Historias del crimen / Alpargatas nuevas

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

26 AGO 2017 - 20:33 | Actualizado

Por  Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

Hacía frío. Sí… en esos días hacía un frío de la gran flauta. Como ahora. Ahora también hace frío y cae nieve y se cortan las rutas, hasta que se puede volver a circular. Pero en aquel año, ese invierno, hizo mucho frío. Mucho más que ahora. Y nevó mucho”.
Así empezaba a contarme un tipo ya entrado en la tercera edad, retirado de todo orden de su vida, salvo de contar historias y que había caminado todos los casos jodidos que habían caído por su zona.
Cuando la pava del mate ya estaba a punto, mojó un toque más la yerba y el primer sorbo lo escupió, ensuciándose un poco la punta del zapato, aunque ya venía con barro encima. El fulano se acercó a la mesa donde yo estaba incorporado y comenzó a hablar primero de bueyes perdidos, que hacía rato que había enviudado, que cada tanto veía a sus hijos, y con más frecuencia a sus nietos. Que hacía rato, también, que le había tomado cariño a la carpintería  y a otras yerbas del palo, y cuando tenía tiempo se armaba algún mueble nuevo y vendía los viejos, “porque a esta edad, y ya jubilado, algo tengo que hacer, porque si no, me aburro. Y la verdad, flaco, es que no me gusta andar aburrido”.
A la tercera cebada yo ya me andaba preguntando cuándo me tocaría uno a mí, y adivinando mis pensamientos, me alcanzó un espumoso.
“Hacía tres días que estaba nevando copiosamente”, empezó a relatar. “Los pibes no habían podido salir a jugar en ningún momento por la nevada. Los caminos estaban cortados. Las clases en la escuela estaban suspendidas. Muy pocos laburantes habían podido sostener el ritmo, y a ese tercer día esa ciudad parecía un pueblo fantasma. No circulaba nadie.
“La nieve se había vuelto densa y envolvente. Todo lo cubría. Era todo un manto natural blanco que revelaba los movimientos de quien lo hiciera. Así es la nieve de implacable con quien la atraviesa: lo permite, pero deja un resto. Y ese resto es la huella del movimiento.
“Al cuarto día la nevada ya había terminado y el pronóstico del clima afirmaba con un nivel casi total de certeza que no volvería a nevar. Fue así que toda la ciudad salió de su reclusión hogareña involuntaria, y lentamente la vida y las relaciones sociales se fueron generando. Todo volvía a la normalidad.
“Pero claro, siempre hay un pero. Y a contramano de toda la normalidad que se venía dando, el Diablo metió la cola y algo generó alarma, sorpresa, y un misterio, en medio de esa ciudadela tranquilidad.
“A pocos kilómetros de la ciudad, en las afueras, cercano a un valle con algunas lomadas que anticipan las grandes montañas, un pibe con su perro encontraron un tipo que se encontraba tendido en el suelo, con la espalda hacia arriba, inmóvil.
“El perro del pibe se quiso acercar a lo que parecía un hombre, pero el chico lo tranquilizó con una caricia en el lomo; tomó un palo y golpeó suavemente el cuerpo, para ver si llegaba la reacción que nunca llegó. El fulano seguía tendido, sin moverse, y seguramente cagado de frío.
“Dando aviso a su viejo, este último avisó a la policía, y al poco tiempo ya se encontraba enmarcada una gran porción de territorio para que no fuera contaminada, que tenía como punto central al tipo que a esa altura ya estaba considerado muerto.
“Primero la cinta”, dijo el oficial de criminalística. “Primero la cinta así nadie se mete a contaminar nada. Lo que se pierde acá, va a costar recuperar. Vos. Vos registrá con fotos todo. Sacale a todo, ¿eh? Plano general, plano particular, detalle. Ustedes, vengan conmigo y comencemos con la inspección”.
“El fiscal ya se había comunicado con el forense, y le decía que fuera preparando la sala de autopsias, que había un fulano muerto, tendrían que dilucidar las causales de muerte y toda la pelota esa. Así y todo, cargaron el cuerpo empilchado y se lo llevaron al forense.
El oficial de criminalística lo saludó y le dejó el paquete. “Vení, quedate. Quedate que siempre surge algo bueno entre lo que viste afuera y lo que yo veo adentro. Quedate y charlamos un rato”, dijo el forense al criminalístico. “Dale. Bancame que me pongo el overol”.
“La autopsia comenzó con todos los protocolos de rigor. Toda la inspección, las mediciones… Todo iba bien y normal hasta que el cuerpo quedó desnudo. “Apa, ¿y esto? ¿Qué es esto? A ver… Epa… ¿Qué carajo es esto? Una, dos, tres, cuatro… Eeeeehhhh…” Pasó un minuto. “Cuarenta y cuatro. Cuarenta y cuatro lesiones punzo cortantes en la espalda. La puta che… Tremendo. ¿Qué le pasó a este tipo? ¿Dónde lo encontraron?”, dijo mientras miraba al criminalístico. “Afuera de la ciudad, ahí en el valle que está saliendo al oeste. Lo encontró un pibe mientras paseaba con el perro”.
“Y así llegaron inmediatamente sendos informes para el fiscal: todo lo significativo de la autopsia;  y lo significativo de criminalística, que no había ninguna huella de pisadas al rededor del cuerpo, que el cuerpo no tenía nieve encima, que no se encontró sangre impregnada en la nieve, y que la ropa del muerto estaba limpia, como así también sus alpargatas que eran de suela de yute y estaban nuevas, sin uso. Jamás habían tocado el suelo.
 “El fiscal empezó a unir las piezas del rompecabezas: un muerto con más de cuarenta puñaladas. Tenía ropa limpia (o sea que no lo habían matado con esa pilcha), las alpargatas estaban nuevas sin uso. No había indicios de pisadas, y como los últimos tres días había nevado, muy probablemente lo habrían dejado ese cuarto día, cuando la nevada se aplacó, o bien lo habían dejado antes y alguien se encargó de quitarle la nieve de encima. Que no sería nada descabellado, teniendo en cuenta que alguien se encargó de ponerle la pilcha una vez muerto.#

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26 AGO 2017 - 20:33

Por  Daniel Schulman  /  Psicólogo forense

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Así empezaba a contarme un tipo ya entrado en la tercera edad, retirado de todo orden de su vida, salvo de contar historias y que había caminado todos los casos jodidos que habían caído por su zona.
Cuando la pava del mate ya estaba a punto, mojó un toque más la yerba y el primer sorbo lo escupió, ensuciándose un poco la punta del zapato, aunque ya venía con barro encima. El fulano se acercó a la mesa donde yo estaba incorporado y comenzó a hablar primero de bueyes perdidos, que hacía rato que había enviudado, que cada tanto veía a sus hijos, y con más frecuencia a sus nietos. Que hacía rato, también, que le había tomado cariño a la carpintería  y a otras yerbas del palo, y cuando tenía tiempo se armaba algún mueble nuevo y vendía los viejos, “porque a esta edad, y ya jubilado, algo tengo que hacer, porque si no, me aburro. Y la verdad, flaco, es que no me gusta andar aburrido”.
A la tercera cebada yo ya me andaba preguntando cuándo me tocaría uno a mí, y adivinando mis pensamientos, me alcanzó un espumoso.
“Hacía tres días que estaba nevando copiosamente”, empezó a relatar. “Los pibes no habían podido salir a jugar en ningún momento por la nevada. Los caminos estaban cortados. Las clases en la escuela estaban suspendidas. Muy pocos laburantes habían podido sostener el ritmo, y a ese tercer día esa ciudad parecía un pueblo fantasma. No circulaba nadie.
“La nieve se había vuelto densa y envolvente. Todo lo cubría. Era todo un manto natural blanco que revelaba los movimientos de quien lo hiciera. Así es la nieve de implacable con quien la atraviesa: lo permite, pero deja un resto. Y ese resto es la huella del movimiento.
“Al cuarto día la nevada ya había terminado y el pronóstico del clima afirmaba con un nivel casi total de certeza que no volvería a nevar. Fue así que toda la ciudad salió de su reclusión hogareña involuntaria, y lentamente la vida y las relaciones sociales se fueron generando. Todo volvía a la normalidad.
“Pero claro, siempre hay un pero. Y a contramano de toda la normalidad que se venía dando, el Diablo metió la cola y algo generó alarma, sorpresa, y un misterio, en medio de esa ciudadela tranquilidad.
“A pocos kilómetros de la ciudad, en las afueras, cercano a un valle con algunas lomadas que anticipan las grandes montañas, un pibe con su perro encontraron un tipo que se encontraba tendido en el suelo, con la espalda hacia arriba, inmóvil.
“El perro del pibe se quiso acercar a lo que parecía un hombre, pero el chico lo tranquilizó con una caricia en el lomo; tomó un palo y golpeó suavemente el cuerpo, para ver si llegaba la reacción que nunca llegó. El fulano seguía tendido, sin moverse, y seguramente cagado de frío.
“Dando aviso a su viejo, este último avisó a la policía, y al poco tiempo ya se encontraba enmarcada una gran porción de territorio para que no fuera contaminada, que tenía como punto central al tipo que a esa altura ya estaba considerado muerto.
“Primero la cinta”, dijo el oficial de criminalística. “Primero la cinta así nadie se mete a contaminar nada. Lo que se pierde acá, va a costar recuperar. Vos. Vos registrá con fotos todo. Sacale a todo, ¿eh? Plano general, plano particular, detalle. Ustedes, vengan conmigo y comencemos con la inspección”.
“El fiscal ya se había comunicado con el forense, y le decía que fuera preparando la sala de autopsias, que había un fulano muerto, tendrían que dilucidar las causales de muerte y toda la pelota esa. Así y todo, cargaron el cuerpo empilchado y se lo llevaron al forense.
El oficial de criminalística lo saludó y le dejó el paquete. “Vení, quedate. Quedate que siempre surge algo bueno entre lo que viste afuera y lo que yo veo adentro. Quedate y charlamos un rato”, dijo el forense al criminalístico. “Dale. Bancame que me pongo el overol”.
“La autopsia comenzó con todos los protocolos de rigor. Toda la inspección, las mediciones… Todo iba bien y normal hasta que el cuerpo quedó desnudo. “Apa, ¿y esto? ¿Qué es esto? A ver… Epa… ¿Qué carajo es esto? Una, dos, tres, cuatro… Eeeeehhhh…” Pasó un minuto. “Cuarenta y cuatro. Cuarenta y cuatro lesiones punzo cortantes en la espalda. La puta che… Tremendo. ¿Qué le pasó a este tipo? ¿Dónde lo encontraron?”, dijo mientras miraba al criminalístico. “Afuera de la ciudad, ahí en el valle que está saliendo al oeste. Lo encontró un pibe mientras paseaba con el perro”.
“Y así llegaron inmediatamente sendos informes para el fiscal: todo lo significativo de la autopsia;  y lo significativo de criminalística, que no había ninguna huella de pisadas al rededor del cuerpo, que el cuerpo no tenía nieve encima, que no se encontró sangre impregnada en la nieve, y que la ropa del muerto estaba limpia, como así también sus alpargatas que eran de suela de yute y estaban nuevas, sin uso. Jamás habían tocado el suelo.
 “El fiscal empezó a unir las piezas del rompecabezas: un muerto con más de cuarenta puñaladas. Tenía ropa limpia (o sea que no lo habían matado con esa pilcha), las alpargatas estaban nuevas sin uso. No había indicios de pisadas, y como los últimos tres días había nevado, muy probablemente lo habrían dejado ese cuarto día, cuando la nevada se aplacó, o bien lo habían dejado antes y alguien se encargó de quitarle la nieve de encima. Que no sería nada descabellado, teniendo en cuenta que alguien se encargó de ponerle la pilcha una vez muerto.#


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