimiento de mi hija María Jorgelina y el fallecimiento de mi hermano Jorge Adrián, hace dos años. Cuando volví se me volvieron todos los recuerdos a mi mente, mi infancia, adolescencia, cuando bajaba la escalera para ir a la Escuela Nº 2. Ahí viví todo. Fue muy doloroso abrir la puerta de donde había pasado toda mi vida y ver todo destruido. Era muy lindo vivir allí y tener a los vecinos que conocía de toda la vida, más allá de lo espectacular que era la vista, ya que se veía desde lo alto toda la ciudad. Un lugar de privilegio”.
Dolor

“Queda un dolor muy fuerte pero Dios sabe por qué lo hizo y él es grandioso. Todo fue lucha para lograr la vivienda, me duele mucho como hija, pero no quisiera estar en el lugar de mi madre. Sólo quedan recuerdos de pasadas alegrías, porque de las tristezas mejor no hablar. La vida continúa y sabemos que vamos a salir adelante”.#

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Parientes. Gabriela y su mamá María compartían casa en el Pietrobelli.
28 MAY 2017 - 21:33

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Un antes y un después en la vida de una mujer que en pocas horas vio perderse una parte crucial de su vida. Mucho esfuerzo hicieron María Marimán y Jorge Chicui –padre, ya fallecido- para dar un techo digno a sus hijos: María Andrea, Gustavo Anselmo, Jorge Adrián (fallecido hace dos años) Roxana Daniela, Moira Tamara y la propia Gabriela Alejandra. Convivían también el abuelo de la familia -José de 75 años- y su sobrina Silvina Lehue (25).
“Todo comenzó en la noche del 30 de marzo, cuando pese a los avisos y pronósticos, si bien se habían tomado los recaudos del caso, nunca pensamos que iba a ser tanto. Habíamos puesto chapas detrás de la casa por si había algún desmoronamiento, pero no fueron suficientes”.
A las 14 de esa triste jornada Gabriela y su sobrina Silvina comenzaron a sacar barro de la parte posterior de la vivienda que se apoyaba contra el cerro. “No dábamos abasto y en un sector que daba contra la cocina de mi casa no pusimos, eso provocó que todo el barro ingresara. Cerca de las 19 se me vino encima una parte del cerro y quedé casi tapada por el lodo. Empecé a gritar por auxilio y agarrándome de los caños de gas y usando a la pala de bastón logré salir”.
En la primera lluvia del 29 de marzo estaba trabajando como empleada de comercio y “cuando llegué a mi casa estaba mi madre y mi hija”, pero en la segunda, el 30 “no pudimos hacer nada”.
La noche de más lluvia estaba en la vivienda con su madre, hija y sobrina y “asustaban los ruidos que se producían cuando el barro golpeaba la vivienda”. A las 2 se inundó por el lavadero y fue necesario pedir ayuda a los vecinos. “A los 15 minutos nos quedamos sin luz y vimos que desde las cañerías donde estaban los cables salía agua con barro. Salí a la parte de atrás de la casa y el barro estaba a la altura del techo; me di cuenta de la catástrofe y fui a buscar ayuda”.
La primera gran preocupación fueron las redes de gas sepultadas. Los vecinos solidarios cortaron el suministro. “En contados minutos ya era incontenible el barro y el agua dentro de la casa; llevé a mi hija a la casa del vecino y pedí ayuda para mi abuelo paralítico. Para entonces el suelo estaba todo socavado y mis vecinos subieron de inmediato y se tomó la decisión de la evacuación. La más dura de mi vida”.
Gabriela evacuó a su hija María Jorgelina hacia la capilla Nuestra Señora del Carmen, 50 metros hacia abajo también sobre la ladera del cerro.
Todo era oscuridad, las luces cortadas y casi 30 familias con la incertidumbre, la desesperación y el dolor por ver como la lluvia destruía en pocos minutos el trabajo de muchos años. La mayoría perdió sus viviendas. La casa de Gabriela se ubica en la parte superior, y “veía como las viviendas de los vecinos se caían una sobre otra, provocando todos los daños que se imaginan. Era efecto dominó. Se escuchaban explosiones atemorizantes”.
La evacuación fue masiva y se ubicaron en el salón de la Capilla cuyo ingreso está ubicado sobre Formosa. “Quise comunicarme con mis hermanos, pero era imposible”,  cuenta. Por la mañana tenía temor de regresar. “No nos animábamos a subir con los vecinos, pese a que a ese pasillo lo conozco de memoria y sabía dónde había rampas y pasarelas”. Es una escalera que une calle Formosa con el sector alto del cerro donde se encuentra el camino que es la continuación de las calles Alvear y Alem. Paradójicamente los vecinos lo llamaban “el Camino al Cielo”. Desde lo alto observó vehículos de Defensa Civil circulando. “Les hice señas desesperadas pidiendo ayuda, pero desgraciadamente no nos vieron y se fueron”. Fueron a las oficinas a pedir colchones. “Les comentamos nuestra situación y les pedimos el acompañamiento de varios hombres para subir hasta nuestras casas, pero no tuvimos eco. No tenían gente y los soldados no estaban capacitados para subir. Todos los vecinos armándonos de coraje  subimos. Era todo zanjones y precipicios. Además existía el peligro de que algún caño de gas explotara y voláramos todos, pero poniéndonos una coraza contra el dolor subimos. Fue un llanto generalizado”.
Gabriela cuenta que se pudo ingresar a las casas: “Me destrozó el alma. Estaba todo destruido, lleno de barro. Todo era dolor para todos”. Con ojos tristes, cuenta que evacuarse “fue la decisión más triste de mi vida, pero lo teníamos que hacer sí o sí”. Su sobrina Silvina, en shock se fue a dormir y no aceptaba la realidad. “Era toda desesperación y aún hoy no sé cómo hice para bajar hasta la capilla y subir corriendo a los gritos pidiendo ayuda; no recuerdo haber tenido miedo, no tuve tiempo para pensar en eso”.
Rescata la ayuda de todos los vecinos que ayudaron a destajo hasta para sacar los muebles. “No me va a alcanzar la vida para terminar de agradecerles, porque si no hubiera sido por ellos, podría haber pasado lo peor, lo que gracias a Dios no ocurrió”.
Recuerdos

A dos meses de la catástrofe, la peor de la historia de Comodoro, luego de un mes de vivir evacuada en la capilla, Gabriela está en la casa de una hermana en barrio Laprida, lindante a un terreno de su propiedad que “compré con dinero que ahorré y con lo que me redituó la venta del auto”. Por gestiones ante la Subsecretaría de Hábitat en breve le podrían instalar un módulo habitacional. Primero debe adecuar el predio, lleno de barro. Ya trabajan máquinas viales para reconstruirlo.
Se quiebra al recordar que todos “nacimos y nos criamos allí, toda la vida vi a mis padres luchar para construirla y mejorarla continuamente. Allí viví los momentos más alegres y tristes de mi vida, como el nacimiento de mi hija María Jorgelina y el fallecimiento de mi hermano Jorge Adrián, hace dos años. Cuando volví se me volvieron todos los recuerdos a mi mente, mi infancia, adolescencia, cuando bajaba la escalera para ir a la Escuela Nº 2. Ahí viví todo. Fue muy doloroso abrir la puerta de donde había pasado toda mi vida y ver todo destruido. Era muy lindo vivir allí y tener a los vecinos que conocía de toda la vida, más allá de lo espectacular que era la vista, ya que se veía desde lo alto toda la ciudad. Un lugar de privilegio”.
Dolor

“Queda un dolor muy fuerte pero Dios sabe por qué lo hizo y él es grandioso. Todo fue lucha para lograr la vivienda, me duele mucho como hija, pero no quisiera estar en el lugar de mi madre. Sólo quedan recuerdos de pasadas alegrías, porque de las tristezas mejor no hablar. La vida continúa y sabemos que vamos a salir adelante”.#


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